El peso de la tribuna
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Emilio Sánchez Vicario, capitán de España, dijo después del juego de dobles disputado el sábado que se sentía desilusionado por el comportamiento del público argentino. Es que los insultos habían sido permanentes, al igual que los cánticos hirientes y chabacanos. Afortunadamente, esta situación se modificó radicalmente para el domingo y los hinchas locales brindaron un verdadero ejemplo de cómo vivir un evento deportivo y de cómo aceptar una derrota.
Por Santiago Diaz, enviado a Mar del Plata
Alentaron sí, cantaron sí, intentaron influir sí, pero nunca, más allá de un grito aislado, apostaron a la agresión ni al insulto. El "a estos putos les tenemos que ganar" brillo por su ausencia y se escuchó casi todo el tiempo el "ole, olé, Chucho, Chucho". Aquello de alentar a rabiar a mi equipo, pero sin agredir al rival fue una constante el domingo en el Malvinas Argentinas. Los oídos agradecidos.
Y cuando Verdasco metió esa última derecha que le dio el triunfo a España, el público alentó a Acasuso, coreó su nombre y lo despidió con un aplauso interminable. Y luego, en lugar de retirarse, o tirar las butacas a la cancha, la gente se quedó para aplaudir al campeón, ver la ceremonia de premiación y vivir la derrota sin estúpidos dramas. No hubo ni un insulto, ni un silbido inoportuno, solo hubo respeto ante una victoria conseguida con toda justicia.
Los hinchas españoles, para no ser menos, cantaron masivamente el clásico Ar-gen-ti-na, lo que significó uno de los momentos más emotivos del fin de semana. Y uno de los que cantaba era nada menos que David Ferrer, en un hecho que demuestra como los deportistas pueden colaborar para que el clima en los estadios sea el que hace aun más grande al espíritu deportivo.
España se llevó la Davis, su gente la alegría, pero los argentinos reaccionaron a tiempo y el domingo demostraron todo lo que puede aportarle el público al deporte.