"El
valle de Katmandú"
"Conozco un lugar, escondido, como un 'paraíso perdido',
entre los picos del Himalaya, donde uno prácticamente se
olvida de que el Siglo XX existe. Un lugar extraño y fascinante
en el que abundan palacios, pagodas de techos dorados, y dioses
vivientes..."
Wendy
Moore en "El Valle Prohibido de Katmandú"
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La propuesta
es llevarlos hasta uno de los lugares más remotos del planeta
tierra: el valle de Katmandú, en el Reino de Nepal. Uno de
los paisajes más misteriosos que tuve el privilegio de conocer.
Una tierra encantada, verde, muy verde, que huele a incienso, donde
el pasado se confunde con el presente, donde la realidad le cede
el paso a la leyenda, donde el hombre más que hombre es espíritu.
Un mundo casi inexplicable ante los ojos del observador occidental.
Durante
siglos, al Valle de Katmandú lo envolvió un halo de
misterio... hasta la década del 50 era muy poco lo que se
sabía de él. Era un rincón perdido e inaccesible
en el corazón de los Himalayas. Sólo se conocían
y comentaban las historias más extrañas... rumores
de diosas vírgenes vivientes, de sangrientos sacrificios
animales y de reyes omnipotentes que viajaban en elefante.
Pero cuando
en el año 1955, Nepal abre sus puertas al mundo, los misterios
del valle de Katmandú comenzaron a revelarse, poco a poco.
La Humanidad descubrió que todos aquellos rumores fantásticos
eran ciertos. La misma sorpresa nos llevamos nosotros cuando llegamos
al valle. Fue un encuentro con un mundo de fábulas, de dioses,
de gente y de tradiciones que puso en jaque mis propias convicciones
y los conceptos con los que crecí. Tuve que dejar de lado
mi mentalidad occidental. Todavía hoy, me cuesta decodificar
todos esos recuerdos. Pero bueno, lo intentaré, al tiempo
que escribo.
¡Las
vacas y el caos!
Debo confesarles
que mi primer contacto con la ciudad de Katmandú fue bastante
agresivo. La camioneta que nos llevaría al hotel donde teníamos
reservaciones tomó lo que supuestamente era la avenida principal.
La escenografía era un tanto desalentadora... la cubría
una nube de polución. El tráfico parecía un
chiste. Por las calles polvorientas circulaban autos convencionales
-la mayoría a punto de desintegrarse-, taxis triciclo que
son el medio de transporte más común, multitudes que
iban y venían cruzando en cualquier lugar sin percatarse
de las señalizaciones (suman 700.000 las almas que habitan
Katmandú) y, lo más insólito, vacas. Más
que circular, las vacas eran las que entorpecían el tránsito.
Por
la mitad del trayecto, nuestro chofer se detuvo en una esquina.
Nos señaló a un hombre que llevaba a una cabra. Por
lo que ya habíamos visto, nada fuera de lo común.
Hasta que nos explicó de lo que se trataba: Un sacrificio
animal. Sí. El hombre iba a sacrificar esa cabra para salvar
el alma de alguien. Morbosa como soy, pedí para bajarme y
observar la escena. A ninguno de los transeúntes pareció
intrigarles nada. Solo a mí. ¡Ese hombre estaba degollando
a la cabra en plena vía pública! Supe más tarde
que a su hijo lo habían matado en una manifestación
justo en ese mismo lugar hacía un tiempo. Y -siguiendo sus
creencias- cuando una muerte es violenta el alma no logra descansar.
Para liberarla, se debe derramar sangre de un animal. Sangre que
contentará a los dioses quienes permitirán el descanso
final y eterno del alma del ser querido. Pero lo más increíble
es que quien tiene la palabra final es la cabra. Se supone que es
la propia cabra la que accede a ser sacrificada. Su dueño
no puede obligarla. ¿Y cómo saben si la cabra está
dispuesta al sacrificio? Primero la mojan con agua. Si la cabra
se sacude el agua del cuerpo, eso significa que acepta ser sacrificada.
Justo, esa cabra no tuvo inconveniente y muy pronto por esa calle
corrían ríos de sangre. Demasiado para un primer día.
Tuve pesadillas esa noche.
Hoy en día,
a pesar de los miles de turistas de todas partes del mundo que lo
visitan y a pesar de que ya existan los ciber cafés en los
rincones más modernos de la ciudad, el tiempo sigue detenido
en el Valle de Katmandú. Y el ejemplo más ilustrativo,
es la Plaza Durbar de Katmandú.
La Plaza
Durbar
Hagamos de cuenta
que ya estamos allí. Un paisaje tapizado de templos. Hay
más de 50 y todos tienen distintos tamaños. La mayoría
datan del Siglo XVII. Fueron construidos por el entonces Rey Pratap,
de la dinastaía Malla; más conocido como el Rey Poeta,
por sus dones literarios. Pero además de talentoso, era muy
ambicioso. Y una de sus maneras predilectas de hacer saber su poder
a los reinados vecinos, era construyendo ostentosos palacios y restaurando
templos. Todavía están allí. Algunos restaurados,
otros, cubiertos con el polvo de los años. De ladrillo o
de madera minuciosamente tallada...
La
Plaza Durbar es un verdadero panteón de dioses y a la vez,
uno de los escenarios más animados de la ciudad. Porque en
ese crisol de culturas y religiones que es Katmandú, la vida
de sus habitantes está gobernada por la espiritualidad. Los
hinduistas, que son el 90% de la población, acuden diariamente
a la plaza para venerar a Parvati, a Kali, a Shiva, a Vishnu...
Incienso, polvos de colores, flores, lamentos y alabanzas... Compartiendo
el escenario con los devotos, están los comerciantes que
ofrecen por una suma ridícula en rupias nepalesas, desde
flores hasta las piezas de arte más espectaculares. Gente
que está de paso, con aire apurado dirigiéndose a
sus trabajos, niños descalzos corriendo de un lugar a otro,
avalanzándose sobre los turistas pidiendo rupias, "dollars",
lapiceras o jabones. A mí me llegaron a pedir lápiz
de labio...
Los Zadus
Chicas
muy jóvenes, cargando bebés a sus espaldas, mujeres
conversando en las esquinas o concentradísimas en un ritual
que con espanto descubrí que es una costumbre entre ellas:
se sacan piojos unas a las otras. Gente sin edad, rostros de esos
que parecen tener mil años, con grietas que delatan cada
día de cansancio y dolor. Y los personajes más pintorescos:
los zadus. Seres que un buen día deciden abandonar todos
sus quehaceres para dedicarse a la búsqueda espiritual e
inician un eterno peregrinaje hacia lugares santos. Van a paso lento,
por los caminos polvorientos de la Plaza, buscando algún
templo para descansar. Visten harapos, con
barbas y cabello hasta el piso. Sus rostros siempre pintados con
colores fuertes y llevan consigo únicamente un bastón.
Viven de la caridad. Y si nos topamos en su camino simplemente nos
hacen el símbolo de la paz. ¿Hacia dónde van
o de dónde vienen? ¿Hasta cuándo van a caminar?
Quién sabe... Sólo sé que se prestan encantados
para la foto. Pero el humor les cambia si no les dan algunas rupias
a cambio de la gentileza.
La leyenda
de la "Diosa Viviente"
De todas las
excentricidades de la cultura nepalesa, ninguna se iguala a la de
la Diosa Virgen Viviente de Katmandú que habita en uno de
los palacios de la Plaza Durbar y a quien llaman Kumari.
La
leyenda comienza hace más de 1.000 años cuando una
niña proclamó a viva voz estar poseída por
el espíritu de la Diosa Virgen, consejera de las familias
reales. El entonces rey, una vez convencido de que esa niña
era la reencarnación de la Diosa Virgen, ordenó que
le construyeran un templo especial en la Plaza Durbar: el Palacio
Kumari Bahal. Desde entonces, esa ha sido la residencia de todas
las Kumaris.
La selección
de la Kumari se realiza minuciosamente. Deben ser niñas de
entre cuatro y cinco años y deben cumplir con 32 requisitos.
Entre ellos, tener ojos y pelo negro, un cuerpo delgado, buena salud
y la piel intacta. No pueden tener cicatrices porque nunca pueden
haber sangrado. Y el horóscopo de esa niña debe armonizar
con el del Rey. Como prueba final, la niña es encerrada en
un cuarto oscuro y atormentada con cabezas de búfalo, velas
y máscaras de demonios. Si la niña no se asusta es
aclamada como la reencarnación de la Diosa Virgen. Se entiende
que un niño que da síntomas de tanta valentía,
necesariamente debe haber sido un ser superior en su vida anterior.
La
trasladan a su Palacio, con su familia y desde ese día hasta
la fecha de su primera menstruación, vivirá recluida.
Únicamente sale una vez al año, en su procesión
y cuando el Rey va a visitarla, también una vez por año,
para obtener su bendición.
La calle
Freak: Katmandú y los hijos de las flores
La más
popular de todas las calles de Katmandú se llama "Freak"
que, en inglés, quiere decir "tipo raro". Es cierto
que nadie ni nada nos parece demasiado normal a nosotros los occidentales,
en Katmandú. Pero los "tipos raros" a quienes alude
el nombre de esta calle, eran occidentales. Eran los hippies de
los años 60 y 70 que habían encontrado en Katmandú
su paraíso terrenal. La tierra que todo lo permitía.
Peregrinando desde San Francisco, convirtieron a este rincón
del mundo, suspendido en las alturas de los Himalayas, en la meca
asiática del hipismo.
La
calle se transformó en una pasarela extraña, de moteles
baratos, envuelta en una nube de marihuana, donde sonaban canciones
de Dylan, o de Crosby, Still & Nash. Nash & Young, por aquellos
años. Amor, paz y diversión. Ese fue el lema de la
calle Freak durante los años 70. Hasta que los tiempos fueron
cambiando y el gobierno prohibió la droga en Katmandú.
Los hippies se fueron. Y la calle Freak, desconcertada, debió
adaptarse al cambio. Hoy, ya no existen los moteles, pero sí
hay restoranes y pensiones a buen precio y tiendas de artesanías
en cada esquina. Pero el legado hippi quedó inmortalizado
en el propio nombre de la calle, en las tiendas de ropa o en las
librerías, dedicadas a recordarlos.
Los dioses
de Nepal
Dicen que el
Dios Shiva una vez decidió abandonarlo todo y retirarse a
algún lugar tranquilo para convertirse en pastor y protector
de Animales. Utilizando sus poderes cósmicos, encontró
el lugar perfecto, en las afueras de Katmandú, a orillas
del Río Bagmatí, los nepaleses consideran que las
aguas de este río son tan santas y purificadoras como las
del Ganges en India. Y en ese mismo lugar, un templo fue levantado
en su nombre; el templo de Pashupatiná.
Hoy,
el templo de Pashupatiná (foto arriba), congrega a los adoradores
de Shiva de todas partes del subcontinente. Ricos y pobres, hombres,
mujeres, niños y zadus. Muchos vienen en auto, otros en avión,
pero la mayoría viene a pie, marchando distancias interminables
porque creen que cuanto más sufran en esa peregrinación,
más méritos obtendrán ante Shiva cuando lleguen
al templo.
La entrada sólo
está permitida a los fieles de Shiva, así que tuvimos
que quedarnos afuera, pero es básicamente a los pies del
templo, sobre el Río Bagmatí, donde sucede la acción,
sobre las escalinatas, donde se realizan las cremaciones. Las cenizas
del muerto, se echan al Río para que una vez liberada, su
alma vaya al cielo. Hay una plataforma de cemento aparte, donde
se crema únicamente a la familia Real. Durante el ritual
de la cremación, los familiares del fallecido, se bañan
en el río para purificarse ellos también.
De hecho, las
mujeres hinduistas tienen la costumbre de bañarse en el Río
Bagmatí después de cada mestruación. Lo llaman
el baño purificador.
Es fuera del
templo, entonces, y a orillas del Río Bagmatí, donde
se concentran los turistas que como nosotros, simplemente "observan".
Y donde nunca faltan los encantadores de serpientes, que a cambio
de algunas rupias, invitan a los turistas a sentarse junto a ellos
y sacarse la foto con la serpiente alrededor del cuello.
No deje de
ver, no se pierda
Si
me permiten, quisiera sugerirles que si tienen planeado emprender
un viaje místico al Reino de Nepal, no dejen de visitar el
templo budista más importante de todos: el templo de Swayambhunath.
También conocido como el Templo de los Monos porque por alguna
razón, siempre hay cientos de ellos deambulando por ahí,
haciendo sus trucos para entretener a los turistas. Allí,
la estupa central tiene pintados los famosos ojos de Buda, que dicen
que todo lo ven.
Pero más
allá del valle de Katmandú, el Reino de Nepal tiene
otros encantos. No dejen de ir a Pokara, la ciudad más próxima
a los pies de los Himalayas. Desde allí, se pueden hacer
expediciones para escalar los picos más altos.
Y tampoco dejen
de conocer la región nepalesa del Terai; un mundo aparte,
llanuras subtropicales donde se encuentra por ejemplo el Parque
Nacional Real de Chitwán. Antiguamente, el campo de caza
de los Ingleses y los aristócratas nepaleses. Hoy, la naturaleza
y la vida salvaje están protegidas por el gobierno. Lo más
divertido allí, es recorrer el parque a lomo de elefante
e ir descubriendo a los rinos, los ciervos y los leopardos. Alguna
vez, más adelante en Mapamundi, volveremos a hablar del Reino
de Nepal porque como pueden ver, hubo muchas cosas que nos quedaron
en el tintero.
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