28.12.2001

 



"El viejo Günter", entre la tierra y el mar

El contralmirante retirado Oscar Lebel recoge, en forma de cuentos, algunos episodios de su vida. Entre ellos, uno que quedó registrado en la historia nacional: cuando proclamó desde un balcón su repudio a la dictadura militar recién instalada. "Soy muy miedoso, pero aquel día no tuve miedo. Actué movido por una compulsión: si no hacía algo, sentiría vergüenza por el resto de mi vida".

EN PERSPECTIVA
Miércoles 26.12.01, 08.40.

EMILIANO COTELO:

27 de junio de 1973.

Esa mañana, temprano, el despertador que -como siempre- estaba conectado electrónicamente a la radio, arrancó con una chirriante marcha militar. El abuelo creyendo que estaba en plena pesadilla despertó temblando y empapado en sudor. No podía creer lo que estaba oyendo:

-"Las Fuerzas Armadas al pueblo oriental: Los mandos militares en acuerdo con el presidente Juan María Bordaberry han decidido la clausura del Parlamento y el establecimiento de un gobierno conjunto, para defender las libertades del pueblo oriental del ataque artero del comunismo internacional. Quedan prohibidas todas las manifestaciones como así también las críticas ya sean de orden personal, gremial o por medio de la prensa".

El abuelo caviló. Tenía que hacer algo, haría algo, pero no sabía qué. Sólo que si no hacía algo se despreciaría de por vida.

A las nueve de la mañana se le ocurrió ese algo. Estaba solo en la casa porque su gente había ido de compras. Rápidamente dibujó en una gran cartulina con letras bien visibles: "Yo soy el capitán de navío Günter. Abajo la dictadura". Salió al balcón de la planta alta que daba sobre la calle 26 de Marzo, y aseguró el cartelón bien en el centro. Luego colgó a derecha e izquierda una bandera nacional y otra de Artigas.

Se uniformó, tomó su pistola de reglamento, una Colt 45, le introdujo un cargador completo y se plantó en el medio del balcón, con el arma en la mano derecha y esperó. No sabía que había emprendido un camino sin regreso y sentía una inmensa paz. Ya nada ni nadie le importaba. Había entrado en el túnel del tiempo y se había desprendido de amores y afectos. Toda su mente estaba ocupada por una idea obsesiva: cuando pasaran los años, uno, cinco, treinta, la crónica quizás recordaría que no todos los capitanes de Navío habían aceptado blandamente negar la Constitución en ese año 1973. Que uno, dos -¿o quizás eran más de cuarenta?-, se habían rebelado contra la infamia.

Chirrido de frenos. El patrullero se detuvo bruscamente al pie del balcón y los policías mirando alternativamente al hombre armado y al letrero trataban de entender por qué ese cartel decía exactamente lo contrario de lo que debía decir. Para peor se había aglomerado una multitud que arrancó a cantar el himno nacional. Uno de los agentes pidió ayuda por radio, y a los 10 minutos se hacían presentes tres camiones del Ejército que desembarcaron a un grupo de soldados armados con fusiles y metralletas, quienes se parapetaron en los muretes de la vereda opuesta después de haber hecho retirar al vecindario.

El abuelo Günter, lentamente llevó el cañón de la pistola sobre su sien. Gritó: -Si un solo soldado entra a mi casa, me mato.

Todos quedaron inmóviles. El joven teniente a cargo del operativo intentaba frenéticamente comunicarse con sus mandos. ¿Qué hacer frente a esa atípica rebelión del oficial de la Armada no estaba previsto en sus órdenes, y menos tratándose de un viejo canoso como ése, con pomposos galones dorados de capitán de Navío?

Corrió el tiempo, cinco horas, hasta que llegó el comandante en jefe de la Armada, quien hizo retirar a los efectivos del ejército. Subió al balcón a parlamentar. El abuelo lo conocía muy bien. Eran compañeros de año y amigos personales hasta poco antes. Le pidió el arma. No. Le explicó, o trató de explicarle, que la suspensión de las garantías constitucionales era por el bien del país y de las FF.AA. El abuelo lo miró con asco. Le ofreció llevarlo personalmente en su auto a un cómodo lugar de reclusión. Silencio prolongado. Por fin, el abuelo Günter salió de su mutismo: En este día infame, si salgo de mi casa será de manera infame.

El comandante suspiró, todo era raro. De cualquiera hubiera imaginado un gesto extemporáneo, nunca de Günter, siempre tan modoso. Quizás los acontecimientos le habían provocado un quiebre mental. En fin, a los locos no hay que contradecirlos.

-Te mandaré un vehículo militar con fusileros para detenerte. Adiós.

Estaba anocheciendo cuando la custodia militar condujo al abuelo en carácter de prisionero de guerra a un camarote solitario del destructor escolta "Artigas", donde, -¡oh!, ironías- en tiempos no lejanos había sido el comandante.

***

El cuento se llama "El abuelo" -de él hemos tomado estos párrafos- y pertenece al libro "El Viejo Günter. Entre la tierra y el mar". Por supuesto que "el abuelo" era el capitán Günter. Y por supuesto que aquel capitán Günter de 1973 es el hoy contralmirante retirado Oscar Lebel, autor del libro y nuestro entrevistado de esta mañana.

Contralmirante Lebel, comencemos hablando de este cuento, que no es cuento. Hablemos de aquel 27 de junio de 1973. Lo primero que me llama la atención es: ¿usted actuó solitariamente? ¿No había coordinado esto con nadie dentro de la Armada?

OSCAR LEBEL:
Tiene razón, actué solitariamente. A usted y a los oyentes esto puede llamarles la atención, ya que la existencia de logias militares es un hecho en el país.

EC - ¿Usted no integraba ninguna?

OL - Yo no integré nunca ninguna logia militar. Hay que tener en cuenta que nosotros, los militares, tenemos un fortísimo espíritu corporativo y tenemos el reflejo condicionado a la obediencia. Este corporativismo, que en los militares es tan fuerte como en los monjes, puede servir para los más maravillosos propósitos y entonces se llama "esprit de corp" (espíritu de cuerpo), lo que anima colectivamente a una comunidad de militares a realizar el acto heroico, a dar la vida. Pero también puede servir como pretexto para socializar los actos canallas. En Uruguay se han dado las dos cosas.

EC - ¿Por qué hace esta introducción a propósito de mi pregunta, cuando yo le preguntaba si efectivamente actuó por su cuenta y nada más?

OL - Porque quiero recalcar esto del espíritu corporativo. Siempre es bueno que nuestra sociedad entienda al conglomerado militar, un conglomerado que no ha sido bien entendido por la ciudadanía y él tampoco ha entendido a la ciudadanía.

Yo soy muy veterano (tengo 76 años) y pertenezco a una generación muy especial; me recibí en 1946, en la época del Uruguay feliz, del industrialismo por sustitución de importaciones, donde había trabajo para todos, donde no había antinomia entre la ciudad -Montevideo- y el campo, y donde las fuerzas armadas no importaban y los hombres militares se consumían en derruidos barcos, cuarteles y prehistóricos aviones. Ni los poderes públicos ni la ciudadanía tomaban en cuenta que había un núcleo de 3.000, 4.000, 5.000 hombres armados que estaban ahí, mascando frustraciones.

Eran tiempos en los cuales, como lo relato en el cuento de "El grillo", aquel que no tenía dónde caerse muerto se hacía soldado. No se hacía miliciano, que es una forma heroica del ciudadano de tomar las armas: se hacía "milico" y era ladeado por la sociedad. Una sociedad en la cual en los cines -recuerdo el cine Cordón, al que iba cuando era cadete- celosos porteros no permitían que ingresara un soldado o un marinero de uniforme. Los soldados y marineros de uniforme aceptaban blandamente ser discriminados cual parias por hombres que en definitiva vivían en el mismo barrio que ellos, que no tenían más jerarquía. Había un rechazo casi visceral a lo militar.

Nuestros hombres públicos no eliminaron a esas fuerzas armadas -si es que no cumplieron la función social- ni les dieron una tarea. Hicieron lo peor: las ignoraron. Y estos hombres fueron acumulando rencor tras rencor, lo que explica de una y mil maneras las barbaridades que se cometió durante la dictadura. Porque cuando llega la guerra fría esos militares de pronto reciben una misión, algo que no habían tenido hasta ese momento: se les dice que van a ser los salvadores de la patria, los salvadores contra ese enemigo oculto que tiene un nombre mezcla de dudosa factura gramatical, marxicomunismo... siempre terminaba en "ismo". Y ellos eran los salvadores.

Pero no solamente la comunidad lo decía: lo decía toda la prensa; la prensa que había ignorado al estamento militar de pronto lo ponía en las alturas. Desde ser despreciado a ser admirado hay una distancia muy considerable. Pero además había otra cosa: cuando yo era ese joven oficialito que alguna vez supe ser, allá por el año 1946, el rechazo de la sociedad era tan visceral que todos nosotros, mis camaradas del Ejército y los de la Marina -no había Fuerza Aérea, era Aviación como un arma del Ejército- tratábamos y lográbamos dar clase en algún liceo (entonces para los marinos ser profesores de cosmografía o matemática, a mis amigos y colegas militares profesor de historia), nos daba ese brillo necesario y, para ser aceptado, uno decía "profesor teniente Fulano de Tal". Entonces pasaba a ser un miembro de la sociedad que rechazaba al estamento militar.

Yo me formé en ese medio y créame que desde chiquitito traté de entenderlo. Me costó bastante, primero porque uno piensa "¿Qué es lo que hace que un chiquilín -en mi caso- tenga vocación militar en éste o en cualquier país, pero especialmente en Uruguay?". En aquella época el cine no hablaba mucho de los militares. Es más, hablaba negativamente de los militares porque todavía quedaban los vapores de la Primera Guerra Mundial y si había un libro que campeaba era "Sin novedad en el frente", que relata la peripecia desgraciada de soldados alemanes.

EC - Así que su opción no fue por el cine.

OL - No. Fue porque tenía -vaya a saber uno por qué- una fuerte propensión a los viajes. Eso también está inscripto en mi propia vida y en la vida y la peripecia de mi familia.

EC - Una familia de origen alemán.

OL - Claro: mi padre era austríaco, un hombre muy pobre, que se hizo solito. Yo digo que se parecía a Chaplin: era pequeñito, muy ágil, fue un ateo que sobrevivió a la Primera Guerra Mundial y vivió las peores instancias. Este hombre conoce a mi madre en Hamburgo, los dos llegan a América y se casan. Yo tengo el pasaje de ellos en el vapor de la Hamburgo - América, una línea alemana, pero el vapor se llama Vigo, bien gallego.

Llegaron como inmigrantes y lo más curioso es que fueron reclutados por una misión uruguaya que buscaba inmigrantes. ¿Por qué los encontraron; cómo? No lo sé, pero los encontraron, les dijeron que Uruguay era una Suiza rediviva -el nombre Uruguay es poco menos que impronunciable para los alemanes- y vinieron a parar a Colonia Suiza, donde se hablaba alemán. De modo que se encontraron como en casa y la adaptación fue relativamente fácil.

Casi genéticamente, y por la necesidad de supervivencia de mi padre y mi madre, me vino un deseo casi incontrolable de viajar. Ironía de la historia: la dictadura, cuando me puso fuera de filas, me permitió que me sacara las ganas de dar la vuelta al mundo y vaya si la di en todas las circunstancias, alegres y de las peores. Cuando digo que por lo menos en cantidad navegué 500 mil millas: el mundo tiene 20.000... Los marinos utilizamos las millas y no los quilómetros no porque sí. La circunferencia tiene 360º, cada grado tiene 60 minutos; el ángulo del minuto tendido sobre la Tierra son 1.850 metros, una milla; entonces nosotros utilizamos la milla porque la distancia es a la vez la hora: la diferencia de hora significa distancia. Nosotros vivimos con esas millas y la razón es más que clara. He aquí que navegué medio millón de millas, el equivalente a 25 vueltas al globo.

EC - Ya como marino mercante, como capitán de la marina mercante, cuando no pudo seguir desempeñándose en la Armada Nacional.

OL - En la Armada había tenido esa ocasión única que fue comandar el petrolero Presidente Oribe, con el que navegábamos a Argelia y fundamentalmente a Kuwait. Yo estaba en Kuwait cuando cayó Karim Kasen y estuve poco antes del estallido de la Guerra de los Seis Días. Salí de Kuwait 30 horas antes del estallido de la Guerra de los Seis Días, y a bordo vino el proveedor marítimo, un señor griego, que miró para todos lados por si había algún espía y sacó de entre sus ropas un diario donde había un artículo firmado por Randolph Churchill, el hijo de Churchill -periodista él-, que tenía un título que jamás olvidaré: "En este momento en el Sinaí hay más tanques listos para entrar en combate que en El Alamein". Tuve tanta suerte que pudimos salir del barco, dar una vuelta por la ciudad, ir a una mezquita -la gente estaba por las calles gritando que iba a echar a Israel al mar- y zarpé; al llegar a la boca del Golfo empezó la guerra. Hay una roca que se llama Little Corner (Pequeña Esquina) que tiene un faro que marca la entrada al Golfo Pérsico; al dar vuelta la esquina empezó la guerra. Otro hecho curioso: las informaciones, que uno escuchaba por onda corta, venían en castellano -la radio más fuerte era radio Pekín-: era una victoria tras otra.

***

EC - Volviendo al día del golpe de Estado, y su decisión de colocarse en el balcón de su casa, en la calle 26 de Marzo, con la bandera nacional y la bandera de Artigas, un cartel hecho a mano en el que se identifica y agrega "Abajo la dictadura". Yo le preguntaba si usted actuó solitariamente a lo que me respondía que sí, le preguntaba si integraba alguna logia, algún sector, algún grupo dentro de la Armada y me decía que no; de todos modos usted sí había estado en febrero defendiendo la Ciudad Vieja junto al vicealmirante Zorrilla.

OL - Sí, pero ése fue también un empeño familiar porque estaba toda la familia Lebel. Yo tengo tres hijos marinos, entonces el mayor Alex estaba como fusilero en la barrera, Federico estaba a bordo de un barco y Gerardo, el menor, estaba en la Escuela Naval. "Abuelo" estaba con el almirante Zorrilla. Razones había: yo fui profesor de la Escuela Naval, y la materia que di durante más tiempo se llama Balística o Artillería. En lo limitado de nuestro país yo era el especialista en la cosa. Esa noche se esperaba que los tanques invadieran el puerto, de modo que en la rinconada donde ahora está atracando Buquebús se instaló un destructor. Yo bajé, hablé con el comandante -que también fue ascendido a almirante en la reivindicación que hizo la Asamblea General con el proyecto del colega y senador Garat, que me precio en destacar en este momento- y le hice las indicaciones de carácter técnico, como graduar las espoletas de los proyectiles en distancia para ir deteniendo los tanques a medida que entraran al puerto. No vinieron y viví para contarlo, pero estuve en esa situación tan especial, en la cual la Marina tuvo que replegarse.

EC - La Marina se fracturó, además.

OL - Se fracturó completamente.

EC - Políticamente ¿qué era usted por aquellos años? Obviamente era un militar en actividad, no tenía actividad partidaria, pero ¿qué votaba, qué pensaba?

OL - Votaba a (Emilio) Frugoni. La primera vez que voté lo hice al Partido Colorado, no muy convencido de lo que había; pero la segunda vez voté conscientemente y conscientemente voté al doctor Frugoni. Cuando empecé a leer... y cuando empecé a leer Marcha... Ahí empieza la cosa; yo digo que pertenezco a la generación del 45, que dio hombres como Maneco (N. de R.: el extinto periodista, diputado, senador y ministro Manuel Flores Mora). Había un grupo de militares que empezamos a ver Marcha y vimos abrir una nueva perspectiva. El doctor (Carlos) Quijano, que fue un verdadero maestro, enseñó que América existía; nosotros la teníamos a nuestras espaldas y mirábamos a Europa, éramos europeos injertados que hacíamos gala de no ser americanos. Los uruguayos tenemos una suerte de dicotomía de identidad que es subconsciente; tanto que no hay uruguayo que no diga que cuando se enoja o cuando tiene que hacer un acto de valor, algo que requiera fuerza, energía, dice "me salió el gallego de adentro", "me salió el tano de adentro", "me salió el vasco de adentro"; al uruguayo le sale de adentro cualquier cosa menos el uruguayo. Pero a la vez -y antinómicamente- gritamos lo de "la garra charrúa" pero nos enojamos cuando dicen que no somos indios: "¡Qué vamos a ser indios! ¡Somos blanquísimos!".

En esa antinomia se revolvía el joven Günter en aquellos tiempos. Don Carlos Quijano nos había explicado que había un valor americano que los hombres de tez blanca podíamos reivindicar y que valía la pena hacerlo.

EC - Usted era amigo de Julio Castro, además.

OL - Era amigo de Julio Castro, y le digo que el día en que él desapareció venía a mi casa.

EC - Admirador de Michelini.

OL - Más que admirador de Michelini. Recién le dije que en Uruguay somos pocos (eso es muy querible, aunque dramático): cuando nos encontramos con alguien somos parientes o vivimos a las tres cuadras. Algunos de los hijos de Michelini fueron a la escuela con los míos. Conocí poco a Zelmar, porque cuando pude comenzar a actuar en política en realidad... primero Zelmar estaba exiliado. Cuando regresé de todos mis viajes fui a ver a quien era su segundo, su amigo Hugo Batalla; el padre de Hugo era capataz del dique nacional, era un hombre que tenía problemas de carácter cardíaco, muy querido, entonces en el dique -que es una gran caja de cemento- se le colocaba una silla para que el viejo se sentara, mirara y chequeara cómo los remachadores iban reparando los buques que entraban. Hugo era recién recibido, un año menor que yo, y la amistad surgió muy rápidamente. Eso hace que cuando termina la dictadura y yo desembarque de la marina mercante por primera vez -después seguiría navegando- fuera a verlo y le dijera: "Hugo, tengo tres cosas para ti: los viajes me permitieron comprar un auto, tengo ganas de trabajar en política, y tengo tiempo". Me afilié con entusiasmo a todo eso que Michelini había pregonado, que en definitiva no dejaban de ser las ideas del propio doctor Quijano, su acendrado americanismo.

***

EC - Uno de los cuentos del libro relata los episodios que protagonizó el 27 de junio y los días siguientes. En realidad fueron tres episodios: el atrincheramiento en el balcón, luego cuando va detenido y se lo confina en un camarote en el Artigas tiene otro gesto sorprendente, impactante, ya que irrumpe en una despedida de soltero que estaba teniendo lugar en el barco y hace un brindis "Por la democracia y contra la canalla", como consecuencia de lo cual es arrestado nuevamente y trasladado a la Escuela Naval, donde luego decide encarar una huelga de hambre. ¿Por cuántos días se extendió esa huelga?

OL - La huelga de hambre duró 10 días. En 10 días perdí 10 quilos, tomaba agua nada más, pero no tuve hambre en ningún momento.

EC - Todo esto fue resuelto individualmente por usted y sin difusión, porque no eran noticias que circularan en esos días en Uruguay. Usted iba jugándose en cada paso. ¿Cómo analiza a la distancia aquellas decisiones?

OL - Lo que más me sorprende es que yo soy miedoso, y en ese momento no tuve miedo. No sé por qué no tuve miedo, pero había entrado en el túnel del tiempo.. Es retórica para explicar algo que para mí era inexplicable. Esa mañana yo sabía que si no hacía algo iba a sentir vergüenza por el resto de mi vida. Mi salida al balcón, el cartel y todo lo demás... Creo que los médicos los llaman una compulsión; ahí no hubo nada heroico: lo hice porque no podía dejar de hacerlo. Fue catártico, si no lo hacía me moría.

EC - Y ahora ¿por qué escribe este libro?

OL - Eso tiene otra razón. En los muchos años que estuve en la marina mercante se me ocurrió llevar un diario para mis nietos. Navegué muchísimos años, estuve en muchísimos lados y me pasaron cosas de lo más raras algunas, bastante graciosas, otras cuasi trágicas, y quise que mis nietos tuvieran esa vivencia.

Cuando pasa el tiempo uno empieza a repasar sus propios apuntes y cae en la cuenta de que efectivamente las cosas fueron muy especiales. Instigado por la familia, muy especialmente por mi esposa -yo era una suerte de actor-, yo hacía cuentos y ella tenía que aguantarse la repetición del mismo cuento porque variaba el público. De ahí vino la instigación de escribirlos. Me llevó un año y pasaron por tres editoriales; la última -la de Cribari y Ladra, editores de la revista Latitud 30-35- se animó a la aventura y he tenido el parto de viejo con la presentación del viernes a la que usted asistió.

EC - Y donde usted dijo, entre otras cosas, que este libro también era para usted una catarsis.

OL - Sí, fue una catarsis.

EC - ¿Por qué?

OL - Fue y es una catarsis. Hubo una serie de sucesos que el país entero vivió y que yo tenía atragantados. Quería decirle al mundo que Márquez era un delincuente, porque fue un delincuente que se enriqueció hundiendo un barco y que lesionó a la ciudadanía.

EC - Usted es muy severo con el vicealmirante Márquez: directamente lo describe como contrabandista.

OL - Es que fue contrabandista.

EC - Y explica en qué consistían las actividades que desarrollaba.

OL - Curiosamente pude rearmar su trayectoria de contrabandista porque la casualidad me puso en contacto con hombres que habían hecho ese periplo con el que fue el almirante Márquez. Uno de ellos, un excelente timonel que navegó conmigo siendo yo capitán de la marina mercante, que anduvo por los puertos del mundo e hizo las entradas al puerto de Montevideo con el resto del contrabando.

Digo ahí (y vive para contarlo el propio almirante Zorrilla, que era comandante del destructor que salió a buscar el barco que estaba inclinado e incendiándose), que conozco a la persona que subió a bordo y vio las bodegas abiertas con las mercaderías. Soy amigo personal de quien fue con el piloto naval a identificar, en el medio de la mar, a ese barco también llamado Pedro Campbell, igual que el buque de la Armada. Este amigo fue quien lo identificó porque en el primer vuelo el piloto no lo había podido encontrar. Y este íntimo amigo mío, marino, se ofreció porque conocía bien el barco; lo identificó en medio de la mar, el avión naval lo sobrevoló hasta que se le acabó el combustible y Márquez se alejó rumbo a la frontera con Brasil; ahí decidió hundir el barco e incendiarlo. Hay una ceremonia que parece sacada de una obra de Wagner... Los barcos tienen una suerte de canilla en el fondo (se llama válvula de fondo) que se abre para quitar el agua cuando el buque entra a dique; frente al hecho consumado de que había sido descubierto por las autoridades, de que todavía había mercadería a bordo que no tenía documentos, decidió abrir la válvula de fondo y bajó a la tripulación en botes salvavidas. La casualidad hace que cuando los botes salvavidas se dirigen a la costa brasileña, cerca de la frontera con Uruguay -van a Rio Grande- pase un buque mercante argentino que ve el drama marítimo: un barco se está hundiendo, está inclinado y hay tripulantes en los botes. Me lo cuenta uno que estuvo ahí, que navegó conmigo: Márquez le dijo gimoteante a su colega argentino: "Se me está hundiendo el barco, por favor vamos a esperar a que se hunda", y el barco no se hundía. Entonces Márquez le dice: "Colega, por favor, déjeme hacer una última tentativa para salvar mi navío". Todos ven desde el navío argentino que sale la lancha, trepa por la escalerita, hay un lapsus donde no se ve a nadie y de pronto sale humo. El hombre que me lo cuenta dice que reunieron los colchones, les pusieron combustible y lo incendiaron. Ahí termina esa parte. Entonces, aquello de que aquí en la tierra se paga y que el crimen no paga, no es cierto.

EC - El libro tiene varias referencias históricas. Esa de su propia actitud del 27 de junio y en los días siguientes, la tragedia del Banco Inglés de agosto de 1954, que le tocó vivir muy de cerca, el operativo Tirabuzón... Pero el libro también tiene historias de lo que simplemente fue su experiencia como marino mercante: sus viajes por el mundo, la vida de los puertos, la vida a bordo de un barco de esas características. ¿Qué quiso hacer con esas otras historias? ¿Por qué contarlas; qué es lo que revelan, para usted?

OL - Son vivencias muy caras.

EC - Más allá de que son cuentos muy interesantes y atrapantes casi todos ellos. ¿Por qué los eligió?

OL - Cuando salí del Liceo Naval, de gurí, con 14 años, tenía el deseo de la aventura, Rivera quedaba tan lejos de Montevideo como de Siberia: eran 16 horas en el ferrocarril nocturno, ir por carretera era imposible. Ahí empezaba ya la aventura. La Marina me ofrecía eso y la posibilidad única -yo no tenía plata y mis padres tampoco- de conocer ese mundo del cual algo había "pispeado". Cuando se me da el primer comando del petrolero Presidente Oribe, que para la dimensión de Uruguay era un barco enorme (tenía 190 metros de eslora, o largo), recuerdo que salí un día jueves de Montevideo, hasta Maldonado -y de ahí en un paralelo vamos hasta Sudáfrica, en el mapa horizontalmente uno va hasta Sudáfrica cruzando todo el Atlántico-, el día domingo hacía tres días que no dormía y no tenía sueño; le pregunté al médico de a bordo por qué no tenía sueño: "No se preocupe, capitán; ya le van a venir las ganas de dormir". En ese momento yo descubrí que ése era mi destino y que no me había equivocado cuando intuitivamente, de gurí, salí de Rivera para meterme en la Escuela Naval, a pesar de las cosas que me pasaron siendo niño y que relato en el cuento que se llama "La fuerza es el derecho de las bestias". Vaya si me gusta la cosa que convencí a los tres hijos; no fue un "lavado de cerebro".

EC - ¿Por qué "Günter"? ¿Por qué elige ese nombre para usted mismo, para el personaje que en realidad es usted mismo? No está contado en el libro.

OL - No, no está contado. Mi primer nombre no es Oscar, que es el segundo; era el nombre de mi padre. Mi primer nombre es muy alemán, Werner, como el señor de los cohetes, Werner von Braun; en los documentos, en la cédula, dice Werner Oscar Lebel. Pero con el tiempo le fui haciendo un ladeo y usando el Oscar por razones pragmáticas... Mis hijos me dicen "Viejo", mi mujer me dice "Querido" cuando andamos bien, los subalternos me dicen "Comandante" y el Werner se volvía un poco complicado porque siempre tenía que deletrear "W-e-r-n-e-r", excepto cuando iba a Alemania, donde me lucía porque era el capitán uruguayo que hablaba alemán y las autoridades se brindaban con todo. Ahí el Werner funcionaba.

EC - Pero usted no le puso Werner ni Oscar, el personaje se llama Günter.

OL - Pero yo viví en Alemania esos tres o cuatro años y tenía un amiguito, que era muy fuerte -yo era debilucho- y me defendía; él se llamaba Günter. Cuando volví a Alemania medio siglo después -aunque usted no lo crea- me encontré con Günter, mi amigo de los cuatro años, que había pasado como soldado todos los horrores de la guerra, después fue marinero, cowboy en Australia, y era el taxista que me llevaba a pasear. Ahora es fallecido. En cierta manera estoy rindiendo un pequeño homenaje a ese amiguito que me cuidó cuando teníamos cuatro años. Los niños de cuatro años y los viejos tenemos mucha memoria para esas historias tan lejanas.

***

EC - Hace años que pienso que el Uruguay está en deuda con el contralmirante Oscar Lebel. Que nunca le hemos reconocido suficientemente aquellos gestos individuales de dignidad por medio de los cuales, dentro mismo de la Armada, hizo su aporte a la lucha contra la dictadura. Ojalá se agote este libro, "El viejo Günter", y sea el primer acto de ese homenaje pendiente. Vale la pena leerlo.

OL - Quisiera resaltar que lo que hice en el balcón no tuvo ribetes heroicos. Hice algo porque no podía dejar de hacerlo. Fue una reacción como la que se tiene ante el miedo, cuando uno se cubre la cara. Hay momentos que son absolutamente intransferibles, lo recuerdo hoy y parece un personaje extraño que salió y no tenía miedo, porque cuando lo pienso hoy tengo miedo, pero sé que en aquel momento no lo tuve. Dicho esto y hecha la confesión, muchas gracias.

EC - Vamos a ver cómo le va en esta nueva etapa de su vida como narrador. Como narrador editado, porque narrador ya era, como usted mismo ha contado aquí, desde hace muchos años.

OL - Tengo pretensión de seguir siéndolo, porque ahora se me ocurrió hacer otro cuento, más que cuento un libro, que se llama "El cocinero del rey", que no tiene nada que ver con Luis XIV, sino que es la peripecia de un muchacho que sale de La Paloma y embarca como cocinero en un barco que se llama "El rey".

EC - ¿Cuándo lo tendremos?

OL - Vamos a ver si dedicamos este verano a la procreación y que el parto sea cuanto antes, si los dioses me son propicios.

Notas relacionadas:
"A 20 años del No"
a la reforma constitucional plebiscitada por la dictadura.
"Por un Uruguay sin exclusiones",
rememoración del acto en reclamo de libertad del 27.11.983

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Transcripción: María Lila Ltaif Curbelo
Edición: Jorge García Ramón

 






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