"Adiós a Ray Bradbury, el héroe de la ciencia ficción"
El escritor uruguayo Rubén Loza Aguerrebere escribió para Espectador.com un homenaje al afamado escritor estadounidense, Ray Bradbury, ícono de la ciencia ficción, quien falleció este miércoles a los 91 años de edad.
"El día que vi a Ray Bradbury"
Por Ruben Loza Aguerrebere
Esta mañana falleció a los 91 años el famoso escritor Ray Bradbury, considerado con justicia como el "maestro de la ciencia ficción". Él evoca la fantasía de la mayoría de los hombres del siglo XX, gracias a libros inolvidables, como "Crónicas marcianas", "El hombre ilustrado", "Las doradas manzanas del sol" y "Fahrenheit 451" (que llegara al cine). En sus libros, el ancho espacio estrellado, fue poblado por sus personajes, los que allá están, como sobreviven en la memoria de todos los que hemos leído sus incontables cuentos y novelas.
Ray Douglas Bradbury nació el 22 de Agosto de 1920 en Waukegan, llinois; en el otoño de 1926 la familia del joven Ray se mudó de Waukegan, Illinois a Tucson, Arizona, sólo para volver a Waukegan en mayo de 1927. Y en el año 1931 empezó a escribir sus propias historias.
Su imaginación era deslumbrante, y su estilo envolvente, pleno de emociones, y guiado por la poesía. Tuve oportunidad de conocerle personalmente. Cuando apareció mi primer libro de cuentos, llamado "La espera" (Banda Oriental) se lo envié, hace muchos años, con un coraje juvenil sin límites. Lo asombroso es que no demoró en responderme; le escribí y agradeció mi carta. Y aquí las conservo conmigo, como la foto donde estoy saludándole, en Buenos Aires.
Una de sus cartas está firmada con lápiz de color verde. Ambas tenían un dibujo que mostraba una casona de muchas ventanas, por las que se veían hombres, mujeres, objetos y un caballo. Una suerte de logotipo que usaba Bradbury en sus cartas.
Pues bien, cuando le conocí, tras presentarme, me dijo que nunca había visto a un uruguayo, y que sólo conocía a uno que hacía mucho tiempo le había enviado un libro y al que él respondió. Resulté ser yo, para sorpresa de los dos, naturalmente; le describí los dibujos de sus cartas y sonriendo me dijo que las había escrito en su estudio. Iba caminando por las mañanas hasta allí, porque, para mi asombro, Ray Bradbury (el creador de los cohetes espaciales literarios y otras máquinas) me confesó que no sabía manejar un auto.
Me dijo que no sabía cuántos relatos e historias había escrito pero que estimaba que eran tres mil. Le pregunté de dónde sacaba temas todos los días, y, con una sonrisa, me dijo que en una caja de zapatos guardaba, en su estudio, fichas con temas de cuentos y que escribía según el estado de ánimo; si estaba feliz, hacía una historia en el espacio abierto, con sus inolvidables astronautas, pero si estaba melancólico escribía historias de su infancia, cuando corría por las calles de su pueblo en los veranos, mirando escaparates de las tiendas y las praderas verdes que rodeaban aquel mundo. Así hablaba.
Me contó que los astronautas lo admiraban y que una tarde que estaba en un edificio donde les entrenaban, se enteraron y lo fueron a saludar, todos. Y que gracias a ellos, me dijo, cuando alunizaron, bautizaron con el nombre "El vino del estío" (como se llama su libro) a un cráter de la Luna.
Su prosa y su imaginación han marcado a todos sus lectores. A todos, y seguirá haciéndolo. Quien leyó "Crónicas marcianas" no la olvidará jamás. De esta manera, su nombre, que hoy ha llegado el cielo, allá permanecerá para siempre, como en la memoria de todos sus infinitos lectores.
Foto: Ruben Loza Aguerrebere junto a Ray Bradbury.