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El nuevo orden biológico mundial
Análisis
de Rafael Mandressi
EN PERSPECTIVA
Jueves 18.10.01
Las armas biológicas no son armas cualesquiera, y por lo
tanto los ataques o la amenaza de ataques con ese tipo de armas
tampoco. Un asunto importante para considerar es pues su especificidad.
Los aspectos que quisiera tomar en ese sentido son dos: en primer
lugar, la relación que se establece entre las armas biológicas
y el cuerpo. Toda arma es un instrumento para ejercer violencia
sobre el cuerpo (el cuerpo ajeno, naturalmente), y el modo en que
esa violencia se produce se vincula directamente con las ideas que
acerca del cuerpo tienen tanto los agresores como las víctimas.
El segundo aspecto se refiere al contexto, a la importancia de inscribir
los hechos de estos días en torno a las eventuales acciones
de terrorismo biológico en tendencias de más larga
duración. En otras palabras, se trata de ver cómo
la amenaza biológica pasa a un primer plano como un elemento
más de una serie de temas relacionados con lo que yo llamaría
una "biologización" de la agenda social.
En cuanto al primero de los temas, empecemos por lo obvio: toda
agresión depende de los medios disponibles para llevarla
a cabo. Cuando en el siglo XV, por ejemplo, los progresos de la
artillería llenaron el cielo de Europa de humo, de fuego
y de proyectiles, las posibilidades de ejercer violencia corporal
se ampliaron respecto de épocas anteriores. La invención
y la fabricación de un arma pone en manos de quienes la poseen
la opción de usarla.
Pero el empleo de un arma determinada no es únicamente una
consecuencia de contar con ella. El uso de un arma (así como
también el propio hecho de inventarla) tiene que ver además
con una idea del cuerpo que lleva a concebir cierto tipo de agresiones
corporales. Es decir, ¿qué es, qué significa
el cuerpo para mí, que concibo ciertas maneras de agredirlo
y no otras? El resultado de la agresión puede ser el mismo
(matar a un individuo, por ejemplo) pero las maneras de hacerlo
son tan significativas como el resultado.
La historia de la pena capital ilustra bien este punto: no es lo
mismo ejecutar a alguien quemándolo en la hoguera, descuartizándolo
en la plaza pública, ahorcándolo, decapitándolo
con la guillotina o aplicándole la inyección letal.
En todos los casos se trata de dar muerte a alguien a través
de una agresión corporal. Pero esos procedimientos diferentes
expresan intenciones distintas. El fuego que consume el cuerpo tiene
connotaciones de purificación, el descuartizamiento se aplicaba,
por ejemplo, a los magnicidas, a quienes cometían un atentado
contra el rey. El desmembramiento en ese caso tenía que ver
con romper la unidad del cuerpo de quien se había atrevido
a atentar contra la unidad del cuerpo del rey, que a su vez era
la metáfora del cuerpo del Estado.
De ahí que deba tenerse presentes dos componentes: por un
lado, la disponibilidad de un medio de agresión, de un arma,
y por el otro la capacidad que tenga el arma en cuestión
de agredir el cuerpo ajeno de un modo que para el agresor tenga
un sentido. Esto es, que además de aniquilar al otro, la
manera en que esa aniquilación se produce tenga un sentido.
La eficacia de un arma no depende solamente de que mate o que hiera,
sino también de cómo mate y cómo hiera, y eso
depende a su vez de la concepción del cuerpo que se tenga.
Dicho de otro modo, si quiero lastimarte, lo voy a hacer según
cómo crea yo que es tu cuerpo, para que te duela más.
A la hora de considerar la guerra o los atentados biológicos,
es conveniente atender a ambas componentes. Para emprender un ataque
de esa naturaleza es necesario, obviamente, disponer de armas biológicas;
hace falta tener los recursos científicos para idearlas y
los recursos tecnológicos para fabricarlas. Pero además
hay que tener razones para creer que esas armas son la mejor manera
de agredir el cuerpo del enemigo. Es preciso creer que las armas
biológicas no solamente son capaces de matar más o
de matar más rápido, sino de agredir más profundamente,
de manera más duradera, de manera más humillante,
de manera simbólicamente más significativa, más
insoportable.
Mencionemos al respecto tres elementos, entre otros.
Un arma biológica pone al individuo frente a la posibilidad
de ser agredido en relación a una experiencia que de un modo
u otro conoce: la enfermedad. No se tiene comúnmente la experiencia
de sufrir un bombardeo, o disparos. Para la mayoría de la
gente se trata de agresiones virtuales, que pueden ser imaginadas,
pero que en general no tienen el antecedente de la experiencia.
En cambio, es posible imaginarse como víctima de un atentado
biológico en función de la experiencia orgánica
de la enfermedad.
Por otra parte, la agresión biológica es una agresión
íntima, que se aloja en el espesor del propio organismo,
una agresión que se hace actuar desde dentro de la víctima.
Una cosa es la amenaza del impacto, del golpe, de la agresión
mecánica; otra cosa es la amenaza de la descomposición,
de algo que te invade, que te va royendo.
A lo anterior habría que sumar, por último, todo un
imaginario relacionado con esa idea del cuerpo invadido, una suerte
de síndrome de Alien, al que no son ajenos, entre otros,
los fantasmas que ha acarreado consigo el Sida. Se dice, por ejemplo,
que la peste negra forma parte del arsenal biológico que
anda desperdigado por ahí en algunos lugares del mundo. La
peste negra, nada menos, cargada de asociaciones con el castigo
divino, con el fin de los tiempos, con el Apocalipsis, con el mayor
azote de la historia de occidente, con la Europa medieval diezmada,
con la gente cayendo como moscas.
La amenaza biológica apunta pues al cuerpo de un modo que
no se parece al de otras amenazas de agresión, y moviliza
toda una serie de resortes de la relación con el cuerpo que
explican en buena medida el temor que ha irrumpido y sobre todo
el modo en que se está manifestando.
En cuanto al
segundo tema de los que mencionaba al comienzo, el que tiene que
ver con el contexto en que se está dando en estos días
la amenaza del terrorismo biológico, me limito a hacer algunos
apuntes muy breves. A mi juicio, este fenómeno al que estamos
asistiendo está inscripto en una evolución que se
produjo primero en el campo de la investigación científica,
en los círculos académicos, y que luego se ha ido
derramando hacia afuera de esos ámbitos para llegar a instalarse
en muchos comportamientos, discursos y maneras de pensar de sectores
sociales mucho más vastos.
Es lo que yo llamaría, como dije, una "biologización",
el lugar cada vez más central que ocupan los temas relacionados
con lo biológico. Así como las ciencias biológicas
han pasado en los últimos treinta o cuarenta años
a ser el conocimiento científico de referencia - han destronado
a la física, ciencia emblemática y en muchos sentidos
rectora durante varios siglos -, también se ha dado una "biologización"
de la agenda pública y privada.
De esa "biologización" hay a mi entender señales
muy claras, que van desde el peso creciente de los movimientos y
partidos ecologistas en Europa, a la agricultura "biológica",
la polémica en torno a los alimentos transgénicos
u organismos genéticamente modificados, las investigaciones
sobre el genoma humano, el ganado engordado con hormonas, la clonación,
y un largo etcétera.
Este es por supuesto un tema enorme, al que habría que sacarle
mucho más punta, pero por el momento me atrevería
a sugerir que los hechos de estas semanas vinculados con el presunto
terrorismo biológico, con los casos de ántrax y con
las demás amenazas eventuales de ese orden, deben ser puestos
en relación con ese contexto, que indica una tendencia más
de fondo y de más larga duración. En síntesis,
creo que se gana en comprensión de muchos aspectos de la
información cruda que estamos recibiendo si se la inserta
en la trama de relaciones entre ciencias y sociedad.
The
Henry L. Stimson Center:
documentos sobre armamento biológico
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