Una constante histórica:
el presidente argentino cae, y no siempre por sí solo
Análisis
político del profesor Oscar A. Bottinelli.
EN PERSPECTIVA
Viernes 21.12.01, 08.45.
EMILIANO COTELO:
La crisis argentina tiene diversos ángulos de análisis
posibles. Uno de ellos es el estrictamente político, con
derivaciones en lo político-institucional y lo político-partidario.
Este es el enfoque que ha elegido para hoy el politólogo
Oscar Bottinelli, director de Factum. ¿Por qué ese
título, "Una constante histórica: el presidente
argentino cae y no siempre por sí solo"?
OSCAR A. BOTTINELLI:
La crisis que vive Argentina es mucho más que una crisis
del gobierno de De la Rúa, de la gestión de Cavallo
o del modelo económico. Es una crisis política general
del sistema y de la sociedad argentinos. Anoche la senadora Cristina
Kirschner decía "es hora de que los argentinos nos replanteemos
cómo funcionamos en sociedad".
Es que este
es un gobierno democrático, constitucional, elegido por la
gente, y cae a los 740 días de gestión. Pero desde
que Argentina constituyó un Estado moderno, desde que tiene
elecciones competitivas y más o menos confiables, ocuparon
la titularidad del Poder Ejecutivo 10 presidentes. Contamos desde
1916, sin tomar en cuenta las elecciones de la llamada "década
infame" de los años treinta, pero sí algunas
controversiales como la segunda elección de Perón,
las semicompetitivas de 1958 y 1963 y el caso de la señora
de Perón que, elegida vicepresidenta, asumió la titularidad
del Poder Ejecutivo. De esos 10 presidentes elegidos con esa amplitud
clasificatoria, solamente dos terminaron en tiempo y forma su mandato
o todos sus mandatos.
EC - Sólo
dos de 10.
OAB - Fueron
el radical Marcelo Torcuato de Alvear en 1928 y Carlos Saúl
Menem en 1999.
Los últimos
cuatro presidentes de la Unión Cívica Radical vieron
interrumpido su mandato: Hipólito Yrigoyen en 1930, a los
dos años de su segundo período -igual que ahora, a
los dos años, Fernando de la Rúa-; Arturo Illia en
1966, antes de cumplir su tercer año de gobierno -no mucho
más que De la Rúa- y en 1999 Raúl Alfonsín,
pocos meses antes de entregar el poder a su sucesor ya electo, Menem.
A todos ellos se los acusó de indecisión y debilidad.
EC - Es interesante
el apunte que haces. En estas horas todos hemos recordado a Alfonsín,
el presidente radical anterior; pero tú destacas que los
últimos cuatro presidentes radicales no pudieron terminar
sus mandatos.
OAB - Eso sin
contar a Arturo Frondizi, que fue elegido por una escisión
del radicalismo, la Unión Cívica Radical Intransigente,
que luego abandona su origen radical, y que también fue derrocado
en 1962.
El fenómeno
no es exclusivamente radical, porque -salvo Menem- también
quedaron sin cumplir sus mandatos los anteriores mandatarios justicialistas:
Juan Domingo Perón en 1955, Héctor J. Cámpora
en 1973, María Estela Martínez de Perón -electa
vice- en 1976.
La violencia
popular de los últimos dos días ayudó a terminar
el gobierno de De la Rúa, pero tampoco fue una originalidad:
la batalla de Ezeiza ayudó a terminar el gobierno de Héctor
J. Cámpora, y cuatro años antes el "cordobazo"
ayudó a terminar el gobierno del teniente general Juan Carlos
Onganía. También hubo violencia callejera en las postrimerías
del segundo gobierno de Perón y al final de la era Yrigoyen.
Es una constante
argentina. Quizás estas fenomenales explosiones de ira y
destructividad sean la contracara de la exuberancia consumista de
los argentinos en tiempos de prosperidad o "plata dulce".
El país pasa casi de improviso de la euforia a la furia.
EC - Quizás
ahí podríamos anotar una de las diferencias entre
uruguayos y argentinos, porque estos estallidos sociales tienen
historia del otro lado del Río de la Plata; en nuestro país,
en cambio, es difícil anotarlos al menos en este siglo.
OAB - Exactamente.
Una lección importante de estos sucesos es que los argentinos,
su sistema político, su dirigencia política, pero
también la dirigencia económica y gremial, la sociedad
argentina en su conjunto, no logran asumir plenamente la cultura
democrática, entendida como la cultura de la democracia liberal
clásica; no sólo en sus formas sino en sus esencias.
En esta falta
de internalización de la cultura democrática está
el hecho de que los argentinos sienten permanentemente que han sido
traicionados. Siempre se escucha decir "Nos traicionaron".
Se dice de todos los presidentes, de todos los partidos y de todos
los gobiernos: siempre hay una mayoría que dice "Fuimos
engañados".
Hace menos de
dos meses hubo elecciones parlamentarias. Hay dos casos importantes:
tanto en la Provincia como en la ciudad de Buenos Aires hubo candidaturas
para todos los gustos: neonazis, neoliberales, liberales moderados,
socialdemócratas, populistas, marxistas de distinta tendencia,
incluso trotskistas, anarquistas, cristianos revolucionarios...
Hubo incluso una opción política importante, que obtuvo
representación parlamentaria, impulsada por los piqueteros,
los que cortan rutas y calles. Con esa amplia gama de opciones,
uno de cada tres bonaerenses o uno de cada tres porteños
-ocurrió más o menos igual en los dos distritos- no
dio un voto válido, positivo, a favor de ningún partido
o lista. Es una señal de disconformidad total con la política,
pero es también una señal de disconformidad o de incomprensión
de la democracia y de la responsabilidad que tiene cada ciudadano
con el destino de un país.
Otro hecho no
menor de esas elecciones es la importancia que en el mundo entero
tienen las elecciones llamadas de medio período, en las que
se renueva una parte del Parlamento -como ocurrió en Argentina-
o elecciones de tipo municipal o regional, porque terminan transformándose
en un test sobre el gobierno. Si esto se hace sobre el trasfondo
de una débil cultura democrática, como la argentina,
puede terminar afectando la estabilidad institucional. No ocurre
así en Estados Unidos, donde varias veces un presidente ha
perdido las elecciones de medio período y nadie pretende
que haya perdido legitimidad. Pero acabamos de ver que en Argentina
el resultado electoral se termina leyendo como que el presidente
carece de legitimidad para seguir en el cargo.
***
EC - Pasemos
a otros puntos del análisis de hoy.
OAB - Otro aspecto
es ver el ascenso y la caída de De la Rúa y de la
Alianza. Llegó al poder con una marejada de votos en octubre
de 1999. Al año de la elección, a los 10 meses de
gobierno, viene la renuncia del vicepresidente de la República,
Carlos "Chacho" Alvarez, y con ella comienza el desfibramiento
del Frepaso, una de las dos grandes columnas de la Alianza, que
a su vez luego se rompe, se desintegra. Más tarde, a comienzos
de este año, viene la salida del gobierno de buena parte
de la dirigencia radical a raíz del programa que intentó
plasmar López Murphy: con el beneplácito de Alfonsín
se fueron figuras de la talla de Storani y Terragno. A los pocos
días también cayó López Murphy. Así
se inicia esta senda de creciente aislamiento y soledad del gobierno.
La actitud de
Carlos "Chacho" Alvarez al renunciar al gobierno, como
la de la dirigencia radical al irse, la de buena parte de los candidatos
radicales al postularse en octubre último con un discurso
opositor, o como De la Rúa al prescindir de los partidos
que lo llevan al gobierno, marca la falta de sentido del funcionamiento
partidario, en particular la responsabilidad que todos tienen cuando
su partido cuando alcanza el gobierno.
EC - Pero la
caída de De la Rúa también tuvo quienes la
empujaron.
OAB - De la
Rúa caminó hacia el precipicio, pero además
lo empujaron. Lo empuja el Fondo Monetario Internacional que le
cierra todas las puertas al gobierno. Eso se explica por dos causas:
una, la ineptitud tecnocrática, el manejo frío de
los números, "el balance que tiene que cerrar",
explicación que tiene algún asidero cuando se observa
a algunas figuras del organismo que demuestran escaso o nulo entendimiento
político. Tal fue el caso del anterior jefe de misión
para Uruguay, Bob Traa, quien no sólo no entendía
a la política uruguaya, sino a la política en general.
La otra explicación, denunciada hace varias semanas en Argentina,
es que el FMI estaba apostando al recambio justicialista para forzar
la dolarización o la devaluación.
También
empujó el justicialismo, que, desde que sintió (y
no en estos días) las posibilidades de triunfo en las elecciones
parlamentarias, comenzó a articular la caída de De
la Rúa. Hay muchos indicios en este sentido. Camino que quedó
abierto, entre otras cosas, gracias a la renuncia temprana del vicepresidente
Carlos "Chacho" Alvarez.
EC - ¿Podemos
hacer alguna conexión entre esto que está viviendo
Argentina y la política uruguaya?
OAB - Habría
mucho para decir, pero vamos a concentrarnos en una consideración
para Uruguay: ¿a qué molino arrima agua esta debacle?
Los liberales
ortodoxos dicen que esto demuestra los riesgos de la heterodoxia,
que es culpa de no haber seguido el camino correcto, por ejemplo
de no haber implementado la reforma que quiso impulsar López
Murphy en el momento en que lo quiso hacer.
Los opositores
al liberalismo económico leen lo contrario: es el fracaso
de todo un modelo asentado en las privatizaciones, en la reducción
del papel del Estado y en la apertura de la economía.
A estar a lo
que surge de los comportamientos de la opinión pública,
a cómo funciona la cabeza de las tres cuartas partes de los
uruguayos, parecería que la crisis argentina arrima agua
al molino de los defensores del fuerte papel del Estado y de los
que propician un avance del proteccionismo.
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Transcripción: María Lila Ltaif Curbelo
Edición: Jorge García Ramón
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