Cultura

A manera de prólogo, por Mauricio Rosencof


Este libro se integra a esa formidable barricada de testimonios,

testimonios de muertes y desapariciones, de dolores y resistencias.
Es la Barricada de la Memoria. Es nuestro deber dar testimonio.
El olvido no pasará.

Así se templó el acero

Conocí a Hugo García en Oslo. Había desertado del Ejército, asqueado.
Era fotógrafo y formaba parte de la Compañía de Contrainformaciones,
que integraban 140 hombres escogidos, entrenados, todos con posgrado en la tortura. Allí andaban Amaury Prantl, general,
y luego coroneles, Gavazzo, sus pares, en fin. Se ocupaban de las tareas mugrientas.
A Hugo García, que sigue en Noruega y no se anima a venir, lo invité
para participar conmigo en un taller sobre sicología del torturado
y el torturador, en El Instituto de Criminología de Oslo. Allí dio testimonio.
En la primera de cambio le pregunté por el Ruso. Por mi amigo, mi hermano el Ruso Bleier.
Me contó que lo había visto en un galpón roñoso en el  Batallón de
Infantería N.º 13.
Cuenta que había dos, tirados. Uno, por el rostro (que en algún momento
había fotografiado), era Bleier. "Estaba muy mal", me dijo. "Pedía agua".
Lo habían tenido ocho meses en el 300 Carlos, nombre clave de una casona de Punta Gorda, donde no le dieron respiro. Lo tuvieron que internar en la Sala 8 del Hospital Militar, lo recuperaron, solo para volverlo a la tortura.
 
Ahora le quedaba un hilito de voz. Pedía agua.
"Déjalo. No le des nada", cuenta Hugo que dijo un oficial. "Ese no larga nada."
El Ruso no larga nada. Y recordé aquel libro que me dio en el Seccional Estudiantil, donde militábamos juntos.
Así se templó el acero. Ese era el libro. Ese era el Ruso.

El back izquierdo
 
No existía por aquellos días la Juventud Comunista. Pero estaba el Seccional estudiantil, en Uruguay casi Eduardo Acevedo. Allí nos reuníamos,
no éramos muchos. Te diría que pocos, pero bien montados.
Sillas destartaladas, una mesa en torno a la que se discutía, entre rollos de afiches que hacíamos a planograf, tachos de engrudo. De allí salían las brigadas nocturnas, en una mezcla de estudiantes del liceo nocturno (presente), los de medicina (el Chuno, Cora) y un lote más que nos daba para medio camión con el que salíamos a copar paredes en los días de la Guerra Fría. Allí andaba Sanseviero, el canario Arizaga Adela Gleijer, Ruben Yacovsky, Troche, Firpo, y cuantos más. Rosita, ennoviada con el Ruso, le reclamaba la hora y protestaba por descuido y abandono en que teníamos el Seccional.
 Éramos estudiantes, che.
El local tenía vigilancia. Todas las noches, al mando de alguno,
 permanecíamos custodiando. Había algo de instrucción. Más teníamos cuando
nos tocaba hacer la guardia en Sierra 1720, donde el Ruso, que era jefe, me enseñó la utilidad de un 38.
Todos los seccionales tenían un cuadro de fútbol. Había un campeonato.
Era una manera de entrenarse para la autodefensa.
En el equipo del seccional estaba en el arco Elías Tulbovich, y la pareja de back, el Chuno Homaechea y el Ruso Bleier.
El que suscribe era entreala izquierdo.
En estas cosas andábamos los que queríamos cambiar el mundo, para que el hombre no fuera lobo del hombre, para que el socialismo,
al decir de Marx, fuera un asalto al cielo, y que hubiera pan, rosas para todos.
En eso andaba el Ruso Bleier, con esas aspiraciones en el alma andaba
el Ruso Bleier años después, cuando lo capturaron en un cruce de calle.
Integraba por esos días el secretariado del Partido Comunista, y le dieron por bolche y por judío (que en la izquierda éramos un lote), y se la bancó, porque eran más fuerte las convicciones y la dignidad que las picanas, los tachos, el caballete, los plantones.

Nadando en la lluvia

Te desaparecieron, Ruso. Pero seguiremos arañando la tierra de los cuarteles hasta recuperar el último huesito, los tuyos, los de todos.
Tus huesos, los de todos,  son parte de las osamentas que aun seguimos andando. Nos vamos a encontrar, Ruso.
Para recordar aquellos días, cuando vivías por Malvín compartiendo
bulín con el Tito Di Pascua, donde yo solía anclar, y una vuelta entró a llover, era verano, y nos fuimos corriendo descalzos y con traje de baño hasta la playa, y entramos a nadar muertos de risa.
Y ahí seguís estando, en la lluvia, en el mar, corriendo por las calles, aunque te tengan sepultado en algún lugar al que  algún día  llegaremos.
Hasta entonces, Ruso. Chau.

Mauricio Rosencof