A
propósito del Estado inhumano.
El silencio de los inocentes.
Editorial a cargo de Emiliano Cotelo.
Opinión En Perspectiva
Jueves 05.04.2001 - Hora 10.15
La situación de los
niños contaminados con plomo en La Teja es una demostración
trágica de lo obsoleto que se ha tornado el Estado uruguayo para
afrontar los problemas reales que vive la sociedad.
La falta de coordinación entre los actores que deben afrontar las
soluciones y tomar cartas en el asunto, y la lentitud con que se
ha abordado este drama que afecta a varias familias, provocaron
en mucha gente una nueva reacción de indignación, de esas que últimamente
se han vuelto cada vez más frecuentes a propósito de la actuación
de organismos públicos.
Estamos hablando de varios casos de niños con plomo en la sangre.
¿Por qué les pasó esto? ¿Cómo se enfermaron? ¿Desde cuándo están
así? ¿Quién es el responsable? ¿Cómo se van a curar?
Nicolás Amoroso es uno de los niños a quienes los exámenes detectaron
los índices de plombemia más altos.
Eso ahora, porque antes le habían dicho que la hinchazón de sus
rodillas y los dolores de cabeza que sentía se debían a que andaba
mucho en bicicleta.
Junto con el nuevo diagnóstico, los médicos del Hospital Pereira
Rosell le agregaron una recomendación: que no siguiera viviendo
en La Teja por el riesgo que corre su vida.
Y entonces las preguntas vuelven a amontonarse.
¿A dónde tiene que ir Nicolás Amoroso cuando los médicos recomiendan
que no vuelva a su barrio?
¿A dónde puede ir, si su familia no tiene recursos para enfrentar
la mudanza y la instalación en otro lugar?
¿Qué pasa con los más de cien Nicolás Amoroso que todavía juegan
en las calles de La Teja? ¿También se tienen que ir? Y en ese caso,
¿a dónde?. ¿Y quién asume los costos de ese traslado?
Son interpelaciones que no obtienen respuesta de parte de las autoridades.
Uno tiene la impresión de que se pasan la pelota del municipio al
ministerio de Medio Ambiente al municipio al ministerio de Salud
Pública al ministerio de Industria, etc.
La papa caliente no termina agarrándola nadie.
El Estado no ha dado hasta ahora respuestas claras.
Y mientras el tiempo pasa ¿quién puede asegurar que estos niños
no van a seguir muriendo de a poco?
"Se están haciendo gestiones", "eso no es tan así", "hay que estudiar
bien la zona", "vamos a transmitirle la preocupación a tal o cual
organismo"... son respuestas que en estos días llenan centímetros
de los diarios, minutos y horas en la radio y la televisión. Mientras
tanto, Nicolás Amoroso, que por recomendación médica NO PUEDE VIVIR
SEGUIR VIVIENDO EN LA TEJA, SIGUE EN SU CASA DE SIEMPRE. Pero ninguno
de los voceros que hacen declaraciones luce conmovido o atromentado
por ese drama.
A mucha gente eso le choca y por eso se acumulan las protestas.
Son innumerables las llamadas que recibimos los medios de comunicación,
con críticas muy severas y gritos de auxilio.
Es la vida de un niño la que está en juego. Y no sólo de uno. ¿Cuántos
Nicolás Amoroso en La Teja están en este momento corriendo peligro?
¿Alguien sabe? ¿Alguna autoridad del Estado puede decir hoy con
convicción "yo me ocupo de este asunto, es mi responsabilidad"?
LAS COLAS, LOS INUNDADOS.
El problema de la contaminación con plomo en La Teja es gravísimo.
Pero tanto o más grave es la ineficiencia de los organismos del
Estado. Ese Estado, que existe para organizar a la sociedad, no
logra brindar las soluciones que ésta le exige.
Y no ocurre sólo con esta crisis ambiental y sanitaria de La Teja.
Ojalá fuera sólo eso.
Ocurre todo el tiempo.
Por ejemplo en las colas gigantescas que los uruguayos tienen que
enfrentar para renovar la Cédula de Identidad o para sacar una nueva.
¿Por qué? Porque el Parlamento y el Poder Ejecutivo resolvieron
que ese documento es obligatorio a partir de los 45 días de vida,
pero no averiguaron antes si la Dirección Nacional de Identificación
Civil disponía de los recursos y de la infraestructura como para
afrontar la avalancha de solicitudes que se le vendría encima.
Ocurre, por ejemplo, en las tantas otras colas que el Estado infringe
a los ciudadanos, como la de la semana pasada en Asignaciones Familiares,
donde con tres o cuatro días de anticipación se conminó a los beneficiarios
a presentarse a actualizar su información antes del 31 de marzo,
so pena de no poder seguir cobrando la mensualidad. Por supuesto
que no había personal suficiente para atender a las miles de personas
que debían hacer el trámite. Así que de nuevo la gente, aterrorizada
ante la eventualidad de perder el beneficio, se largó a hacer cola
durante toda la noche, para asegurarse un lugar al día siguiente.
¿No se le ocurrió a las autoridades que la gente de noche tiene
que descansar? ¿No se les ocurrió que muchas de estas personas deben
hacer esa cola con sus niños en sus brazos, en algunos casos bebés?
¿Y si llueve? Horas de vida perdidas, quizás incluso jornales de
trabajo perdidos...¿y por qué? Porque el sistema informático cometió
errores...
Primero uno se pregunta si esos errores no podían arreglarse recurriendo
a las empresas en las que trabajan los beneficiarios de Asignaciones
Familiares, en vez de molestar una por una todas estas personas.
Pero suponiendo que el único camino es consultar uno por uno a los
beneficiarios, y teniendo en cuenta que la gente no tiene la culpa
de las fallas técnicas del sistema, por favor debieron haberle dado
tiempo a la gente, debieron haber diseñado un esquema digno para
citar y atender a ese público. Repito el término: un esquema digno,
que trate bien a la gente, que la respete. Se supone que estas instituciones
del Estado están para servir a la gente, no para agredirla y/o humillarla.
Porque, además, toda esa humillación, ¿por cuánto dinero es? ¿Cuánto
se cobra hoy por Asignaciónes Familiares? El valor máximo es de
170 pesos por mes y por hijo. Esa también es una cifra que da vergüenza.
Y la lista de ejemplos de ineficiencias puede continuar hasta el
infinito. Por ejemplo con otro tema que tratamos en estos días EN
PERSPECTIVA. El drama recurrente de los evacuados cada vez que llueve
unos milímetros de más. ¿Cuánto hemos gastado los uruguayos en resolver
cada una de las emergencias, trasladando gente, dándole de comer,
suministrándole ropa, reponiendo los bienes que el agua arrastró
de sus casas, todo eso multiplicado por decenas de ciudades, y por
decenas de años? ¿No hubiera sido más racional destinar toda esa
montaña de dinero a construir viviendas en lugares no inundables,
y a diseñar planes de ordenamiento territorial que delimitaran estrictamente
las zonas donde se puede levantar casas y las zonas en las que no?
Y, llevado a un caso bien sencillo y concreto: esa Escuela Rural
de Canelones que conocimos esta semana en nuestro programa, que
cada vez que caen cuatro gotas queda aislada, pese a que el "puentecito"
que habría que construir para evitarlo cuesta tres pesos y sin embargo
no lo construyen el Consejo de Primaria ni el MTOP ni la intendencia,
pese a que la maestra y los padres lo solicitan desde hace años.
Estoy mencionando sólo algunas situaciones que hemos estado tratando
en el programa en los últimos días. Y podríamos seguir enumerando
otras, durante horas.
QUE NO SE MALINTERPRETE
Por favor: que no se interprete este comentario desde el debate
entre más Estado o más mercado. Nada tiene que ver este editorial
con la discusión sobre "Estatizar o Privatizar".
Estoy hablando de algo mucho más simple (y a la vez más profundo):
estoy hablando de sensibilidad.
Estoy hablando de un Estado que tira por la borda su propia esencia.
Estoy hablando de un Estado que pierde la brújula y que se olvida
que su prioridad teóricamente es el bienestar de la gente.
Y tampoco pretendo que el Estado solucione con una varita mágica
la pobreza o los problemas económicos más graves.
Estoy "exigiéndole" que, por lo menos, no trate mal a la gente,
que la respete, que sea capáz de colocarse en el lugar de los seres
humanos.
LOS CULPABLES
Y el problema no tiene culpables fáciles de encontrar. En muchos
casos la responsabilidad de estos desvíos le corresponde a los jerarcas.
Pero en muchos otros es el propio empleado de abajo de la pirámide
el que se encarga de maltratar a quienes son sus iguales pero tienen
la desgracia de depender de él para un trámite o una gestión. Sí:
Ese mismo uruguayo que quizás padece una cola y maldice por ello,
cuando da la vuelta al mostrador y llega a su puesto de trabajo
en una oficina pública se vuelve "botón" y frío y no es capáz de
conmoverse ante una mujer embarazada, cansada y con escaso nivel
educativo, que quedó triturada por la burocracia y no puede terminar
un trámite tonto, porque le piden una nueva fotocopia, o un sello
en otro piso o cualquiera de esas bobadas inútiles que hacen perder
tanto tiempo, y que muchas veces podrían sortearse con un buen consejo,
una sonrisa, un simple gesto HUMANO.
Por supuesto que hay jerarcas y funcionarios que cumplen a cabalidad
con su papel en la sociedad, y que incluso se entregan a su funciones
mucho más allá de lo que el sueldo o el horario justificarían.
Pero, lamentablemente, en el imaginario colectivo pesan mucho más
los malos ejemplos, de esos, arriba y abajo, que olvidan o ignoran
la vocación de servicio.
LOS POR QUÉ DEL HASTÍO.
Y yo percibo que la gente cada vez está más enojada con estas cosas.
Quizás sea porque en el mundo se da un gran empuje de la rebeldía
ciudadana. No en vano por todas partes se extiende la conciencia
sobre los derechos del consumidor. No en vano en otros países se
instauran instituciones como el defensor del pueblo. Todo eso llega
también aquí, y los ciudadanos uruguayos están cada vez menos dispuestos
a soportar que los atropellen.
Pero además -me parece- hay otro factor jugando. En una época de
recesión, de problemas económicos, de desocupación o precarización
del empleo, los que son maltratados en oficinas del Estado no pueden
olvidar que esos otros compatriotas que no cumplen eficientemente
con su papel en la sociedad, sin embargo tienen sus puestos asegurados,
inamovibles, con sueldos que -altos o bajos- a fin de mes se cobran
religiosamente, sin dudas, sin recortes, sin incertidumbres. Esos
empleados que caen en la indiferencia y hasta en la soberbia, gozan
de un privilegio enorme en un contexto como el actual: tienen trabajo
seguro. Y quienes les pagan el sueldo son esos otros, los que hacen
cola desde la noche de ayer, y que quizás no tienen ese ingreso
firme en su bolsillo, o directamente están desempleados.
EL MENSAJE
Yo percibo cada vez más bronca ante estos atropellos injustos que
llegan desde el Estado.
El caso de Nicolás Amoroso -que tuvo la necesidad de quedarse en
La Teja, a pesar de la recomendación médica- es la luz roja de una
alarma que está ronca de sonar y cansada de que no la escuchen.
La realidad le está exigiendo a las autoridades no solo una reacción
urgente sino un cambio de actitud.
El mensaje es algo así como "Hagan algo antes que sea demasiado
tarde". Y esta dicho con deliberado doble sentido. O sea: no se
refiere sólo a la emergencia de La Teja. Se refiere al Uruguay mismo.
|