Ponencia
de Danilo Astori
Como es estilo, comienzo por agradecer a la Cámara de Comercio esta
invitación para compartir con ustedes algunas reflexiones sobre
el tema que nos convoca, la estrategia de crecimiento a mediano
y largo plazo.
Quisiera hacer dos aclaraciones previas muy breves. Precisamente
por el tema a propósito del cual estamos hoy aquí no me voy a referir
a aspectos de la coyuntura económica, que está tan difícil en Uruguay,
aunque ya tenemos una situación relativamente prolongada para desgracia
del país, pero que poco tiene que ver con la estrategia de crecimiento
a mediano y largo plazo, más allá de los efectos que sin duda dejará
para el futuro. La segunda aclaración es que haré un rapidísimo
repaso de algunos temas que me parecen muy importantes a la luz
de una estrategia de crecimiento a mediano y largo plazo, dado que
tenemos que ajustarnos a los plazos que previamente se nos han asignado.
Quizás en algún comentario posterior o para alguna pregunta que
se nos haga al efecto tengamos la posibilidad de profundizar en
algunos de ellos, pero las disculpas porque voy a hacer un pasaje
casi a vuelo de pájaro por estos temas.
Quisiera hacer mención a siete transformaciones que a mi juicio
tiene que procesar Uruguay en el marco de una estrategia de crecimiento
a mediano y largo plazo. Cinco de ellas están muy directamente relacionadas
con el tema de la economía del país; las otras dos no tanto, pero
a mi juicio están influyendo en esa estrategia de una manera importante.
Por eso no quiero ignorarlas.
La primera de esas transformaciones –y no es casual que encabece
la lista– es la que se refiere al terreno de la educación y el conocimiento.
En el marco de esta primera propuesta quiero destacar cuatro aspectos
que me parecen muy importantes.
Uruguay tiene que persistir en algunos caminos que comenzó a recorrer
con la reforma educativa que inició en el período de gobierno pasado,
particularmente en algunos de sus criterios fundamentales, como
la extensión de la educación preescolar y las jornadas de tiempo
completo en educación primaria y en algunos casos en secundaria,
otorgando particular prioridad a los sectores sociales y regionales
más carenciados.
Hay que seguir recorriendo lo que, por lo menos, es una intención
de esta reforma que es aproximar el proceso de formación educacional
a las prioridades productivas del país, lo cual a su vez exige discutir
esas prioridades. En todo caso hay una intención de transformarla
desde sus primeras etapas en función de la definición de estrategias
productivas del país.
En tercer lugar, Uruguay tiene pendiente una transformación muy
profunda de su educación superior, que nos ha venido quedando muy
atrasada y que hasta ahora ha estado particularmente excluida del
concepto de reforma educativa a escala nacional. La hemos iniciado
en los tramos primario y secundario de la formación, pero no en
el terciario ni en los que vienen en el espacio de la especialización.
En cuarto lugar, Uruguay tiene todavía mucho camino para recorrer
en materia de generación de conocimiento, particularmente en el
terreno adaptativo –estoy hablando del conocimiento tecnológico
y de la investigación relacionada con el mismo– y al mismo tiempo
en la formación de una capacidad nacional de decisión en la materia.
En una materia que en el mundo actual resulta particularmente importante
a los efectos de fundamentar sólidamente cualquier estrategia de
crecimiento para el país. Uruguay tiene instituciones en el sector
público y en el privado que están haciendo esfuerzos muy importantes
para generar capacidad de conocimiento, pero no tiene una instancia
nacional de coordinación de todas ellas. Esto es de fundamental
importancia en el ámbito de esta primera transformación que estoy
mencionando.
La segunda transformación es la estrategia de especialización productiva.
Creo en ella y creo que los países pueden definir estrategias de
especialización productiva y construir políticas al servicio de
las mismas. Hace mucho tiempo –ésta es una primera reflexión–, a
esta altura muchísimo tiempo, que se agotó la teoría clásica de
las ventajas comparativas congénitas. Todo el mundo contemporáneo
es un ejemplo de ese agotamiento, y al mismo tiempo es también un
ejemplo –mañana tendremos en Uruguay una conferencia importantísima
al respecto, acerca de la situación de Irlanda– que el mundo contemporáneo
exhibe un muy rico muestrario de definición de ventajas competitivas
dinámicas que muchos países han definido, han apoyado y han materializado
en la práctica. Irlanda es uno de ellos. Uruguay va a tener que
asumir definiciones de este tipo –tiene recursos para ello– y naturalmente
tendrá que construir políticas al en función de esa definición.
En esa estrategia el mejoramiento estructural de la competitividad
de la producción nacional será un objetivo absolutamente prioritario,
y en el marco de ese objetivo la apuesta a la calidad de la producción
será un criterio absolutamente básico. Uruguay, en todo caso, tendrá
que tener una estrategia basada en la calidad de su producción de
bienes y servicios. No será nunca un competidor en grandes volúmenes,
pero será un competidor en una producción con características conspicuas
desde el punto de vista de sus niveles de calidad. En ese sentido,
también creo en la definición de prioridades. Por supuesto, no creo
en que estas definiciones queden en manos de pocas personas sino
en la generación de ámbitos donde discutir estos temas, aunque algunos
aspectos ya vienen muy definidos por la propia historia del país.
Simplemente para mencionar algunos ejemplos, creo en la agroindustria
alimenticia, en la producción en los terrenos de la informática
y las telecomunicaciones y en el desarrollo productivo intenso en
el terreno de los servicios, para los cuales Uruguay tiene especiales
condiciones desde todo punto de vista. Esto mencionado solamente
para mencionar algunos ejemplos en la materia de definición de prioridades
productivas en el marco de una estrategia de especialización.
La tercera transformación que quiero mencionar es la que Uruguay
tendrá que procesar –y ésta no es nada fácil y llevará mucho tiempo–
en el terreno tributario. Tenemos una pésima estructura tributaria,
que ha venido consolidándose con el paso del tiempo y obedeciendo
fundamentalmente a razones de tipo fiscal, sobre las cuales no vamos
a abundar pero que todos tenemos muy frescas en la memoria y también,
por supuesto, en el presente actual.
Yo soy de los que creen que las razones fiscales no agotan el razonamiento
en materia tributaria. Creo que una estructura tributaria tiene
que equilibrar su potencia, su capacidad fiscal con su capacidad
para operar en el terreno de los objetivos de la política económica,
lo que durante muchos años se llamó la capacidad finalista de una
estructura tributaria. Creo en ello y en que la estructura tributaria
histórica del país se nos ha venido inclinando profundamente hacia
el lado fiscal, olvidando su capacidad de generación de efectos
en el terreno de la política económica. Por lo tanto me parece que
una transformación en este campo debería empezar por tener en cuenta
precisamente los dos perfiles de la estructura tributaria: el fiscal
y el finalista. Creo en una estructura tributaria que sea simple
y eficiente. La uruguaya es complicada e ineficiente. Y creo en
una estructura tributaria donde el balance entre tributos directos
e indirectos esté mucho más equilibrada que en la estructura histórica
y actual. Hoy es absolutamente desbalanceada para los tributos de
tipo indirecto que son los de mayor capacidad fiscal y de menor
capacidad de efectos en el terreno finalista, además de ser los
más injustos y los más ineptos para obtener resultados en el terreno
productivo.
En cuarto lugar Uruguay tendrá, por un lado, que profundizar algunos
caminos que ya ha iniciado, y por otro construir nuevos caminos
en el terreno de lo que genéricamente en los últimos años hemos
venido llamando reforma del Estado. Creo que el país –con lentitud,
por cierto– ha comenzado a encarar algunos temas. El presidente
de la Cámara de Comercio mencionaba, en su introducción, algunas
reflexiones al respecto, pero me parece que el primer comentario
que necesariamente tenemos que realizar, dada la experiencia del
país en los últimos años, es que hemos venido cobrando conciencia
creciente de que más importante que el debate entre sector público
y sector privado, es el debate entre monopolio y competencia. En
este nuevo debate, las transformaciones en el mundo –cuando digo
transformaciones pienso sobre todo en las que se han venido operando
en el terreno tecnológico y en el campo de las estrategias comerciales
de grupos económicos muy poderosos del sector público y del sector
privado a escala internacional– nos obligan a pensar crecientemente
en nuestro sector público y particularmente en nuestras empresas
públicas en el terreno de la competencia y a asumir la necesidad
de prepararlas para encarar ese desafío estructural monumental.
Por eso también creo, al igual que el presidente, que discutir el
tema de la gestión de las empresas del sector público es absolutamente
prioritario. En ese aspecto cinco elementos adquieren una dimensión
en mi concepto especialmente importante. Esos cinco conceptos o
criterios son los que tienen que ver con el equilibrio entre las
capacidades política y profesional para dirigir una empresa pública
–tema no resuelto por el país–, y los estatutos objetivos que a
la luz de la nueva discusión tenemos que diseñar para los funcionarios
de esas empresas: creo en la defensoría de usuarios, que es un tema
que hay que discutir, también en el control social de la gestión
pública con los nuevos elementos que en un marco de competencia
tenemos que construir en el país –ya hemos empezado con las unidades
reguladoras que asumen una especial relevancia en las nuevas condiciones–.
Y finalmente el quinto elemento es la descentralización de esa gestión,
absolutamente concentrada a la luz de un país que siempre fue centralista.
Desde este punto de vista la gestión de las empresas públicas no
es más que una especie de imitación en pequeño de lo que fue la
estructura nacional desde que en el siglo pasado empezó a consolidarse
con su criterio actual.
La reforma del Estado tiene que conceder especial prioridad a las
normas y a los criterios en materia de gestión. Para cerrar este
brevísimo comentario señalo que discutiendo caso por caso, porque
son todos diferentes, tenemos que ir preparándonos para definir
caminos de asociación de nuestras empresas públicas con otras para
acometer nuevos emprendimientos que en el futuro aguardan a todas
ellas, muy distintos entre sí, con criterios y características muy
diferentes que por lo tanto generan la necesidad de tener una discusión
en cada caso.
La quinta transformación también refiere a un camino ya iniciado:
el de la integración internacional de Uruguay. Me parece que el
ingreso al Mercosur, hoy en estado tan crítico, tan caótico diría,
ha sido uno de los mayores aciertos estratégicos del país en toda
su historia contemporánea. Hay que persistir en este esfuerzo, más
allá de las dificultades y de los problemas de caos y de crisis
que hoy está viviendo el Mercosur porque éste no puede ser ajeno
a las situaciones de crisis que viven sus socios, entre ellos nuestro
país. Me parece –para hacer telegráficamente solamente algunas apreciaciones
fundamentales– que el Mercosur tiene que ser concebido como Uruguay,
como una región abierta, no cerrada, que sea una suerte de plataforma
de lanzamiento para la vinculación con otras experiencias similares
del mundo. Uruguay tiene que manejar particularmente, en forma por
demás inteligente, sus vinculaciones con las grandes experiencias
en materia de integración, como por ejemplo la Unión Europea y quizás
el futuro proyecto ALCA, al cual hay que prestar atención, entre
otras cosas porque Uruguay cometería un error –en mi modesta opinión–
si internacionalmente jugara todas sus cartas a una sola experiencia
de este tipo. La fortaleza de las economías pequeñas y de las experiencias
pequeñas de integración, como es el Mercosur, está en saber moverse
con inteligencia en el marco de una estructura mundial que ve crecer
y florecer nuevos bloques regionales como los mencionados recién.
Naturalmente, el ingreso de nuevos socios al Mercosur para alterar
en favor de las economías pequeñas la correlación interna de fuerzas
y la solución de problemas pendientes, como las controversias, y
la coordinación de políticas económicas son objetivos que el país
en particular debería trazarse como un desafío al servicio del cual
trabajar, haciendo valer no su fuerza ni su tamaño –que no tenemos–
sino quizás su importancia política en la región.
Termino simplemente mencionando las dos transformaciones no de carácter
económico, pero a mi juicio fundamentales, para condicionar positivamente
las anteriores: la transformación política y la transformación social
del país. Uruguay tiene que intentar un proceso de modernización
de sus partidos, en primer lugar, en el mismo sentido que la última
reforma constitucional propuso. Creo que se comenzó a recorrer un
buen camino en ese sentido, pero todavía tenemos mucho terreno para
avanzar en el campo de las estructuras partidarias internas, la
democratización interna de los partidos, la jerarquización del trabajo
programático y por supuesto también en aspectos fundamentales que
están pendientes, como el financiamiento de estas colectividades
tan importantes para decidir los destinos de un país.
En cuanto a la transformación de la sociedad quisiera contribuir
a la construcción de un país con equidad para sus habitantes, con
igualdad de oportunidades para los hijos de esta tierra. Por eso
creo que tenemos que ser capaces de construir no políticas sociales
que se agreguen a una conducción económica que primero genera determinados
tipos de resultados que luego se corrigen por las políticas sociales,
sino que quisiera que primero fuéramos capaces de construir un proceso
de transformación del país en el cual la política social fuera una
parte inseparable. Por eso quiero mencionar la necesidad de democratizar
el acceso a los recursos económicos, la posibilidad de apoyar los
pequeños emprendimientos, que están llamados a cumplir un papel
fundamental en el sector privado y en el marco de una estrategia
de crecimiento muy apoyada en la educación, el conocimiento, el
progreso tecnológico, la capacidad creativa del país. Me parece
entonces que las transformaciones sociales también tienen que ver
con este objetivo fundamental, a mi juicio, en una estrategia de
crecimiento del país a mediano y largo plazo.
Muchas gracias.
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