Derivaciones de una denuncia policial
Un adolescente
rapiñado y secuestrado termina sintiéndose acusado
por la actuación judicial: ¿por qué no sabe
el nombre de las calles? ¿tiene alguna discapacidad psíquica?...
Su padre, Alberto Irigoyen, advierte sobre la creciente sensación
de inseguridad.
EN PERSPECTIVA
Jueves 29.11.01, 08.15.
EMILIANO COTELO:
"Me invade un espantoso estado de angustia y un sudor frío
me recorre la espalda. Y tan sólo puedo imaginar las pesadillas
que sufre mi hijo", decía una
carta que nos enviaba el padre de un adolescente que
fue secuestrado en pleno Pocitos, carta que leímos el lunes
pasado y publicamos en Espectador.com. El delincuente le robó
los championes y, bajo continuas amenazas de muerte, le obligó
a subir (descalzo) a un ómnibus donde también le robó
la campera, para finalmente dejarlo en libertad en Avenida Italia
y Comercio. Todo el episodio ocurrió a la vista de numerosas
personas en la parada y en el propio ómnibus, ninguna de
las cuales hizo nada por intervenir.
Comentando el
hecho, el padre descubrió lo que parece ser el común
denominador del barrio. "Una semana antes pasó algo
similar en 21 de setiembre y Ellauri. A mi sobrino de 14 año
lo asaltaron frente a Kibon y a una compañera de mi hija
le hicieron un corte en la cara con una trincheta", relató.
Pero, para la
Policía, lo que le pasó al hijo del oyente fue un
hecho delictivo puntual, según dijo a El Espectador el titular
de la Jefatura, Nelsi Bobadilla. "Esto es un hecho aislado.
No tenemos noticias sobre otro tipo de acciones delictivas de esta
modalidad. Es extraño, porque el delincuente cometió
el arrebato o la rapiña de esos bienes, y luego lo hace subir
al ómnibus (...). La investigación está trabajando
sobre este tema, no tenemos un resultado, pero realmente preocupa".
Bobadilla aclaró
que a la Policía sólo le queda incrementar la vigilancia:
"Tenemos un patrullaje previsto en cada radio y allí
están involucradas las paradas de ómnibus. No podemos
tener un policía en cada parada, pero sí un patrullaje
de observación en toda la zona, en toda la jurisdicción
y que abarca estas situaciones. Pero es importante tener la noticia
o cualquier otro hecho que nos pueda estar creando una situación
delictiva diferente", dijo.
***
A partir de
esa respuesta, y para saber también si la familia del joven
ha tenido otras novedades desde el lunes, vamos a conversar al aire
por primera vez con el autor de la carta. El lunes sólo dimos
su nombre de pila, pero hoy nos ha dicho que está dispuesto
a que manejemos también su apellido. Es el señor Alberto
Irigoyen.
En primer término
¿cómo observa los comentarios que hizo el jefe de
Policía de Montevideo?
ALBERTO IRIGOYEN:
Me preocupa, porque aunque sea un caso aislado, como él dice,
un caso atípico. Lo que no es atípico es que el barrio
sea inseguro o que Montevideo sea inseguro. Yo no quiero que este
caso en particular oculte toda la problemática que hay en
el fondo; es muy fácil decir "esto no va a volver a
pasar porque es un caso extraño": la inseguridad que
vivimos no es sólo por este caso.
En definitiva,
las dudas que yo tengo y que se han instalado en mi familia quedan
planteadas de la misma manera: ¿cómo educamos a nuestros
hijos para que esto no vuelva a suceder, que no les roben la bicicleta
en la puerta de la casa, no les arrebaten la mochila o lo que fuera?
Esa pregunta quedó sin contestar y francamente no sé
qué hacer al respecto.
EC - ¿Tuvo
novedades en estos días, desde que usted remitió la
carta?
AI - Sí.
Curiosamente ustedes leyeron esa carta aproximadamente 8 y 30 de
la mañana...
EC - 8 y 15.
AI - ...yo llegué
a mi casa aproximadamente 12 y 30 y me avisaron que había
estado la Policía para comunicar que ya habían detenido
a un sospechoso. A la 1 volvió el agente, estuvimos conversando
un rato largo y nos dijo que efectivamente, a partir de un dato
que les había dado mi hijo -que el muchacho llevaba en la
mano un pote de detergente- habían empezado a investigar
a los limpiavidrios que están instalados en casi todas las
esquinas que tienen semáforo, y lo ubicaron.
Me llamó
la atención sobre todo por la rapidez, porque yo hice la
denuncia una semana antes y... La carta fue una especie de detonante.
Como me llamó la atención, temí que pagaran
justos por pecadores y agarraran a cualquiera. El policía
me explicó que el muchacho, en una actitud que les llamó
la atención, había confesado de plano lo que había
hecho y que había aportado datos que sólo sabía
quien lo hubiera hecho, que no le quedaba ninguna duda al respecto.
Pero la historia
no termina ahí. La visita del policía fue para citar
a mi hijo para que lo reconociera. Cuando hicimos la denuncia, el
subcomisario que nos atendió en Malvín nos invitó
a llevar a nuestro hijo a la Jefatura a mirar las fotos de la gente
que tenía antecedentes para ver si ubicaba al agresor, pero
lo que más quería mi hijo era olvidarse de todo. Le
hice caso y dije "Ya está, se acabó". Pero
acá... su obligación, su responsabilidad como ciudadano
era seguir adelante con lo que habíamos iniciado e ir a reconocer
al sospechoso.
EC - ¿Cómo
fue el reconocimiento?
AI - Fuimos
al juzgado de la calle Bartolomé Mitre... Creo que es importante
que quien nos esté escuchando se ponga un poco en la cabeza
de mi hijo: 16 años parece mucho para quien lo oye, pero
mi hijo es tímido, retraído y vivió una experiencia
lamentable. Llegar al juzgado por primera vez en su vida -yo tampoco
había estado antes- y ver ese ambiente sobrecogedor...
Ya al entrar
había un montón de gente en la puerta, que supongo
que estaba esperando a los detenidos. Ni bien entramos nos recibieron
unos gritos espantosos, de alguien que evidentemente estaba sufriendo
mucho; la explicación de la Policía fue que algún
detenido estaba sufriendo una crisis nerviosa y actuaba de esa manera.
Al llegar al cuarto piso nos cruzamos con un servicio de emergencia
móvil que supusimos que venía a atender al hombre.
Todo el ambiente
era bastante pesado para uno que no está acostumbrado. Había
gente golpeada esperando, que supusimos que, como nosotros, venía
a hacer una denuncia o un careo. Estuvimos tres horas desde que
nos citara el juez, hasta que pasamos. Yo insistí en acompañarlo
porque, cuando lo convencimos con el agente de que tenía
que actuar con responsabilidad, le dije que lo iba a acompañar
siempre, que no lo iba a dejar solo. Llegado ante el juez, éste
me pidió que saliera, dejó la puerta abierta para
que yo pudiera escuchar lo que le preguntaba, y cuando le preguntó
dónde había sido el hecho, dónde tomaba el
ómnibus, etcétera, mi hijo le contestó vagamente.
Esto tiene una explicación: mi hijo no sabe el nombre de
las calles. No lo culpo: si bien no parece muy lógico, muy
normal, mi hijo vive en el barrio, se desplaza generalmente caminando
por el barrio, y la única finalidad de tomar un ómnibus
para salir del barrio es justamente para ir al lugar donde lo robaron,
cuando va a su profesora particular. Sabe en qué parada tomar
el ómnibus y dónde bajarse, el nombre de las calles
no le interesa demasiado. Estará bien o mal, pero ésa
es la realidad.
Ante esas respuestas
el juez suspendió el interrogatorio y fue a preguntarme si
mi hijo tenía algún problema mental. Le respondí
que no, de ninguna manera; que simplemente no conocía el
nombre de las calles. La respuesta no lo conformó mucho.
Más adelante vuelve a salir y me dice que mi hijo le había
preguntado qué tenía que ver el estudio con los ladrones,
una pregunta que evidentemente no tenía mucho sentido. Le
pregunté al juez qué le estaba preguntando y me contestó
que cómo le iba en el colegio. Le dije que, entonces, lo
que le estaba diciendo mi hijo era que no le gusta que le pregunten
eso y que no entiende por qué le están preguntando
eso si lo robaron. El juez se molestó y me dijo: "¿Está
insinuando que soy un gordito boludo?"; "Puede ser -le
dije-, pero con más respeto".
Cuando salimos
mi hijo me dijo "Papá: me siento que yo robé
al otro, me están investigando a mí". El juez
me hizo pasar y me hizo alusiones a simulación de delito,
realmente no entendía mucho qué estaba pasando. Desde
el primer momento, cuando salimos de casa, mi hijo me dijo que no
sabía si podría reconocer al muchacho, como que lo
bloqueó. Sin embargo, cuando se presentaron allí cuatro
personas, detrás de un vidrio, no dudó un segundo
y dijo "es Fulano". Yo pensé que ahí había
terminado el drama.
Sin embargo
el día siguiente, aproximadamente a las 6 y 30 de la mañana,
tocan el timbre en casa y era un agente -quiero disculparme públicamente
porque lo traté muy mal- que venía a citarme para
un reconocimiento -no recuerdo el nombre técnico- psicológico
de mi hijo. Esto me inquieta más todavía: se pasa
de víctima a victimario, no entiendo qué pasa. Consulté
a un abogado y me dijo que era rarísimo esta actitud del
juez, que él tampoco la entendía. Yo directamente
me negué a ir y se acabó, para mí el tema está
enterrado.
Pero
lo que no está enterrado es todo lo que encierra: que la
inseguridad sigue, en casa nos sentimos muy mal y seguimos sin saber
qué hacer. Por lo tanto creo que ahora lo importante es olvidar
el caso de mi hijo, pero tener en cuenta lo que está pasando
en este país, esto que se ha instalado en Montevideo, esa
violencia cotidiana que tenemos que vivir, esa mendicidad abrumadora
que todos percibimos, sobre todo cuando paramos en cada semáforo
y vemos como que estamos obligados a dar una limosna o a que nos
limpien el vidrio... Una señora con un bebé en brazos
poco menos que nos exige que le demos una moneda y si no hacemos
lo que piden nos vemos sometidos a insultos o agresiones. Eso está
en la prensa de todos los días. Creo que el país se
nos va de las manos.
Repercusiones de esta entrevista
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Transcripción: María Lila Ltaif Curbelo
Edición: Jorge García Ramón
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