El plomo en la sangre
Con 70 años, Jaime Hiriart es uno de los pioneros en el diseño y fabricación de soldaditos de juguete en Uruguay. Lea esta fascinante historia que comenzó cuando Hiriart era un niño.
Por Federico Viñas, de Espectador.com
Lo que más de 60 años atrás empezó como un juego y una forma de pasar el tiempo se transformó, aunque a Hiriart le cueste decirlo, en un arte refinado que es poco frecuentado en América Latina. Su apellido es conocido en el mundo entero como una señal de calidad y sus clientes esperan varios meses para recibir su Hiriart original.
Él se define como un estudioso de la figura humana y siempre consideró el arte de crear soldaditos como el arte de darles vida. "Tienen que tener algo de naif. Los soldaditos me gustan porque me gustaban de chico", admite. Y cuando tiene que contestar si le hubiera gustado ser uno, responde con una carcajada: "Nooo. Pobres; no tienen alma".
Química
Plomo. Según el diccionario: metal escaso. Dúctil, gris azulado, resistente a la corrosión. Da lugar a intoxicaciones peculiares.
Bala.
Fusible.
Persona molesta.
Todo eso hay en la sangre de Jaime Hiriart, porque está acostumbrado al plomo. Él y el plomo. En el almuerzo, en el sueño, en las venas. Da igual. Su vida huele a plomo.
Al principio de todo, cuando no sabía nada de soldaditos ni de moldes ni de regimientos ni de técnicas de fundición, estaba el plomo. Al final, cuando sólo quede una memoria frágil y una mente avivada por la cercanía de la nada, habrá plomo.
Un fabricante de soldaditos de juguete como un artista, unido a la vida por un olor rancio y siluetas casi altas como dedos. La historia del mundo encerrada en una pila de libros sobre batallones y regimientos de todos los países, y encapsulada en una verdad-muletilla de la que Hiriart no se desprende jamás:
La historia de los ejércitos es la historia de las personas.
Literatura
El taller es un apartamento de dos habitaciones que está frente al Obelisco. Hay una cocina, un recibidor (que es sala de estar y estudio al mismo tiempo) y un baño.
Junto a Jaime trabaja su hijo Guillermo (ver "Ideas para China") y una ayudante.
El hedor permanente, agrio y penetrante que se siente es el resultado de la aleación de plomo, estaño y antimonio con la que se hacen los soldaditos, y que se ha apoderado de los cuartos del taller.
Varios muebles están forrados de libros. Todos, absolutamente todos esos libros, están relacionados con ejércitos, regimientos, batallones, legiones, filosofía, uniformes, vida, guerras, plomo, muerte.
Jaime Hiriart, sépalo, puede contar cosas fascinantes. Durante la segunda guerra mundial, por ejemplo, las fábricas europeas de soldaditos de juguete imponentes, riquísimas cortaban su producción para hacer lo único que podían llegar a vender en esos tiempos: balas.
En Estados Unidos, coleccionistas obsesos encargan pedidos de decenas de miles de soldaditos de plomo para llenar un terreno de batalla artificial de 10 por cuatro metros.
En Buenos Aires, en la década de los años 1980, el dueño de una galería le encargó emocionado que le fabricara 15 Hitler. Era un tipo grande, de unos 60 años. Era judío. La dictadura argentina lo había torturado hasta hacerlo chillar. Pero Hitler era lo que se vendía y fin de la discusión, con eso alcanzaba.
O, también, puede contar que si sobre una balanza pusiéramos todos los animales vertebrados del mundo de un lado, y todos los invertebrados del otro, el equilibrio sería perfecto, porque fijate que...
Geografía
Hiriart tiene 70 años y a simple vista cualquiera diría que está medio rayado. En este momento podría estar completando su lista. Porque, como quien hace un punteo para ir a comprar cosas al super, Jaime Hiriart lleva 2.100 nombres anotados en una libreta. Desde hace algunos meses está haciendo un ejercicio de memoria para registrar los nombres de todas las personas que conoció en su vida.
Vos vas a estar en esta lista. Y todavía faltan varios, porque recién tengo hecho hasta 2010. La tengo dividida por los lugares en que conocí a la gente. Están los que conocí por los soldaditos, por el partido, la familia, los amigos, los que me vienen a hacer entrevistas.
Hace tres años que es secretario de organización del Congreso del Frente Amplio porque, dice, los jóvenes "están para otra cosa" y él se siente obligado a participar.
En un momento se levanta de su escritorio y se acerca a un aparador. Abre un par de puertitas y saca unos recortes de diarios, revistas y folletos. En todos aparece la marca Hiriart. Hay notas de medios uruguayos, argentinos, norteamericanos, italianos, alemanes. En soldaditos de juguete parece que Hiriart es de lo mejor que hay.
¿Es el mejor fabricante de soldaditos del mundo?
No me animo a decir del mundo, pero sí soy el mejor al sur del Río Bravo [ubicado en México y Estados Unidos]. Igual, eso no me preocupa.
Arte
Arrancó haciendo soldaditos para sí mismo. En ese momento eran de madera. Los pintaba con lo que tenía a mano, recuerda: un crayón, un lápiz. Los miraba en la enciclopedia y los copiaba. Sus tías le decían que los empezara a vender pero él no; los hacía para disfrutarlos y nada más. A Hiriart niño le gustaban los soldaditos, no los helados de crema.
Hasta que un día, cuando le dijeron que le querían comprar un soldadito que él había descartado, vendió su primera figura. Y después otra, y otra, y después otra más. Empezó un negocio que siempre fue secundario, porque Hiriart fue empleado municipal toda su vida; como director del Museo Zoológico Dámaso Antonio Larrañaga y del Planetario Municipal de Montevideo.
Soy un perfeccionista. Nunca me conformé con hacer solo muñecos. Siempre vi el arte de fabricar soldaditos como el arte de hacer figuras, de darles vida.
¿Se considera un artista?
En cierta medida sí. Pero me da miedo decirlo por dos razones: una, para mí fabricar soldaditos es demasiado fácil. Dos: no quiero etiquetarme.
Compasión
Si usted entra alguna vez al taller se dará cuenta que el mismísimo Adolf Hitler lo mira desde la primera línea de una vitrina llena de gente como él. Está en tres dimensiones, mide 55 milímetros y cuesta unos ocho dólares, envío aparte.
Con toda su imponencia, la fiera nazi viene secundada por algunos de sus ministros; Ribbentrop, Goebbels. El uniforme verde muerte. Los bigotes negros y las botas perfectas. En los años que Jaime Hiriart lleva haciendo soldaditos de plomo Hitler es su vedette, su gallina de los huevos de oro. El Reich es la figura individual que más tuvo que fabricar. Se lo han pedido más de 2.000 veces. Y no se molesten en buscar a la Madre Teresa porque no la van a encontrar. No se molesten en esperar que a Jaime eso le importe demasiado, porque en realidad no le importa nada.
Un par de ojeadas a la vidriera y lo que hay adentro toma vida al instante. Figuras imposibles de tiempos no tan remotos: Tintín, Osama Bin Laden, Tarzán, Bush, el papa, Sherlock Holmes, Stalin. Una pareja en plena penetración y decenas de soldados de decenas de regimientos. Aviones, caballos, trenes.
La civilización trajo la compasión. Yo sólo hago figuras bien conformadas físicamente. Tienen que estar bien proporcionadas porque apunto a la idealización de la figura humana. Soy un estudioso.
Pero en el arte de Hiriart no hay compasión.
Cuando elige a las figuras que va a moldar sigue una regla más o menos flexible. La personalidad que va a representar tiene que ser conocida por al menos 20 millones de personas. Si no, no la hace. José Mujica: no lo hace (no es tan conocido). Diego Forlán: lo hace (es el Diego de la gente). A usted: no lo hace.
Una vez, en la playa de Pocitos o el Buceo no se acuerda hizo un caballo de arena. Fue hace muchos años y el animal era imponente, según cuenta. Estaba acostado. La gente se empezó a amontonar de a poco. Se acercaban con miedo, quizás con un poco de recelo de ver un bicho de arena tan perfecto. Cuando quiso irse no pudo porque había 200 personas alrededor del caballo. Tuvo que salir gateando. Al otro día, cuando volvió, el caballo no estaba. El río se lo había llevado. Debe ser por eso, en definitiva, que fabrica soldaditos de juguete.
Alma
Los soldaditos de juguete tienen que tener algo de naif, algo de ingenuo. Tienen que estar pintados con colores brillantes. Se les llama Toy soldiers, aunque ahora les dicen New metal. No entiendo mucho...
¿Por qué fabrica soldaditos?
La pregunta el rostro se le contrae y la mueca toda se aprieta no le gusta. O le cae mal. O lo toma por sorpresa. O, sencillamente, está tan aburrido de contestarla que tener que hacerlo de nuevo lo altera.
Trato de que los soldaditos que fabrico con 70 años se parezcan a los que tenía cuando era pibe. Una reminiscencia, algo que me haga acordar a cómo era yo en ese momento.
¿Cómo era usted en ese momento?
Feliz. Los soldaditos me gustan porque me gustaban de chico.
¿Le hubiera gustado ser un soldadito de juguete?
Nooo. No pueden pensar, no pueden leer. Pobres; no tienen alma.