Nuestro más querido KAMIKAZE
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Por Alejandro Espina, editor general de Espectador.com
La muerte de Luis Alberto Spinetta la siento hondamente como la de un ser cercano. Es ese tipo de muerte que nos hace ver de manera evidente nuestra finitud. Esta noche me siento más vulnerable.
Spinetta me acompañó desde siempre. Cuando fui niño, con Almendra; preadolescente, con Pescado Rabioso; adolescente con Invisible, de adulto, como solista (también fue solista con Los Socios del Desierto). Siempre estuvo conmigo. Fue de esos amigos imprescindibles que saben acompañarnos en todas las etapas de la vida, aunque él se fue antes de que llegara la vejez.
Su música alimentó mi imaginación. Me hizo más libre. Nos hizo más libres. Miles de uruguayos entran en esta frase. Fundamentalmente en la década de 1970. Spinetta fue un antídoto contra la sociedad represora uruguaya de esos años. Y lo hizo con sus canciones, como la avasallante "Post Crucifixion", la sugestiva "Despiertate Nena" o la magistral "Cantata de Puentes Amarillos", la mejor obra de rock en español.
Podría seguir nombrando canciones o discos (los tengo casi todos en vinilo y todos en CD) pues a medida que fui coleccionando la obra de Spinetta, sentía que esas canciones me hacían mejor persona. Ahora, por ejemplo, me viene a la mente el memorable álbum "Kamikaze".
No sé cuántas veces vi en vivo a Spinetta. Perdí la cuenta. Vino a Uruguay varias veces, no siempre en conciertos con éxito de público. Recuerdo un show en el Teatro Stella, cuando presentó "Los niños que escriben en el cielo", con Jade. Apenas estaba la mitad de la platea con público. Yo fanático, adolescente, le grité: "¡Bien poeta!", a lo que Spinetta me respondió: "Pobres poetas". Así era él, respetuoso siempre que podía respondía las tonterías que le gritaba su audiencia y, por sobre todas las cosas, era una persona humilde.
Spinetta no era afecto a mirar por el espejo retrovisor, por lo que el repertorio de sus conciertos se basaba en temas nuevos. En la década de 1980, cuando lanzó el álbum "Alma de diamante", vino a Montevideo para tocar en el Teatro Solís. Ese concierto fue presentado por CX 50 Radio Independencia que por cierto, nunca irradió las canciones de Spinetta y fue promocionado con las viejas canciones de Almendra.
Spinetta se enteró de la movida comercial y al final del show, luego de interpretar todos temas nuevos, en respeto a su audiencia, salió al escenario sólo con su guitarra e interpretó los clásicos de Almendra. El público incluido yo quedó más que agradecido.
Cuando era adolescente me imaginaba siendo un jeque que le pagaba una fortuna a Spinetta para que hiciera un concierto en el cual tocaría sólo sus "éxitos". Vaya tontería de fan. Spinetta nunca hubiera aceptado.
Con los años, tuve la oportunidad de conocerlo. Lo entrevisté varias veces y también pude descubrir la clase de persona que era. Afectuoso y recurrente con un tema: la familia.
En la década de 1980, Spinetta compartió un concierto con Fito Páez en el cine Censa. El show fue auspiciado por el suplemento de rock, "Día Pop", que publicaba el diario El Día, del cual yo era director.
El trabajar para el medio sponsor me permitió tener varios mano a mano con él. Tengo el recuerdo de que El Flaco estaba preocupado porque quería llevarle algunos regalos a su familia. Lo llevé a la galería Yaguarón y allí compró varios obsequios.
Hay muchísimas frases bellas versos, porque aunque él se negara a aceptarlo, fue un poeta de primer nivel en la lírica de Spinetta. Muchísimas. Tantas, que ahora mismo son utilizadas por la prensa para definir este particular momento de tristeza colectiva. Pero esta noche me quedo con lo que escribió su hija Catarina en Twitter. Realmente me conmovió. Será porque Spinetta, como si fuera un familiar querido, siempre estuvo también cerca de mí, como un hermano de los tiempos que nos tocaron vivir.
"No habrá un destino incierto, ni habrá distancia que pueda alejarme de ti...".