El
último largometraje del director Roman Polanski narra con
un lenguaje contenido la peripecia real de un pianista judío
que sobrevivió al exterminio. Obtuvo la Palma de Oro a Mejor
Película en Cannes, siete premios César y dos Bafta.
Entre sus siete nominaciones al Oscar están Mejor Película,
Mejor Director y Mejor Actor. Hoy se estrena en Hoyts Punta Carretas
y Moviecenter Montevideo Shopping.
Por Julieta Sokolowicz,
de Espectador.com
En 1970, con El jardín de los Finzi Contini, el director
italiano Vittorio de Sica sugirió que, previo al Holocausto
instrumentado por los nazis, hubo quienes creyeron que una posición
social privilegiada les evitaría sucumbir a la tragedia.
La equiparación a la que se enfrentaron llegado el momento
abarcó a ricos, pobres, célebres y anónimos,
e incluso a aquellos que no estaban muy seguros del significado
de su judaísmo, según mostró Imre Kertész,
Premio Nobel de Literatura, en su libro Sin destino (1975).
Esa fue sólo una de las puntas del original enfoque del escritor
húngaro, quien también se basó en su experiencia
personal y la trasladó al papel con un estilo tan sobrio
como el del celuloide de Roman Polanski.
Wladyslaw Szpilman gozó de cierta fama en la Varsovia de
los años 30. Desempeñarse como pianista en la radio
local contribuyó a asentar su prestigio. Con el advenimiento
de la Segunda Guerra Mundial, los bombardeos destruyeron la emisora.
El creciente antisemitismo también dificultó una reinserción
laboral, que sólo pudo concretarse de manera relativa.
Ese fue el comienzo de una etapa de su vida en la que conocería
el dolor y las privaciones, en ambos casos en un sentido físico
y espiritual. Primero, su familia, medianamente acomodada, se vio
despojada de sus bienes. Luego, como habitante del ghetto de Varsovia,
vivió diariamente la violencia nazi. Más tarde experimentó
la separación de sus seres queridos y la peripecia de vivir
escondiéndose para, finalmente, sobrevivir al Holocausto,
en los restos de lo que alguna vez había sido el ghetto.
Pudo contar todo en la autobiografía que publicó en
1946 y que ahora Polanski llevó al cine. Para el propio director
la experiencia fílmica ha sido catártica, dado que
él mismo es un sobreviviente de horrores similares (incluso
su madre pereció en un campo de concentración). Es
la primera vez que aborda este tema en una película, y lo
hace mostrando la catástrofe de manera descriptiva, con una
narración contenida donde, sin embargo, no escasea el impacto
visual.
Una escena que transcurre en un balcón durante un allanamiento
nocturno, protagonizada por un anciano y presenciada por sus vecinos,
será probablemente la que primero venga a la memoria al recordar
esta película dentro de un tiempo. La segunda será
otra en la que una mujer que ha sido alcanzada por las balas se
contorsiona hasta caer, arrodillada, sobre sí misma. Polanski
fue testigo de esa imagen durante su infancia y aún hoy no
puede despojarse de ella.
La violencia también está sintetizada en la fruición
con que un hombre y una mujer pelean por una ración de comida
que, al desparramarse sobre el suelo, es devorada allí mismo
por el arrebatador y contemplada con desesperación por la
dueña original, que no para de llorar. El
contundente sonido que acompaña al primer plano de un vagón
cerrándose transmite una fuerza tan irrefutable como el punto
que corona la presentación gráfica de la película
Amén., de Costa-Gavras (actualmente en cartel), que
hace énfasis en la posición institucional que mantuvo
la Iglesia en relación a los procederes del nazismo.
Durante las casi dos horas y media que dura El pianista se
despliega un lenguaje simbólico que hace a la esencia del
relato. Minutos antes de que los integrantes de la familia sean
obligados a separarse, el padre utiliza todo el dinero que le queda
para comprar un caramelo, que divide, con la solemnidad de una ceremonia
final, entre todos.
Pero el mayor logro poético del largometraje
radica en el protagonista (Adrien Brody, en una extraordinaria labor
actoral) que, escondido y obligado a mantener silencio para no ser
descubierto, se sienta ante un piano e imagina que sus dedos siguen
entreverándose sobre las blancas teclas del
instrumento. De algún modo, Szpilman se salva a través
del arte (tanto en el sentido literal como figurativo), y en eso
radica la originalidad del planteo. Es ahí donde se puede
establecer una relación con De Sica. Si los Finzi Contini
creían que su posición socio-económica los
salvaría (y, de hecho, al principio la familia de Wladyslaw
no imagina las dimensiones de lo que vendrá), Szpilman ignora
que no sólo su talento sino también el prestigio que
ha adquirido en la radio lo ayudarán a sobrevivir.
Roman Polanski (París, 1933) se ha consagrado como director
con películas donde subyace la idea de que el crimen no paga.
El bebé de Rosemary (1968), Chinatown (1974)
y La muerte y la doncella (1994) son algunos de los ejemplos
más emblemáticos de su filmografía.
FICHA TECNICA
Dirección: Roman Polanski Productores: Roman Polanski, Robert Benmussa y Alain Sarde Guión: Ronald Harwood (en base al libro de Wladyslaw
Szpilman) Música original: Wojciech Kilar Solos de piano: Janusz Olejniczak
Diseño de producción: Allan Starski Diseño de vestuario: Anna Sheppard Dirección de fotografía: Pawel Edelman Edición: Herve de Luze
ELENCO
Wladyslaw Szpilman: Adrien Brody Wilm Hosenfeld: Thomas Kretschmann
Dorota: Emilia Fox Jurek: Michal Zebrowski Henryk: Ed Stoppard Madre: Maureen Lipman Padre: Frank Finlay Halina: Jessica Kate Meyer Regina: Julia Rayner Lipa: Richard Ridings Itzak Heller: Roy Smiles Yehuda: Paul Bradley Majorek: Daniel Caltagirone Benek: Andrzej Blumenfeld Niño en el muro: Darian Wawer Mujer con la sopa: Zofia Czerwinska Arrebatador de la sopa: Emilio Fernández Mujer asesinada: Joanna Brodzik Janina: Ruth Platt Esposo de Janina: Ronan Vibert Esposo de Dorota: Valentine Pelka Schultz: Udo Kroschwald SS: Wanja Mues, Detlev von Wangenheim, Uwe Rathsam, Frank-Michael
Köbe, Peter Rappenglück