24.11.2003


 

 


"Delhi y Agra, imperios perdidos"

"Es el país de los sueños y del romanticismo, de la fabulosa riqueza y la desesperante pobreza, del esplendor y los harapos, del hambre y la pestilencia, de los genios, los gigantes y las lámparas de Aladino; de los tigres y elefantes, de la cobra y la jungla. Es el país de las cien naciones y las cien lenguas, de las mil regiones y de los dos millones de dioses... el país que todos los hombres querrían conocer, y que después de conocerlo, aunque sea brevemente, no cambiarían esa brevedad por lo que les queda por conocer del resto del mundo..."

Mark Twain: "Más Trampas en el Extranjero", 1897.

El viaje desde Montevideo a la India, fue para nosotros interminable: Montevideo - San Pablo - Frankfurt - Delhi.... un vuelo directo de más de 12 horas! Con tanto tiempo en el aire fuimos cayendo como en un estado de hipnosis, mucho cansancio... una extraña sensibilidad que nos confundía entre realidad y fantasía. Un estado ideal para entrar en el clima de nuestro destino.

Un aterrizaje caótico...

Al día siguiente de nuestra llegada salimos a recorrer Delhi. Teníamos que cumplir con algunos trámites y queríamos empezar a filmar lo antes posible. La primera impresión fue la del tráfico. ¡Un caos! Millones de vehículos serpenteando unos a otros, excedidos todos del límite de velocidad; taxis, camiones y ómnibuses (todos caídos a pedazos, con los caños de escape sueltos y abriéndose paso a bocinazo limpio), coches particulares (especialmente Marutis y autos ingleses viejos), compartiendo el pavimento con taxis triciclo, esquivando vacas medio dormidas (y sagradas, que no se deben pisar); miles de bicicletas y convoys de elefantes llevando cargas insólitas. Nos cruzamos con unos que llevaban una carga de televisores. Sí, de televisores.

Y todo esto, apenas salimos a la calle. Era difícil de creer... Carlos, nuestro cámara, insistió que nos detuviéramos para filmar esos elefantes y sus televisores y ahí recibimos nuestra primera lección de "backsheesh"; palabrita que con los días, terminamos por odiar. Significa "propina". Específicamente, nos pedían que por sacarle una foto a los elefantes les diésemos una propina. El "backsheesh" es un impuesto no declarado que terminan pagando todos los extranjeros, en cualquier momento, por el simple hecho de ser extranjero.

Delhi

Nuestra primera recorrida fue por Nueva Delhi, una ciudad totalmente planificada y artificial, construida por los ingleses entre 1913 y 1930 cuando mudaron la capital del virreinato desde Calcutta. Nueva Delhi es una tela de araña de avenidas muy anchas y hexagonales que salen de una rotonda a otra rotonda, bordeadas de embajadas, edificios públicos y jardines. La urbanización es del arquitecto Edward Lutyens, quien construyó en el centro de Nueva Delhi y, sobre la única colina de los alrededores, el Palacio del Virrey, un edificio neoclásico monumental, con 400 habitaciones y 2.000 empleados. ¡Más grande que Versailles! A cada lado del Palacio están los Ministerios de Economía y Relaciones Exteriores, diseñados por un arquitecto archienemigo de Lutyens, quien les hizo bloquear la vista del Palacio, colina abajo, hacia la Puerta de la India, lo que causó una disputa pública que duró décadas.

La Puerta de la India es un arco de triunfo de 20 pisos de altura, con una llama eterna a sus pies, dedicada a la memoria de los 85.000 soldados indios muertos en la Primera Guerra Mundial.

Delhi tiene una historia que se remonta, por lo menos, a unos 5.000 años atrás. Tiene 1.300 monumentos históricos catalogados, la mayoría en completa ruina, conviviendo sin pudor con el tráfico y la vida diaria, dejándose ver a simple vista al caminar por las calles, entre las carpas del mercado e incluso desde nuestras habitaciones en el piso 28 del hotel.

La Delhi Antigua es un grupo de manzanas de fin del siglo pasado, construidas por los ingleses, claro, como si hubieran importado un pedazo del Trafalgar Square al medio mismo de la India. Con los años, algunas de las pasivas y columnatas se han destruido; todos los edificios están pintados de amarillo o rosado y sus paredes están tapadas de carteles incomprensibles para nosotros, alternados con los nombres de marcas internacionales: Kodak, Pepsi, Sony...

El mayor atractivo de la vieja Delhi está en los bazares. Me refiero a esa hilera interminable de locales angostos dispuestos sobre la vereda, en los que venden de todo, desde artesanías baratas hasta alhajas semipreciosas, sartenes, estatuas de Shiva, telas, alfombras, ropa occidental y saris, la vestimenta de las mujeres en la India. Nada tiene su precio a la vista, hay que preguntar primero, no mostrar demasiado interés y resistir a toda costa la insistencia y el encanto de los mejores vendedores del mundo. Si uno es cuidadoso y escéptico ante toda promesa, el precio final resulta casi regalado.

Pasos...

En todos los lugares vemos la misma multitud silenciosa de hombres, todos jóvenes, de pantalón de vestir gris o marrón, camisa brillosa de nylon y ojotas de plástico que vagan sin rumbo, sin propósito, de un lado a otro, esperando que algo suceda... Y esta vez, ese algo, somos nosotros: el turista, quien no sólo es una codiciada fuente de ingresos, sino también un espectáculo y un entretenimiento.

Estábamos esperando que nos recogiera nuestro chofer, cuando un lustrabotas me advierte de una mancha muy sospechosa que no se sabe cómo ha llegado a mis botas. Por supuesto se ofrece a limpiarlas, lustrarlas, y no sólo eso, a colocar una chapita en mis tacos para que -según sus palabras- yo pudiera escuchar para siempre mis pasos al caminar... Por supuesto que accedo. Nunca mis botas relucieron tanto, y años después, las chapitas de mis botas todavía hacen aquel ruidito que comenzó en la India. El lustrabotas de mí por supuesto que no se va a acordar, pero yo al caminar, aquí y en cualquier parte del mundo, me acuerdo de él, y de Delhi y Agra, y de tantos más imperios perdidos...

Agra

Agra se encuentra a unos 200 kilómetros al sur de Delhi. Con un millón de habitantes, Agra (igual que Delhi) ha sido habitada desde hace miles y miles de años y fue, una vez, capital de un imperio perdido. Hoy es una ciudad industrial y sucia, desarreglada y caótica, a no ser por un puñado de palacios que permanecen en su geografía, como fantasmas de un pasado de gloria. Entre ellos, en Agra, se encuentra quizás la más increíble maravilla del mundo: El Taj Mahal.

El Taj Mahal, una historia de amor...

El príncipe Kurram había sido educado como príncipe y como místico. Despojado de los intereses mundanos, aprendió gramática, lógica, matemáticas, astronomía y geología. Dominaba el árabe (la lengua del Corán) y el persa (la lengua de la Corte).

Un buen día el príncipe se hizo un joven y el joven se enamoró. En un bazar alegre y colorido, sus ojos se encontraron con los de la princesa Arjumand, de sólo 15 años, hija del Primer Ministro de la Corte.

El príncipe, impresionado por su belleza, preguntó el precio del collar de cristal que ella se estaba probando. Le respondieron que no era de cristal sino de diamantes y que valía 10.000 rupias. El príncipe pagó sin dudarlo y así conquistó de inmediato el corazón de la princesa.

Pero los novios tuvieron que esperar cinco años para casarse, tiempo durante el cual no pudieron verse ni una vez... Finalmente la boda tuvo lugar en el año 1612, con una ceremonia espectacular, en la que el Emperador nombró a Arjumand "Mumtaz Mahal", "La Elegida del Palacio", nombre que quedaría inmortalizado en el Taj Mahal.

El príncipe fue coronado unos años después y al coronarse tomó el nombre de "Shah Jahan", "Rey del Mundo" y gobernó en paz. Pero cuatro años después de coronarse, sufrió la peor tragedia de su vida. Su amada y fiel esposa, Mumtaz Mahal, no resistió el parto de un nuevo hijo. En su lecho de muerte, la reina le pidió a su rey que construyera en su memoria un monumento sin igual en el mundo...

No se sabe quién fue exactamente el arquitecto del Taj Mahal. Se menciona el nombre de Ustad Isa, pero si este personaje existió o no, es pura conjetura. Lo cierto es que en Agra se reunieron las mayores riquezas del mundo: el mármol fino y blanco de sus paredes se trajo de las canteras de Jodhpur, jade y cristal de la China, turquesas del Tibet, lapislázuli de Afganistán, crisolita de Egipto, ágata del Yemen, záfiros de Ceylán, amatistas de Persia, coral de Arabia, malaquita de Rusia, cuarzo de los Himalayas, diamantes de Golconda y ámbar del océano Indico. En una curva del río Yamuna se construyó el increíble mausoleo.

El Taj Mahal está emplazado en un jardín simétrico, típicamente musulmán, dividido en cuadrados iguales, cruzado por un canal flanqueado por dos filas de cipreses donde se refleja su imagen más imponente. El mausoleo, por dentro, deslumbra menos que por fuera. Igual tiene razones para impresionar: en penumbra, la cámara mortuoria está rodeada de finas paredes de mármol incrustadas con piedras preciosas que filtran la luz natural, traduciendo su belleza en mil colores. La sonoridad del interior, amplio y elevado, es triste y misteriosa, como un eco que suena y resuena, y nunca se detiene.

El hijo del Shah Jahan rompió con la simetría, por venganza, por envidia o por amor, al enterrar a su padre al lado de Mumtaz Mahal. Ella está representada por una pequeña loza, y el Rey, por un tintero, símbolo de la mujer como un papel en blanco en la que escribe su marido.

El Shah Jahan vivió sus últimos años prisionero en el Fuerte Rojo, desde donde contemplaba el Taj Mahal a través de su ventana. En su lecho de muerte, a los 74 años, pidió que se le colocara un espejo para ver la tumba de su esposa. Se dice que cuando murió, miraba el Taj Mahal...

Conversando con la nieta de Gandhi...

Un día antes de nuestro regreso, teníamos pactada una visita y una entrevista muy particular. En el Museo de las Artesanías, estábamos esperando la llegada de Tara Gandhi, nieta de Mahatma Gandhi. La señora Gandhi también estuvo en el Uruguay promocionando la producción artesanal de su país.
Tara Gandhi fue una de las personalidades más inolvidables que me ha tocado entrevistar, tal vez por su extraordinaria sensibilidad, demostrada en su mirada, en su manera de hablar y en el mensaje de su abuelo que siente tan propio y por el que lucha para mantener con vida.

Tara Gandhi nos contó que recordaba muy bien a su abuelo. Ella tenía 13 años cuando Gandhi murió. Recordó que era un momento fermental en la historia y que se vivía en su propia casa, con la visita de líderes que marcaron el siglo. "En aquel entonces se respiraba algo muy especial, algo en el aire, vibraciones que, aún siendo niños, se podían sentir. No había temor. No. Había valor. Y no el valor de matar sino el de decir la verdad. Hoy, recordando, no había temor".

De su abuelo, Tara Gandhi recordó el sentido del humor, su risa permanente, el gusto por la música, por los idiomas (siempre estudiando uno nuevo), el gusto por correr, por hacer ejercicio físico, por mantenerse en forma, por la disciplina propia. Tara Gandhi recordó el amor de su abuelo por los viajes, por la contemplación de la belleza, la pulcritud, los colores. Dijo que le preguntaban cómo pueden gustarle tanto los colores a un hombre tan sencillo. Él contestaba que la estética más elevada está en la sencillez. Según su nieta, el espíritu de Gandhi quizás no renazca aquí en la India, quizás su mensaje se llegue a entender mejor un día en Vietnam o en Finlandia, o en Uruguay...

No deje de ver, no se pierda...

Si van con tiempo hasta el norte de la India, no dejen de visitar la mezquita de Jama Masjid (foto), el Observatorio al aire libre de Jantar Mantar, el Fuerte Rojo (de noche hay un espectáculo deslumbrante de luz y sonido), el minarete de Qutab con su enigmático pilar de hierro y la ciudad fantasma de Fatehpur Sikri.

Una cortita...

Les cuento una última sobre la India. El Jainismo es la versión india del Budismo, y es una religión basada en la misma leyenda de un personaje real que no se llama Siddhartha Gautama sino Mahavira, pero la leyenda es básicamente la misma de Buda. Para los jainistas, todos los objetos tienen alma: los objetos sin vida, como las piedras, tienen sólo un alma; las plantas tienen dos, y los demás seres vivos tienen tres almas. Los jainistas sólo pueden alimentarse con algo que tenga hasta dos almas. Pero no más. Por lo que no sólo son totalmente vegetarianos, sino que además, en sus templos deben caminar descalzos para no matar hormigas o insectos. Y para no matar los microbios que viven en el aire... ¡deben usar tapabocas!

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