12.05.2003




































RAFAEL CAVADA, PERIODISTA "CHILENO - URUGUAYO"

Testigo sudamericano de la guerra en Irak

Cubrió durante 40 días la guerra en Irak. Entre muchas “brutalidades”, siempre recordará la muerte de su colega español José Manuel Couzo tras el ataque al Hotel Palestina. Un “daño colateral” o “error militar” que terminó con la vida de otro periodista, el ucraniano Taras Proziuk, y atemorizó al resto de la prensa que allí se alojaba. De paseo en Uruguay, la tierra de su madre, el chileno Rafael Cavada contó su experiencia durante la guerra, la toma de Bagdad y los posteriores saqueos que, afirma, a Estados Unidos “no le interesó controlar”.

EN PERSPECTIVA
Lunes 12.05.03, 08.40.

EMILIANO COTELO:
Rafael Antonio Cavada es un periodista chileno-uruguayo que pasó 40 días en Irak cubriendo la guerra para la Televisión Nacional de Chile (TNC). Junto a sus colegas de diferentes partes del mundo, tuvo su base de operaciones en el Hotel Palestina, de Bagdad, que fue bombardeado durante la ofensiva aliada contra la capital iraquí. Frente a sus ojos murieron dos de los reporteros que fueron víctimas de aquel episodio. Este periodista también iba en el tanque que terminó tirando la estatua de Saddam Hussein, aquella imagen que dio la vuelta al mundo y marcó la caída del régimen iraquí. Rafael nació en Chile en 1967, hijo de madre uruguaya; tiene 35 años, e Irak fue su primer trabajo como corresponsal de guerra.

Te presentaba como chileno - uruguayo; ¿es correcto esto?

RAFAEL CAVADA:
Absolutamente. Viví 12 años en Uruguay, en varias partes; en Palmar, en Mercedes, en Pando, en Atlántida, en Salinas, por nombrar algunos. Me eduqué acá, lo cual es fundamental para entender muchas cosas; la educación uruguaya, con todo lo que se le pueda criticar, es mil veces mejor que la chilena. Además mi madre y todos mis tíos por parte de madre son uruguayos, considero que soy chileno “sólo la mitad mala”.

EC - ¿Desde cuándo estás instalado en Santiago?

RC - Desde 1982. Cuando estaba empezando la secundaria, el liceo, me fui de Uruguay y ya me quedé estudiando en la Universidad de Chile, la universidad estatal. Vengo a Uruguay cada vez que tengo oportunidad, pero estoy radicado en Chile.

EC - Yo mencionaba tu trabajo para la TNC; pero no es lo único que haces en materia periodística, también tienes un programa de radio.

RC - Sí, hacemos un programa, Radio Concierto, básicamente de análisis de noticias. Es un programa muy relajado, de esos donde uno puede darse el lujo de contar chistes si quiere, pero que es básicamente de periodismo especializado: hay un periodista económico, otro que decide qué es lo que se da en el área de cultura de Canal 3, que es la competencia directa de mi canal, y yo que hago internacionales.

EC - Volviste de Bagdad el 16 de abril.

RC - El 15.

EC - Así que en cierto modo viste el comienzo y buena parte del final de esta guerra.

RC - Yo me fui el sábado, y el jueves cayó la estatua de Saddam Hussein en el Monumento a los Mártires frente al Hotel Palestina. Por muy cruel que suene decirlo, esa guerra termina con la caída de la estatua porque fue una guerra muy mediatizada, que dependió mucho de la cobertura de los medios. Y ese día, cuando esa estatua es tirada al suelo, mediáticamente hablando, la guerra quedó terminada. Además nos habían matado a Taras y a José Manuel y muchos ya estábamos muy hartos de la guerra.

EC - ¿Por qué elegiste esa fecha para volver? ¿Estaba ya prevista de antemano?

RC - No. Nosotros habíamos organizado un convoy; elegimos la fecha de aquel sábado, cuando empezamos a salir, porque consideramos que la guerra como tal había terminado. Lo que empezó después fue una operación de limpieza, de reconstrucción e imponer orden, que se demoró mucho pero ya era otra historia; no la de la guerra propiamente dicha, que comienza aquel jueves con el “bombardeo de oportunidad” y termina –por ponerlo en términos televisivos– con la caída de la estatua de Saddam Hussein.

EC - ¿Cuánto de casual y cuánto de planificado tuvo ese episodio: que varios iraquíes se juntaran –no muchos– y tiraran con fuerza para derribar aquella estatua que en definitiva termina en el piso merced al esfuerzo de un tanque de guerra, en el que estabas tú?

RC - Cuando entra la columna de la 51 división por el lado sur, la gente empieza a salir espontáneamente a la calle a felicitar a los soldados, muchos a manifestarse por primera vez en muchos años abiertamente contra el régimen de Saddam Hussein. Eso explica que, en determinado momento, lo que hasta el día anterior había sido visto como una invasión fuera visto como una liberación en términos muy propagandísticos, por ambos bandos. La manifestación contra la estatua de Saddam Hussein tiene que ver con un asunto espontáneo, que además se da frente a las cámaras de televisión. Cuando alguien se percata de esto dice “esta es nuestra oportunidad”, porque antes de que el tanque tirara la estatua al suelo hubo gente pegándole martillazos con un mazo.. Podrían haber estado dos días porque era una estatua tremendamente sólida.

EC - Era increíble que intentaran ese sistema de pegarle con el mazo.

RC - Tiene mucho que ver con hacer algo frente a las cámaras: había muchas, todas las cámaras estaban en la terraza del tercer piso del Hotel Palestina, la gente sabía que ahí había cámaras y hacía un tremendo esfuerzo por aparecer manifestando frente a las cámaras. Tiene que ver, entendámoslo, con todo el público en todo el mundo. Una cosa que uno ha aprendido trabajando en televisión –porque es mi primera guerra, pero he estado en zonas de conflicto varias veces– es que la gente trata de demostrar sus cosas frente a la televisión, no sé cuál es el magnetismo que tiene la cámara para el público en general, pero uno aprende que tiene que pasarse al menos 15 minutos para lograr captar las cosas sin esta distorsión que producen las ganas de salir frente a una cámara. Y la gente vio que podía hacer una demostración de rechazo, de repudio, que fue aprovechada por algún militar estadounidense que dijo “este es el momento, tenemos gente”. Había unas 400 personas entre manifestantes y periodistas, porque los periodistas estábamos ahí en frente.

EC - Era un grupo chico, en definitiva.

RC – Sí: no era un grupo representativo de los seis millones de bagdadíes, eso es un hecho, pero fue la gente que salió a manifestarse.

EC - ¿Cómo era eso de que tú estabas en el tanque que finalmente tiró la estatua?

RC - Lo que pasa es que yo tengo una cámara digital que me compré para ir a Bagdad (me endeudé para ir a Bagdad), y grabábamos mi camarógrafo, Alejandro Leal, y yo; éramos dos periodistas y un camarógrafo, en la práctica operábamos como dos grupos diferentes, cuando nos lo permitían las circunstancias. En un momento dado, cuando el tanque enfila hacia la estatua, se subieron... no sé: 15 periodistas entre fotógrafos de agencias internacionales, periodistas propiamente y camarógrafos. Y yo, como buen latinoamericano, dije “ese es el punto” y me subí. En un momento se subió una turba detrás y saqueó al tanque; les sacaron la comida a los estadounidenses y la repartieron; algo que creo que tenía mucho más que ver con quedarse con un recuerdo que con tener comida (había comida en Bagdad).

EC - Pero el tanque ¿estaba abierto?

RC - No, es un RPC, un vehículo blindado de recuperación que tiene una grúa encima. Subíamos en la plataforma de arriba; en algún momento el comandante del tanque dijo “¡Se bajan todos! ¡Esto es un desastre! ¡Además tengo que levantar la grúa y puedo lastimar a alguien!”. Yo agarré mi cámara, me subí encima de la banda de oruga, que tenía una banda que la cubría, y dije “¿Puedo quedarme acá?, no molesto a nadie, la pluma va a subir por adelante”… Creo que todos los latinoamericanos tenemos eso, el aprovechar un poco la circunstancia. Después, cuando todo estuvo preparado, no dejaron subir casi a nadie más: subieron Nuno Patricio, de Radio y Televisión Portuguesa, y una fotógrafa italiana. Fuimos los tres que estuvimos arriba del tanque y que estuvimos en una posición privilegiada para capturar la imagen. Pero en un primer momento había 15 periodistas arriba, fue simplemente una mirada televisiva: “Desde aquí puedo obtener la mejor imagen de la caída de la estatua”.

***

EC - Decíamos que tuviste al Hotel Palestina como base de operaciones para tu trabajo en Bagdad; ¿podemos decirle así en español?, ¿cómo se dice?

RC - “Pálestain”, que ellos pronuncian como “Bálestain”. Además es de la cadena Méridien francesa, entonces muchas veces decías el nombre del hotel y nadie te entendía; tenías que decir “Méridien” y ahí te llevaban.

Ese hotel tiene una serie de recuerdos para uno. Ya desde que empezaron los ataques masivos nos quedamos sin luz; el generador no funcionaba muy bien; el tercer día no lograron darnos agua para las duchas; se acabó el café muy rápidamente… Tiene toda esa mística que se supone que tienen los lugares donde uno se basa para cubrir guerras; lo mismo ocurrió con el Hotel Sheraton de Sarajevo, que tenía su propia mística, sus propias características. Pero el Palestine tiene otras connotaciones que tienen que ver con la muerte de Taras Protziuk, ucraniano que trabajaba para Reuters, y José Manuel Couzo, de Tele 5, un gallego muy agradable.

EC - Un hotel que era la residencia no sé si de todos pero de muy buena parte de los periodistas extranjeros que cubrían el ataque a Bagdad, pero que también era la base de operaciones del Ministerio de Información del gobierno iraquí.

RC - Los primeros 10 días, el centro de prensa estuvo ubicado en el Ministerio de Información. Era un riesgo tremendo, porque nos alejábamos dos cuadras y veíamos que en el techo había dos baterías antiaéreas; cualquier fotografía de un avión detectaba eso y pasaba a ser blanco militar, lo cual implicaba que cada vez que empezaban los bombardeos cerca del centro de prensa del ministerio todo el mundo salía corriendo, desde los periodistas hasta los burócratas del ministerio. Cuando una noche finalmente lo bombardean no había nadie, le pusieron una bomba por el techo, el centro de prensa se traslada al Hotel Palestina y el Ministerio de Información también pone su sede ahí. Era evidentemente para controlar a los periodistas, nosotros en ningún momento, en ninguna parte de Bagdad estuvimos solos, siempre andábamos con un guía, con un censor; de hecho la única vez que salí solo del hotel –fue un par de veces– a comprar un agua mineral y una cerveza a una cuadra y media, fuimos detenidos por la Policía, nos pasamos dos horas en la comisaría y hubo que hacer trámites y llamadas telefónicas.

EC - ¿En qué medida ustedes veían restringido el trabajo por las autoridades iraquíes? ¿Cuánto control había sobre lo que ustedes reportaban, por ejemplo?

RC - En los primeros días el control fue en la recolección de imágenes: se nos nacía salir con un censor que nos decía en qué dirección podíamos grabar, que además era el intérprete (como ninguno de nosotros hablaba árabe dependíamos mucho de conseguir alguien que hablara inglés). En esos casos las versiones se parecían muchísimo. Los que vivimos las dictaduras latinoamericanas sabemos que la opinión unánime en la mayor parte de los casos obedece a un férreo control estatal. Después el asunto empeoró, empezaron a vigilar qué eran las notas que enviábamos y a poner una persona que escuchara cuando hacíamos despachos en directo. En esos momentos grabábamos dos cintas, una con lo que le mostrábamos y otra con algunas imágenes cambiadas para poder enviar a Santiago.

EC - ¿Lograron hacer ese truco para eludir, al menos parcialmente, la censura?

RC - Tuvimos muchísima suerte porque el primer día que nos controlaron todas las imágenes empezó el bombardeo muy cerca del centro de prensa, que en esa época todavía no estaba en el hotel, y el censor salió corriendo. Logramos convencerlo de que nos dejara despachar la imagen cuando nos quedaba muy poco tiempo por el satélite; el tiempo del satélite es estricto como la muerte: empieza a tal hora, termina a tal a tal hora y no se puede hacer nada al respecto salvo pagar más, pero nosotros somos un país tercermundista, no somos una cadena española o estadounidense que se pueden dar el lujo de tener un satélite a su disposición.

EC - Ustedes disponían de horario fijo para emitir el material; el resto eran comunicaciones telefónicas, para las salidas en vivo utilizaban el teléfono satelital.

RC - Lo usamos lo primeros días, pero después de que requisaran cinco en una noche y deportaran varios periodistas dejamos de usarlo y lo prendíamos únicamente 15 minutos al día para recibir los mensajes de texto. Lo usábamos solamente en caso de grandes emergencias. El teléfono que nosotros llevamos era motivo de deportación porque es muy portátil, no requiere antena adicional sino que es como la de un celular, tiene el doble del tamaño de un celular y los delegados del Ministerio de Defensa temían que los periodistas usaran ese tipo de aparatos para delatar la posición de sus tropas.

EC - Entonces era objeto de un control especial.

RC - Claro.

EC - Tú decías que era pasible de generar una deportación.

RC – Sí: hubo periodistas deportados por usarlo.

EC - ¿Cómo lograste manejarte con el tuyo?

RC - Lo escondimos atrás de un cajón. Lo desarmamos y lo escondimos en varias partes, dejamos de usarlo. Lo supimos el día que deportaron gente. Sabíamos que era complicado pasar el teléfono satelital, porque además te cobraban mucho dinero (150 dólares diarios por el derecho a usarlo); como buenos latinoamericanos lo habíamos metido a escondidas al país, pero después supimos que había gente deportada por usar ese tipo de teléfono y dejamos de usarlo, salvo en caso de grandes emergencias.

EC - En Perspectiva trató en más de una ocasión ubicar a Rafael en Bagdad por aquellos días. Llegamos a tener brevísimas conversaciones fuera de micrófonos, que duraron segundos hasta que aparecían los inconvenientes técnicos o esos otros. Nunca llegamos a poder charlar al aire contigo, así que esta entrevista es una charla largamente postergada. Ese trabajo en el Hotel Palestina en particular incluía el contacto permanente con el ministro de Información del gobierno de Irak.

RC - Mohammed Al Sahaf.

EC - Un personaje que ha sido un tema aparte en esta guerra. ¿Cuáles son tus impresiones a propósito de esta personalidad?

RC - Más allá de todo lo serio que puede ser una guerra, que lo es, era un tipo divertidísimo, absolutamente descarado, descarado en grado sumo. El control sobre la prensa era muy grande, se nos cobraba mucho dinero por día por estar ahí, muchos periodistas nos habíamos quedado sin dinero y estábamos esperando que nos lo trajeran desde Jordania…

EC - ¿Quién cobraba?

RC - El Ministerio de Información.

EC - O sea que además de pagar el alojamiento en el hotel tenían que pagar…

RC – Claro: el alojamiento era relativamente barato, eran 50 dólares, pero el derecho a trabajar para un equipo de televisión de tres personas era de 375 dólares diarios, más 250 por el teléfono celular, o sea que para cadenas como la española, la portuguesa, las estadounidenses e incluso las mexicanas era relativamente asequible, podían pagar, pero nuestro país tiene 16 millones de habitantes, no existe el mercado publicitario que solvente a una cadena que tenga que pagar 10.000 dólares en 15 días. Los mexicanos en un momento también se quedaron sin plata, teníamos que pedir vía Jordania porque en Bagdad no hay cajeros automáticos ni agencias internacionales de envío de dinero.

Entonces nos estábamos quedando sin plata, llegaban las conferencias de Mohammed Al Sahaf y nosotros éramos el público. Veíamos que Mohammed Al Sahaf hablaba de otra guerra, por día decía que sus fuerzas habían reventado nueve tanques, seis transportes blindados, dos helicópteros...

EC – Además, sonreía.

RC - Claro, con una sorna increíble.

EC - Con lo cual podía estar de algún modo reconociendo que mentía.

RC - Sí, pero nosotros nos mirábamos y nadie se animaba a preguntarle a nada, decíamos “Nos van a echar a todos”.

EC - ¿Cuál era la actitud ante semejante discurso tan alejado de la realidad?

RC - En realidad había dos actitudes, la primera era escucharlo con cara muy seria y hacerle preguntas que parecieran serias también: “¿Dónde destruyeron los tanques?”; “¿Cuál es la estrategia que están usando?”... Después salíamos y decíamos “Este tipo está rematadamente loco, nos está mintiendo o nosotros no tenemos idea de qué está pasando en el mundo”.

EC - Por lo tanto después el reporte, en este caso a la televisión de Chile, ¿qué decía?

RC – No: yo nunca confié en la fuente, creo que nadie lo hizo, salvo mencionando que era increíble que este tipo dijera que estaban ganando la guerra. Había ciertas maneras de acceder a Internet, vía computadores personales conectados a teléfonos satelitales que se usaban de noche; entonces los periodistas nos retroalimentábamos mucho en ese sentido. Gustavo Sierra, de Clarín, fue un hombre que nos proveyó de información durante toda la guerra; los mexicanos de Televisa también, Eduardo Salazar y Jorge Diego; nos retroalimentábamos mucho; los españoles, Cadena Ser, Olga Rodríguez... Todos nos juntábamos, empezábamos a conversar y decíamos “Esto no puede ser, todo el mundo, incluso la prensa más o menos independiente, dice que están avanzando y este señor dice que no han avanzado nada; habla de una derrota aplastante en el puerto de Umm Qasar y este señor dice que en Umm Qasar no gobiernan nada”. Al final estábamos esperando qué pasaba con Mohammed Al Sahaf el día en que implosionara el régimen, que cayera; y ese día Al Sahaf desapareció. Desapareció de un momento a otro, dio una conferencia la noche anterior, en la que seguía con el discurso triunfalista, y a las 11 de la mañana del día siguiente, el día que cae Bagdad, no había una autoridad del Ministerio de Información, no había un policía en la calle, no había un militar; la ciudad estaba totalmente desguarnecida y los guardias republicanos del palacio presidencial, que estaba frente a nosotros del otro lado del Tigris, a las siete y diez de la mañana salen corriendo de sus posiciones defensivas, muchos de ellos en paños menores, sin armas, vestidos de civil, salen corriendo y abandonan todas las posiciones. Ese fue el día en que finalmente el régimen cae definitivamente.

EC - ¿Qué fue del ministro?

RC - No apareció nunca más. Lo último que supe es que había informaciones de que se habría ahorcado.

EC - Esa versión circuló. Te consultaba si hubo algún dato nuevo en ese sentido.

RC – No. No he escuchado nada al respecto. Además ya estamos en la etapa en que Estados Unidos maneja toda la información. No es un invento lo que voy a decir: Estados Unidos en estas circunstancias va a dar a conocer lo que le interesa dar a conocer, como hizo en la guerra de Afganistán, donde tuvo a menores de edad y a ancianos de 90 años detenidos en Guantánamo durante tres meses sin informarle a nadie.

***

EC - Me decías que tu trabajo desde Bagdad no fue sólo para la TNC.

RC - En un momento fuimos los únicos sudamericanos y, salvo Televisa, los únicos latinoamericanos. Entonces empezamos a recibir... cómo decirlo: llamados para que despacháramos para otras agencias también. En un momento un periodista francés me dijo: “Si yo trabajara para la cantidad de empresas que tú trabajas tendría mucho más público que toda Francia”, y ahí nos dimos cuenta de que estábamos despachando para RCN de Colombia, para Ecuavisa, para Univisión, para la TNC y para Telefé. Ya era demasiado, además era agotador.

EC - Enseguida volvemos sobre eso, pero pasemos al episodio del ataque del Hotel Palestina, donde tú estabas alojado al igual que buena parte de los enviados extranjeros. ¿Cuál es tu interpretación; por qué ese tanque estadounidense bombardeó el hotel?

RC - Durante los dos días siguientes al ataque del 8 de abril –que además era el cumpleaños de mi hermana y nadie sabía si estaba vivo o no–, el día 9 nos reunimos muchas veces a debatir, a tratar de entender por qué había ocurrido eso. En mi visión muy particular, que creo que se apoya en datos más o menos concretos pero es mi visión particular, hay dos grandes ideas que gravitan en esta decisión. Primero, el punto de que el comandante del tanque había estado en una batalla durante cuatro horas. Nosotros vimos la batalla, escuchamos el fragor de la artillería, el apoyo aéreo, los cañonazos durante cuatro horas, desde las siete y media de la mañana hasta las doce y algo cuando se empezó a aclarar el asunto. El tipo estaba sometido a una tremenda presión y puede haber simplemente cometido un error.

EC - Argumenta que observó disparos provenientes del hotel.

RC - Eso es descabellado: no había armas en el hotel, no las hubo nunca y siempre estuvimos muy atentos a que el hotel no se convirtiera en un refugio para los voluntarios árabes, los fedayines ni fuerzas militares.

EC - En la medida en que desde allí operaba el Ministerio de Información iraquí, ¿no cabía esa posibilidad?

RC - No, no cabía. El hotel no era tan grande, el acceso a la azotea, que era el único lugar desde donde podrían haber disparado con relativa calma, estaba lleno de equipos de televisión, además estábamos a dos quilómetros, a esa distancia lo único efectivo es un lanzamisiles, ni siquiera un lanzagranadas tiene efecto en un tanque tremendamente poderoso. El tanque que nosotros vimos fue destruido por los propios estadounidenses, con una bomba estadounidense, para evitar que lo usaran los iraquíes.

La otra idea gravitante es que el comandante de esta columna, el hombre que disparó, no tenía idea de que ahí había periodistas y pidió incluso apoyo aéreo para terminar con este eventual ataque. El avión que se paseó por arriba del hotel dos o tres veces a muy baja altura sí sabía que ahí había periodistas, de hecho vio las cámaras y demás. Mi interpretación muy particular, entonces, es que la decisión política de no informar (porque esa es una opción política: la decisión militar es disparar, pero la opción política es no informar que ahí hay prensa independiente), para mi gusto pone de manifiesto que a Estados Unidos no le interesaba la opinión de los periodistas que no venían con él.

EC - ¿Tú apuntas a que el militar que decide disparar hizo consultas y no recibió la aclaración de que allí estaban apostados los periodistas?

RC - Creo que es peor: que debía haber sabido de antemano que había periodistas y debió haberlo sabido de antemano, porque todo el mundo sabía que la prensa sólo podía estar en el Hotel Palestine u Hotel Palestina o en Listar, pero que todos nos habíamos ido al Palestina precisamente para estar todos juntos, para controlar que no hubiera voluntarios árabes en uno de los edificios y para tener una retroalimentación.

Además el ministerio operaba, pero operaba con un escritorio, era un lugar de control, más que de propaganda ministerial propiamente; ellos nos mandaban sus conferencias de prensa y controlaban lo que nosotros hacíamos, pero no era un edificio de burócratas ni de militares armados. Creo que debió haberlo sabido; creo que el comandante de una columna que entra a Bagdad debe saber dónde está la sede de la Cruz Roja, dónde están los hospitales y en este caso por lo menos, que todos los periodistas estábamos en un hotel, que además era inconfundible porque tú lo ves desde lejos y es el hotel más alto y probablemente uno de los más feos. Ahí estaba toda la prensa mundial que se negó a irse de Bagdad o que decidió quedarse en Bagdad o que viajó a Bagdad para cubrir esta guerra, se alojó ahí porque el Hotel Al Rajad, que fue la sede durante la primera guerra, fue desalojado: el propio Ministerio de Información ordenó que no quedaran periodistas ahí porque quedaba frente al Ministerio de Exteriores y no querían que grabaran el momento en que le cayeran ocho misiles.

EC - Esas eran preguntas a propósito de por qué el ataque. Por supuesto, también interesa conocer cómo lo viviste tú una vez que ocurrió. Para empezar, ¿fue una sorpresa?

RC - Sí. Yo estaba particularmente cerca del lugar donde detonó la bomba: estaba en el piso 16, mientras que Taras Proziuk y José Manuel Couzo murieron en los pisos 15 y 14. La cámara de Jorge Pliego que estaba en el balcón del piso 16 quedó totalmente calcinada; si Jorge hubiera estado en el balcón en ese momento sería una víctima más porque la explosión arrancó pedazos de 20 centímetros de concreto y los impulsó contra la pared donde dejaron marcado un impacto de esa magnitud. Fue una explosión tremendamente poderosa.

EC - Tú estabas un piso más arriba. ¿Qué sentiste; cómo fue la sensación de ese bombazo?

RC - Es un remezón enorme, con ruido; básicamente uno recuerda muy poco porque después del ruido y la explosión recuerdo cristales roto, las tapas del aire acondicionado en el suelo (cayeron todas) y mucha gente, muy en pánico. Yo había subido a ese piso que tenía tres puntos de vista, tres balcones pequeños, a grabar una batería de helicópteros que se producía en el sur de Bagdad. Sentimos el impacto, prendí mi cámara, salí corriendo al balcón y no noté que sale humo del piso de abajo. En ese momento, Jorge –que había ido al otro balcón— volvió diciendo que el balcón de ellos estaba destruido, que su cámara estaba rota, y todo el mundo entra a correr en desbandada. Por esa escalera bajamos tres periodistas portugueses, Gustavo Sierra de Clarín, Eduardo Salazar, Jorge Pliego y Alejandro de Televisa, dos periodistas italianos, todos corriendo. Recuerdo que la escalera estaba muy oscura y que todo el mundo gritaba, todo el mundo gritaba “¡No griten, corran!”. Cuando bajé el segundo piso –bajé hasta el 14– me paré y dije: “Hay que tener un registro de esto”. Empecé a grabar, y en ese momento escuché el grito de Ferdinando Pellegrini, muy amigo nuestro de la RAI, diciendo que José Manuel estaba herido, que estaba muy mal y que había que sacarlo. Paro y corro hacia la habitación de José Manuel Couzo y me encuentro con John Sistiaga y junto con Ferdinando lo sacamos al pasillo y lo subimos al ascensor.

Fue tremendo, porque José Manuel era amigo mío, quizás no era tan amigo de él, pero me volví muy amigo en ese momento, yo había estado bebiendo cerveza con él dos noches antes, cantando con él y con todos los españoles, y encontrarlo ahí en el suelo, muy mal herido, en estado de shock, sacarlo al ascensor, ver cómo lo llevan al hospital, saber que lo están operando, que hay que amputar y que después de 40 minutos muere de un paro cardíaco... fue una muerte que para nosotros los hispanoparlantes que nos reuníamos todos, que éramos unos 30, personalizó mucho la guerra.

Es egoísta, yo lo entiendo, porque murió mucha gente civil por los errores de bombardeo, porque si el 90 por ciento de las bombas fue de las llamadas bombas inteligentes, el otro 10 por ciento no lo fue: yo vi brutalidades muy grandes por ejemplo en el norte de Bagdad, en Egila, donde bombardearon zonas civiles con bombas de racimo, zonas rurales... Zonas rurales que podrían haber sido de acá, de Canelones, que no tienen una geografía tan diferente, o de cualquier pueblo de Chile. Para nosotros hubo grandes brutalidades en esta guerra, pero la que nos tocó más de cerca fue la muerte de José Manuel, que aparte no se había ido a meter en un lugar conflictivo, estaba grabando en la ventana de su balcón, como lo habíamos hecho todos los periodistas durante 30 días de guerra. Es asesinado por un hombre que mira durante dos minutos hacia el hotel y después dispara. Yo entiendo que pueda haber un error militar de por medio, pero no había armas en el hotel; comprendo que pueda haber confundido una cámara con el trípode de un arma, pero ¿por qué no sabía que en ese hotel había periodistas? Esa muerte, como tantas otras, era perfectamente evitable. Y él era un amigo.

***

EC - Te detenías en una de las dos muertes del ataque al Hotel Palestina.

RC - Claro, lo que pasa es que yo bajé los dos pisos, pero al bajar por el primero lo único que escuché fue gente gritando “Bajen que esto se puede caer”. En el piso 14 escuché a Ferdinando gritando primero en italiano, que es una lengua muy conocida para nosotros la gente que ha vivido en el Río de la Plata, y que además no se diferencia tanto del castellano como para no entenderlo. Él gritaba pidiendo ayuda porque había un herido y le hablo en castellano y me responde en castellano, cuando sacamos a José Manuel y lo subimos al ascensor, que no cabía más gente porque lo llevábamos en un colchón, yo me quedo y voy a ver si alguien más necesita ayuda porque me dicen que hay otro herido. Voy a tratar de sacar a Taras, pero Taras salió con una enorme cantidad de gente, llegó muerto al hospital, estaba mucho más malherido que José Manuel, ya había gente ayudándolo.

El pánico es una de las cosas más incomprensibles que hay, yo vi gente que conocía, que era amiga de Ferdinando Pellegrini, que lo había conocido antes que yo, pasar corriendo por al lado de él sin escucharlo, sin entenderlo. Cuando veo a José Manuel y salgo a que alguien me consiga una camilla un tipo me dice “Yo tengo un kit de primeros auxilios”, “Hombre, no necesitamos un kit de primeros auxilios, necesitamos un cirujano, una camilla y un hospital, y lo necesitamos con urgencia”. Después entendería que él estaba realmente en pánico, como mucha otra gente, pero me decía “Voy a ir a buscar el kit de primeros auxilios porque ahí tengo vendajes que te pueden servir”.

Cuando llegué al piso 15, Taras ya estaba llegando al ascensor. A él lo conocí menos, de partida porque era ucraniano, pero lo conocí porque muchas veces él despachó después de nosotros. La gente que trabaja en televisión suele tener problemas con los tiempos del satélite, entonces me quedaba un minuto, se me estaba acabando el tiempo y le decía “¿Me dejas 15 segunditos más, alcanzo a despachar toda la nota?”, él estaba normalmente cerca, él había llegado de relevo con el segundo equipo ruso que conocí; lo había visto, me había topado en el ascensor mil veces con él, pero con José Manuel, reitero, con él cantábamos juntos, tomábamos cerveza y cantábamos en castellano, teníamos nuestras propias canciones y todo eso.

***

EC - Conversar con un periodista que durante 40 días cubrió desde Bagdad el ataque a Irak puede ser una tarea que lleve toda la mañana. ¿Cómo elegir los temas: dónde poner el foco? Pero aprovechando que tú pasaste 48 horas posteriores a la caída del régimen de Saddam Hussein, al triunfo al menos inicial de las fuerzas aliadas, quería recoger también tu testimonio sobre los saqueos, sobre ese descontrol, esa anarquía en la que particularmente cayó Bagdad y que por lo visto Estados Unidos no tenía previsto mitigar.

RC - Esa es la expresión que para mí refleja mejor la actitud: “No tenía previsto mitigar”; no tenía previsto controlar, no le interesaba controlar. Esta guerra fue revolucionaria en varios aspectos. Hay que considerar que el ministro de Defensa estadounidense, Donald Rumsfeld, es piloto de aviación naval, o sea que operaba desde portaaviones. Su concepto de la guerra es dejar atrás los grandes desplazamientos de ejércitos y empezar a operar con unidades de gran movilidad, como lo es un avión que despega del portaaviones, tecnológicamente muy avanzado, que vaya a destruir el blanco quirúrgicamente y vuelva. Bajo esa perspectiva diseñó una guerra que ocupó un total de 300 mil hombres, cuando la guerra del Golfo tuvo más de 600 mil. No le interesaba el control territorial, establecer el control militar clásico, sino avanzar destruyendo los blancos más importantes para los iraquíes, y por último a las fuerzas estadounidenses, a los políticos estadounidenses que organizaron esta guerra no les interesaban los blancos civiles, que tienen mucho que ver con lo que ocurrió con el Hotel Palestina.

Hubo blancos que deberían haber sido controlados y no lo fueron; hubo lugares como el Ministerio de Hidrocarburos, el Ministerio del Petróleo, que fue rodeado por una columna apenas entraron los soldados a Bagdad; fue controlado, mientras a 60 metros se saqueaba a otros ministerios. Porque a Estados Unidos le interesaba controlar la información sobre el petróleo iraquí, no le interesó cuidar los hospitales donde vimos médicos con bisturíes en la mano defendiéndose de los saqueadores.

EC - Médicos defendiéndose de los saqueadores…

RC - ...para que no les robaran cosas que además no le sirven a nadie, como jeringuillas, apósitos, cosas que le sirven al hospital pero tú las lleva para tu casa y puedes usar una o dos, ¿para qué te sirve el resto? La gente se lanzó a las calles a saquear, primero como una reacción probablemente basada en 30 años de control estricto, y lo primero que saqueó fueron los edificios públicos. Ahí vi un par de cosas descabelladas, gente peleándose por una mesa o por un colgador de sombrero –mucha gente usa sombrero– o saliendo con impresoras, mujeres que se avergonzaban de que les grabaran la cara, pero no de ir con una mesa en la cabeza. Fue primero una reacción muy instintiva, muy visceral, que tuvo como objeto los símbolos del poder del gobierno iraquí, pero que de a poco se extendió a cualquier cosa. En un momento vi saquear una de las sedes de la Media Luna Roja, el equivalente de nuestra Cruz Roja, algo que creo que a nadie se le ocurriría porque ahí está la maquinaria, el know-how y la disponibilidad de ayuda para otra gente que está más o menos en las mismas condiciones de uno.

Pero después de esta liberación inicial empiezan primero los ministerios, después toda sede que pareciera oficial y finalmente las tiendas: al segundo día vi gente con un fusil o una ametralladora parada frente a su tienda defendiéndose de cualquiera que intentara saquearla.

EC - Y la violencia entre privados también, porque se generó una enorme inseguridad.

RC - Sí, claro; la anarquía que hubo generó un descontrol creciente que parte más o menos focalizado pero se extiende a otros barrios. Nosotros estábamos en la zona del Hotel Palestina, pero si te ibas hacia el norte, donde las fuerzas estadounidenses no habían llegado porque se habían detenido en la zona de los ministerios y en el noreste la columna que entró por el aeropuerto, quedaba una gran zona en el noroeste que estaba a merced de los que quisieran saquear. Cuando pasabas por ahí (fuimos y volvimos), veías saqueos masivos, gente saliendo con parachoques de autos de la distribuidora oficial de autos, y en zonas de población civil escuchamos bastante ruido de metralla, tiroteos fuertes, creo que también hubo una cosa de liberarse y salir a saquear cualquier cosa.

EC - ¿Cómo definirías el estado de ánimo de la gente cuando las cosas habían derivado de esa manera?

RC – El primer día la gente nos paraba en la calle y nos decía “Al fin cayó el régimen de Saddam Hussein” (mucha gente nos paró para decirme “A mi hermano lo mató la dictadura de Hussein y yo nunca pude reclamar por ello”). Luego, la misma gente o el mismo tipo de gente nos decía “¿Para qué querían los estadounidenses llegar a Bagdad? ¿Para esto, para dejarnos a merced de los ladrones? Esta no es una liberación, esto no es lo que deberían haber hecho”. El conductor de mi vehículo, que se llamaba Ubak, nos decía: “Esto que está ocurriendo no es bueno porque Alá está mirando. Si los estadounidenses querían controlar Bagdad, ¿por qué dejan que la gente saquee?”.

Creo que ahí está el germen de esta primera reacción en contra de Estados Unidos, que se manifiesta después con grandes marchas, sobre todo entre la población shiíta, que es casi el 60 por ciento de Irak. Enseguida está el germen, cuando ven que a estos así llamados libertadores en realidad no les interesaba cuidar a la gente, que en definitiva es la víctima de todas las guerras.

***

EC - ¿Por qué la presencia de un equipo de la televisión de Chile siguiendo la guerra, el ataque en Bagdad mismo? Tú decías que eran pocos los medios latinoamericanos presentes allí.

RC - Claro, y muchos salieron antes de que empezara la guerra, cuando se nos advirtió que no íbamos a ser protegidos en ningún caso. Yo trabajo para la televisión pública chilena, que tiene varias particularidades que la hacen bastante incomprensible acá: es una televisión pública que se autofinancia, que debe ser competitiva dentro del mercado y que es un fenómeno bastante nuevo en el mundo, pero que es controlada por un directorio de siete personas designado por el Senado representando a lo que se llama las diferentes sensibilidades políticas, y cuyo director ejecutivo es nombrado por el presidente de la República; entonces se cuida muy bien que sea un medio independiente, un medio pluralista.

En determinado momento se reúnen los directivos, son invitados algunos periodistas, como Santiago Pavlovic, un hombre que ha reporteado una enorme cantidad de guerras y dice “Nosotros tenemos que tener nuestra visión, no podemos darnos el lujo de estar esclavizados de las visiones de las cadenas estadounidenses primero, porque con la fiebre de patriotismo que invade a Estados Unidos después del ataque contra las Torres Gemelas, su visión no va a ser objetiva; no podemos someternos a la visión de Al Jazeera o Abu Abí, porque también son visiones interesadas en el conflicto, máxime cuando Al Jazeera ha tenido relaciones tan conflictivas con el Departamento de Estado de Estados Unidos después de la guerra de Afganistán. Entonces necesitamos una cobertura propia, una visión latinoamericana, chilena de este conflicto”.

Originalmente fuimos tres equipos, lo que pasa es que Amaro Gómez Pablo, que trabaja para CNN y para Televisión Nacional de Chile, fue expulsado de Bagdad un día antes de que comenzara el conflicto junto a todos los periodistas de la CNN.

EC - ¿Y lograron esa visión propia, qué impresión tienes?

RC - Creo que sí, siento que particularmente no nos creímos los cuentos que nos contaron primero de parte del gobierno iraquí y segundo nuestro público pudo tener una visión diferente de la cadena de CNN, de la de Fox, de la visión que te da un periodista que va metido con las tropas que avanzan, que es una visión tremendamente influida, no voy a decir contaminada –aunque creo que no sería un término inapropiado–, porque tú estás viviendo, comiendo y sufriendo riesgos con un militar, pero un militar que por último elige ir a la guerra, que para eso se prepara. Nosotros elegimos quedarnos con seis millones de bagdadíes que no tuvieron la opción de decir “Nos vamos”: gente que quedó indefensa, controlada por un régimen dictatorial por una parte y por otra arriesgando recibir una bomba en la cabeza, como a mucha gente le pasó: vimos en muchas oportunidades bombas que habían caído en asentamientos civiles y que no podían ser estos misiles tierra-tierra de que tanto se habló porque un misil tierra-tierra tiene como mucho una carga explosiva de un par de centenares de explosivos, sobre todo los iraquíes después de la destrucción de los Al-Samud, y estas bombas dejaban cráteres de ocho metros de profundidad: eso lo causa una bomba de aviación de 2.500 libras.

Creo que nosotros pudimos dar una mirada más, pero una mirada tremendamente necesaria sobre esta guerra que se centró en la gente que vivía en Bagdad, en la gente, que es en último término la que más sufre la guerra. Éstas son palabras –voy a citarlo, de cortesía por lo menos– de Ferdinando Pellegrini, que decía “los civiles no eligen la guerra”. Cada día se usan armas más sofisticadas, más poderosas y siempre son los civiles los que, sin elegirla, tienen que sufrirla. Ésa fue la visión que nos interesó dar.

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Transcripción: María Lila Ltaif Curbelo
Edición: Jorge García Ramón


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