Cultura

Una brasa en la cantera helada

Buenos Muchachos se presentó con "Puro humo" este sábado ante un colmado Teatro de Verano. La banda regaló un espectáculo sólido, emotivo y un repertorio renovado que la encuentra en un excelente momento.


(Sábado 10/9 – 20.30 horas)

-¿Vas a ir al toque?
- Y sí... ya estoy acá en la parada, no me voy a echar para atrás ahora.
- Pero, ¿viste lo que es este viento? Te vas a volar en el Teatro. Además, hace un frío...
- Si, veo. Pero es ésta vez. Sino, andá a saber cuándo.

La charla entre estos conocidos, uno que iba y otro que no, sirve para pintar lo que esperaba a los valientes que se le animasen a ese rincón entre las canteras del Parque Rodó, justo cuando la primavera que amagó a venir se escondió y dejó paso a una noche ventosa, muy fría y hasta con amenaza de lluvia.

De todas maneras, hasta las mejores expectativas se habrán visto superadas porque algunos pocos cientos faltarían para abarrotar las tribunas del recinto carnavalero, que de vez en cuando se presta para los roqueros que quieren la chance de jugar en cancha grande.

Y en eso los Buenos Muchachos no fallaron. Con las tres primeras canciones filtraron la chispa y cuando terminó la interminable "Villete de oro" definitivamente habían encendido el fuego con que cocinaron dos horas de show a puro humo.

Salvada la pulseada contra el cruel contador de gente, que murmurando auguraba un fracaso, restó por saber si el sonido "Buenos Muchachos" se adaptaría por fin al escenario abierto, que usualmente les ha sido ingrato. Lo cierto es que el Teatro de Verano sonó como pocas veces con una banda de rock encima, tanto después de la restauración como antes.

Quedó el camino allanado para que la banda desplegase cómodamente sus mejores atributos, sobre la porfiada base rítmica en la que navegan las eclécticas melodías de sus guitarras y los matices con que, unas veces apoya, otras veces arregla la decidida participación de los teclados de Ignacio Gutiérrez. Y al frente Pedro Dalton compone y descompone a gusto la escena, sometiendo o liberando a la canción según el momento lo pida.

El amplio repertorio dio cabida a nuevas canciones, a muchos de los 'hits' y a varias revisiones que no suelen ser parte del set en vivo. Hubo tiempo y lugar para transe psicodélico cuando música, dramatización y luces fueron una sola idea; pogo roquero y desquite con temas filosos y al pecho; o abierta recepción frente a las canciones que se vienen.

El honor del final lo cedieron a Buitres, despidiendo al público con su versión de "Ojos rojos" y dejando la brasa prendida de cara al disco doble que está ahí, pronto a salir.


Por Rodrigo Ubilla para Espectador.com