24.11.2003


 

 


"El valle de Katmandú"


"Conozco un lugar, escondido, como un 'paraíso perdido', entre los picos del Himalaya, donde uno prácticamente se olvida de que el Siglo XX existe. Un lugar extraño y fascinante en el que abundan palacios, pagodas de techos dorados, y dioses vivientes..."

Wendy Moore en "El Valle Prohibido de Katmandú"


Escuche el programa

La propuesta es llevarlos hasta uno de los lugares más remotos del planeta tierra: el valle de Katmandú, en el Reino de Nepal. Uno de los paisajes más misteriosos que tuve el privilegio de conocer. Una tierra encantada, verde, muy verde, que huele a incienso, donde el pasado se confunde con el presente, donde la realidad le cede el paso a la leyenda, donde el hombre más que hombre es espíritu. Un mundo casi inexplicable ante los ojos del observador occidental.

Durante siglos, al Valle de Katmandú lo envolvió un halo de misterio... hasta la década del 50 era muy poco lo que se sabía de él. Era un rincón perdido e inaccesible en el corazón de los Himalayas. Sólo se conocían y comentaban las historias más extrañas... rumores de diosas vírgenes vivientes, de sangrientos sacrificios animales y de reyes omnipotentes que viajaban en elefante.

Pero cuando en el año 1955, Nepal abre sus puertas al mundo, los misterios del valle de Katmandú comenzaron a revelarse, poco a poco. La Humanidad descubrió que todos aquellos rumores fantásticos eran ciertos. La misma sorpresa nos llevamos nosotros cuando llegamos al valle. Fue un encuentro con un mundo de fábulas, de dioses, de gente y de tradiciones que puso en jaque mis propias convicciones y los conceptos con los que crecí. Tuve que dejar de lado mi mentalidad occidental. Todavía hoy, me cuesta decodificar todos esos recuerdos. Pero bueno, lo intentaré, al tiempo que escribo.

¡Las vacas y el caos!

Debo confesarles que mi primer contacto con la ciudad de Katmandú fue bastante agresivo. La camioneta que nos llevaría al hotel donde teníamos reservaciones tomó lo que supuestamente era la avenida principal. La escenografía era un tanto desalentadora... la cubría una nube de polución. El tráfico parecía un chiste. Por las calles polvorientas circulaban autos convencionales -la mayoría a punto de desintegrarse-, taxis triciclo que son el medio de transporte más común, multitudes que iban y venían cruzando en cualquier lugar sin percatarse de las señalizaciones (suman 700.000 las almas que habitan Katmandú) y, lo más insólito, vacas. Más que circular, las vacas eran las que entorpecían el tránsito.

Por la mitad del trayecto, nuestro chofer se detuvo en una esquina. Nos señaló a un hombre que llevaba a una cabra. Por lo que ya habíamos visto, nada fuera de lo común. Hasta que nos explicó de lo que se trataba: Un sacrificio animal. Sí. El hombre iba a sacrificar esa cabra para salvar el alma de alguien. Morbosa como soy, pedí para bajarme y observar la escena. A ninguno de los transeúntes pareció intrigarles nada. Solo a mí. ¡Ese hombre estaba degollando a la cabra en plena vía pública! Supe más tarde que a su hijo lo habían matado en una manifestación justo en ese mismo lugar hacía un tiempo. Y -siguiendo sus creencias- cuando una muerte es violenta el alma no logra descansar. Para liberarla, se debe derramar sangre de un animal. Sangre que contentará a los dioses quienes permitirán el descanso final y eterno del alma del ser querido. Pero lo más increíble es que quien tiene la palabra final es la cabra. Se supone que es la propia cabra la que accede a ser sacrificada. Su dueño no puede obligarla. ¿Y cómo saben si la cabra está dispuesta al sacrificio? Primero la mojan con agua. Si la cabra se sacude el agua del cuerpo, eso significa que acepta ser sacrificada. Justo, esa cabra no tuvo inconveniente y muy pronto por esa calle corrían ríos de sangre. Demasiado para un primer día. Tuve pesadillas esa noche.

Hoy en día, a pesar de los miles de turistas de todas partes del mundo que lo visitan y a pesar de que ya existan los ciber cafés en los rincones más modernos de la ciudad, el tiempo sigue detenido en el Valle de Katmandú. Y el ejemplo más ilustrativo, es la Plaza Durbar de Katmandú.

La Plaza Durbar

Hagamos de cuenta que ya estamos allí. Un paisaje tapizado de templos. Hay más de 50 y todos tienen distintos tamaños. La mayoría datan del Siglo XVII. Fueron construidos por el entonces Rey Pratap, de la dinastaía Malla; más conocido como el Rey Poeta, por sus dones literarios. Pero además de talentoso, era muy ambicioso. Y una de sus maneras predilectas de hacer saber su poder a los reinados vecinos, era construyendo ostentosos palacios y restaurando templos. Todavía están allí. Algunos restaurados, otros, cubiertos con el polvo de los años. De ladrillo o de madera minuciosamente tallada...

La Plaza Durbar es un verdadero panteón de dioses y a la vez, uno de los escenarios más animados de la ciudad. Porque en ese crisol de culturas y religiones que es Katmandú, la vida de sus habitantes está gobernada por la espiritualidad. Los hinduistas, que son el 90% de la población, acuden diariamente a la plaza para venerar a Parvati, a Kali, a Shiva, a Vishnu... Incienso, polvos de colores, flores, lamentos y alabanzas... Compartiendo el escenario con los devotos, están los comerciantes que ofrecen por una suma ridícula en rupias nepalesas, desde flores hasta las piezas de arte más espectaculares. Gente que está de paso, con aire apurado dirigiéndose a sus trabajos, niños descalzos corriendo de un lugar a otro, avalanzándose sobre los turistas pidiendo rupias, "dollars", lapiceras o jabones. A mí me llegaron a pedir lápiz de labio...

Los Zadus

Chicas muy jóvenes, cargando bebés a sus espaldas, mujeres conversando en las esquinas o concentradísimas en un ritual que con espanto descubrí que es una costumbre entre ellas: se sacan piojos unas a las otras. Gente sin edad, rostros de esos que parecen tener mil años, con grietas que delatan cada día de cansancio y dolor. Y los personajes más pintorescos: los zadus. Seres que un buen día deciden abandonar todos sus quehaceres para dedicarse a la búsqueda espiritual e inician un eterno peregrinaje hacia lugares santos. Van a paso lento, por los caminos polvorientos de la Plaza, buscando algún templo para descansar. Visten harapos, con barbas y cabello hasta el piso. Sus rostros siempre pintados con colores fuertes y llevan consigo únicamente un bastón. Viven de la caridad. Y si nos topamos en su camino simplemente nos hacen el símbolo de la paz. ¿Hacia dónde van o de dónde vienen? ¿Hasta cuándo van a caminar? Quién sabe... Sólo sé que se prestan encantados para la foto. Pero el humor les cambia si no les dan algunas rupias a cambio de la gentileza.

La leyenda de la "Diosa Viviente"

De todas las excentricidades de la cultura nepalesa, ninguna se iguala a la de la Diosa Virgen Viviente de Katmandú que habita en uno de los palacios de la Plaza Durbar y a quien llaman Kumari.

La leyenda comienza hace más de 1.000 años cuando una niña proclamó a viva voz estar poseída por el espíritu de la Diosa Virgen, consejera de las familias reales. El entonces rey, una vez convencido de que esa niña era la reencarnación de la Diosa Virgen, ordenó que le construyeran un templo especial en la Plaza Durbar: el Palacio Kumari Bahal. Desde entonces, esa ha sido la residencia de todas las Kumaris.

La selección de la Kumari se realiza minuciosamente. Deben ser niñas de entre cuatro y cinco años y deben cumplir con 32 requisitos. Entre ellos, tener ojos y pelo negro, un cuerpo delgado, buena salud y la piel intacta. No pueden tener cicatrices porque nunca pueden haber sangrado. Y el horóscopo de esa niña debe armonizar con el del Rey. Como prueba final, la niña es encerrada en un cuarto oscuro y atormentada con cabezas de búfalo, velas y máscaras de demonios. Si la niña no se asusta es aclamada como la reencarnación de la Diosa Virgen. Se entiende que un niño que da síntomas de tanta valentía, necesariamente debe haber sido un ser superior en su vida anterior.

La trasladan a su Palacio, con su familia y desde ese día hasta la fecha de su primera menstruación, vivirá recluida. Únicamente sale una vez al año, en su procesión y cuando el Rey va a visitarla, también una vez por año, para obtener su bendición.

La calle Freak: Katmandú y los hijos de las flores

La más popular de todas las calles de Katmandú se llama "Freak" que, en inglés, quiere decir "tipo raro". Es cierto que nadie ni nada nos parece demasiado normal a nosotros los occidentales, en Katmandú. Pero los "tipos raros" a quienes alude el nombre de esta calle, eran occidentales. Eran los hippies de los años 60 y 70 que habían encontrado en Katmandú su paraíso terrenal. La tierra que todo lo permitía. Peregrinando desde San Francisco, convirtieron a este rincón del mundo, suspendido en las alturas de los Himalayas, en la meca asiática del hipismo.

La calle se transformó en una pasarela extraña, de moteles baratos, envuelta en una nube de marihuana, donde sonaban canciones de Dylan, o de Crosby, Still & Nash. Nash & Young, por aquellos años. Amor, paz y diversión. Ese fue el lema de la calle Freak durante los años 70. Hasta que los tiempos fueron cambiando y el gobierno prohibió la droga en Katmandú. Los hippies se fueron. Y la calle Freak, desconcertada, debió adaptarse al cambio. Hoy, ya no existen los moteles, pero sí hay restoranes y pensiones a buen precio y tiendas de artesanías en cada esquina. Pero el legado hippi quedó inmortalizado en el propio nombre de la calle, en las tiendas de ropa o en las librerías, dedicadas a recordarlos.

Los dioses de Nepal

Dicen que el Dios Shiva una vez decidió abandonarlo todo y retirarse a algún lugar tranquilo para convertirse en pastor y protector de Animales. Utilizando sus poderes cósmicos, encontró el lugar perfecto, en las afueras de Katmandú, a orillas del Río Bagmatí, los nepaleses consideran que las aguas de este río son tan santas y purificadoras como las del Ganges en India. Y en ese mismo lugar, un templo fue levantado en su nombre; el templo de Pashupatiná.

Hoy, el templo de Pashupatiná (foto arriba), congrega a los adoradores de Shiva de todas partes del subcontinente. Ricos y pobres, hombres, mujeres, niños y zadus. Muchos vienen en auto, otros en avión, pero la mayoría viene a pie, marchando distancias interminables porque creen que cuanto más sufran en esa peregrinación, más méritos obtendrán ante Shiva cuando lleguen al templo.

La entrada sólo está permitida a los fieles de Shiva, así que tuvimos que quedarnos afuera, pero es básicamente a los pies del templo, sobre el Río Bagmatí, donde sucede la acción, sobre las escalinatas, donde se realizan las cremaciones. Las cenizas del muerto, se echan al Río para que una vez liberada, su alma vaya al cielo. Hay una plataforma de cemento aparte, donde se crema únicamente a la familia Real. Durante el ritual de la cremación, los familiares del fallecido, se bañan en el río para purificarse ellos también.

De hecho, las mujeres hinduistas tienen la costumbre de bañarse en el Río Bagmatí después de cada mestruación. Lo llaman el baño purificador.

Es fuera del templo, entonces, y a orillas del Río Bagmatí, donde se concentran los turistas que como nosotros, simplemente "observan". Y donde nunca faltan los encantadores de serpientes, que a cambio de algunas rupias, invitan a los turistas a sentarse junto a ellos y sacarse la foto con la serpiente alrededor del cuello.

No deje de ver, no se pierda

Si me permiten, quisiera sugerirles que si tienen planeado emprender un viaje místico al Reino de Nepal, no dejen de visitar el templo budista más importante de todos: el templo de Swayambhunath. También conocido como el Templo de los Monos porque por alguna razón, siempre hay cientos de ellos deambulando por ahí, haciendo sus trucos para entretener a los turistas. Allí, la estupa central tiene pintados los famosos ojos de Buda, que dicen que todo lo ven.

Pero más allá del valle de Katmandú, el Reino de Nepal tiene otros encantos. No dejen de ir a Pokara, la ciudad más próxima a los pies de los Himalayas. Desde allí, se pueden hacer expediciones para escalar los picos más altos.

Y tampoco dejen de conocer la región nepalesa del Terai; un mundo aparte, llanuras subtropicales donde se encuentra por ejemplo el Parque Nacional Real de Chitwán. Antiguamente, el campo de caza de los Ingleses y los aristócratas nepaleses. Hoy, la naturaleza y la vida salvaje están protegidas por el gobierno. Lo más divertido allí, es recorrer el parque a lomo de elefante e ir descubriendo a los rinos, los ciervos y los leopardos. Alguna vez, más adelante en Mapamundi, volveremos a hablar del Reino de Nepal porque como pueden ver, hubo muchas cosas que nos quedaron en el tintero.

Otros destinos



En perspectiva
l Dinámica Rural l Deportes l Página principal

Para escuchar la radio en vivo necesita el Real Player
Optimizado para Internet Explorer a 800x600
Copyright Espectador.com All Rights Reserved