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En esa diversidad de contenidos de nuestras
carnestolendas, se destaca un componente rutilante,
tal vez lo más representativo de los festejos,
la manifestación más pícara y
transgresora del culto a Momo por estos lares: la
murga.
Sus ancestros europeos eran comparsas
de músicos aficionados o improvisados, que
con el pretexto de una festividad cualquiera, tocaban
a la puerta de las casas de familias pudientes a cambio
de algunas monedas.
Mas cercanamente, la murga como otros
conjuntos carnavalescos, es un derivado del género
chico español. La sociedad criolla le agregó
al decir picaresco, la crítica mordaz a los
acontecimiento políticos y sociales del día,
la caricaturización de figuras de la cotidianidad,
en una línea de comicidad popular ingenua pero
genuina y con mucho acento local.
Su pintoresco escenario, el tablado
barrial, fue modelo de acción comunitaria,
en tanto era construido y mantenido en su expresión
artística por los propios vecinos que realizaban
creaciones artesanales de antología cuando
se premiaba su decoración.
Hoy se gestionan empresarialmente al
compás de un mercado cada vez mas exigente
y que requiere también conjuntos con mayor
profesionalidad.
La batería de bombo, redoblante
y platillos, instrumentación que caracteriza
a la murga desde los tiempos del mítico director
Pepino, tuvo que evolucionar. Insumos de más
calidad, mayor tecnología en la fabricación
y nuevas técnicas de ejecución de los
instrumentos, enriquecieron el planteo musical de
la muga.
Las recurrentes melodías zarzueleras
del otrora dieron lapso al uso de composiciones diversas,
con lo cual la murga diversificó su ofrecimiento
artístico sin perder su ritmo esencial particularísimo,
que el murguista acompaña con un paso de baile
reconocible al que algunos de los componentes, le
imprimen su sello plástico personal que deleita
a los espectadores.
El coro que asume la parte moral de
la narración y que es uno de los elementos
definidores del género, se ha perfeccionado
con los arreglos vocales aportados carnavaleros especialistas.
La actuación de la murga
tiene cuatro momentos: en el primero, la presentación,
donde la murga comunica sinópticamente su historia
y su propósito ante una nueva edición
del carnaval. Luego vienen los dos momentos histriónicos
de la propuesta y que a su vez son la parte de humor
crítico: el cuplé y el popurrí.
Se finaliza con la retirada, cargadas de sentimiento,
mezcla de nostalgia y de esperanza y que cuando conmueven
al público adicto perduran en la memoria colectiva
de los uruguayos como rasgo identificatorio y son
revividas celebraciones fraternales.
Fuente: Intendencia Municipal
de Montevideo
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