06.09.2002



































A CUATRO DÉCADAS DE UNA EXPERIENCIA HISTÓRICA

Apostar al espíritu de la Cide para superar la crisis

Politólogo Adolfo Garcé: Fue un organismo planificador inventado por Luis Eduardo Azzini, uno de los más conspicuos liberales durante la segunda mitad del siglo. La planificación era el modo normal de organizar las economías capitalistas. Cuando me puse a estudiarlo no soñé que tuviera tanta actualidad. En la crisis más pavorosa de nuestra historia, tenemos la obligación de aprender de aquella experiencia, aprender de la rebeldía de los uruguayos del 60 para decir "No nos conforma estar en crisis; apostemos a la excelencia técnica, al pluralismo, aprendamos de la experiencia internacional".

EN PERSPECTIVA
Martes 03.09.02, 08.50.


EMILIANO COTELO:
La Comisión de Inversiones y Desarrollo Económico (Cide) fue una experiencia que marcó fuertemente al Uruguay de los años 60, pero cuya huella llega incluso hasta nuestros días. A tal punto que en las semanas previas a la crisis bancaria, cuando se discutía cómo encontrar salidas a este momento tan complejo y oscuro por el que atraviesa el país, hubo quienes recordaron aquel modelo de trabajo, con técnicos representantes de todos los partidos y de la Universidad de la República, como una idea en la cual inspirarse para salir en busca de los caminos que Uruguay requiere a comienzos del siglo XXI.

Teniendo en cuenta que la Cide no desapareció del mapa, que vuelve, se reactualiza y sobre ella se genera este tipo de discusiones, es muy oportuno el libro que en estos días se edita, del politólogo Adolfo Garcé, con quien vamos a dialogar esta mañana.

***

El libro se titula "Ideas y competencia política en Uruguay. 1960-1973. Revisando el 'fracaso' de la Cide". Se trata de tu tesis en Maestría de Ciencia Política.

ADOLFO GARCÉ:
Sí; es un trabajo en el que he estado denodadamente involucrado por lo menos desde 1996. Llevo muchísimos años pensando en este asunto, conversando con gente que participó en la experiencia, revisando materiales. El subtítulo expresa mi tesis principal: que en realidad, como suele ocurrir, los uruguayos tenemos una visión demasiado negativa de nuestro pasado, y la Cide es uno de los fracasos más maravillosos y exitosos que conozco.

EC - Comencemos con la definición más básica, sobre todo pensando en los oyentes más jóvenes que quizás no tengan ni idea de qué es esto. La Cide fue creada en 1960 por un decreto dictado por el contador Juan Eduardo Azzini, ministro de Hacienda entre 1959 y 1972, en el primer gobierno del Partido Nacional. ¿Para qué?, ¿qué era la Cide?

AG - En aquel momento, cuando se crea por ese decreto, es básicamente una comisión para coordinar las inversiones públicas, para racionalizar y coordinar entre los distintos ministros las inversiones que se pudiera hacer gracias a los fondos presupuestales, pero también para buscar y canalizar el ahorro externo. Básicamente, ordenar, sujetar a un orden de prioridades racional, las inversiones públicas. Pero ya desde el pique se le encomienda a la Cide atar esas inversiones a un plan de desarrollo.

EC - ¿Cómo es eso?

AG - De entrada, el decreto fundacional dice que se deberá elaborar planes orgánicos de desarrollo. Desde 1960 Azzini, paradojalmente un liberal, planteaba que había que hacer planes orgánicos de desarrollo.

EC - Aquí tengo el texto del artículo 2º del decreto: "Formular planes orgánicos de desarrollo económico, proyectar y buscar su financiación interna y externa, coordinar toda labor tendiente a aumentar la productividad nacional y vigilar la puesta en práctica de los planes que se apruebe".

AG - Exactamente.

EC - Esta paradoja que tú marcas, la de un organismo planificador inventado por Azzini, uno de los más conspicuos impulsores del giro hacia el mercado de economía en Uruguay durante la segunda mitad del siglo, ¿cómo se explica?

AG - En aquella época se respiraba un ambiente espiritual totalmente distinto al de los 80 y los 90. Los años de posguerra, desde 1946 hasta la crisis del Estado de Bienestar, hasta 1975, 1980, son años en los que se respira en todo el mundo confianza en el papel del Estado como regulador de la economía. Todo el mundo planificaba: los países socialistas, con sus planes imperativos, pero planificaba también la inmensísima mayoría de los países capitalistas. La planificación era algo así como el modo normal de organizar las economías capitalistas. Un ejemplo extraordinariamente conocido y en el que mucho se inspiró la experiencia uruguaya es la planificación indicativa francesa, que arrancó en 1946. Durante toda la posguerra y por el formidable estímulo que brindó el Plan Marshall -una iniciativa del gobierno estadounidense de aquellos tiempos- los países europeos se lanzaron a concebir y aplicar planes de desarrollo. Florecieron las oficinas de planificación en todas partes. Algo parecido ocurrirá en América latina a partir de un nuevo estímulo brindado por el gobierno estadounidense con la Alianza para el Progreso, a partir de la Carta de Punta del Este de agosto de 1961.

EC - ¿Qué fue la Alianza para el Progreso?

AG - Fue un gran plan concebido por el presidente Kennedy, aunque hunde sus raíces en la década anterior, en la administración de Eisenhower, para cambiar la imagen de Estados Unidos frente a América latina, que durante toda la década del 50 había venido demandando, en distintos foros, precisamente un Plan Marshall, una ayuda externa para el desarrollo. Fue un gran operativo para cambiar la imagen, para inocular a América latina la vacuna contra el comunismo. En 1959 es la Revolución Cubana y entonces la administración estadounidense estaba extraordinariamente preocupada por la eventualidad de que se reiteraran nuevas experiencias como la cubana en el resto de América latina. Se juntan varias cosas: hay un reclamo ciudadano y de las élites políticas en toda América latina, de planes de desarrollo y financiamiento, que coincide con el interés estadounidense de cambiar su imagen y financiar programas de desarrollo que permitieran abatir la pobreza, contribuir al desarrollo y evitar nuevas revoluciones como la cubana.

EC - Pero la Cide es anterior a la Carta de Punta del Este.

AG - Sí, es anterior.

EC - Tú hablaste con Azzini y con buena parte de los protagonistas de la experiencia de la Cide. ¿Cómo explica Azzini esta inclinación que tuvo en su manera de encarar los problemas económicos?

AG - Él dice que nunca fue un fanático del liberalismo, que tampoco fue un fanático ni un maniático de los planes; que él pensaba que se podían conciliar ambas cosas, liberalismo y planificación. Insistió mucho en que en aquella época, en los años 50 y 60, estaba lleno de ejemplos en el mundo entero de planificación democrática, de planificación en economías de mercado, lo que le parecía razonable y por lo tanto hasta el día de hoy piensa que fue un acierto crear aquella Comisión de Inversiones y Desarrollo Económico. Es más, dice que en líneas generales, para aquella época, aprobaría el contenido del plan.

EC - Otro de los padres de esta criatura fue el contador Enrique Iglesias.

AG - Ni que hablar.

EC - No sé si padre, pero sí protagonista. ¿Estuvo en la gestación misma de la Cide?

AG - Es difícil saberlo.

EC - Después fue el responsable de la Secretaría Técnica.

AG - Hay quienes dicen, por ejemplo el doctor Jorge Giucci, que fue subsecretario de Azzini durante muchos años, que en realidad el propio ministro Azzini, en ese decreto de creación de la Cide de enero de 1960, estaba recogiendo una iniciativa que le había hecho llegar Iglesias. No me asombraría pero es difícil saberlo porque han pasado muchos años y ni siquiera muchos de los protagonistas recuerdan bien cómo nació la idea. Lo cierto es que Azzini tuvo un mérito extraordinario en descubrir que esa podía ser, en aquella crisis tremenda que vivía el país... Porque tampoco en aquella época había plata en el Estado: basta leer el libro del propio Azzini, "La reforma cambiaria, ¿monstruo o mártir?", para ver que cuando él recibe el Ministerio de Economía no tenía plata para pagar los sueldos. Era una crisis dramática, tan desconcertante y dolorosa como la que atravesamos ahora. Azzini tuvo el mérito extraordinario de decir "no sólo hay que pagar los sueldos y pensar y apagar los incendios de hoy, hay que pensar en el futuro". Si recogió una iniciativa que le vino de Giucci o de Iglesias, hizo perfecto.

***

EC - Yo te preguntaba, entre otras cosas, a propósito del protagonismo del contador Enrique Iglesias, que fue el secretario técnico de la Cide. Recordemos que la Cide fue creada en enero de 1960 por decreto del contador Juan Eduardo Azzini, ministro de Hacienda; una comisión a la que se le encomendaba "formular planes orgánicos de desarrollo económico, proyectar y buscar su financiación interna y externa, coordinar toda labor tendiente a aumentar la productividad nacional y vigilar la puesta en práctica de los planes que se aprueben".

AG - Entre enero de 1960 y agosto de 1961, o sea la Carta de Punta del Este, esa comisión elaboró algunas propuestas, algún proyecto de ley, una ley de desarrollo que era básicamente eso, un conjunto de proyectos de inversión que buscaban financiamiento en el Parlamento. Pero el trabajo de la comisión tuvo bajo perfil, descansó en esta comisión interministerial. A partir de agosto de 1961, Carta de Punta del Este... Algún día habrá que rememorar lo que fue el papel de Enrique Iglesias en la Conferencia de Punta del Este. Te cuento algo que me contó Couriel, a quien a su vez se la contó Raúl Prebich: en la Conferencia de Punta del Este hubo dos estrellas: el Che Guevara y Enrique Iglesias, porque jugó un papel extraordinario en el armado de la mecánica de funcionamiento de la Alianza para el Progreso. Hubo unas discusiones tremendas en la comisión que iba a estructurar cómo se iba a repartir el dinero estadounidense, y Enrique Iglesias fue el que llevó la voz cantante. Tenía 30 años. A partir de ahí se catapultó al primer plano como secretario técnico, a través de ese cargo, desde la Universidad de la República, donde trabajaba y trabajó hasta 1968 como investigador en el Instituto de Economía y docente. Ese cargo fue otro gran acierto de Azzini, quien designó al hombre correcto para la tarea correcta.

EC - Tú dices en el libro que Iglesias se negó a incorporarse a la Cide como funcionario del Ministerio de Hacienda, del cual ésta dependía orgánicamente; que insistió en la conveniencia de realzar el perfil técnico de la tarea de planificación, cosa que lograría a través de su participación como universitario.

AG - Claro. Hay que recordar que 1958 había sido el año de la autonomía universitaria, y estábamos viviendo momentos en que empieza a levantarse la ola de polarización que terminó arrasando con la democracia uruguaya. Enrique Iglesias comprendió rapidísimamente que él no podía cortar sus amarras con la Universidad, que precisaba jugar como de bisagra -que creo que ha sido su rol favorito a lo largo de la vida- entre gobierno y pensamiento, academia, Universidad, conocimiento especializado.

EC - Esa participación como universitario implicaba enviar a todas las partes involucradas un mensaje muy importante: los planes que se realizaran no iban a ser patrimonio del gobierno sino del país, no iban a ser los planes del Partido Nacional sino los de la nación, dice el libro.

AG - Se dedicó a tratar de despolitizar las propuestas que iban a ir surgiendo o que surgirían de la actividad de la comisión, para después facilitar su adopción por los principales actores. Si las propuestas de la Cide hubieran estado pintadas de blanco los colorados nunca hubieran adoptado algunas de sus recomendaciones. Simplemente por un problema de cálculo político. Cuando echamos la política por la puerta se nos cuela por la ventana, cuando echamos los intereses electorales... Es una cosa que descubrí a pesar mío.

EC - ¿Cómo es eso?

AG - Toda esta tesis empezó porque yo quería empecinadamente, machaconamente, demostrar a mis amigos -Daniel Bouquet, Daniel Chasquetti- que la política no es sólo una lucha por el poder, que está llena de ideales, de ideas, de convicciones. Y terminé descubriendo que sí, que efectivamente la política está llena de ideales, de ideas, de convicciones, pero también de estrategias políticas, de cálculos políticos, y que cuando los echás por la puerta se te cuelan por la ventana. Como Iglesias sabía esto desde siempre, que tenía que tener en cuenta esos factores, esa sensibilidad política o esa racionalidad política, dijo: si quiero plantar firme y profundamente la semilla de la planificación, tengo que tratar de borronear el color blanco de estas propuestas para que sean asimilables sin drama, sin ruptura, por los demás sectores políticos. Y eso fue lo que efectivamente pasó.

EC - ¿Cómo fue, en particular, la reacción de la izquierda? La izquierda rechazaba la Alianza para el Progreso, que era el contexto en el cual salía la Cide.

AG - Claro: la Cide tenía algo así como un pecado original. Sin embargo muchísima gente de la Universidad, muchísima gente de izquierda, muchísimos de los que escribían en Época, que eran "réquete de izquierda", como el propio Alberto Couriel, participaron con pasión y sin ningún problema en la tarea de la Cide. Lo más notable y formidable que tuvo la tarea de la Cide fue que fue un ámbito pluralista como nunca existió en este país. Un ámbito de encuentro de los mejores cerebros uruguayos, pero también extranjeros.

Esa es la otra parte maravillosa de la Cide. Durante mucho tiempo los uruguayos hemos estado enfermos de provincianismo; lo decían los muchachos terribles del 45, que la cultura uruguaya era provinciana. En Ciencias Sociales también estábamos aquejados de provincianismo, y la Cide fue una gran inmersión en el mundo moderno porque Iglesias se las ingenió para, gracias al apoyo económico con el que contaba, que era muy poderoso, muy importante -OEA, BID, Cepal financiando todo este asunto-, traer técnicos de una altísima jerarquía intelectual, moral y política. Vinieron ex ministros. El que comandó la contraparte internacional, los investigadores senior (casi todos extranjeros), Ángel Monti era un asesor muy cercano de Raúl Prebich; el doctor Lamas había sido subsecretario; Rolando Sánchez, que tuvo una participación clave en el grupo de educación -que fue uno de los más formidables que tuvo la Cide- había sido viceministro, subsecretario de Educación en Chile, y después vino a colaborar aquí. Fue un dream team de uruguayos apoyados por una selección hecha por el propio Iglesias, con muchísimo cuidado, de los mejores cerebros que andaban por América latina.

EC - El libro tiene mucha información, está documentado casi excesivamente.

AG - Maniáticamente.

EC - Algunas de las páginas más impresionantes son, justamente, las que incluyen las listas de técnicos que participaron. Podemos mencionar a algunos.

AG - Juan Eduardo Azzini; Enrique Iglesias; Luis Faroppa -una eminencia, el que introdujo el pensamiento estructuralista en la Facultad de Ciencias Económicas (hay toda una generación de economistas uruguayos que se saca el sombrero ante él, y yo también lo hago a la distancia); Alejandro Végh Villegas, que era liberal, siempre lo fue, y participó en el plan industrial antes de ir como asesor de Roberto Campos; Agustín Canessa; Carlos de Mattos; José Luis Bruno; Alicia Melgar; Alberto Couriel; Mario Bucheli; Samuel Lichtensztejn; Alberto Bensión; Danilo Astori; el profesor Juan Pivel Devoto; Ariel Davrieux; Luis Macadar; Raúl Ybarra San Martín; Nelson Chocca, Antonio Pérez García, Celia Barbato, Germán Rama, José María Puppo, Ricardo Zerbino, Aldo Solari, Israel Wonsewer, , que fue clave en todo este proceso porque lo apoyó a muerte Iglesias...

EC - Decano de la Facultad de Ciencias Económicas entonces.

AG - Exacto. ... Juan Pablo Terra, Julio Fittipaldo, Raúl Trajtemberg, José Gil Díaz, Pedro Seré, Juan José Anichini, Romeo Grompone, Guillermo Macció, Ernesto Daragnés -que ojalá nos esté escuchando-, Julio Barañano, Ruben Cobas, Walter Lusiardo Aznárez, Raúl Ochoa, Jorge Puchet, José Noguéz, Valentín Arismendi, Yamandú Patrón, Nilo Márquez, Alberto Tisnés, Miguel Cecilio, Enrique Pais, José Claudio Williman, Oscar Bruschera, Jorge Durán Mattos, Alfredo Fernández, Zulma Puig, Ana María Teja, Sergio Arrieta, Olga Bergalli, Milton Machado, Jorge Peluffo, Juan José Pereira, Benito Roitman, ...

EC - Ponemos puntos suspensivos porque nos llevaría toda la mañana seguir recorriendo esta nómina.

AG - Lean el libro.

***

EC - Del cuadro del que tú sacabas recién los nombres, yo saco un número. Secretariado Técnico de Cide, número de expertos contratados y en comisión, año 1963: expertos nacionales en comisión 19, contratados 16; expertos extranjeros 62; total 107.

AG - Sí, pero en total - total, porque el trabajo del Secretariado Técnico llegó hasta 1965, 1966, se cuentan más de 300 personas involucradas de distintas maneras, porque no todos formaban parte del cerno, del núcleo más estrecho, más duro, sino que otra de las cosas maravillosas que se lograron en aquel momento fue involucrar a gente que estaba trabajando en oficinas públicas, como el Banco República o el Instituto Nacional de Estadística, que no abandonó esos cargos para venir a trabajar a la Cide, simplemente se constituyeron como grupos de apoyo, trabajaron en red e hicieron aportes fundamentales. El Departamento de Investigaciones Económicas del Banco República elaboró las cuentas nacionales, y por eso, nada más, habría que hacerle un monumento.

EC - Ese es un primer dato que vale la pena ir registrando; es uno de los tantos aportes de la Cide. Desde la Cide Uruguay tiene cuentas nacionales.

AG - Tiene cuentas nacionales.

EC - ¿En qué áreas se investigó y se produjeron informes?

AG - En casi todas las áreas imaginables, desde el sector agropecuario, el sector industrial, el de reforma administrativa, proyectos de inversión, Salud Pública, vivienda, telecomunicaciones, transporte, comercio exterior... No quedó prácticamente sector de la vida del país sin ser analizado a fondo. La Cide, por eso mismo, brindó por primera vez un panorama global de la situación del país, hizo un examen, una radiografía de la situación del país a los años 1963, 1964, 1965.

EC - El estudio económico del Uruguay, donde pasaron a manejarse términos que después -al menos durante años- se volverían parte permanente en el debate: crisis nacional, estancamiento estructural...

AG - Se venía hablando de crisis desde siempre, en este país siempre hay gente disconforme, gente que está en crisis; Quijano alguna vez escribió que la crisis uruguaya comenzó en 1914. Lo cierto es que aunque durante los años 50 había un debate público importante en torno a la crisis del país, este Estudio económico del Uruguay, con sus datos, con su demostración científica, cayó como un balde de agua fría. Los uruguayos vieron que estallaba el mito de Uruguay como rincón bendito, como país a salvo de cualquier catástrofe. Muchos uruguayos comprendieron que el país atravesaba momentos extraordinariamente difíciles y que, como dice el primer párrafo de ese informe, "podía llegar a hipotecar todo el progreso económico y social acumulado en 60 años".

EC - Lo que hasta entonces eran impresiones, de golpe tuvo números para certificar el diagnóstico.

AG - Por eso mucha gente dice que los números a veces construyen el problema social. Se sospecha que existen los problemas, pero éstos existen una vez que los números los demuestran.

EC - Pero la Cide no se quedó en el diagnóstico; también elaboró planes, el Plan Trienal y el Plan Decenal.

AG - Sí, la Cide llenó de ideas, de propuestas el país. Lo llenó de números, de información, pero también de ideas y de propuestas. Se transformó en una cantera que hasta el día de hoy se sigue utilizando, siguen utilizando los gobernantes. (Me contaba gente que trabajó en la biblioteca del Ministerio de Economía que los ministros de Economía de estos últimos años todavía consultan el plan de la Cide.)

EC - El Plan Nacional de Desarrollo Económico y Social.

AG - Una obra de seis tomos, 11 quilos de peso, llena de propuestas, desde el sector administrativo hasta el sector agropecuario, industrial... de todo un poco.

EC - Para el período 1965-1974, con sus respectivos planes sectoriales. El libro también incluye información abundante a propósito de cada uno de esos capítulos. Pero mirando ese plan, quizás hoy sea bueno presentar qué ideas aportó el plan de la Cide que después se volvieron realidad o han quedado latentes y se volvieron realidad hace dos o tres años; algunas tal vez todavía se discutan hoy...

AG - En el libro no quiero probar que el plan fue aplicado, porque eso sería un disparate mayúsculo que yo, por más entusiasmo que tenga en el tema, nunca voy a decir. El plan nunca fue aplicado tal como fue concebido, como un inmenso mecanismo de relojería en el cual todas las piezas encajaban en principio perfectamente. Pero muchas propuestas del plan se fueron incorporando lentamente, en trabajosísimos procesos políticos, porque la política siempre mete la cola. Muchísimas propuestas pasaron. Del Plan de Reforma Agraria nunca se aprobó la ley principal, que era la ley de reestructura de la tenencia de la tierra; sin embargo cuatro de las siete leyes que componen ese plan fueron aprobadas en 1968. Cuatro de siete, más el impuesto que proponía la Cide, el Improme, que fue creado en 1967, después de una denodadísima batalla que dieron Faroppa y Couriel desde la OPP de la época.

EC - La OPP fue la forma institucional en la que terminó consolidándose la Cide.

AG - Seguramente habría que empezar por ahí: la Cide todavía está viva y se llama OPP. De repente no está viva como ella misma quería, porque hubiera querido institucionalizarse pero separando planeamiento de presupuesto, como ya había planteado muchos años atrás Nilo Berchesi en uno de los pocos antecedentes a favor de la planificación que se registran en los años 40 y 50. El constituyente prefirió esta otra fórmula de mezclar planeamiento y presupuesto, y terminó pasando, con el tiempo, que presupuesto se devoró a planeamiento. La Cide se constitucionalizó como OPP, que durante sus primeros años trabajó en la oficina de la Cide. Pero el Banco Central, una viejísima idea que había sido larguísimamente discutida en la década del 30 y rechazada por la mayoría de los partidos políticos, que fue movilizada después por Nardone, el ruralismo y el Herrerismo entre los años 1956 y 1958, en su propuesta de reforma constitucional, que había sido movilizada en el primer lustro de los 60 y no había podido pasar por el Parlamento, finalmente se plasma a través de la reforma constitucional de 1966. Toda la reestructura ministerial de la reforma de 1966 nació allí; la Ley de Promoción Industrial aprobada en 1974 en el Consejo de Estado es hija de la Cide porque es una adaptación del proyecto de promoción industrial fabricado en la Cide; la Ley de Vivienda de 1968; me atrevo a decir (aunque Germán Rama seguramente no esté muy de acuerdo), que la reforma educativa de 1995-1999, si uno empieza a rascar termina pareciéndose muchísimo a la vieja reforma de la educación creaneada, entre otros, por el propio Rama en una especie de dream team formidable que era el grupo de educación en el que estaban Couriel, Zerbino, Alicia Melgar, Solari, Pivel Devoto, Oliú -que era el subsecretario-, y otros.

EC - La reforma de la seguridad social que se aplicó recientemente también tiene su inspiración, al menos en algunos principios que emanaron de la Cide.

AG - Es posible que sí, porque en el plan de la Cide se hablaba de un régimen mixto de capitalización y de solidaridad. El de seguridad social fue uno de los planes menos elaborados.

El Plan Nacional de Desarrollo de 1972, que es un documento fundamental en la historia económica del país, es una adaptación, un giro hacia el liberalismo, del Plan Nacional de Desarrollo de 1965. Eso no sólo surge del contraste de ambos documentos, sino también de los testimonios de quienes lo redactaron, especialmente de Alberto Bensión.

***

EC - Dice Adolfo Garcé: "La experiencia de la Cide dejó un legado importante en diversos planos: producción de conocimiento especializado, cambios en la agenda política, renovación de las ideologías partidarias, reformas en las políticas públicas y en las instituciones y estructuras del Estado".

Una experiencia que hoy ¿tendría utilidad?, un formato de debate y de trabajo que hoy ¿podríamos recoger para buscar, de esa manera las salidas a la crisis que hoy tenemos y puede ser tanto o más profunda que aquella de principio de los años 60? Esto ha estado en la discusión en estos meses, y quizás vuelva a estar cuando emerjamos un poco, cuando saquemos la nariz de la crisis bancaria, que es la que más nos ha tapado en estos días.

***

Vamos a incorporar a dos de los contertulios de los martes que están con nosotros, Daniel Buquet y Leonardo Haberkorn.

Yo había dejado planteada una pregunta: ¿hasta qué punto es realista pensar que en las condiciones actuales pueda reeditarse un diálogo a escala nacional similar al que tuvo lugar en el marco de la Cide?

AG - Creo que urge revivir el espíritu de la Cide, encarnarlo seguramente en un cuerpo distinto. Pero hay que reeditar aquella experiencia, hay que encontrar la forma de hacerlo. Cuando me puse a estudiar esto nunca soñé que podía tener tanta actualidad. Hoy estoy convencido de que, como vivimos la crisis más pavorosa de toda la historia, tenemos la obligación de aprender del pasado, de aprender de aquella experiencia, de juntarnos, dialogar, discutir, de encontrar ámbitos institucionales para hacerlo. Evidentemente de una forma distinta de aquella, que tenía un viento a favor impresionante desde los organismos internacionales, desde la Alianza para el Progreso. De repente de una forma menos ambiciosa, de repente sin recorrer todos los temas imaginables o posibles, pero de repente sí para discutir algunos asuntos. Me parece fundamental reencarnar el espíritu de la Cide, me parece que tenemos que aprender de esa rebeldía que tuvimos los uruguayos en la década del 60 para decir "Está bien, estamos en crisis, pero no nos vamos a conformar con estar en crisis, vamos a rebelarnos, a apostar al porvenir, a la excelencia técnica, al pluralismo, a aprender de la experiencia internacional". Creo que es imperioso hacerlo.

EC - Daniel, tú seguiste bastante de cerca el trabajo de tu alumno Garcé.

(Risas)

DANIEL BUQUET:
No fue mi alumno, ocasionalmente me tocó cumplir ese triste papel. Lo seguí de cerca, más allá de que no tuve nada que ver con la investigación en particular, porque mis temas son otros. Adolfo trabaja con una línea que es relativamente reciente en la ciencia política, a la que a veces se le llama economía política, que también trabajan los economistas, trabajan multidisciplinariamente economistas y politólogos...

AG - Y Buquet trabaja más bien para el lado del periodismo deportivo.

(Risas)

DB - Claro, yo trabajo esa otra línea multidisciplinaria. Por supuesto, lo conozco muy bien, desde sus primeras versiones. Adolfo ha producido diversos artículos, y finalmente ha culminado con esta tesis de maestría que ahora toma la forma de un libro.

EC - Conociendo tan de cerca el trabajo, y trayendo la experiencia al año 2002, ¿qué dices?

DB - Hay un tema más general que la Cide, del que la Cide es una manifestación particular, que es la relación entre técnicos y políticos. De ese tema hemos hablado mucho, creo que es una de las carencias y las deudas de los últimos gobiernos uruguayos y en particular de este. Daría la impresión de que el pensamiento crítico, reflexivo, no ocupa el lugar que debería en el proceso de las políticas públicas. No lo está ocupando, no lo ha ocupado en los últimos dos o tres años, y por lo tanto parece haber un cortocircuito entre quienes estudian la realidad, entre quienes realizan diagnósticos más o menos elaborados, quienes tienen la posibilidad de presentar alternativas, y una clase dirigente que anda a los ponchazos, improvisando, intentando resolver problemas después de que éstos aparecieron, y quizás en el momento en el que ya no tienen solución o en el que las soluciones adecuadas no se pueden implementar.

En ese sentido el tema tiene mucha actualidad, más allá de que creo que estamos en un mal momento. Si bien es cierto que la Cide aparece en el momento de un coletazo de una crisis económica que fue bastante larga, a principio de los 60 Uruguay de hecho venía de cerca de una década de problemas. Creo que ahora estamos en un momento demasiado volátil como para que muchos piensen que es el momento de sentarse a reflexionar. Es un momento políticamente difícil, pero de todas maneras creo que es una necesidad imperiosa que, más allá del corto plazo, de la urgencia fiscal o financiera, se dedique un tiempo, se destine recursos a elaborar una concepción de país, cuando precisamente parece nuevamente estar en cuestión la propia razón de ser de nuestro país, por lo menos nuestra inserción económica a nivel internacional.

EC - ¿Leonardo?

LEONARDO HABERKORN:
No puedo dejar de coincidir con los politólogos en cuanto a que eso parece una necesidad evidente. Es muy necesario para el futuro no inmediato sino mediato de Uruguay: tenemos problemas urgentísimos para los cuales este tipo de solución no sería funcional, esto vendría en un segundo escalón. En ese primer estado de situación noto lo que dice Bouquet, el gran divorcio entre la clase dirigente, los técnicos y la opinión pública. Escuchaba hoy al economista Horacio Morero diciendo que aquí que la solución va a ser licuar los salarios con la inflación; la clase política responde poniendo un Ministerio de Deporte y financiando todos nosotros un ministerio que ha sido definido como el "ministerio al cuete" por el doctor De Posadas, por poner sólo uno de las decenas de ejemplos que se podría poner. En ese sentido creo que sería muy positivo reeditar ese espíritu; Uruguay lo necesita, pero hay instancias más urgentes antes.

EC - Adolfo, tú hablabas del espíritu de la Cide...

AG - Con una precisión: no tiene sentido planificar en el sentido en que concebían la planificación los muchachos en los 60. No se pueden hacer planes de desarrollo tan minuciosos, con metas cuantificadas; no se puede pensar que se puede sujetar las políticas públicas a la voluntad de los planificadores, de los técnicos; la elaboración, y sobre todo la implementación, de las políticas públicas siempre es un proceso extraordinariamente complicado. Entonces, achicando un poco, disminuyendo, amortiguando todo lo que la Cide tuvo de excesivamente voluntarista, de excesivamente racionalista, de excesivamente tecnocrática -¿por qué no decirlo?-, pero al mismo tiempo que apagamos incendios y para poder apagarlos mejor, plantamos la semilla de las discusiones y las posibles soluciones para encontrar un camino para el desarrollo.

Pongo un ejemplo. La Comisión para la Paz le dio un oxígeno extraordinario al gobierno para atender los problemas de la coyuntura, para tener credibilidad para atender la crisis aftósica, las famosas siete plagas -antes de que fueran mil-. Acaso una comisión para el desarrollo que atendiera esa demanda ciudadana impresionante expresada en la Concertación para el Crecimiento, de un ámbito plural, capaz que le daría al gobierno un poco más de oxígeno, que le permitiría manejar con más comodidad estas urgencias terribles, le permitiría ganar credibilidad.

DB - Creo que sobre la necesidad de esto estamos de acuerdo. Me preguntaría por qué no se da, más allá de las ineptitudes puntuales que pueda haber en cuanto a la incapacidad de verlo o de ponerlo en marcha. Estamos en un momento difícil no sólo por la gravedad de la crisis y las urgencias que ésta plantea, sino que también estamos en un momento distinto en términos ideológicos en el mundo. Me da la sensación de que el ambiente de trabajo que se creó en los 60 en torno a esta comisión, a este emprendimiento, era distinto del que vivimos hoy. Es un momento, por lo menos en su expresión política -no digo que los economistas lo reflejen tal cual-, de visiones muy polarizadas: esto de hablar todo el tiempo del neoliberalismo y los neoliberales, achacándoselo al gobierno sin matices, sin distinciones, y del otro lado haciendo más o menos lo mismo, hablando de un Frente Amplio que quiere una economía como la cubana, haciendo casi caricaturas del adversario de un lado y del otro, no crea las condiciones políticas para generar un ambiente favorable a este tipo de cosas.

Un segundo aspecto que me parece especialmente relevante es el generacional. Aquellos promotores, patrocinadores y cerebros, materia pensante de la Cide, muchos de ellos siguen viviendo hoy y son quizás las figuras más importantes como referencia del pensamiento económico. No todos, algunos no están, pero hay una cantidad -Iglesias, Couriel, Astori y otros-; quizás también haga falta un cambio generacional, más allá de que algunas de estas personas ni siquiera son viejas.

Tercero, creo que la coyuntura política, particularmente la relación de fuerzas entre el Encuentro Progresista y los partidos tradicionales, que lleva a plantear un escenario o bien muy competitivo para la próxima elección o bien directamente de un eventual triunfo de la izquierda, como muchos lo ven, tampoco crea las condiciones para que haya un consenso amplio, un espacio verdaderamente plural, imprescindible para esto. No pueden ser los economistas de un partido o los de una concepción los que armen esto, sino que tiene que ser un grupo con un fuerte componente intelectual y plural.

AG - No puede ser una convocatoria hecha representando a los partidos. El pluralismo tiene que derivar de la excelencia técnica, porque obviamente, y gracias al Cielo, la inteligencia no tiene color político. Si convocás a los mejores, a gente de excelente nivel técnico, siempre van a venir técnicos de todos los partidos políticos, pero no hay que hacer pasar la convocatoria a esa comisión por el filtro de que sean representantes de los partidos, porque entonces es el fin del mundo.

LH - Es difícil.

AG - Es difícil. Lacalle hace meses atrás movilizó esta idea de la Cide, y creo que tuvo un mérito importante. Sin embargo, la forma que propuso -convocar a una nueva Cide- no me parece la más adecuada. Porque precisamente dice "que sean los partidos quienes designen...". Creo que no, que debe ser alguien -Iglesias- que designe a estos técnicos con el mismo criterio de excelencia técnica, porque de ahí va a derivar el pluralismo.

***

EC - De todas estas cuestiones se va a seguir discutiendo en particular el viernes, cuando el libro "Ideas y competencia política en Uruguay, 1960-1973. Revisando el 'fracaso' de la Cide" se presente en un acto en el que van a participar el contador Enrique Iglesias, hoy presidente del BID, y el historiador Gerardo Caetano, director del Instituto de Ciencia Política.

¿Dónde va a ser el acto?

AG - Va a tener lugar donde trabajaba la Cide 40 años atrás (Convención 1523), que hoy es la Escuela de Funcionarios Públicos Dr. Aquiles Lanza, que depende de la Oficina Nacional de Servicio Civil, otra de las iniciativas de la Cide plasmadas en la reforma constitucional de 1966. Por suerte ese local está en muy buenas condiciones y es lo suficientemente amplio como para que podamos tener un acto lindo, grande. Invito muy especialmente a todos los que trabajaron, a los cientos que trabajaron en aquella experiencia de la Cide, a los que, una vez más, quiero rendir mi humilde homenaje.

EC - Será el viernes a las siete de la tarde.

(N. de R.: Los cuadros complementarios que se incluye como enlaces desde la entrevista fueron tomados del libro "Ideas y competencia política en Uruguay. 1960-1973. Revisando el 'fracaso' de la Cide", de Adolfo Garcé.)

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Transcripción: María Lila Ltaif Curbelo
Edición: Jorge García Ramón






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