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Un día de servicio
Cuando visité por primera vez la casa de Susana (*), no
podía creer que existiera gente que viviera en esas condiciones.
De no haber sido porque habíamos entrado a un edificio, hubiera
dicho que nos encontrábamos en la calle.
Aquel apartamento de cuatro por cuatro parecía no tener ni
techo. Las paredes aparecían llenas de humedad. La pintura
y el reboque se caían de sólo rozarlas.
Lo más impresionante era la suciedad. Comida en mal estado
por todas partes. En la mesa, platos, ollas, cubiertos sucios, trozos
de pan ya cubiertos de hongos. Todo se encontraba pegoteado. El
piso parecía negro, de tantas capas de mugre que lo cubrían.
La puerta no tenía cerradura. Algunas ventanas no tenían
vidrios. El estado del baño y la cocina era indescriptible.
La llave general del agua permanecía cerrada porque todos
los caños estaban viejos y si se abría un grifo el
agua escapaba y lo inundaba todo. Quizás eso explicaba en
parte la suciedad. Sin agua es muy difícil limpiar.
En ese estado de dejadéz vivían una señora,
Susana, y su hijo de 25 años, y sus aspectos personales eran
lo que se podía esperar en aquel entorno.
Aquel sábado
fue un día de trabajo intenso. Con los chicos de laparroquia
fuimos a la casa de Susana a colaborar con ella.
Lo primero fue pedirle a un sanitario amigo que se encargara del
problema del agua. Atacamos el baño, donde no funcionaba
nada, ni la cisterna, ni la ducha, ni el lavatorio... Continuamos
con la cocina, que estaba toda tapada. Picamos paredes y cambiamos
caños.
Para terminar, limpiamos toda la casa. Raspamos las paredes con
agua jane y pulidor para sacar los hongos. Fregamos los pisos, la
mesa y el aparador.
Susana no
podía dar crédito a lo que veían sus ojos.
Mientras
los varones terminaban con el trabajo, yo me fui a conversar con
ella. De a poquito me fue abriendo su corazón y me fue contando
su pasado. Toda su tragedia había empezado 10 años
atrás, cuando se enteró de que su marido la engañaba.
A los pocos años perdió su trabajo, pese a lo cual
tenía que ocuparse de su hijo y de su hija, quien al poco
tiempo fue madre soltera. A partir de aquel panorama, ella se "vino
abajo": no sabía qué hacer con su vida. Pasaba
los días llorando. Estuvo varios meses internada en el Hospital
Vilardebó, donde cuenta que hizo más de una amiga.
Hoy en día se encuentra medicada. Su enfermedad es la depresión,
por ello percibe una pensión de 1.900 pesos con la que se
mantienen ella y su hijo.
Él pasa el día durmiendo; no estudia porque no tiene
ni plata para el boleto; tampoco trabaja, fue despedido hace un
cinco años. Intentó suicidarse varias veces; no encuentra
sentido a su vida. Su madre dice que a él fue a quien más
le afectó todo lo que les pasó.
Su hija mayor vive con la abuela paterna; la ven cada tanto.
En suma,
una vida llena de tristeza, que pide a gritos una esperanza por
la cual levantarse todos los días agradeciendo por estar
viva.
Cuando nos fuimos, Susana quedó muy agradecida. Nos pidió
que volviéramos a visitarla.
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(*) El nombre ha sido cambiado.
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