08.04.2002


























Medio Oriente, nuestra audiencia y nosotros


Editorial a cargo de Emiliano Cotelo.


En Primera Persona
EN PERSPECTIVA
Lunes 08.04.02 - Hora 09.10


Esto que voy a decir puede parecer una exageración.
Pero es absolutamente cierto.
La guerra de Medio Oriente se ha instalado en la audiencia de Radio El Espectador.
La polarización, el sectarismo y la intolerancia campean crecientemente entre los mensajes que recibimos de nuestros oyentes, todos los días.

Nosotros, los que hacemos EN PERSPECTIVA, estamos seriamente preocupados por este fenómeno. Y dije "nosotros" porque en esta inquietud estamos todos nosotros: no sólo yo, sino también Diego Barnabé, Rosario Castellanos, Antonio Ladra y todos los que integramos este equipo periodístico. Estamos preocupados y no queremos dejar pasar más tiempo sin comentarlo justamente con ustedes, los que nos escuchan.

Yo sé que no es común que los conductores de un programa analicen al aire el comportamiento de su público. Pero creo que es imprescindible tener hoy esta charla con ustedes. Entre otras cosas, porque si bien cada uno de ustedes sabe qué es lo que dice o escribe cuando se comunica con nosotros, seguramente no saben lo que ocurre con el comportamiento del conjunto de los oyentes. Esto último sí podemos evaluarlo nosotros, los que estamos de este lado del micrófono.

Estamos acostumbrados a escuchar y leer con atención las reacciones de los destinatarios de nuestro trabajo. Lo hacemos disciplinada y cotidianamente, con gusto y con interés.
En general nos sirve de mucho, nos hace pensar, nos enriquece.

Pero les confieso que lo que estamos observando en las últimas semanas está volviéndose una carga un poco pesada.

Cada nota que EN PERSPECTIVA desarrolla a propósito del conflicto en Medio Oriente produce, automáticamente, varias llamadas o mails de oyentes que, absolutamente radicalizados, critican en términos severísimos al periodista, al comentarista o al entrevistado, si se trata de un reportaje.

Veamos dos ejemplos extremos.

Este miércoles antes de las 09.00, Diego anunció que a las 11.00 iba a dialogar con una uruguaya residente en Israel cuyo esposo murió el año pasado en un atentado suicida ejecutado por un palestino. El sólo anuncio de esa nota hizo que una señora llamara instantáneamente para descalificar al programa y a quienes lo hacemos, acusándonos ácidamente de estar manipulando la información a favor de la posición del gobierno de Israel. Por supuesto que para lanzar semejante ataque esa oyente ignoró olímpicamente que esa entrevista formaba parte de una serie de notas que Diego ha venido desplegando en su horario destinada a conocer cómo afecta este enfrentamiento la vida cotidiana de la gente de los dos bandos (serie que, por supuesto, también ha recogido ya varios testimonios de palestinos habitantes de la Cisjordania hoy ocupada).

Otro ejemplo: el martes después de las 08.00 hs. yo entrevisté a un diputado palestino que respondió nuestras preguntas desde su casa en las afueras de Ramallah, en medio del toque de queda impuesto por las Fuerzas Armadas israelíes. Pues inmediatamente recibimos la llamada de otro oyente que entendía que esa nota mostraba nuestra parcialidad a favor de la causa palestina, a partir de la cual él resolvía no escuchar más Radio El Espectador. De más está decir que ese oyente prefirió olvidar que el día anterior, a las nueve, habíamos entrevistado desde Tel Aviv a un periodista uruguayo del semanario Aurora que había defendido con argumentos y con pasión la estrategia que está siguiendo el gobierno de Ariel Sharon.

Ustedes podrán pensar que son ejemplos aislados. No. Este tipo de mensajes son moneda corriente y creciente. Pocas veces hemos observado una polarización tan fuerte entre nuestros oyentes. Quizás el antecedente más reciente que me viene a la memoria es el de la última campaña electoral de 1999, especialmente en el último tramo previo al ballotage entre Jorge Batlle y Tabaré Vázquez, época durante la cual el apasionamiento y las anteojeras de muchos de nuestros oyentes volvieron nuestra tarea decididamente compleja y casi desagradable.

PERIODISMO INDEPENDIENTE

Que quede claro. En Perspectiva ha venido trabajando sobre este conflicto fiel a su estilo de periodismo independiente. Por supuesto que podemos equivocarnos, y en este caso eso es un riesgo permanente porque la realidad de Medio Oriente resulta singularmente compleja, y nosotros no somos especialistas en ella.
Pero no sesgamos la información. No formamos parte de ninguna supuesta conjura mediática destinada a confundir para un lado o para el otro.

Desde hace meses hemos venido haciendo un esfuerzo importante de producción orientado a conseguir voceros que hablen español de los dos lados, el lado israelí y el lado palestino. Y, tanto en las primeras horas de En Perspectiva, como en la segunda mañana que conduce Diego, ustedes han podido acceder a los argumentos de una y otra parte, y a las vivencias en un territorio y en el otro. No nos hemos limitado a dialogar con periodistas o analistas, ustedes han escuchado a representantes de los dos gobiernos y, también, han escuchado a la gente, a los seres humanos comunes y corrientes que viven, palpitan y sufren de los dos lados de esta locura.

Y en esa línea vamos a continuar. Sin flechar la cancha, procurando aportar datos, comentarios y vivencias que nos permitan a todos, ustedes y nosotros, enriquecer nuestra visión de esta situación y de sus perspectivas.

Claro, algunos de ustedes pueden cuestionar el fundamento mismo de este estilo de trabajo. ¿No hay temas o situaciones ante las cuales es imposible mantenerse independiente? En el caso concreto del conflicto de Medio Oriente, ¿es posible la neutralidad o existe una obligación moral de tomar partido?


NEUTRALIDAD CON RAZONES


Bueno, definitivamente yo contesto que por más que quisiera tomar partido no podría.
¿Por qué?
La explicación podría ser muy larga si yo retrocediera en el tiempo y fuera en busca de las responsabilidades en cada etapa de este enfrentamiento cuyos orígenes se pierden en la historia.
Por eso voy a concentrarme sólo en lo más reciente.

Yo soy el primero en horrorizarme por el uso del atentado suicida como arma de guerra.
Tengo amigos judíos y conozco perfectamente lo insoportable que puede volverse la vida cuando por el simple hecho de entrar a una pizzería, concurrir a un estadio o subir a un ómnibus uno puede terminar muerto o mutilado en medio de un mar de cuerpos destrozados y sangrientos. Yo soy el más enfático en condenar en forma terminante cualquier forma de terrorismo, y en particular esta de los palestinos que se auto-explotan. Coincido con el periodista norteamericano Thomas Friedman en que el futuro de la humanidad requiere que se corte de cuajo ese recurso bélico, antes de que se consolide y pueda extenderse a otras partes del mundo. El atentado suicida es una aberración que hay que eliminar y, efectivamente, esta es una cuestión clave que está en juego en este conflicto.

Pero al mismo tiempo digo que no comparto la forma elegida por Israel para manejar el conflicto, sobre todo a partir del gobierno de Ariel Sharon. La estrategia guerrerista, llevada al extremo más duro en estas últimas semanas con la ocupación de varias ciudades palestinas y el asedio a Yasser Arafat, sólo puede engendrar más violencia, entre otras cosas porque incrementa el sentimiento de odio hacia Israel tanto en la propia población palestina como en la de los países árabes. Por más que se argumente que se quiere destruir las bases de los movimientos terroristas, sólo se conseguirá más terrorismo, más atentados suicidas y, con ello, más inseguridad, no sólo para la propia población israelí sino también para todo el resto del planeta. Piensen por ejemplo en lo que acaba de ocurrir este fin de semana, cuando Israel consideró un éxito haber matado a varias figuras prominentes de la organización Al-Aqsa, y a las pocas horas llegó la respuesta prometiendo una represalia de características nunca vistas. ¿Dónde se concretará esa represalia? ¿Será en Israel o en Estados Unidos o en Londres o Buenos Aires? ¿O en Montevideo?
Hasta ese límite llega la locura retroalimentada entre combatientes de un lado y del otro.

Por eso digo: en nuestro caso, no tomar partido ante esta guerra no es fruto de la comodidad.
Es fruto de una honda vocación pacifista y, por tanto, de preocupación seria por la suerte de la gente común y corriente. ¿Cuántos niños palestinos absolutamente inocentes están muriendo en estos días mientras Israel se dedica a cazar terroristas? ¿Cuántos palestinos no terroristas se ven impedidos de trabajar? ¿Cuántos de ellos están perdiendo sus casas y sus pocas pertenencias?
Y del otro lado. ¿Cuántos jóvenes soldados israelíes caerán muertos o lisiados en estas incursiones en Cisjordania? ¿Cuántas familias judías en todo el mundo tiemblan al recibir las noticias sobre un nuevo atentado en Israel preguntándose si entre las víctimas estarán sus parientes o sus amigos que viven allá?

A mí me angustia pensar en los miles de israelíes y palestinos de a pie, esos que tienen el derecho indiscutible de vivir en paz en sus respectivos estados y que, sin embargo, están pagando un precio altísimo debido al desenfreno que se ha apoderado de varios de sus líderes, de un lado y del otro.
Por eso no puedo alinearme con ninguno de esos dirigentes. En todo caso sí quiero condenar la irresponsabilidad con la que se han movido unos y otros.
De todos modos, ellos no son los únicos culpables por los muertos y heridos que se apilan día a día en Medio Oriente. A mí también me alarma la pasividad que la comunidad internacional viene mostrando ante esta escalada.

 




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