07.03.2003




































"EL PIANISTA"

Sobriedad en la tragedia

El último largometraje del director Roman Polanski narra con un lenguaje contenido la peripecia real de un pianista judío que sobrevivió al exterminio. Obtuvo la Palma de Oro a Mejor Película en Cannes, siete premios César y dos Bafta. Entre sus siete nominaciones al Oscar están Mejor Película, Mejor Director y Mejor Actor. Hoy se estrena en Hoyts Punta Carretas y Moviecenter Montevideo Shopping.


Por Julieta Sokolowicz,
de Espectador.com


En 1970, con El jardín de los Finzi Contini, el director italiano Vittorio de Sica sugirió que, previo al Holocausto instrumentado por los nazis, hubo quienes creyeron que una posición social privilegiada les evitaría sucumbir a la tragedia. La equiparación a la que se enfrentaron llegado el momento abarcó a ricos, pobres, célebres y anónimos, e incluso a aquellos que no estaban muy seguros del significado de su judaísmo, según mostró Imre Kertész, Premio Nobel de Literatura, en su libro Sin destino (1975). Esa fue sólo una de las puntas del original enfoque del escritor húngaro, quien también se basó en su experiencia personal y la trasladó al papel con un estilo tan sobrio como el del celuloide de Roman Polanski.

Wladyslaw Szpilman gozó de cierta fama en la Varsovia de los años 30. Desempeñarse como pianista en la radio local contribuyó a asentar su prestigio. Con el advenimiento de la Segunda Guerra Mundial, los bombardeos destruyeron la emisora. El creciente antisemitismo también dificultó una reinserción laboral, que sólo pudo concretarse de manera relativa.

Ese fue el comienzo de una etapa de su vida en la que conocería el dolor y las privaciones, en ambos casos en un sentido físico y espiritual. Primero, su familia, medianamente acomodada, se vio despojada de sus bienes. Luego, como habitante del ghetto de Varsovia, vivió diariamente la violencia nazi. Más tarde experimentó la separación de sus seres queridos y la peripecia de vivir escondiéndose para, finalmente, sobrevivir al Holocausto, en los restos de lo que alguna vez había sido el ghetto.

Pudo contar todo en la autobiografía que publicó en 1946 y que ahora Polanski llevó al cine. Para el propio director la experiencia fílmica ha sido catártica, dado que él mismo es un sobreviviente de horrores similares (incluso su madre pereció en un campo de concentración). Es la primera vez que aborda este tema en una película, y lo hace mostrando la catástrofe de manera descriptiva, con una narración contenida donde, sin embargo, no escasea el impacto visual.

Una escena que transcurre en un balcón durante un allanamiento nocturno, protagonizada por un anciano y presenciada por sus vecinos, será probablemente la que primero venga a la memoria al recordar esta película dentro de un tiempo. La segunda será otra en la que una mujer que ha sido alcanzada por las balas se contorsiona hasta caer, arrodillada, sobre sí misma. Polanski fue testigo de esa imagen durante su infancia y aún hoy no puede despojarse de ella.

La violencia también está sintetizada en la fruición con que un hombre y una mujer pelean por una ración de comida que, al desparramarse sobre el suelo, es devorada allí mismo por el arrebatador y contemplada con desesperación por la dueña original, que no para de llorar. El contundente sonido que acompaña al primer plano de un vagón cerrándose transmite una fuerza tan irrefutable como el punto que corona la presentación gráfica de la película Amén., de Costa-Gavras (actualmente en cartel), que hace énfasis en la posición institucional que mantuvo la Iglesia en relación a los procederes del nazismo.

Durante las casi dos horas y media que dura El pianista se despliega un lenguaje simbólico que hace a la esencia del relato. Minutos antes de que los integrantes de la familia sean obligados a separarse, el padre utiliza todo el dinero que le queda para comprar un caramelo, que divide, con la solemnidad de una ceremonia final, entre todos.

Pero el mayor logro poético del largometraje radica en el protagonista (Adrien Brody, en una extraordinaria labor actoral) que, escondido y obligado a mantener silencio para no ser descubierto, se sienta ante un piano e imagina que sus dedos siguen entreverándose sobre
las blancas teclas del instrumento. De algún modo, Szpilman se salva a través del arte (tanto en el sentido literal como figurativo), y en eso radica la originalidad del planteo. Es ahí donde se puede establecer una relación con De Sica. Si los Finzi Contini creían que su posición socio-económica los salvaría (y, de hecho, al principio la familia de Wladyslaw no imagina las dimensiones de lo que vendrá), Szpilman ignora que no sólo su talento sino también el prestigio que ha adquirido en la radio lo ayudarán a sobrevivir.

Roman Polanski (París, 1933) se ha consagrado como director con películas donde subyace la idea de que el crimen no paga. El bebé de Rosemary (1968), Chinatown (1974) y La muerte y la doncella (1994) son algunos de los ejemplos más emblemáticos de su filmografía.



FICHA TECNICA

Dirección: Roman Polanski
Productores: Roman Polanski, Robert Benmussa y Alain Sarde
Guión: Ronald Harwood (en base al libro de Wladyslaw Szpilman)
Música original: Wojciech Kilar
Solos de piano: Janusz Olejniczak
Diseño de producción:
Allan Starski
Diseño de vestuario: Anna Sheppard
Dirección de fotografía: Pawel Edelman
Edición: Herve de Luze


ELENCO

Wladyslaw Szpilman: Adrien Brody
Wilm Hosenfeld: Thomas Kretschmann
Dorota:
Emilia Fox
Jurek: Michal Zebrowski
Henryk: Ed Stoppard
Madre: Maureen Lipman
Padre: Frank Finlay
Halina: Jessica Kate Meyer
Regina: Julia Rayner
Lipa: Richard Ridings
Itzak Heller: Roy Smiles
Yehuda: Paul Bradley
Majorek: Daniel Caltagirone
Benek: Andrzej Blumenfeld
Niño en el muro: Darian Wawer
Mujer con la sopa: Zofia Czerwinska
Arrebatador de la sopa: Emilio Fernández
Mujer asesinada: Joanna Brodzik
Janina: Ruth Platt
Esposo de Janina: Ronan Vibert
Esposo de Dorota: Valentine Pelka
Schultz: Udo Kroschwald
SS: Wanja Mues, Detlev von Wangenheim, Uwe Rathsam, Frank-Michael Köbe, Peter Rappenglück

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