Entrevistas

Antonio Lussich y una polémica aclarada

El viernes 19, Mauricio Rosencof se refirió a la leyenda de que Antonio Lussich, uno de los fundadores de Punta del Este, hacía encallar los barcos colgando faroles de las vacas que pastaban en Punta Ballena. El periodista Diego Fischer hizo algunas aclaraciones sobre esta leyenda que, según sus investigaciones, no tiene asidero.

(Emitido a las 8.50)

EMILIANO COTELO:
Antonio Lussich, uno de los pioneros de Punta del Este, ¿hizo parte de su fortuna engañando tripulantes de barcos para que encallaran en las proximidades de Punta Ballena?

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EC - Seguramente varios tienen esa duda, porque se ha hablado mucho de esa versión. Curiosamente, aquel capítulo de la historia de Punta del Este y de Lussich en particular reapareció de manera sorpresiva el viernes pasado en nuestro programa y dio lugar a un intercambio que me gustaría que ahora, después de correr por el correo electrónico, tuviera su expresión al aire, porque puede permitir pasar en limpio algo de aquella leyenda.

Todo vino por un correo electrónico que nos envió durante el fin de semana Diego Fischer, periodista, uno de los autores del libro "Al este de la historia".

Leo aquella carta.

"Estimado Emiliano:

El viernes pasado escuché, como acostumbro, tu programa. Tenía para mí un atractivo extra al hacerlo desde Maldonado. Disfruté mucho de toda la trasmisión y en particular de los móviles realizados por Rosario.

Me decidí a escribirte porque en la tertulia Mauricio Rosencof hizo un cuento infame que a fuerza de repetirse, a lo largo de los años, se toma como verdad. Me refiero a la afirmación de que Don Antonio Lussich echaba a pastar vacas en Punta Ballena con faroles como cencerros luminosos para que encallaran los barcos que entraban al Río de la Plata. Es tan disparatada, falsa y canallesca esa historia que resulta increíble que aún hoy se repita.

Como tú sabes, hice una investigación sobre Lussich que me insumió varios años y que se tradujo, primero en un capítulo de mi libro Al este de la historia, cuya autoría comparto con Silvia Pisani. Y cuatro años después, en una biografía novelada del forestador de Punta Ballena titulada Que nos abrace el viento.

En 1896 Lussich compró algo más de 1.500 hectáreas en Punta Ballena y un par de años después comenzó a sembrar. El lugar era entonces una sucesión de sierras peladas gobernada por todos los vientos. Tenía 52 años: para la época un anciano. Era el dueño de la empresa marítima y fluvial más grande de América del Sur y la segunda más eficiente del mundo, según lo reconocía Inglaterra, la potencia marítima mundial por excelencia.

Sus hazañas en el mar, rescatando náufragos en el Río de la Plata, le valieron condecoraciones de los gobiernos de Francia, España, Italia y, obviamente, de Gran Bretaña. No era un empresario de escritorio; él mismo dirigía los salvatajes, arriesgando su vida. Era además un hombre inmensamente rico que había hecho su fortuna en buena ley. Aquí quizás esté un dato clave para encontrar una de las raíces de la leyenda negra que se tejió sobre él.

Cuando decidió sembrar Punta Ballena, delegó parte de sus responsabilidades en la compañía, en sus hermanos Manuel y Enrique. Hasta que en 1916 el Estado uruguayo le expropió la empresa a la vez que creó la Administración Nacional de Puertos. Solo un dato ilustrativo: en 1916 la compañía contaba con 100 vapores y lanchas, un dique y casi mil empleados. Diez años más tarde, aquello se había convertido en un montón de chatarra.

Un año antes de publicar Que nos abrace el viento, recorrí desde el mar nuestra costa: de Cabo Polonio hasta Portezuelo. Fue en un barco de la Armada –El Temerario–. La travesía insumió medio día. Pude hacerles al capitán del buque y a la tripulación una cantidad de preguntas, que me sirvieron para escribir el libro y, fundamentalmente, para comprender la magnitud de las hazañas protagonizadas por Lussich. Y en ese interrogatorio al que sometí a los marinos profesionales estuvo la pregunta de las vacas con faroles en el lomo de la sierra de la Ballena. La respuesta fue categórica: es un disparate.

La luz que un farol puede emitir no se avista desde el canal por el que navegan los barcos que entran al Río de la Plata. Eso jamás hubiera podido ocurrir, ya que por las características de la costa de Maldonado, la embarcación encallaría y se hundiría varios kilómetros antes de poder avistar una señal así.

Lussich fue un empresario exitoso. Un visionario y un pionero. Creó una de las reservas forestales, en su época, más importantes del mundo. La siembra de Punta Ballena, que marcó para siempre y para bien el destino de la costa este del Uruguay, y que le insumió desde 1898 hasta pocos meses antes de su muerte en 1928. Perteneció a esa generación de hombres brillantes que, desde la empresa privada, construyeron el Uruguay moderno de comienzos del siglo XX.

Sostengo que otra de las raíces de la leyenda negra está en la filiación blanca de Lussich y en su formación cristiana, en un país que entonces vivía el auge del primer batllismo.

Es muy triste comprobar que aún hoy mucha gente en el Uruguay sigue condenando a hombres como Lussich, sin tomarse el trabajo de leer algo de historia.

Un abrazo.

Diego."

Mauricio Rosencof recibió copia de este correo electrónico y ahora está en línea telefónica.

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Mauricio, ¿cómo tomaste estas precisiones y aclaraciones?

MAURICIO ROSENCOF:
Me causó mucha gracia. Primero, siguió mi correspondencia con Fischer, con Diego, y finalmente le ingresó en su espíritu investigador un poco de sensatez. La primera cosa para marcar la cancha, yo me manejo con humor y no con adjetivos. La segunda cuestión es que una leyenda es una leyenda, lo único que falta es que haga una investigación para ver si Hércules realmente sostuvo las columnas en el estrecho de Gibraltar y ahí constate que no, que es una calumnia. En sus memorias el coronel Cáceres recoge la historia de que Artigas estaba en su campamento durmiendo y de pronto se encontró con un tigre sobre su pecho. Y comenta Cáceres que un gato casi se nos lleva al jefe de los orientales. Se puede hacer una investigación sobre eso y demostrar que no, que cómo un gato se va a llevar al jefe de los orientales.

Una leyenda es una leyenda, y como tal fue contada, con humor, con cariño, con todo el respeto que uno tiene, independientemente de su condición de blanco, que fue blanco y peleó hasta en Manantiales. Destacamos el carácter de la hazaña emprendedora que tuvo desde la literatura, con "Los tres gauchos orientales", hasta la forestación de una zona que es emblemática para el país. Todo eso estaba incluido en la intervención en la que hice referencia a la leyenda, que es una leyenda y como tal hay que respetarla.

EC - Pero casualmente resulta que Diego Fischer estudió mucho al personaje y su historia e incluso se detuvo en esa parte de la leyenda negra en torno a Lussich.

MR - No es una leyenda negra, es una anécdota pintoresca que nadie cree, a nadie se le ocurre pensar que con gorro de dormir y en camisón Lussich salía de noche a colocarles un farol en el cuello a las vacas.

Pero como eso tocaba el sentimiento de una de las nietas de Lussich, en la correspondencia que tuvimos le mandaba mis cariños, mis saludos, le decía que no había intencionalidad y que eso forma parte de un rasgo pintoresco de un emprendimiento fuera de lo común.

EC - ¿Quedaron en buenas relaciones? ¿Quedó todo aclarado en ese intercambio epistolar con Diego Fischer e indirectamente también con descendientes de Antonio Lussich?

MR - Por supuesto. Además fuimos vecinos, yo estuve en la casa en Punta Ballena, tuve amistad con Alonso Lussich, cuando me allanaron en Punta Ballena, Alonso Lussich me vino a visitar junto con el Sordo Ferrere. Cuando alguien se pone a estudiar historia o a investigar en la historia, tiene que tener presente que las leyendas son la sal de la historia y que no va en detrimento de la personalidad, de la integridad, de la condición de católico o de blanco de Lussich el hecho de que se cuente que tenía la costumbre de mondar los dientes después de la mesa.

Aprovecho para saludar a Diego y a Eleonora. La vida también tiene que tener sus leyendas, sus anécdotas, su humor, en medio de la grandeza que tienen Lussich y todo su entorno.