"Delhi
y Agra, imperios perdidos"
"Es
el país de los sueños y del romanticismo, de la fabulosa
riqueza y la desesperante pobreza, del esplendor y los harapos,
del hambre y la pestilencia, de los genios, los gigantes y las lámparas
de Aladino; de los tigres y elefantes, de la cobra y la jungla.
Es el país de las cien naciones y las cien lenguas, de las
mil regiones y de los dos millones de dioses... el país que
todos los hombres querrían conocer, y que después
de conocerlo, aunque sea brevemente, no cambiarían esa brevedad
por lo que les queda por conocer del resto del mundo..."
Mark
Twain: "Más Trampas en el Extranjero", 1897.
El viaje desde
Montevideo a la India, fue para nosotros interminable: Montevideo
- San Pablo - Frankfurt - Delhi.... un vuelo directo de más
de 12 horas! Con tanto tiempo en el aire fuimos cayendo como en
un estado de hipnosis, mucho cansancio... una extraña sensibilidad
que nos confundía entre realidad y fantasía. Un estado
ideal para entrar en el clima de nuestro destino.
Un aterrizaje
caótico...
Al día
siguiente de nuestra llegada salimos a recorrer Delhi. Teníamos
que cumplir con algunos trámites y queríamos empezar
a filmar lo antes posible. La primera impresión fue la del
tráfico. ¡Un caos! Millones de vehículos serpenteando
unos a otros, excedidos todos del límite de velocidad; taxis,
camiones y ómnibuses (todos caídos a pedazos, con
los caños de escape sueltos y abriéndose paso a bocinazo
limpio), coches particulares (especialmente Marutis y autos ingleses
viejos), compartiendo el pavimento con taxis triciclo, esquivando
vacas medio dormidas (y sagradas, que no se deben pisar); miles
de bicicletas y convoys de elefantes llevando cargas insólitas.
Nos cruzamos con unos que llevaban una carga de televisores. Sí,
de televisores.
Y todo esto,
apenas salimos a la calle. Era difícil de creer... Carlos,
nuestro cámara, insistió que nos detuviéramos
para filmar esos elefantes y sus televisores y ahí recibimos
nuestra primera lección de "backsheesh"; palabrita
que con los días, terminamos por odiar. Significa "propina".
Específicamente, nos pedían que por sacarle una foto
a los elefantes les diésemos una propina. El "backsheesh"
es un impuesto no declarado que terminan pagando todos los extranjeros,
en cualquier momento, por el simple hecho de ser extranjero.
Delhi
Nuestra primera
recorrida fue por Nueva Delhi, una ciudad totalmente planificada
y artificial, construida por los ingleses entre 1913 y 1930 cuando
mudaron la capital del virreinato desde Calcutta. Nueva Delhi es
una tela de araña de avenidas muy anchas y hexagonales que
salen de una rotonda a otra rotonda, bordeadas de embajadas, edificios
públicos y jardines. La urbanización es del arquitecto
Edward Lutyens, quien construyó en el centro de Nueva Delhi
y, sobre la única colina de los alrededores, el Palacio del
Virrey, un edificio neoclásico monumental, con 400 habitaciones
y 2.000 empleados. ¡Más grande que Versailles! A cada
lado del Palacio están los Ministerios de Economía
y Relaciones Exteriores, diseñados por un arquitecto archienemigo
de Lutyens, quien les hizo bloquear la vista del Palacio, colina
abajo, hacia la Puerta de la India, lo que causó una disputa
pública que duró décadas.
La
Puerta de la India es un arco de triunfo de 20 pisos de altura,
con una llama eterna a sus pies, dedicada a la memoria de los 85.000
soldados indios muertos en la Primera Guerra Mundial.
Delhi tiene
una historia que se remonta, por lo menos, a unos 5.000 años
atrás. Tiene 1.300 monumentos históricos catalogados,
la mayoría en completa ruina, conviviendo sin pudor con el
tráfico y la vida diaria, dejándose ver a simple vista
al caminar por las calles, entre las carpas del mercado e incluso
desde nuestras habitaciones en el piso 28 del hotel.
La Delhi Antigua
es un grupo de manzanas de fin del siglo pasado, construidas por
los ingleses, claro, como si hubieran importado un pedazo del Trafalgar
Square al medio mismo de la India. Con los años, algunas
de las pasivas y columnatas se han destruido; todos los edificios
están pintados de amarillo o rosado y sus paredes están
tapadas de carteles incomprensibles para nosotros, alternados con
los nombres de marcas internacionales: Kodak, Pepsi, Sony...
El mayor atractivo
de la vieja Delhi está en los bazares. Me refiero a esa hilera
interminable de locales angostos dispuestos sobre la vereda, en
los que venden de todo, desde artesanías baratas hasta alhajas
semipreciosas, sartenes, estatuas de Shiva, telas, alfombras, ropa
occidental y saris, la vestimenta de las mujeres en la India. Nada
tiene su precio a la vista, hay que preguntar primero, no mostrar
demasiado interés y resistir a toda costa la insistencia
y el encanto de los mejores vendedores del mundo. Si uno es cuidadoso
y escéptico ante toda promesa, el precio final resulta casi
regalado.
Pasos...
En todos los
lugares vemos la misma multitud silenciosa de hombres, todos jóvenes,
de pantalón de vestir gris o marrón, camisa brillosa
de nylon y ojotas de plástico que vagan sin rumbo, sin propósito,
de un lado a otro, esperando que algo suceda... Y esta vez, ese
algo, somos nosotros: el turista, quien no sólo es una codiciada
fuente de ingresos, sino también un espectáculo y
un entretenimiento.
Estábamos
esperando que nos recogiera nuestro chofer, cuando un lustrabotas
me advierte de una mancha muy sospechosa que no se sabe cómo
ha llegado a mis botas. Por supuesto se ofrece a limpiarlas, lustrarlas,
y no sólo eso, a colocar una chapita en mis tacos para que
-según sus palabras- yo pudiera escuchar para siempre mis
pasos al caminar... Por supuesto que accedo. Nunca mis botas relucieron
tanto, y años después, las chapitas de mis botas todavía
hacen aquel ruidito que comenzó en la India. El lustrabotas
de mí por supuesto que no se va a acordar, pero yo al caminar,
aquí y en cualquier parte del mundo, me acuerdo de él,
y de Delhi y Agra, y de tantos más imperios perdidos...
Agra
Agra se encuentra
a unos 200 kilómetros al sur de Delhi. Con un millón
de habitantes, Agra (igual que Delhi) ha sido habitada desde hace
miles y miles de años y fue, una vez, capital de un imperio
perdido. Hoy es una ciudad industrial y sucia, desarreglada y caótica,
a no ser por un puñado de palacios que permanecen en su geografía,
como fantasmas de un pasado de gloria. Entre ellos, en Agra, se
encuentra quizás la más increíble maravilla
del mundo: El Taj Mahal.
El Taj Mahal,
una historia de amor...
El príncipe
Kurram había sido educado como príncipe y como místico.
Despojado de los intereses mundanos, aprendió gramática,
lógica, matemáticas, astronomía y geología.
Dominaba el árabe (la lengua del Corán) y el persa
(la lengua de la Corte).
Un buen día
el príncipe se hizo un joven y el joven se enamoró.
En un bazar alegre y colorido, sus ojos se encontraron con los de
la princesa Arjumand, de sólo 15 años, hija del Primer
Ministro de la Corte.
El príncipe,
impresionado por su belleza, preguntó el precio del collar
de cristal que ella se estaba probando. Le respondieron que no era
de cristal sino de diamantes y que valía 10.000 rupias. El
príncipe pagó sin dudarlo y así conquistó
de inmediato el corazón de la princesa.
Pero
los novios tuvieron que esperar cinco años para casarse,
tiempo durante el cual no pudieron verse ni una vez... Finalmente
la boda tuvo lugar en el año 1612, con una ceremonia espectacular,
en la que el Emperador nombró a Arjumand "Mumtaz Mahal",
"La Elegida del Palacio", nombre que quedaría inmortalizado
en el Taj Mahal.
El príncipe
fue coronado unos años después y al coronarse tomó
el nombre de "Shah Jahan", "Rey del Mundo" y
gobernó en paz. Pero cuatro años después de
coronarse, sufrió la peor tragedia de su vida. Su amada y
fiel esposa, Mumtaz Mahal, no resistió el parto de un nuevo
hijo. En su lecho de muerte, la reina le pidió a su rey que
construyera en su memoria un monumento sin igual en el mundo...
No se sabe quién
fue exactamente el arquitecto del Taj Mahal. Se menciona el nombre
de Ustad Isa, pero si este personaje existió o no, es pura
conjetura. Lo cierto es que en Agra se reunieron las mayores riquezas
del mundo: el mármol fino y blanco de sus paredes se trajo
de las canteras de Jodhpur, jade y cristal de la China, turquesas
del Tibet, lapislázuli de Afganistán, crisolita de
Egipto, ágata del Yemen, záfiros de Ceylán,
amatistas de Persia, coral de Arabia, malaquita de Rusia, cuarzo
de los Himalayas, diamantes de Golconda y ámbar del océano
Indico. En una curva del río Yamuna se construyó el
increíble mausoleo.
El Taj Mahal
está emplazado en un jardín simétrico, típicamente
musulmán, dividido en cuadrados iguales, cruzado por un canal
flanqueado por dos filas de cipreses donde se refleja su imagen
más imponente. El mausoleo, por dentro, deslumbra menos que
por fuera. Igual tiene razones para impresionar: en penumbra, la
cámara mortuoria está rodeada de finas paredes de
mármol incrustadas con piedras preciosas que filtran la luz
natural, traduciendo su belleza en mil colores. La sonoridad del
interior, amplio y elevado, es triste y misteriosa, como un eco
que suena y resuena, y nunca se detiene.
El hijo del
Shah Jahan rompió con la simetría, por venganza, por
envidia o por amor, al enterrar a su padre al lado de Mumtaz Mahal.
Ella está representada por una pequeña loza, y el
Rey, por un tintero, símbolo de la mujer como un papel en
blanco en la que escribe su marido.
El Shah Jahan
vivió sus últimos años prisionero en el Fuerte
Rojo, desde donde contemplaba el Taj Mahal a través de su
ventana. En su lecho de muerte, a los 74 años, pidió
que se le colocara un espejo para ver la tumba de su esposa. Se
dice que cuando murió, miraba el Taj Mahal...
Conversando
con la nieta de Gandhi...
Un día
antes de nuestro regreso, teníamos pactada una visita y una
entrevista muy particular. En el Museo de las Artesanías,
estábamos esperando la llegada de Tara Gandhi, nieta de Mahatma
Gandhi. La señora Gandhi también estuvo en el Uruguay
promocionando la producción artesanal de su país.
Tara Gandhi fue una de las personalidades más inolvidables
que me ha tocado entrevistar, tal vez por su extraordinaria sensibilidad,
demostrada en su mirada, en su manera de hablar y en el mensaje
de su abuelo que siente tan propio y por el que lucha para mantener
con vida.
Tara
Gandhi nos contó que recordaba muy bien a su abuelo. Ella
tenía 13 años cuando Gandhi murió. Recordó
que era un momento fermental en la historia y que se vivía
en su propia casa, con la visita de líderes que marcaron
el siglo. "En aquel entonces se respiraba algo muy especial,
algo en el aire, vibraciones que, aún siendo niños,
se podían sentir. No había temor. No. Había
valor. Y no el valor de matar sino el de decir la verdad. Hoy, recordando,
no había temor".
De su abuelo,
Tara Gandhi recordó el sentido del humor, su risa permanente,
el gusto por la música, por los idiomas (siempre estudiando
uno nuevo), el gusto por correr, por hacer ejercicio físico,
por mantenerse en forma, por la disciplina propia. Tara Gandhi recordó
el amor de su abuelo por los viajes, por la contemplación
de la belleza, la pulcritud, los colores. Dijo que le preguntaban
cómo pueden gustarle tanto los colores a un hombre tan sencillo.
Él contestaba que la estética más elevada está
en la sencillez. Según su nieta, el espíritu de Gandhi
quizás no renazca aquí en la India, quizás
su mensaje se llegue a entender mejor un día en Vietnam o
en Finlandia, o en Uruguay...
No deje de
ver, no se pierda...
Si
van con tiempo hasta el norte de la India, no dejen de visitar la
mezquita de Jama Masjid (foto), el Observatorio al aire libre de
Jantar Mantar, el Fuerte Rojo (de noche hay un espectáculo
deslumbrante de luz y sonido), el minarete de Qutab con su enigmático
pilar de hierro y la ciudad fantasma de Fatehpur Sikri.
Una cortita...
Les cuento una
última sobre la India. El Jainismo es la versión india
del Budismo, y es una religión basada en la misma leyenda
de un personaje real que no se llama Siddhartha Gautama sino Mahavira,
pero la leyenda es básicamente la misma de Buda. Para los
jainistas, todos los objetos tienen alma: los objetos sin vida,
como las piedras, tienen sólo un alma; las plantas tienen
dos, y los demás seres vivos tienen tres almas. Los jainistas
sólo pueden alimentarse con algo que tenga hasta dos almas.
Pero no más. Por lo que no sólo son totalmente vegetarianos,
sino que además, en sus templos deben caminar descalzos para
no matar hormigas o insectos. Y para no matar los microbios que
viven en el aire... ¡deben usar tapabocas!
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