Los
corresponsales de guerra
Comentario a cargo de Emiliano Cotelo
Portada En Primera Persona
EN PERSPECTIVA
Miércoles 21.11.01 - Hora 07.00
La guerra en
Afganistán acaba de cobrarse la vida de cuatro periodistas.
Atacados en una emboscada, esta semana fueron asesinados Julio Fuentes,
enviado del diario El Mundo de España, María Grazia
Cutuli, del Corriere della Sera de Italia, un cameraman australiano,
Harry Barton, y un fotógrafo afgano, Azizulá Haidari,
los dos últimos de la agencia Reuters. También fue
asesinado junto a ellos el traductor afgano que les acompañaba
en el trayecto que hacían, con otros cronistas, desde Jalalabad
a Kabul.
Por supuesto
que no son estas las primeras víctimas inocentes de este
enfrentamiento. Ya hemos manifestado aquí nuestra congoja
y nuestro horror ante los más de cuatro mil muertos que dejaron
los atentados del 11 de setiembre en Nueva York y Washington, y,
también, ante los no sabemos cuántos hombres, mujeres
y niños afganos que fallecieron o quedaron mutilados como
parte de los "daños colaterales" que los bombardeos
norteamericanos y británicos provocaron en varias poblaciones
civiles.
No son las primera
víctimas inocentes, pero yo quiero dedicar hoy un minuto
a enfatizar esta noticia, a no dejarla pasar como una más.
Y no lo hago guiado por una reacción corporativa. Este comentario
no debe verse como un gesto solidario entre periodistas. No lo es,
antes que nada, porque lejos estoy de parangonarme yo a estos cuatro
colegas muertos. Hay que tener una personalidad y un temple muy
especiales para embarcarse como corresponsal de guerra, especialmente
en este conflicto que se desarrolla en un mundo aparte como es para
los occidentales Asia Central, y en un país como Afganistán,
tan crudamente atravesado por enfrentamientos tribales que alcanzan
fácilmente límites atroces y sangrientos, y donde
el avance de la oposición no garantiza nada en materia de
seguridad.
Ese es el aspecto
que, justamente, quiero destacar esta mañana. Estas cuatro
personas no eran soldados, ni de uno ni del otro lado. Tampoco estaban
allí por sus simpatías con este bando o con aquel.
Ni siquiera terminaron involucrados en el conflicto porque vivieran
en alguna ciudad afgana de la que no pudieron escapar.
No. Estamos
hablando de vocacionales del periodismo, tan vocacionales y apasionados
de su profesión que estuvieron dispuestos a poner en peligro
sus vidas y el futuro de sus familias, aceptando trabajar en pleno
frente de batalla.
A estos cuatro
cronistas nadie los obligó a que oficiaran de corresponsales
de guerra. No los obligaron ni sus jefes ni tampoco las penurias
económicas. Fueron a Afganistán porque les entusiasmó
la misión que les encomendaban, que consistía en tratar
de echar luz en una situación de primera importancia a nivel
mundial.
Ya hemos hablado
más de una vez de las dificultades que las guerras traen
aparejadas para los medios de comunicación. En instancias
anteriores y en esta en particular han arreciado los intentos, tanto
de Estados Unidos como de Afganistán, por controlar el flujo
informativo e incluso por manipular las noticias, los análisis
y las opiniones.
Una de las formas de intentar vencer esas barreras consistía
en estar ahí, lo más cerca posible de la acción.
Ingeniándose primero para investigar desde Pakistán.
Luego, en la medida que ello era posible, ingresando a Afganistán
y volviendo a salir. Y finalmente ya instalándose en algunas
de las zonas liberadas del territorio afgano.
Por supuesto
que estos periodistas no logran desentrañar todos los misterios
de estas operaciones y de la reacción de Al Qaeda y el Talibán.
Por supuesto que hay datos a los que, de todos modos, no pueden
acceder. Por supuesto que muchas de sus preguntas quedan sin respuesta.
Pero lo cierto es que gracias a estos periodistas que se animaron
y fueron a la guerra con un grabador y una cámara, nosotros,
el resto de la humanidad, hemos podido saber más que lo que
las autoridades de un lado y del otro estaban dispuestas a difundir.
Yo quiero hacer
notar el valor enorme de ese aporte.
Y por eso me
interesa hoy homenajear cálidamente a estos cuatro colegas
muertos.
A ellos y también a los demás periodistas, fotógrafos
y cameramen que, pese a todo, siguen trabajando en esta primera
guerra del siglo XXI.
|