Mi mejor verano

Mi mejor verano

Por Manuel Martínez Carril

Los veranos suelen ser más memorables que los inviernos. Por eso en el Caribe, dónde no hay inverno, ocurren menos cosas memorables: todo es igual, y ni se nota. Por otra parte, que algo sea memorable depende de que alguien se ocupe de recordarlo. De no ser así será perfectamente olvidable. Es decir, es un asunto personal, subjetivo y opinable. Por lo tanto no tengo derecho a imponerle a nadie el recuerdo, la memoria, de lo que yo y nadie más recuerda. Ergo, se trata de mi verano y de mi recuerdo, una reafirmación de mi yo en estos tiempos de individualismo insolidario.

El verano de 1959 venía pesado. Para mí, claro. En febrero tenía fecha de examen para Constitucionalidad segundo en la Facultad de Derecho, una asignatura con poco sex appeal y muchos tomos no especialmente apasionantes. Desde hacía un par de años estaba haciendo crítica cinematográfica diaria, escribiendo par a la revista de la Universidad, editando un quincenario de mala memoria y los programas diarios de un cine club, así que preparar Constitucional (Héctor H. Barbagelata) me hacía la vida un poco más pesada. En ese febrero se produjo una coincidencia impresita: en Punta del Este se realizaba un festival de cine francés, en las mismas fechas en que la Facultad hacía decidido tomar exámenes. Volver a preparar la materia era casi impensable. De manera que, obviamente, opté por el festival, la que sería al fin de cuentas una opción de vida. Con bastante responsabilidad y poca reflexión, como tantas cosas en la vida, decidí lo que no haría y lo que quizás sí en las décadas siguientes. Y creo que en casi todos nos pasa eso: un sí o un no, una duda, una opción imprevista cambia todo. La historia y las historias personales no están escritas en ningún lado, y luego nadie las escribirá. Menos mal.

Aquella generación de la Facultad de Derecho, sin que nosotros lo supiéramos, tenía dentro a quienes después serían un embajador de la República, un juez notorio, un dirigente tupamaro de primera línea muerta en combate, un erudito en jazz, una estimada crítica de teatro, un teórico de izquierda minoritaria y ultra, un agente de viajes, dos políticos y tres docenas de abogados. Los otros 220 preferimos perdernos en el anonimato, y a veces nos cruzamos por la calle y desempolvando la memoria no nos atrevemos a preguntarnos por nuestras vidas. Ellas, ahora, son señoras de alguien: ya no figuran en la guía telefónica con nombre propio. No hay cómo descubrirlas. Los demás sí existen. Pero los borré en el memorable verano del 59 tres días antes del examen de Constitucional.

Sin dudas, hubo mejores generaciones en Derecho. La que nos precedía, por ejemplo, era la de quien ahora es Presidente de la República. La nuestra, nada, de manera que ahora estoy seguro de que la mía fue una decisión sensata. En compensación de esa deserción he podido ocuparme de numerosas actividades improductivas y culturales, ser secretario de redacción de algunos diarios, periodista y crítico hasta que el régimen cívico-militar entendió lo contrario. Citando una frase memorable de Marx (Groucho): "Partiendo de la nada, alcanzamos las más altas cimas de indigencia". Si no hubiera sido por aquel verano, a estas alturas habría defendido 3.983 pleitos justos e injustos, no habría escrito tres libros de cine ni plantado un árbol, y tampoco estaría ahora contestando una invitación de Espectador.com. En aquel verano en Punta del Este se exhibía Los amantes (Les amants, 1958, Louis Malle, con Jeanne Moreau) donde la joven señora de su casa descubría que Jean Marc Bory era un amante versátil e incluso en la bañera, para escándalo injustificado de la mitad de la platea del Cantegril que se retiró vociferando en lo mejor de la película. A la mañana siguiente media Punta de la época comentaba con recato aspectos técnicos de la cuestión, confirmando que la vida supera a la ficción y que los códigos de derecho marchan de a rastro de los tiempos y las costumbres. Llegan siempre después. Cést la vie.

Aquella misma mañana, en Montevideo, comenzaron las pruebas de Constitucional. Nunca supe cuántos aprobaron ese verano, ni cuántos por suerte desaprobaron.