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El
desafío de la modernización parlamentaria
Politólogo
Jorge Lanzaro: Al tiempo que procesa las reformas en la sociedad
y el Estado, el Poder Legislativo debe encarar su propia reforma
en lo organizativo, en sus competencias y hasta en su imagen.
EN PERSPECTIVA
Jueves 15.11.01, 09.10.
EMILIANO COTELO:
En una época de reformas como la que vivimos, ¿cómo
debe modernizarse el Parlamento? ¿Tiene que ser más
expeditivo, debe deliberar menos? ¿Los legisladores deben
ser técnicos o en cambio deben contar con equipos permanentes
de asesores calificados? ¿Cómo puede mejorar la gestión
del Poder Legislativo? Este tipo de temas se discutió en
estos días en un seminario organizado en Montevideo por el
propio Parlamento con el Instituto de Ciencia Política de
la Universidad de la República, el Centro Latinoamericano
de Economía Humana (Claeh), con el apoyo de la Organización
de Estados Americanos (OEA).
Vamos a conversar
de estas cuestiones con el politólogo Jorge
Lanzaro, uno de los expositores en esos debates. Situemos
primero el contexto en el que el Parlamento piensa sobre sí
mismo y sobre su reconversión.
JORGE LANZARO:
Esta es una tarea planteada a muchos parlamentos en el mundo, sobre
todo a los de América Latina. Incluso por parte de los organismos
internacionales hay una preocupación especial: el BID, el
Banco Mundial, el PNUD, la OEA, tienen programas de fortalecimiento
de la institución parlamentaria.
En muchos casos
eso se dirige a países donde el Parlamento ha sido en el
mejor de los casos una figura relativamente decorativa o con poderes
pobres, que por suerte no es el caso uruguayo. En el caso uruguayo
hay una importante tradición parlamentaria, y una tradición
de relacionamiento entre el Parlamento y el Poder Ejecutivo y los
otros órganos del Estado; incluso hay cosas que tienen que
ver con el paisaje político de la ciudad.
EC - ¿Cómo
es eso?
JL - Si hace
unos años uno visitaba México, veía que el
Parlamento de ese país estaba en una esquinita de la vieja
ciudad, del casco viejo, en un edificio que se podría comparar
con el de la Junta Departamental de Montevideo o algo similar. El
Parlamento uruguayo, desde su emplazamiento originario, como el
estadounidense, está en lo poco de colina que puede tener
la ciudad de Montevideo y es el edificio más importante de
la ciudad, sin duda. Ni el nuevo edificio de la Presidencia -ni
hablar del viejo- se le compara. Eso tiene algo que ver: precisamente
en México se produjo, entre otras cosas, un cambio de edificio
muy importante en la medida en que el Parlamento fue adquiriendo
una importancia grande.
EC - De todos
modos el Parlamento uruguayo no tiene buena imagen en la opinión
pública.
JL - No. Creo
que allí hay tres cosas. Primero, hay un seguimiento con
ese factor de estudio de la opinión pública permanente
que somete a los políticos, a la política, a las instituciones
y por supuesto a otros actores sociales y a otras instituciones
privadas y públicas a una especie de termómetro permanente,
como pasa con los índices de los mercados, que son como nuevos
actores. En ese sentido son un elemento importante: no sabemos cuál
era la opinión pública de los uruguayos acerca de
su Parlamento en 1940. Podríamos decir, como decían
los suecos, "No es que tengamos más suicidios, tenemos
mejores estadísticas".
Un segundo elemento
es que las instituciones políticas -no sólo los partidos-
en sí mismas, en un sistema político democrático
y con separación de poderes, son órganos en competencia,
son instituciones que están en competencia entre ellas y
con el conjunto de los poderes sociales. Las críticas al
Parlamento, vengan del Poder Ejecutivo, de los ministerios, de las
organizaciones gremiales, sociales, de la prensa, de distintos lados,
tienen una carga que tiene que ver con la competencia política,
con la orientación que en definitiva cada uno querría
que tuvieran las cosas en términos de orientación
política sustantiva y en términos de celeridad o de
economía. Creo que también hay que tener esto en cuenta:
no hay mucha inocencia en las críticas. No digo que sea falta
de honestidad, pero no hay inocencia: son críticas cargadas
de competencia, de intencionalidad política.
Por último,
hay problemas efectivos; las críticas no son banales, triviales,
no nadan en el vacío: el Parlamento se enfrenta realmente
a problemas. Estamos en una época de grandes cambios en los
modelos de desarrollo, de grandes cambios en la política,
y esto afecta de diversa manera pero muy fuertemente a la política,
a los políticos, a las instituciones políticas, a
los partidos, y por supuesto al Parlamento y a los parlamentarios.
De alguna manera, todos estos actores y todas estas instituciones
y los partidos mismos están jugando un partido en el que,
en el mismo momento en que se están produciendo los fenómenos
de reforma y son ellos los principales responsables, titulares,
directores, orientadores de estas reformas -lo son particularmente
en Uruguay, donde no hay otros liderazgos visibles-, al mismo tiempo
tienen que reformarse a sí mismos. Están jugando un
partido que tiene una transición en la transición,
en ese sentido de que son titulares de las reformas y objeto de
la reforma, sujetos activos de la reforma política y parte
de la reforma política, que tienen que hacer ellos su propia
reforma.
Esto les pasa
a todos: a los empresarios, a los académicos, a las universidades,
a las instituciones educativas... A cada uno en su medio le pasa
lo mismo: tiene que apurar cambios y cambiarse a sí mismo.
Lo que pasa es que acá hay una centralidad, una visibilidad
y un reclamo público que tiene que ver con el lugar específico
que ocupan las instituciones políticas y el Parlamento en
particular, que hace de esto un elemento muy fuerte.
EC - Enumero
algunas de las críticas que se hace al Parlamento: que se
habla demasiado y se produce poco -un caso particular de este problema
surge cuando se lo acusa de obstaculizar y/o frenar iniciativas
del Poder Ejecutivo, de ahí que muchas veces éste
recurra a instrumentos del proyecto de ley de urgencia-; hay quienes
sostienen que su presupuesto es demasiado alto; por las dos anteriores
-escasa ejecutividad y alto costo- algunas gremiales han llegado
a propiciar reformas constitucionales para reducir la cantidad de
legisladores y/o pasar de un régimen bicameral a uno de una
sola cámara; también se señala que muchas veces
los parlamentarios tocan de oído o se mueven guiados por
el voluntarismo, en contraposición a un Poder Ejecutivo mucho
más sólido desde el punto de vista técnico.
Estos son algunos de los desafíos del Parlamento.
JL
- Sin duda. Primero hay que tener en cuenta que las críticas
se dirigen de alguna manera a elementos que no son circunstanciales
sino de la naturaleza misma, de la esencia del Parlamento. No se
puede pedir que sea ejecutivo a un organismo cuya acción
es el debate público y la producción de leyes.
EC - Tú
estás diciendo que algunas de estas críticas son infundadas.
JL - Infundadas
en ese sentido: se le está pidiendo al Parlamento que sea
lo que no puede ser. Si fuera lo que se quiere que sea -en cierta
medida- dejaría de ser lo que debe ser. Esto parece un trabalenguas...
EC - Digamos
que se acercaría al Consejo de Estado...
JL - Para eso
simplemente hagamos un gobierno de técnicos, un gobierno
sólo ejecutivo. ¿Para qué está el Parlamento?
¿Por qué hay dos cámaras, por qué el
número de parlamentarios debe ser razonable? Hay un Parlamento,
porque hay una función pública, una función
del Estado que es ejecutiva, de gobierno directo y de intervención
ejecutiva efectiva, y hay otra función del Estado que es
de debate público, de deliberación, de discusión
de opciones, de representación de opciones políticas
diferentes, de representación de los conflictos en la política
y en la sociedad. Esa función requiere una estructura que
tiene a la vez pluralidad en el hecho de que haya dos cámaras
y no una sola, y en el hecho de que el número de parlamentarios
sea razonable: 130 como tenemos en Uruguay no parece nada extraordinario.
En último
lugar, en cuanto a esta idea de que el Parlamento habla mucho y
hace poco, primero no es cierto: en el Instituto de Ciencia Política,
en un programa que coordino, acabamos de terminar un estudio de
la producción legislativa 1985-2000 que demuestra que ha
tenido una producción legislativa muy razonable.
EC - Por otra
parte, podría discutirse si la solución del país
pasa por producir muchas leyes, ¿no?
JL - Seguramente
la solución del país pasa en parte por producir leyes,
y en parte por acciones de gobierno específicas que se encuadran
en esas leyes.
EC - Me refiero
a que quizás, si tuviéramos un Parlamento muy productivo
en cuanto a cantidad de leyes, se podría generar la ilusión
de que con eso se resuelven las cosas.
JL - Las cosas
no se resuelven seguramente con leyes, pero tampoco sin leyes. No
sólo porque estamos en una democracia y se necesita de los
marcos jurídicos efectivos, sino porque las leyes son también
políticas públicas. El contenido de las leyes marca
las políticas públicas, marca los rumbos de política.
Estamos en un
período de reformas, el sistema de reformas del sector público,
la reforma de la economía, la reforma de la educación,
la reforma de la seguridad social... Es muy importante que se haga
estas cosas efectivamente como deben hacerse; no es problema de
reunirse seis, siete, ocho, 10 técnicos en una piecita y
resolver cuál es la solución más importante.
Primero, debe tener una solución de tipo político
que efectivamente componga las distintas posiciones que pueda haber
sobre un tema, porque no hay ninguna verdad única, unos dirán
una cosa y otros otra.
Segundo, precisamente
la destilería parlamentaria, el procedimiento parlamentario,
el pasaje por dos cámaras, el debate en dos cámaras,
la resolución en dos cámaras, la posibilidad de que
distintos representantes políticos de distintos partidos
y distintas regiones del país tengan voz y voto en las decisiones
grandes del país, en las que tienen que ver precisamente
con la producción legislativa y en este caso con todos los
paquetes de reformas, hacen a la calidad de la democracia y de las
reformas mismas.
Es evidente
que reformas hechas "a los ponchazos" como las que se
hicieron por ejemplo en Argentina, por decreto o arrinconando, acorralando
al Parlamento o sometiéndolo al comando del Ejecutivo, o
como suele suceder en otros países, en Inglaterra por ejemplo,
donde parlamentarios están sometidos a una disciplina parlamentaria
con lo que se llaman los látigos del Poder Ejecutivo dentro
del Parlamento, los whips... Comparemos las diferencias: éstas
tienen que ver con los tiempos, porque la democracia necesita tiempo
para desenvolverse.
Claro: si uno
está al mando de un gobierno dictatorial o de un gobierno
electo democráticamente pero que ejerce el mando en términos
autoritarios, obviamente las decisiones son más rápidas.
O aparentemente más rápidas, porque a su vez dentro
de la destilería del Poder Ejecutivo, de los ministerios,
de los técnicos, de las relaciones con las distintas instituciones
de la administración ejecutiva, también se demora
mucho si se quiere sacar un determinado producto. No es tan sencillo;
no es sentarse y hacer un proyecto de ley o un proyecto de decreto.
Creo que tiene que ver con la calidad de la democracia y con la
calidad de las reformas. Es, justamente, una oportunidad importante
de defensa de las competencias del Parlamento. Hay dos puntos en
que éste tiene rubros de defensa de su propia función.
EC - ¿Cuál
es el papel del Parlamento?
JL - Fundamentalmente
tiene tres o cuatro grandes funciones.
Una es el debate
político, el debate público, destacar opciones. Cuando
se discute sobre la reforma de la Dirección Impositiva es
importante que el país tenga, además de los sitios
múltiples donde ésta se pueda discutir -desde ya la
prensa, los medios de comunicación, etcétera, los
lugares que pueda haber como medios privilegiados de debate público-
uno privilegiado que es el Parlamento. Porque ese debate público
en ese solo lugar está ligado a una decisión política
colectiva y plural. Es allí donde la ciudadanía toma
las decisiones que toma, en términos de instancias representativas.
Nosotros podemos discutir aquí o convocar a técnicos,
a políticos, a discutir sobre la reforma de la Impositiva
o cualquier otra, pero la discusión de los parlamentarios
tiene otro sentido y otro valor, porque está dirigida a tomar
una decisión. Produce opinión pública, se refiere
a los ciudadanos a los que representa, a los partidos a los que
representa, a las regiones, a los departamentos a los que representa,
y este es un elemento muy fuerte.
El debate político
a veces es mirado como una pérdida de tiempo. Puede serlo:
hay debates banales, aburridos, que la gente no entiende, que viven
en la introspección, que son de la vida íntima del
Parlamento, que a veces tienen que ver con la relación entre
los parlamentarios y no con la relación entre éstos
y el público, sus representados. Pero éstos no deben
llevar a desvalorizar la función.
Es un elemento
de control del Poder Ejecutivo y de los otros organismos públicos,
y es un órgano de legislación.
Tiene otras
funciones: es un órgano coadministrador, porque habilita
una serie de decisiones y de nombramientos del Poder Ejecutivo,
la Suprema Corte de Justicia, la Corte Electoral. Pero, fundamentalmente,
debate público, control político y legislación
son los tres elementos, y están todos bañados por
la función básica de la representación, de
ser la titularidad mayor de la soberanía.
EC - Algunas
de las objeciones que yo enumeraba parecen objeciones ansiosas,
o que olvidan la esencia de la institución a la que se dirigen.
JL - Y en algunos
casos, malintencionadas. Uno puede estar muy preocupado por lo que
cuesta el Parlamento... Creo que el Parlamento uruguayo cuesta cifras
insignificantes; en realidad habría que gastar más
en este y en muchos otros parlamentos: gastar más y mejor,
invertir mejor.
El Parlamento
molesta, puede ser un elemento molesto porque puede no acceder a
ser ese organismo dócil a la voluntad del Ejecutivo o de
cualquier otra organización que pretenda tener una satisfacción
de sus intereses, que pueden ser muy legítimos pero son "sus"
intereses. El Parlamento recibe los intereses tuyos, míos,
de tal organización, de tal sector, de tal clase social,
de tal zona regional, y tiene que componer los distintos intereses
en juego. Para eso está, justamente, y no puede oír
sólo un interés y ser el vocero de esos intereses.
EC - De todos
modos, pese a esa reafirmación del fuero del Poder Legislativo
y de su papel en la sociedad y en el esquema de poderes, parece
claro que ese Parlamento tiene que asumir algunos cambios; adaptarse,
reconvertirse. ¿Qué es lo que está pendiente?
JL - Creo que
hay varias cosas. Una tiene que ver con el ejercicio de sus funciones,
la defensa de su competencia.
Otra tiene que
ver con la forma de su relacionamiento con el público.
Otro punto,
si se quiere no hacia fuera sino hacia adentro, tiene que ver con
el perfeccionamiento de sus procesos de trabajo, de la gestión
parlamentaria. La forma de trabajo en las comisiones, en el Plenario.
Y otro punto
muy fuerte es compensar la formidable asimetría de recursos,
de información y asesoramiento. Tú decías si
los parlamentarios tienen que ser técnicos. No tienen por
qué serlo: deben ser representantes políticos de la
ciudadanía y de los partidos. Esa es su profesión.
Pueden ser de cualquier profesión y son representantes con
una competencia generalista: deben opinar sobre los más diversos
temas que llegan a las carpetas parlamentarias. Obviamente, no puede
haber un Parlamento de sabios, un Parlamento de expertos, sino de
representantes políticos pero que a su vez tenga los recursos
para procurarse la información, los conocimientos, el asesoramiento
necesario para poder ser un órgano fuerte en la buena producción
legislativa, en el buen control político, en la buena representación,
en la buena relación con el Poder Ejecutivo que, a su vez,
ha ido acumulando en forma importante una serie de recursos institucionales,
y que tiende a acumular y a secretear la información.
EC - Curiosamente,
entonces, aquí tenemos un rubro en que...
JL - ... hay
que gastar.
EC - ... el
presupuesto del Parlamento debería aumentar.
JL - Sin ninguna
duda.
EC - Porque
es un hecho que el Parlamento no tiene hoy un staff institucional
de asesores. Un equipo de asesores que trabaje para las cámaras,
a disposición de los distintos sectores políticos.
Pero tampoco un staff de asesores por bancadas, por ejemplo.
JL - Los modelos
que hay en el mundo (pensemos por ejemplo en el Congreso de los
Estados Unidos, uno de los que tiene más, pero por supuesto
hay otros Parlamentos) tienen eso que tú decías. Y
funciona en distintas formas: hay instituciones, oficinas que sirven
al conjunto del Parlamento, a las dos cámaras, a todos los
legisladores, como centros de aprovisionamiento de información
y asesoramiento. En algunos casos haciendo acopio de información
por cuenta propia, en otros casos siendo expertos en buscar información
pertinente, en sistematizarla y entregarla no a tal o cual bancada
sino al conjunto de los legisladores. Una oficina de asesoramiento
parlamentario como podría ser la biblioteca, el departamento
jurídico, el de Derecho comparado, Información Legislativa...
Es una oficina de asesoramiento, y los técnicos que están
allí deben serlo en técnica parlamentaria, no técnicos
en los infinitos temas posibles que el Parlamento debe tratar.
Esta es una
cuestión que me parece que está pendiente.
La segunda cuestión
pendiente es esta de que las bancadas en conjunto y los legisladores
individualmente puedan tener recursos de esta índole. Todo
este debate en torno a los pases en comisión, que en algunos
casos son perfectamente justificados (justamente porque el Parlamento
no tiene dotaciones propias para esas contrataciones, y porque además
se necesita que sea personal de confianza política de esos
legisladores) aunque pueden haber dado lugar a degeneraciones en
la práctica. Todo esto apela a la necesidad de los parlamentarios
de poder competir entre sí, oposición y gobierno,
distintos sectores partidarios y el Poder Legislativo entero con
el Poder Ejecutivo y con otros poderes del Estado, con los ministerios,
con UTE, con Antel, con las Intendencias, necesitan información,
conocimientos, recursos.
EC - Teóricamente,
entonces, se debería sustituir el sistema de los pases en
comisión por otro esquema...
JL - No sé.
EC - ...otro
esquema que permitiera a los legisladores disponer de asesores.
JL - Hay algunas
partidas para asesores, pero son insuficientes. Las bancadas deberían
tenerlos, el Parlamento en su conjunto debería tenerlos,
y a la vez puede haber organismos externos al Parlamento que oficien
como proveedores de información: típicamente los institutos
universitarios, o institutos especializados como en el caso de Chile,
que se dedican expresamente a proveer al Parlamento de información
sobre medio ambiente, recursos hidráulicos, impositiva...
sobre la cantidad de cosas que el legislador debe aprender en el
momento, y no venir sabiéndolo de antes, simplemente para
decidir entre las grandes opciones. No debe transformarse en experto
en estructuras impositivas: tiene que saber cuáles son las
opciones fundamentales.
EC - Este parece
un punto muy importante en esa reforma del Parlamento.
JL - Y creo
que hay otro, que tiene que ver con dos cuestiones. Una sobre lo
que podríamos llamar problemas de cultura política,
de liderazgo institucional, e incluso (aunque la palabra pueda rechinar
en el contexto en el que estamos hablando, el Parlamento), de marketing
institucional. Es decir que el Parlamento debe montar (lo ha hecho
de alguna manera), desde sus autoridades pero también en
forma institucional y sistemática, un sistema distinto de
intercambio y comunicación con la ciudadanía. No pasar
las sesiones del Parlamento por radio, con lo que la gente puede
llegar a morir de sopor sin entender nada, u oyendo las cosas de
manera distinta, sino entender mecanismos de didáctica, de
pedagogía ciudadana, en el sentido de salir a explicar cuáles
son sus funciones, cómo las cumple, porqué su organización
tiene que ser tal, porqué su número, qué hace,
qué no, cuánto está gastando...
El segundo elemento
tiene que ver con el liderazgo porque, para lograr todas estas cosas,
hay que construir liderazgo institucional. La UTE Se reforma porque
construye un liderazgo reformista. Antel también, la educación
también. Donde no hay liderazgos reformistas es difícil
que haya reformas. Entonces, efectivamente, hay un problema de liderazgo
institucional con la dirección de las reformas, que debe
explicar hacia fuera y construir hacia adentro el proceso de la
reforma. Un proceso complicado, que necesita de acuerdos políticos.
Luego lo que
tiene que ver con la reubicación del Parlamento en el sistema
institucional. Tiene que ver, primero, con una tendencia de muy
largo plazo que ha ido corriendo una serie de competencias hacia
el Poder Ejecutivo, sobre todo aquellas que tienen que ver con gasto
público, con posibilidades presupuestarias, de asignación
de cargos y de recursos. Eso ha quitado competencias al Parlamento
en materia legislativa, ha reducido sus facultades de discrecionalidad
en la decisión legislativa, y últimamente, de manera
más clara, también le ha reducido la capacidad de
intervenir como mediador, como representante, como actor de clientelas
en el sentido de poder hacer servicios a sus representados: empleos
públicos, intervenciones frente a los organismos del Estado,
a los distintos entes y agencias.
Esto ocurre
así porque hay una disciplina presupuestal restrictiva, porque
los organismos funcionan con otra disciplina administrativa, con
una lógica de mercado con que antes no funcionaban. No es
fácil conseguir ahora que UTE ponga electricidad gratis a
una escuelita de un pueblo del interior porque es pobre, porque
UTE ya no hace distribución social como lo hacía antes
(en todo caso la distribución social tiene que pasar por
otro lado). Eso reduce también el papel de los parlamentarios.
¿En qué se pueden hacer fuertes? En ser buenos actores
en control político del Poder Ejecutivo, en ser buenos debatidores
públicos de las opciones políticas nacionales y en
ser buenos legisladores. Ser buenos legisladores supone un desafío,
porque no estamos en un período de legislaciones ordinarias
sino de reformas fundacionales: se está rearmando al país,
se está rehaciendo cada uno de sus vericuetos con leyes nuevas,
con estatutos jurídicos nuevos. Hay dos cosas: esas leyes
tienen que ser buenas, el papel del Parlamento en el proceso de
elaboración de esas leyes tiene que ser importante. Por suerte
en nuestro país es importante, no sucede lo que en otros
países.
A su vez, el
Parlamento debe tener la habilidad, la pertinencia funcional de
reservarse competencias para que, una vez montadas nuevas instituciones
o reformadas las existentes, tenga a su vez la capacidad de estar
encima de los hombres de acción del Ejecutivo. ¿Se
propone crear nuevas agencias que van a regular las comunicaciones
y la energía? El Parlamento no sólo debe votar las
leyes (sobre todo no debe hacerlo en la forma pésima que
lo hizo, metidas de contrabando adentro de una ley presupuestal,
sino abiertamente, propuestas como leyes especiales, sacadas de
ese ómnibus parlamentario y discutir expresamente esos puntos).
Debe hacerlo bien procesalmente, sustantivamente, enterarse efectivamente
de cuáles son las distintas modalidades de regulación
que en el mundo está habiendo, cuando ésta es una
función en desarrollo del Estado.
Reservarse su
propia competencia en lo que tiene que ver con el nombramiento y
la vigilancia de esos actores. Pongo el ejemplo de ésos porque
en los otros casos Uruguay tiene una experiencia muy larga: nada
se hace en materia de administración pública, de grandes
nombramientos o designaciones si no es a través de las venias
del Senado. Eso es muy importante. El Senado y la Cámara
de Diputados deben tener a su vez la posibilidad de ir sobre esos
organismos para controlarlos y hacer efectivo el control.
No hay que achicarlo
sino más bien agrandarlo, no digo en tamaño sino en
sus funciones y su inversión política y económica.
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Transcripción: María Lila Ltaif Curbelo y Jorge García
Ramón
Edición: Jorge García Ramón
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