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A propósito del reencuentro
de Sara Méndez
y su hijo, Simón Gatti.
Comentario a cargo de Emiliano Cotelo.
En Primera Persona
EN PERSPECTIVA
Lunes 01.04.02 - Hora 08.05
Hoy, cuando comienza abril, les propongo comentar una noticia que
sin duda fue la más importante del panorama nacional en el
mes que acaba de terminar, marzo, pero que, incluso, puede considerarse
la más importante de lo que va del año 2002.
Pocos días antes de la Semana Santa nuestro país
se encontró con una sorpresa impresionante.
Había sido aclarado el caso más emblemático
de niños uruguayos desaparecidos durante la dictadura.
Sara Méndez finalmente encontró a su hijo, Simón,
secuestrado en Buenos Aires en 1976 por las fuerzas represivas que
también la secuestraron a ella, militante del Partido por
la Victoria del Pueblo.
La novedad provocó alegría, alivio y emoción
en buena parte de la sociedad uruguaya, y no sólo entre los
correligionarios de Sara. El propio presidente de la República
comentó que toda la población celebra "este acontecimiento
que hace a las cosas que el Uruguay tiene que hacer para que la
paz vuelva a reinar entre nosotros y para que la paz vuelva a ser
un estado real del alma".
Una madre volvía a abrazar a su único hijo, ése
que le quitaron cuando él tenía tan sólo 20
días de vida, aquel bebé-niño-adolescente en
busca del cual se encontraba desde entonces, a quien más
de una vez debe haber imaginado perdido para siempre, y que finalmente
la recibía en su mundo adoptivo, convertido en todo un hombre
de 25 años.
Creo que todos nos estremecimos con tan solo pensar en ese encuentro.
O, mejor dicho, en ese reencuentro. Ese reencuentro piel a piel,
intransferible. Ese reencuentro que, en definitiva, era el fondo,
la esencia, el origen profundo, y quizás más de una
vez olvidado, de todos los todos los reclamos, las banderas, las
movilizaciones y los debates que se dieron en torno a este caso
desde 1976 hasta ahora.
Sin embargo, aquel sacudón emotivo de las primeras horas
dio lugar, con el paso del tiempo, a otras interpretaciones y evaluaciones.
Es que el resultado del examen de ADN produjo otros hechos y varias
declaraciones que pusieron de manifiesto que el episodio era bastante
más complejo de lo que inicialmente parecía.
En los próximos minutos quiero comentarles algunas de las
reflexiones que en estos 10 días, y aprovechando la tranquilidad
de la última semana, he ido haciendo yo en torno al desenlace
del caso de Sara y Simón.
LOS LIMITES DE LA BARBARIE
Empecemos por el origen mismo de esta noticia.
Estamos hablando de la peripecia de una madre que durante 25 años
fue privada de un derecho absolutamente elemental: el derecho a
recuperar a su hijo.
Aquel niño que le arrebataron en una noche de violencia,
después de la cual ella pasaría por la tortura y la
cárcel.
El bebé para el cual sus captores tenían reservado
un acto más de prepotencia y barbarie: ellos decidieron por
sí y ante sí, qué destino tendría. Eso
sí, un destino secreto, desconocido no sólo para la
madre apresada, sino también para todo el resto de su familia.
"Esta guerra no es con ellos", le habría dicho
el entonces mayor José Nino Gavazzo a Sara Méndez
en el momento en el que le sacaba a Simón. Por lo visto -afortunadamente-
tenían resuelto no apresar ni matar ni torturar a esos niños.
Pero en cambio sí hacían algo tal vez peor: aislar
a esos niños de su mundo natural y lanzarlos, autoritariamente,
a un futuro diferente, a otra familia, a otro entorno.
Al niño le destruían su identidad. Lo condenaban a
nacer de nuevo y en algunos casos -colmo de la crueldad- lo hacían
dejándolos incluso en manos de otros integrantes de esos
mismos grupos represivos que habían perseguido, castigado
y eventualmente matado a los padres.
Pero además condenaban también a los familiares del
bebé a vivir eternamente en la incertidumbre sobre la situación
de ese pequeño ser querido, sin conocer dónde estaba
ni con quién estaba. (Suponiendo, claro, que no hubiese muerto
en el camino.)
Todos los familiares de personas mayores desaparecidas han padecido
de una forma inimaginable, durante años, mientras no han
sabido con certeza qué pasó. Pero en el caso de los
familiares de un niño desaparecido, el sufrimiento no fue
menor.
En los casos de desaparecidos mayores la hipótesis más
probable era la del asesinato. Lo que faltaba conocer era cómo
había sido ese fallecimiento, cuándo, por qué
y, además, recuperar los restos para sepultarlos dignamente.
En los casos de niños desaparecidos, en cambio, la hipótesis
más probable no era la de muerte, sino la contraria: ese
ser humano seguramente estaba vivo. Pero no había forma de
acceder a él.
Era un pedazo fundamental de una familia rota que -obviamente- esos
parientes iban a querer a toda costa recuperar. Y en ese esfuerzo
y en esa angustia estas personas han pasado años, décadas,
un cuarto de siglo en el caso de Sara Méndez.
Una verdadera tortura extendida en el tiempo...el sumum de la creatividad
de aquellos militares y paramilitares que pergeñaron y ejecutaron
el Plan Cóndor.
Es terrible advertir que los protagonistas de aquel operativo fueron
capaces de mantenerse en silencio desde 1976 hasta hoy, que se aferraron
a su secreto, que no dieron pistas...en fin, que no se conmovieron
en lo más mínimo por el drama humano que latía
y crecía.
Es importante recalcarlo: Ningún fin justifica esos medios.
SE PODIA
Pero veamos otras facetas de esta buena noticia previa a Semana
Santa.
El caso Simón Riquelo, uno de los capítulos más
trágicos del drama de los desaparecidos, está ahora
aclarado. Y ello, entre otras cosas, demuestra que "se podía".
Que se puede.
Desde el retorno a la democracia nuestro país vive sumergido
en la discusión a propósito de si había o no
manera de desentrañar el destino de los desaparecidos: si
era posible o no obtener la información, y, en caso de obtenerla,
cuáles podrían ser los efectos desestabilizadores
sobre una democracia todavía frágil.
Ya hace años, el trabajo paciente y tenáz desarrollado
por los propios familiares y organizaciones no gubernamentales probaba
que sí se podía. Es este un buen momento para destacar
ese esfuerzo constante de las asociaciones de defensa de los derechos
humanos que nunca aflojaron en la búsqueda y en la movilización.
Pero, claro, como la tarea que tenían por delante era descomunal,
los resultados surgían por cuentagotas.
Parecía evidente que si las autoridades ponían al
Estado liderando ese proceso, las investigaciones podían
adquirir otra velocidad.
Sin embargo, durante los dos gobiernos del doctor Julio María
Sanguinetti y durante la presidencia de Luis Alberto Lacalle el
Poder Ejecutivo no habilitó ese camino.
Recién en el año 2000, con la asunción del
doctor Batlle como presidente, esa actitud cambio. Se podrá
argumentar que ello fue posible porque ya habían pasado 15
años de democracia. Sí, pero apenas unos meses antes
las autoridades anteriores seguían manteniendo la puerta
cerrada.
Si el clima cambió fue porque hubo un nuevo presidente que
tomó el toro por las astas, en su discurso de asunción
planteó su apelación al "estado del alma"
y, poco después, puso manos a la obra con la decisión
de conformar la Comisión Para la Paz.
Al poco tiempo comenzaron a verse los resultados.
Muchos casos de desaparecidos muertos fueron aclarados en menos
de dos años de indagatoria. Otros están avanzados
en su investigación. Y ahora incluso el caso de Simón
Riquelo termina dilucidándose gracias a este nuevo ambiente.
Yo sé que esto último es polémico. La propia
Sara Méndez acaba de enjuiciar muy duramente a la Comisión
para la Paz por el manejo de este caso. Pero yo coincido con el
doctor Carlos Ramela en que, por más que no haya sido la
Comisión para la Paz la que dio los pasos finales en esta
indagatoria, la administración Batlle tuvo mucho que ver
en este final felíz.
Primero, porque la propia comisión obtuvo datos que constituyeron
escalones importantes en ese proceso.
Segundo, porque la forma delicada e inteligente en que se ha manejado
el tema desaparecidos en este gobierno ha aventado los fantasmas
y los temores sobre eventuales consecuencias inquietantes del acceso
a esta verdad, y ello ha ayudado para que varias personas que poseen
información relevante vayan de a poco abriéndose y
aceptando colaborar.
Y, tercero, porque Batlle logró despejar la pista falsa que
durante más de 10 años hizo que Sara estuviera convencida
de que su hijo era un joven uruguayo, de iniciales GV, hacia quien
la habían conducido averiguaciones particulares impulsadas
por varios exponentes frenteamplistas de sectores radicales. Durante
todo aquel tiempo, Sara Méndez no prosiguió su búsqueda
en otras direcciones, durante todo ese tiempo la investigación
se frenó.
Batlle habló con aquel joven y consiguió que se realizara
la prueba de ADN, y fue entonces, en el año 2000, que se
comprobó que nada tenía que ver con Simón.
Ese aporte de Batlle fue, entonces, fundamental.
EL ACOSO A G.V.
Pero, ya que mencioné al joven de iniciales GV, creo que
es imprescindible dedicar algunos minutos a aquel capítulo
amargo de la búsqueda de Simón.
El joven GV rechazó durante años el examen de ADN
porque entendía que no existían garantías para
esa prueba. El y su familia (todos ellos simpatizantes frenteamplistas)
fueron víctimas de un acoso muy duro por parte de Sara Méndez,
varios integrantes de su entorno y algunos dirigentes políticos
de la época, entre ellos el ex senador Germán Araujo.
Pero además aquel joven no vio preservada su privacidad.
A diferencia del cuidado que se ha tenido ahora con el Simón
reencontrado, el nombre de aquel otro muchacho circuló por
todas partes, se publicó en los medios de comunicación
y fue centro de una apasionada discusión pública,
sin duda muy traumática para él.
Sin respeto por su vida personal, sin preocuparse por su estabilidad
emocional, sin tener en cuenta lo delicado del momento que estaba
viviendo, hubo quienes sólo pensaron en el problema desde
el lado de Sara. (Y ojalá que haya sido sólo eso;
ojalá no hayan pesado demasiado los intereses políticos
fríos que tantas veces se cuelan en estas campañas.)
Creo que aquella etapa amarga de la búsqueda de Simón
no debe faltar a la hora del análisis que ahora la sociedad
uruguaya realiza, cuando el caso finalmente se ha aclarado.
En nombre de los derechos humanos puede llegarse a incurrir en errores
serios y puede llegarse incluso a cometer injusticias severas.
Con todo respeto, supongo que la propia Sara estará incorporando
todo el tema de su actitud hacia el joven GV, en un lugar destacado
de esa introspección agridulce en la que -como ella misma
cuenta- ha ingresado desde que se confirmó ahora sí
el hallazgo de su hijo.
OTRAS LUCES Y SOMBRAS
En fin. Como ustedes verán, el hallazgo de Simón
Gatti Méndez no puede abarcarse con análisis simplistas.
En este comentario yo he recorrido apenas algunas de sus aristas
más delicadas. Habría otras para agregar.
Habría luces y sombras.
Entre las luces, la actitud del senador Rafael Michelini que, si
bien jugó un papel clave en el empujón final de la
investigación, prefirió no hacer declaraciones a la
prensa. Hubiese sido muy tentador aprovechar políticamente
ese logro. Sin embargo, Michelini se mantuvo a un costado, insistiendo
una y otra vez en que los protagonistas eran Sara y Simón.
Entre las sombras, esa especie de competencia que se dio entre
algunos órganos de prensa y periodistas en torno a quién
tenía la primicia y/o quién había aportado
más en la búsqueda de Simón.
Entre las luces, el acuerdo tácito de los medios de comunicación
en cuanto a no revelar la identidad actual del hijo de Sara, no
invadir a su familia adoptiva, no perseguir furtivamente a la madre
y su hijo en los encuentros que han tenido. Lo mismo había
ocurrido hace dos años cuando el hallazgo de la nieta de
Juan Gelman. Ahí tenemos un valor muy interesante a destacar
en el periodismo uruguayo, que tendrá muchos defectos, sin
duda, pero que afortunadamente no cae en algunos excesos que, en
cambio, vemos tan a menudo en otros países, algunos de ellos
muy cercano.
Entre las sombras, los ataques que, en medio del fervor por el
éxito de la búsqueda, algunas voces dirigieron contra
la Comisión para la Paz. Yo discrepo rotundamente con esa
crítica. Pero no sólo por lo que ya expliqué
hace unos minutos en este comentario. Por otra razón más.
UNA ILUSION
Para mí la Comisión para la Paz es un modelo de gestión
eficiente que todavía no ha sido valorado suficientemente.
Estamos hablando de un grupo de seis personalidades, que trabajan
honorariamente, auspiciados y respaldados por el Presidente de la
República, con el Estado detrás, pero contando con
una infraestructura mínima, con presupuesto casi cero, y
que, sin embargo, ha producido los avances más notables que
en la búsqueda de los desaparecidos ha habido desde que el
problema existe.
¿Cuál es el secreto?
No es fácil responder esta pregunta. Requiere un análisis
que hay que hacer con cuidado, pero que vale la pena hacer porque
creo que de esta experiencia se pueden sacar conclusiones muy interesantes
para el futuro. Yo estoy convencido de que una de las claves del
éxito de la Comisión para la Paz está en la
generosidad, la amplitud y el rigor con la cual fue integrada. El
presidente de la República entendió que la sociedad
uruguaya debía laudar una asignatura pendiente que, para
muchos hasta ahora, había sido, simplemente, un problema
de la izquierda. Y para eso puso en marcha esta comisión.
No la armó, por cierto, siguiendo cuotas políticas,
pero en ella aparecen figuras de todos los partidos, y no sólo
eso, también "representantes" de otras instituciones,
como el grupo de familiares, la Iglesia y el PIT-CNT. ¿Cuál
fue el criterio de selección? La apuesta a la idoneidad de
estas personalidades.
Se podrá pensar que la fórmula fue válida porque
se trataba de encarar un tema muy específico. Pero yo quiero
creer que también la Comisión para la Paz es la prueba
de lo que los uruguayos podemos hacer cuando, guiados por una decisión
política firme, dejamos a un lado las banderas y nos embarcamos
en tareas fundamentales.
Por ahora, es una experiencia aislada.
Pero, a la luz de lo que ya ha conseguido y de todo lo que está
aportando a la reconciliación de la sociedad uruguaya, ¿por
qué no abrigar la ilusión de que la Comisión
para la Paz pueda ser, además, el punto de partida de otra
manera de encarar los desafíos del Uruguay en el siglo XXI?
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