Saramago y "El hombre duplicado"
TOMÁS
DE MATTOS:
Tu decías que "Todos los nombres", "Ensayo
sobre la ceguera" y "La Caverna" conformaban una
trilogía involuntaria porque fueron libros escritos de a
uno y no siguiendo un plan. Pero que en definitiva eran libros que
trataban sobre el mundo y el hombre. Dabas otro argumento en el
que no estoy demasiado de acuerdo. Establecías una línea
entre "Ensayo sobre la ceguera" y lo anterior. Hablabas
de lo anterior como si fuera una metáfora de la estatua y
que hubieras penetrado en la profundidad en estos últimos
libros. Con el respeto de un lector, diría que en la profundidad
habías entrado mucho antes. Al menos eso fue lo que se entendió.
Entonces, van dos preguntas. ¿"El hombre duplicado"
integra lo que ahora sería una tetralogía involuntaria?
¿El autor considera que estos cuatro libros últimos
son ontológicamente diferentes a los anteriores?
JOSÉ
SARAMAGO:
Esa idea de tratarse de una trilogía involuntaria que ahora
se habría convertido en una tetralogía ya quizás
con algún grado de voluntarismo, en el fondo no pasa de ser
un juego que se me ocurrió por una cierta unidad en la que
el término que has utilizado está en su sitio: ontológica.
Por ser involuntario, podría ocurrir, y supongo que ocurrió,
que la definición que se aplica a una novela o a dos no se
aplica a todas. Ahí, llego a la conclusión de que
"La Caverna" debería ser retirada de este cuadro.
En el caso de la "La caverna" me convenía, por
el hecho de tener que decir algo, que fuera la tercera parte de
esta trilogía. Pero cuanto apunto al "Hombre duplicado"
me doy cuenta de que "La caverna" no tiene nada que hacer
aquí. Es otra cosa, otro espíritu. Es decir, se separa
radicalmente de la propuesta del "Ensayo sobre la ceguera"
y quizás todavía más de "Todos los nombres"
y no encuentra compañía en "El hombre duplicado".
Entonces, si hay trilogía, ella sería compuesta por
"Ensayo sobre la ceguera", "Todos los nombres"
y "El hombre duplicado". Digamos que "La caverna"
apareció sin ser llamada pero está ahí y si
queréis invertir el orden de la publicación, tenéis
que esperar un poco a ver cómo se define la próxima
novela que espero empezar a fines de junio. Para que esto no parezca
una promesa que se deja para entretener la curiosidad y la supuesta
impaciencia de los lectores de "a ver si llega", aclaro
que el título de la próxima novela será "Ensayo
sobre la lucidez".
Vamos a la otra pregunta. ¿Existe una frontera o una ruptura
entre lo que he escrito hasta "El evangelio según Jesucristo"
y lo que viene después? Yo creo que sí. Pero esto
no tiene tanto que ver con el grado de profundidad del análisis
o de la aventura del descubrimiento de lo que está más
allá de la superficie. Tiene que ver con unas cuantas cosas,
sobre todo quizás con la construcción del propio texto,
quizás con el estilo. A partir de "Ensayo sobre la ceguera"
está claro para cualquier lector aunque desprevenido que
el estilo se me volvió más austero, contenido, y diría
más seco sin que yo lo quisiera. Esto no significa que se
haya vuelto árido. Creo que no llegó a la aridez.
Eso
no tiene mucho que ver con dónde puede llegar el autor de
un modo o de otro. Está claro, y en eso Tomás tiene
toda la razón, que la tendencia reflexiva se encuentra en
todas las novelas anteriores, incluso aquellas que pueden parecer
un puro debate como es el caso de "La balsa de piedra".
Aún así, porque esa es una de mis novelas más
reflexivas, se especula mucho con el lector y se lo provoca y eso
ocurre invariablemente, más o menos, hasta "El evangelio
según Jesucristo" que a su vez no ahorra tiempo cuando
se detiene a pensar sobre lo que se está escribiendo e insinuar
al lector ese tipo de perturbación, esa inquietud de no sólo
decir "no te creas esto, esto es sólo papel y tinta".
Hay algo que importa y el lector se da cuenta: todo lo que está
ahí tiene que ver con nosotros. En primer lugar porque son
palabras y son esas, en segundo lugar porque faltan otras. Todavía
no sabemos cómo encajarlas en el sistema de palabras negativas
que nos intoxica, que nos envenena y por tanto falta el equilibrio
necesario. Ese es el caso del rótulo de "escéptico"
y "pesimista" que se me pone constantemente.
Ahora, cuando yo digo que hay un límite en cuanto a que
hasta "El Evangelio según Jesucristo" he estado
describiendo una estatua, es que todos estarán de acuerdo
en que la estatua es la superficie de la piedra y eso no es baladí.
Esa estatua está hecha de piedra y nada más muestra
su superficie, la que trabajó un escultor sobre una materia
que es la piedra. Pasar adentro de la piedra es como decir que ya
he descrito un montón de situaciones y episodios históricos,
eventos, que sin que se pueda decir que todo eso es más o
menos superficial por lo menos, desde mi punto de vista, es algo
que se queda en la entrada de lo que para mí en este momento
es lo importante.
Digamos que hasta "El evangelio..." los libros son corales,
claro que hay personajes individualizados, sentimientos que los
unen y los separan, pero hay un fondo coral que empieza, por ejemplo,
en "Levantando del suelo" y (llega) hasta crear "El
evangelio...".
Cuando se presenta "El ensayo sobre la ceguera" es como
si la mirada, el campo de observación, se estrechara y, por
ese hecho, pudiera ir más allá, entrar más
hondo. ¿De qué estoy hablando? No quiero caer en la
banalidad de decir que se trata del alma humana. No sé lo
que es eso. Afortunadamente, un personaje mío de "El
ensayo sobre la ceguera" lo ha resuelto eso del alma humana,
del espíritu humano para mí y para algunos lectores.
La chica de gafas oscuras dice: "hay dentro de nosotros una
cosa que no tiene nombre que es lo que somos".
En el fondo lo que yo ando buscando y por eso aparto "La Caverna"
-no es que no esté contento (con esa novela); tanto como
se puede estar contento con lo que se ha hecho- y la pongo a un
lado. (En cambio), enfrento estas tres novelas: "Ensayo sobre
la ceguera", "Todos los nombres" y "El hombre
duplicado". Tengo la conciencia de que al escribirlas, pensarlas,
redactarlas y organizarlas, estoy intentando al menos ya no mirar
en esa idea de una novela de alguna forma coral, aunque podría
ser que no fuera la intención del autor pero que hay algo
de coralidad hasta "El Evangelio...", y que a partir de
ahí lo que cuenta para mí es el individuo.
¿Qué pretendo decir con esto? ¿Olvidar el
resto y caer en una especie de autismo, ombliguismo en la contemplación
propia o de los personajes? No se trata de eso.
Se trata de que al final, la propuesta de "El hombre duplicado"
lo que plantea o, al menos, lo que el autor ha pretendido que la
novela planteara, es una indagación sobre la identidad. Es
una palabra muy difusa, en la que no sabemos muy bien qué
se está diciendo cuando se habla de la identidad como si
ella fuera una cosa permanente y pudiéramos reconocernos
constantemente a lo largo de toda una vida que puede ser extensa
como es mi caso afortunadamente y hubiera una identidad siempre
idéntica o con pocas variaciones. Sabemos que no es así.
Creo que hay una identidad pero es mucho más plástica
que una cosa definitiva capaz de ser definida y que cada uno transporta
en el bolsillo y puede decir: "aquí está mi identidad".
Si nos preguntamos los unos a los otros quiénes somos, ya
sabemos que la respuesta adelanta nada o poco. El otro dirá
cómo se llama, dónde nació, contará
su vida, si quiere, y al final, nada... Seguiremos sin saber quién
es la persona que nos ha contado todo eso. La diferencia hay que
encontrarla en dos preguntas que se parecen mucho pero no son idénticas.
Una es: ¿quién es? O, en una forma mucho más
compleja: ¿quién soy? Esta es una de las preguntas
pero hay otra: ¿qué soy yo? El "quién"
puede ser una biografía, el "qué" creo que
no tiene respuesta. Peor aún: no la tendrá nunca.
La indicación de "El hombre duplicado" no va tanto
en la dirección del "quién" sino del "qué".
La chica de las gafas oscuras decía en "El ensayo sobre
la ceguera": "hay una cosa dentro de nosotros que no tiene
nombre y eso es lo que somos". Cuidado: algunos le han puesto
nombre. Aquí vuelvo a lo que había dicho antes, le
llaman alma, le llaman espíritu. Pero lo peor es que todo
queda como estaba. El nombre es una especie de ganzúa que
sirve para abrir unas cuantas puertas pero que quizás no
consiga abrir la última. La última puerta es esa:
qué soy yo. Si alguno de vosotros puede decirme qué
es, yo le agradecería mucho porque me ayudaría no
en la próxima novela pero quizás en otra más
adelante.
Creo haber contestado a la pregunta de Tomás. Claro que
sabemos que las respuestas no contestan nunca completamente y siempre
dan pie a que se argumente. Si quiere argumentar, seguiremos argumentando.
Si quiere pasar a otra cuestión, estupendo...
TM - Cuando oí mencionar por una vez a la muchacha de las
gafas oscuras, ya la mujer del oculista se movió en mí,
diciéndome que hable de ella. Cuando lo hiciste por segunda
vez, me dijo que venía bien que acudiera a ella para hacer
la pregunta.
Voy a relacionar tres novelas. En "El evangelio según
Jesucristo" se habla de que los hombres no somos reyes de nuestro
destino. No sé qué opina el público pero la
mujer del oculista debe ser uno de los personajes, uno de los mitos
más estupendos que se hayan escrito en el Siglo XX. Cuando
digo mito, me refiero a personajes de la raigambre y de la naturaleza
de Antígona que para todo tiempo sigue siendo un ejemplo.
Quería comparar a la mujer del oculista, porque se me vino
a la cabeza no ahora en tu respuesta sino cuando leía "El
hombre duplicado". Tanto en el original, el autor Santaclara,
como el que resulta ser el duplicado, Don Tertuliano, notaba -fundamentalmente
en el último- una incapacidad para ser libres, no eran dueños
de su destino. Es decir que cualquiera de los dos entraba en la
categorización que tu dabas en "El evangelio..."
para el hombre, para el ser humano. En cambio, la mujer del oculista
por no pensar en sí misma, por ir a compartir una suerte
a la que no estaba obligada, por seguir a su marido por amor y por
ir amando a cada uno de los que integran el grupo y soportar hechos
tremendamente afrentosos como presenciar la traición del
marido, ser violada, tener que asesinar, tener que limpiar las abyectas
asquerosidades, es un ser que va permitiendo a los demás
que vivan y al servir a los demás, logra su libertad. Logra
ser dueña de su destino.
A la luz de esa colosa figura femenina, uno se encuentra en esta
novela con que Tertuliano no es digno de María Paz. En la
novela, tu insistes con imágenes de no ejercicio de la libertad
como el sueño, el estar dormido, el tropismo de la planta
que va hacia la luz sin saber por qué. Muchas decisiones
de Tertuliano son absolutamente mecánicas y complica su búsqueda
de la misma manera que lo hacía Don José en "Todos
los nombres". Siempre, además, está peleando
con el sentido común. En determinado pasaje hay como una
reivindicación de la emoción por parte del autor.
Entonces, creo que es una pregunta que puede parecer abstracta pero
que en ella nos va la vida y toca una nervadura muy importante de
la obra de Saramago. ¿Qué tienen que ver el sentimiento,
la sensibilidad y el sentido común en la determinación
del destino de la persona? ¿En qué medida eso nos
puede elevar del eslabón del mono hacia el ser humano?
JS
- Antes de contestar a la pregunta, me gustaría preparar
las cosas para que la respuesta pueda encajar mejor. Es cierto,
no tengo pudor en decirlo, que la mujer del médico es algo
extraordinario que no ocurre muchas veces en la vida de un escritor,
que a lo mejor no ocurra nunca en algunos. Yo tuve la suerte. Pero,
¿a qué llamo suerte? En el fondo no he querido poner
un personaje estupendo, una más de mis mujeres fuertes (...).
Aquí hay una mujer relativamente fuerte que es la madre
de Tertuliano, a quien llama Casandra, y las otras son un poco difusas.
María Paz, la llamada víctima inocente, manipulada
por ese pequeño canalla que es Tertuliano y a su vez acompañado
por su igual que no es más positivo que él.
No quiero decir esa banalidad de que las novelas se escriben a
sí mismas. Si no le damos una ayuda, nunca llegarían
al final. Hay que pensar que la cosa no es tan obvia como que yo
estoy escribiendo, la novela va avanzando y cuando llega al final,
acabó. Pasan muchísimas cosas incompresibles o que
sólo se comprenden más tarde. Por ejemplo, cuando
estaba escribiendo "Memorial del Convento". Se trata de
una novela larga, que tiene una magnífica historia de amor
entre Blimunda y Baltasar, si se me permite que haga mis alabanzas.
Estaba terminando la novela cuando me di cuenta de que había
escrito una historia de amor sin una sola palabra de amor. A lo
mejor los lectores de la novela han creído que esos dos se
habían dicho palabras de amor, como "te quiero mucho"
o "tu sonrisa es un collar de perlas", esas cosas tontas...
Pues no, no dicen nada. Quedé asombrado cuando me di cuenta
de que había escrito una historia de amor magnífica
sin una sola palabra de amor. Y está claro para el lector
que aquellos dos se aman con un amor total.
Lo que pasó con la mujer del médico es sencillamente
esto. Los que leyeron la novela seguramente recuerdan que el médico
está en casa, después de haber observado el primer
ciego en su consultorio, y se pone a buscar en los libros la explicación
de un fenómeno tan extraño como aquella ceguera tan
particular. Cuando está leyendo, deja de ver sus manos y
se vuelve ciego. La mujer no se entera, se va a la cama y es en
la mañana cuando él le dice que está ciego.
Una ambulancia recoge al médico para llevarlo a cuarentena
y la mujer prepara una maletita y después otra, sin que él
se dé cuenta, y va. Él entra en la ambulancia y ella
también. El conductor le dice que ella no puede subir porque
él tiene que llevar al marido que está ciego. Ella
no lo está. Ella le contesta que la tiene que llevar porque
acaba de quedar ciega. Claro que no lo está pero entra en
la ambulancia por amor a su marido, a quien quiere acompañar
donde sea.
Ahora les voy a pedir que tomen lo que diré muy en serio
porque es así. Si en ese momento de la escritura de la novela
ustedes me preguntaran qué iba a hacer con esa mujer, yo
les hubiera dicho con toda la verdad que a lo mejor quedaría
ciega en el capítulo siguiente. Esto significa que a la hora
de comenzar a escribir la novela, el autor no tenía idea
de lo que iba a pasar. Cuando el autor habla del médico en
su consultorio, podría ocurrir que fuera soltero y se acabó.
Cuando llega a casa y habla con la mujer, el hecho de que ella aparezca
no me hizo pensar que tendría algo muy particular para hacer
en todo el resto de la historia. En ese momento diría: "a
lo mejor quedará ciega en el capítulo siguiente".
En el capítulo siguiente me di cuenta de que esa mujer no
podía quedar ciega. La sabiduría del autor, si la
tiene, es precisamente darse cuenta de lo que puede y de lo que
no. Es decir que si forzara a esa mujer a la ceguera, me quedaría
en una situación muy complicada porque estaría sin
un personaje único en mi obra. Por otra parte, a lo mejor
la historia que yo pudiera inventar sería mucho más
difícil de narrar con todo el mundo ciego. Además,
no tendría lo que para el lector es ejemplo de una compasión
total que la lleva a perdonar, a comprender. En ese momento todo
el mundo se ha quedado ciego, es decir que todo el mundo ha perdido
la razón. No es por una casualidad que la cuarentena se hace
dentro de un manicomio. En el momento en el que el edificio arde,
el capítulo acaba y los locos salen para significar eso mismo:
entraron ciegos porque habían perdido la razón. No
en el sentido de la locura pero en el sentido que la razón
no les ha servido para proteger la vida, para protegerla, para dar
un paso en el sentido de lo humano.
Esto plantea la otra cuestión que ha puesto Tomás.
¿Qué hacen los sentimientos en todo esto?
Si atendemos lo que pasa en "Ensayo sobre la ceguera",
diría que toda la gama de sentimientos posible en el ser
humano está expuesta allí. Lo negativo, lo profundamente
negativo... A la hora en que los ciegos malvados dicen "venga
mujer" y él dice: "no, mi mujer no va". Y
es la mujer la que dice: "tu no intentes nada en esto, yo iré
con mis compañeros". Yo soy conocido por ser una especie
de fabricante de mujeres. Hay un precedente mítico que es
la creación de Eva. Dios ha fabricado a Eva. Pero yo he estado
fabricando mujeres con la esperanza que me resuelvan los problemas
que los hombres han creado y a los que ellas algunas veces ayudaron,
naturalmente. Ahí está toda esa gama de sentimientos
y de la emoción. Es decir, la capacidad de llorar.
Pienso que dos seres humanos, aunque desconocidos, podrían
sentarse uno al lado del otro y sencillamente llorar juntos. No
vale la pena preguntar por qué. En primer lugar porque todos
tenemos, tuvimos o tendremos algún motivo para llorar. Segundo:
porque estaríamos llorando junto a otro ser humano que está
llorando y no tendríamos que decir por qué lo hacemos.
El dolor, el llanto aparece a lo largo de toda la novela y no como
una especie de sentimentalismo tonto. Aparece como expresión
de nobleza del ser humano. El humano probablemente sea el único
ser que puede llorar. Se cuenta que las hienas lloran, mas sabemos
que no. La emoción que hace que ocurran cosas como el baño
de las mujeres desnudas en el balcón bajo la lluvia, las
tres que se lavan unas a otras, el tocar el cuerpo de un amante...
todas esas son señales de lo que Tomás llamaba gestos
y subgestos, tonos y subtonos invocando algo que está en
"El hombre duplicado". Todo eso está ahí.
Yo soy muy racional, terrible y a veces áridamente racional.
Lo que no me explico es cómo a una persona tan racional como
yo, se le desborda la emoción con tanta facilidad, no sólo
personalmente sino a través de la escritura.
El otro día, Pilar y yo estábamos viendo un documental
para la cadena de televisión franco-alemana. Allí
se me preguntó sobre mi infancia y yo dije que era un niño
melancólico, triste. Dije esta cosa que no había pensado
nunca, que se me había olvidado y cuando estábamos
viendo el documental se me presentó como algo muy claro.
Es que los seres humanos crecen más a la sombra que a la
luz. Quiero decir que crecen más en la melancolía
que en la alegría. Eso puede parecer derrotista o cultivar
la tristeza. No lo estoy haciendo, simplemente digo lo que a mí
me parece. Un melancólico no es mejor que el alegre. Evidentemente,
el melancólico puede ser alegre pero su tendencia personal
es a la melancolía y, por qué no decirlo, incluso
a la tristeza. Nadie, al contrario de lo que se cree, se muere de
tristeza. Crece en la tristeza, en la reflexión, en el silencio.
Ustedes pueden decir que esa es una experiencia personal. Sí.
Pero como aquí lo que estamos haciendo es transmitir mi experiencia
personal ya que una parte se concreta en los libros y otra se puede
manifestar en un encuentro como este, diría esto: realmente
crecemos más en la sombra que en la luz. Esto parece contradecir
todo lo que normalmente se piensa y quizás yo no tenga razón.
Hay algo que yo admito siempre que es no tener razón.
Vamos a imaginar que aquí se hace una votación y
todo el mundo apuesta y cree que se crece más en la alegría,
en la luz que en la sombra y yo soy el único que ha crecido
en la sombra... pues no me importa. (Risas y aplausos)
T M - Ustedes notarán que yo miro siempre a Pilar que además
es el ángel custodio de José. Esta es una gira que
viene muy intensa y nos ha dado permiso para una pregunta más.
Yo insistía con el tema de la libertad porque en Uruguay
todo el mundo quedó muy impactado tras tu anterior disertación
con tu frase final en torno a la pregunta de "¿qué
es (Saramago)?" Él dijo: "Cada vez más viejo,
cada vez más libre, cada vez más radical". En
definitiva, por todo lo que señalaba en la pregunta anterior
y por otros elementos, veía que el camino de la libertad
es el camino del hombre. En esta novela tienes una frase que dice:
"No hay peor muro que una puerta que no se puede abrir, máxime
cuando no se tiene la llave y no se sabe si la llave existe".
La pregunta es: ¿Qué hacer con el hombre ante el muro,
ante la puerta que no se abre?
JS - Eso me recuerda a algo ocurrido en Santiago hace pocos días.
En un acto en una Universidad pequeña, alguien ha recordado
una frase de un dramaturgo chileno, del que desafortudamente no
retuve el nombre, que pensando en la historia reciente de Chile,
la dictadura y todos los horrores que ocurrieron allí, ha
dicho que "los muertos no están muertos y los vivos
no están vivos".
A Pilar y a mí esta frase nos impactó de una manera
trascendente porque efectivamente en poquísimas palabras
están resumidos 40 o 50 capítulos de la historia de
Chile y probablemente de Argentina, Uruguay y algún país
más. Esos que han conocido una de las dictaduras más
sangrientas que la historia humana ha perpetrado. Glosando esa frase,
dije que los muertos no están muertos porque están
cumpliendo con su obligación y los vivos no están
vivos porque no están cumpliendo con su obligación.
Quizás se haya vuelto un poco más comprensible aquella
frase que parece, solo parece, un poco retórica. No lo es,
al contrario, tiene mucha densidad.
¿Qué tiene que ver esto con la libertad, con la frase
mía? Yo no puedo olvidar que la vejez no es condición
de libertad. Casi siempre es exactamente lo contrario. Puede ocurrir,
y parece que es mi caso, que como lo tengo todo resuelto económicamente,
porque tengo una salud increíble -ya casi diría injusta-,
puedo decir que "cuanto más viejo, más libre".
Más libre, por más maduro. Más rico, por más
consciente. Más libre por una especie de libertad interior.
A mí nada se me puede quitar sino la vida. Pueden quitarme
el bienestar y todo eso, pero hay un núcleo, quizás
esa cosa que no tiene nombre y que es lo que somos... ¿Por
qué más radical? Más radical porque uno sencillamente
ha perdido la paciencia. Es eso.
Uno ha perdido la paciencia, no está dispuesto a aguantar.
Hace años digo que la palabra más admirable, la que
debemos usar instantáneamente siempre que sea necesario -y
desgraciadamente lo es todos los días- es la palabra "no".
Puede ser por haber perdido la paciencia, es una buena razón
para decir "no". Pero también se puede usar como
una postura de espíritu. Es decir, yo dudo mucho que hayamos
nacido para ser libres pero lo libertad es eso, es una conquista.
¿Cómo se manifiesta esa libertad? Haciendo cada uno
lo que quiere y sin dar la más mínima importancia
a lo que quiere el otro. No, claro que no.
En
un encuentro de Santiago en la Villa Grimaldi, un centro de tortura
y muerte, una mujer que estuvo allí y se llama Gladys -extraordinaria,
con fuerza- leyó cuatro o cinco folios que eran su testimonio
de cuando estaba detenida, torturada... ya saben, viendo cómo
asesinaban a sus compañeros, en fin... toda esa humillación.
Ella, en lo más bajo de la humillación, en el horror
de pensar que la iban a fusilar, se seguía sintiendo libre.
Estaba en la cárcel pero dentro de ella se había abierto
algo y lo contó de una forma emotiva que nos hizo llorar
a todos. Esa libertad que se puede encontrar en la peor de las condiciones,
en la privación absoluta de la otra libertad, bajo tortura,
escarnio, humillación... Ella se ha sentido libre y no era
retórica. Todos entendimos dónde quería ir
y esa es la libertad desde la que se puede llegar a la libertad
cívica, la libertad de comunicación, de las propuestas,
del diálogo.
En el "Memorial del Convento" cuando Blimunda está
buscando eso que llaman las voluntades, se dice que el alma no se
ve pero si te das cuenta hay una especia de nudo en el pecho que
es la voluntad. Digamos que esa libertad de la que hablo es una
especie de nudo, invisible o no, esa cosa que te lleva a decir no
y llevada a palabras más directas, prosaicas, se resume en
eso: "he perdido la paciencia".
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Transcripción y edición: Mauricio Erramuspe.
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