30.11.2001

 

 

Repercusiones de esta entrevista



Derivaciones de una denuncia policial

Un adolescente rapiñado y secuestrado termina sintiéndose acusado por la actuación judicial: ¿por qué no sabe el nombre de las calles? ¿tiene alguna discapacidad psíquica?... Su padre, Alberto Irigoyen, advierte sobre la creciente sensación de inseguridad.


EN PERSPECTIVA
Jueves 29.11.01, 08.15.


EMILIANO COTELO:
"Me invade un espantoso estado de angustia y un sudor frío me recorre la espalda. Y tan sólo puedo imaginar las pesadillas que sufre mi hijo", decía una carta que nos enviaba el padre de un adolescente que fue secuestrado en pleno Pocitos, carta que leímos el lunes pasado y publicamos en Espectador.com. El delincuente le robó los championes y, bajo continuas amenazas de muerte, le obligó a subir (descalzo) a un ómnibus donde también le robó la campera, para finalmente dejarlo en libertad en Avenida Italia y Comercio. Todo el episodio ocurrió a la vista de numerosas personas en la parada y en el propio ómnibus, ninguna de las cuales hizo nada por intervenir.

Comentando el hecho, el padre descubrió lo que parece ser el común denominador del barrio. "Una semana antes pasó algo similar en 21 de setiembre y Ellauri. A mi sobrino de 14 año lo asaltaron frente a Kibon y a una compañera de mi hija le hicieron un corte en la cara con una trincheta", relató.

Pero, para la Policía, lo que le pasó al hijo del oyente fue un hecho delictivo puntual, según dijo a El Espectador el titular de la Jefatura, Nelsi Bobadilla. "Esto es un hecho aislado. No tenemos noticias sobre otro tipo de acciones delictivas de esta modalidad. Es extraño, porque el delincuente cometió el arrebato o la rapiña de esos bienes, y luego lo hace subir al ómnibus (...). La investigación está trabajando sobre este tema, no tenemos un resultado, pero realmente preocupa".

Bobadilla aclaró que a la Policía sólo le queda incrementar la vigilancia: "Tenemos un patrullaje previsto en cada radio y allí están involucradas las paradas de ómnibus. No podemos tener un policía en cada parada, pero sí un patrullaje de observación en toda la zona, en toda la jurisdicción y que abarca estas situaciones. Pero es importante tener la noticia o cualquier otro hecho que nos pueda estar creando una situación delictiva diferente", dijo.

***

A partir de esa respuesta, y para saber también si la familia del joven ha tenido otras novedades desde el lunes, vamos a conversar al aire por primera vez con el autor de la carta. El lunes sólo dimos su nombre de pila, pero hoy nos ha dicho que está dispuesto a que manejemos también su apellido. Es el señor Alberto Irigoyen.

En primer término ¿cómo observa los comentarios que hizo el jefe de Policía de Montevideo?

ALBERTO IRIGOYEN:
Me preocupa, porque aunque sea un caso aislado, como él dice, un caso atípico. Lo que no es atípico es que el barrio sea inseguro o que Montevideo sea inseguro. Yo no quiero que este caso en particular oculte toda la problemática que hay en el fondo; es muy fácil decir "esto no va a volver a pasar porque es un caso extraño": la inseguridad que vivimos no es sólo por este caso.

En definitiva, las dudas que yo tengo y que se han instalado en mi familia quedan planteadas de la misma manera: ¿cómo educamos a nuestros hijos para que esto no vuelva a suceder, que no les roben la bicicleta en la puerta de la casa, no les arrebaten la mochila o lo que fuera? Esa pregunta quedó sin contestar y francamente no sé qué hacer al respecto.

EC - ¿Tuvo novedades en estos días, desde que usted remitió la carta?

AI - Sí. Curiosamente ustedes leyeron esa carta aproximadamente 8 y 30 de la mañana...

EC - 8 y 15.

AI - ...yo llegué a mi casa aproximadamente 12 y 30 y me avisaron que había estado la Policía para comunicar que ya habían detenido a un sospechoso. A la 1 volvió el agente, estuvimos conversando un rato largo y nos dijo que efectivamente, a partir de un dato que les había dado mi hijo -que el muchacho llevaba en la mano un pote de detergente- habían empezado a investigar a los limpiavidrios que están instalados en casi todas las esquinas que tienen semáforo, y lo ubicaron.

Me llamó la atención sobre todo por la rapidez, porque yo hice la denuncia una semana antes y... La carta fue una especie de detonante. Como me llamó la atención, temí que pagaran justos por pecadores y agarraran a cualquiera. El policía me explicó que el muchacho, en una actitud que les llamó la atención, había confesado de plano lo que había hecho y que había aportado datos que sólo sabía quien lo hubiera hecho, que no le quedaba ninguna duda al respecto.

Pero la historia no termina ahí. La visita del policía fue para citar a mi hijo para que lo reconociera. Cuando hicimos la denuncia, el subcomisario que nos atendió en Malvín nos invitó a llevar a nuestro hijo a la Jefatura a mirar las fotos de la gente que tenía antecedentes para ver si ubicaba al agresor, pero lo que más quería mi hijo era olvidarse de todo. Le hice caso y dije "Ya está, se acabó". Pero acá... su obligación, su responsabilidad como ciudadano era seguir adelante con lo que habíamos iniciado e ir a reconocer al sospechoso.

EC - ¿Cómo fue el reconocimiento?

AI - Fuimos al juzgado de la calle Bartolomé Mitre... Creo que es importante que quien nos esté escuchando se ponga un poco en la cabeza de mi hijo: 16 años parece mucho para quien lo oye, pero mi hijo es tímido, retraído y vivió una experiencia lamentable. Llegar al juzgado por primera vez en su vida -yo tampoco había estado antes- y ver ese ambiente sobrecogedor...

Ya al entrar había un montón de gente en la puerta, que supongo que estaba esperando a los detenidos. Ni bien entramos nos recibieron unos gritos espantosos, de alguien que evidentemente estaba sufriendo mucho; la explicación de la Policía fue que algún detenido estaba sufriendo una crisis nerviosa y actuaba de esa manera. Al llegar al cuarto piso nos cruzamos con un servicio de emergencia móvil que supusimos que venía a atender al hombre.

Todo el ambiente era bastante pesado para uno que no está acostumbrado. Había gente golpeada esperando, que supusimos que, como nosotros, venía a hacer una denuncia o un careo. Estuvimos tres horas desde que nos citara el juez, hasta que pasamos. Yo insistí en acompañarlo porque, cuando lo convencimos con el agente de que tenía que actuar con responsabilidad, le dije que lo iba a acompañar siempre, que no lo iba a dejar solo. Llegado ante el juez, éste me pidió que saliera, dejó la puerta abierta para que yo pudiera escuchar lo que le preguntaba, y cuando le preguntó dónde había sido el hecho, dónde tomaba el ómnibus, etcétera, mi hijo le contestó vagamente. Esto tiene una explicación: mi hijo no sabe el nombre de las calles. No lo culpo: si bien no parece muy lógico, muy normal, mi hijo vive en el barrio, se desplaza generalmente caminando por el barrio, y la única finalidad de tomar un ómnibus para salir del barrio es justamente para ir al lugar donde lo robaron, cuando va a su profesora particular. Sabe en qué parada tomar el ómnibus y dónde bajarse, el nombre de las calles no le interesa demasiado. Estará bien o mal, pero ésa es la realidad.

Ante esas respuestas el juez suspendió el interrogatorio y fue a preguntarme si mi hijo tenía algún problema mental. Le respondí que no, de ninguna manera; que simplemente no conocía el nombre de las calles. La respuesta no lo conformó mucho. Más adelante vuelve a salir y me dice que mi hijo le había preguntado qué tenía que ver el estudio con los ladrones, una pregunta que evidentemente no tenía mucho sentido. Le pregunté al juez qué le estaba preguntando y me contestó que cómo le iba en el colegio. Le dije que, entonces, lo que le estaba diciendo mi hijo era que no le gusta que le pregunten eso y que no entiende por qué le están preguntando eso si lo robaron. El juez se molestó y me dijo: "¿Está insinuando que soy un gordito boludo?"; "Puede ser -le dije-, pero con más respeto".

Cuando salimos mi hijo me dijo "Papá: me siento que yo robé al otro, me están investigando a mí". El juez me hizo pasar y me hizo alusiones a simulación de delito, realmente no entendía mucho qué estaba pasando. Desde el primer momento, cuando salimos de casa, mi hijo me dijo que no sabía si podría reconocer al muchacho, como que lo bloqueó. Sin embargo, cuando se presentaron allí cuatro personas, detrás de un vidrio, no dudó un segundo y dijo "es Fulano". Yo pensé que ahí había terminado el drama.

Sin embargo el día siguiente, aproximadamente a las 6 y 30 de la mañana, tocan el timbre en casa y era un agente -quiero disculparme públicamente porque lo traté muy mal- que venía a citarme para un reconocimiento -no recuerdo el nombre técnico- psicológico de mi hijo. Esto me inquieta más todavía: se pasa de víctima a victimario, no entiendo qué pasa. Consulté a un abogado y me dijo que era rarísimo esta actitud del juez, que él tampoco la entendía. Yo directamente me negué a ir y se acabó, para mí el tema está enterrado.

Pero lo que no está enterrado es todo lo que encierra: que la inseguridad sigue, en casa nos sentimos muy mal y seguimos sin saber qué hacer. Por lo tanto creo que ahora lo importante es olvidar el caso de mi hijo, pero tener en cuenta lo que está pasando en este país, esto que se ha instalado en Montevideo, esa violencia cotidiana que tenemos que vivir, esa mendicidad abrumadora que todos percibimos, sobre todo cuando paramos en cada semáforo y vemos como que estamos obligados a dar una limosna o a que nos limpien el vidrio... Una señora con un bebé en brazos poco menos que nos exige que le demos una moneda y si no hacemos lo que piden nos vemos sometidos a insultos o agresiones. Eso está en la prensa de todos los días. Creo que el país se nos va de las manos.



Repercusiones de esta entrevista

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Transcripción: María Lila Ltaif Curbelo
Edición: Jorge García Ramón






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