11.09.2001






Un día de servicio


Cuando visité por primera vez la casa de Susana (*), no podía creer que existiera gente que viviera en esas condiciones. De no haber sido porque habíamos entrado a un edificio, hubiera dicho que nos encontrábamos en la calle.

Aquel apartamento de cuatro por cuatro parecía no tener ni techo. Las paredes aparecían llenas de humedad. La pintura y el reboque se caían de sólo rozarlas.
Lo más impresionante era la suciedad. Comida en mal estado por todas partes. En la mesa, platos, ollas, cubiertos sucios, trozos de pan ya cubiertos de hongos. Todo se encontraba pegoteado. El piso parecía negro, de tantas capas de mugre que lo cubrían. La puerta no tenía cerradura. Algunas ventanas no tenían vidrios. El estado del baño y la cocina era indescriptible. La llave general del agua permanecía cerrada porque todos los caños estaban viejos y si se abría un grifo el agua escapaba y lo inundaba todo. Quizás eso explicaba en parte la suciedad. Sin agua es muy difícil limpiar.

En ese estado de dejadéz vivían una señora, Susana, y su hijo de 25 años, y sus aspectos personales eran lo que se podía esperar en aquel entorno.

Aquel sábado fue un día de trabajo intenso. Con los chicos de laparroquia fuimos a la casa de Susana a colaborar con ella.

Lo primero fue pedirle a un sanitario amigo que se encargara del problema del agua. Atacamos el baño, donde no funcionaba nada, ni la cisterna, ni la ducha, ni el lavatorio... Continuamos con la cocina, que estaba toda tapada. Picamos paredes y cambiamos caños.

Para terminar, limpiamos toda la casa. Raspamos las paredes con agua jane y pulidor para sacar los hongos. Fregamos los pisos, la mesa y el aparador.

Susana no podía dar crédito a lo que veían sus ojos.

Mientras los varones terminaban con el trabajo, yo me fui a conversar con ella. De a poquito me fue abriendo su corazón y me fue contando su pasado. Toda su tragedia había empezado 10 años atrás, cuando se enteró de que su marido la engañaba.

A los pocos años perdió su trabajo, pese a lo cual tenía que ocuparse de su hijo y de su hija, quien al poco tiempo fue madre soltera. A partir de aquel panorama, ella se "vino abajo": no sabía qué hacer con su vida. Pasaba los días llorando. Estuvo varios meses internada en el Hospital Vilardebó, donde cuenta que hizo más de una amiga.

Hoy en día se encuentra medicada. Su enfermedad es la depresión, por ello percibe una pensión de 1.900 pesos con la que se mantienen ella y su hijo.
Él pasa el día durmiendo; no estudia porque no tiene ni plata para el boleto; tampoco trabaja, fue despedido hace un cinco años. Intentó suicidarse varias veces; no encuentra sentido a su vida. Su madre dice que a él fue a quien más le afectó todo lo que les pasó.

Su hija mayor vive con la abuela paterna; la ven cada tanto.

En suma, una vida llena de tristeza, que pide a gritos una esperanza por la cual levantarse todos los días agradeciendo por estar viva.

Cuando nos fuimos, Susana quedó muy agradecida. Nos pidió que volviéramos a visitarla.

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(*) El nombre ha sido cambiado.








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