Entrevistas

Lincoln Maiztegui: "Descubrí que era mortal" y decidí grabar un disco para que la faceta de músico "no se vaya conmigo"

Lincoln Maiztegui: "Descubrí que era mortal" y decidí grabar un disco para que la faceta de músico "no se vaya conmigo"

A sus 70 años, el periodista, historiador y docente Lincoln Maiztegui decidió revelar una faceta casi desconocida hasta ahora: la de músico. A fines del año pasado editó el disco "De otro tiempo", en el cual canta canciones propias y otras que recuerda de su infancia. En Perspectiva conversó con él para conocer más sobre este disco y también sobre su último libro, "Que Nietsche no tenga razón", una antología de su trabajo como columnista e editorialista en El Observador. "Siempre me defino como un músico frustrado, alguien que debió haberse dedicado a la música, que es tal vez la actividad para la cual estoy más dotado naturalmente", dijo, asegurando que este disco de "edición privada y limitada", sin un objetivo de difusión masiva, solo puede saldar esa deuda "de una manera muy relativa". La reflexión sobre "lo que pasó para siempre y no puede volver" también impregna su trabajo periodístico recopilado en el libro. Ambos, disco y libro, son parte "del mismo paquete", dijo.


(emitido a las 9.04 Hs.)

EMILIANO COTELO:
Lincoln Maiztegui es historiador, periodista, fanático del fútbol y experto en ajedrez; es docente, pero también un gran melómano y –según confiesa él mismo– "músico frustrado".

Justamente, es en esta última faceta, la de músico, que se ha decidido a incursionar a fondo ahora a los 70 años de edad. ¿Por qué? Dice que quiere dejar constancia de que "hubo una vez en este mundo y en este país un hombre solitario y sensible, que amó las cosas nobles y hermosas, las acunó en su memoria y las cantó".

Pero su disco "De otro tiempo", editado a fines del año pasado, no es una obra aislada. Casi simultáneamente, Lincoln publicaba un nuevo libro, "Que Nietsche no tenga razón", una antología de más de 400 páginas que recoge su trabajo como columnista, editorialista e historiador en el diario El Observador entre los años 2000 y 2011.

Vamos a aprovechar estas dos circunstancias para conversar con Lincoln Maiztegui sobre el disco y sobre el libro, pero también sobre sus pasiones, sobre su vida, en definitiva.

¿Quién es Lincoln Maiztegui? Yo les preguntaba eso a nuestros oyentes hoy más temprano, cuando anunciaba esta entrevista. Y lo planteaba así porque estoy seguro de que la respuesta es bastante más compleja de lo que parece.

LINCOLN MAIZTEGUI:
Puede ser. Yo siempre me defino como un músico frustrado, alguien que debió haberse dedicado a la música, que es tal vez la actividad para la cual estoy más dotado naturalmente, y que por razones que tienen que ver con los prejuicios educativos propios de mi tiempo y de mi origen social quedó un poco a la vera del camino como un hobby, como un hobby importante pero nada más que un hobby.

EC - Por los prejuicios de ese tiempo y de tu origen social...

LM - Claro. Un chico de clase media, hijo de un bancario, como era yo, no podía dedicarse a la música. Tenía que ser abogado, escribano o algo similar. No les estoy echando las culpas a mis padres de mis propias frustraciones, pero evidentemente no encontré el entorno adecuado para dedicarme profesionalmente a la música.

EC - Tú habrías deseado dedicarte por completo a la música.

LM - Absolutamente. Creo que es la única actividad, repito, para la cual estoy dotado naturalmente de una manera superior a la media, por decirlo de alguna forma.

EC - ¿O sea que todo el otro Lincoln Maiztegui que conocemos es algo que tú encaraste porque no tuviste más remedio?

LM - Un poco por inquietudes intelectuales diversas, uno va adquiriendo a lo largo de la vida una serie de idoneidades que le permiten irse ganando la vida en otros aspectos. Pero siempre me quedó esa deuda conmigo mismo, que solo pude pagar de una manera muy relativa; por ejemplo, los memoriosos y los muy mayores pueden recordar que cuando don Jorge Luis Ornstein organizaba los programas "Guitarreada" de Canal 4...

EC - Legendario programa de televisión de los 60, ¿no?

LM - No, un poco antes; eso fue en los años 62, 63. La primera Guitarra de Oro fui yo.

EC - La primera Guitarra de Oro fue Lincoln Maiztegui. Yo no tenía ese dato en la memoria, para nada. ¿Qué quería decir Guitarra de Oro?

LM - Que habías ganado cuatro guitarras en cuatro concursos con otras cuatro personas.

EC - ¿En qué consistía el concurso? ¿Qué tenías que demostrar?

LM - El concurso consistía en cantar una canción, y después había un aparato que se llamaba "aplausómetro" que medía los aplausos y el que tenía más aplausos ganaba y el que tenía menos perdía. Lo cual tenía muy poco valor artístico, porque vos te llevabas toda la hinchada que podías... Pero de alguna manera era un reconocimiento a una cierta idoneidad para eso.

EC - Esos triunfos los tuviste cuando contabas con 20 años.

LM - Sí, 18, 20 años. La primera guitarra me la compré en Brasil con 16 años, en uno de aquellos viajes heroicos que hacíamos con el padre Noboa, en uno a Brasilia.

EC - Contanos qué viajes con el padre Noboa eran aquellos.

LM - Con el padre Noboa hicimos dos viajes que fueron absolutamente heroicos, merced a lo cual nunca pude comer refuerzo de bondiola y dulce de batata, porque los comíamos todos los días de mañana y de tarde. Salían obviamente muy baratos. Íbamos en ómnibus, dormíamos en el ómnibus, aunque alguna vez por ahí nos quedamos en el estadio de Pacaembú en San Pablo, a veces en un hotelito, y de esa manera muchachos de 15, 16 años conocimos Brasilia cuando era una ciudad que hubiera dado envidia a Rad Bradbury, porque era una ciudad marciana, deshabitada, construida pero deshabitada.

EC - ¿Quién era el padre Noboa y por qué ustedes viajaban con él?

LM - Era el director del Sagrado Corazón, del Seminario. Eran dos hermanos, dos sacerdotes –en la jerga estudiantil Noboa y Noboíta–, los cuales organizaban ese tipo de viajes. Hicimos uno a las cataratas del Iguazú en el año 59, y en el 60 a Brasilia, que todavía estaba despoblada. Ahí me compré "o violão", como dicen los brasileños, y un compañero del colegio, Roca, hijo de Miguel U. Rocca, un famoso jurista que seguramente conoce don Carlos [Maggi], me enseñó los primeros acordes, las primeras cosas, y empecé a sacar canciones y ahí me aficioné a tocar la guitarra.

EC - Empezaste guitarra relativamente grande.

LM - Claro, tenía 16 años.

EC - No fue de niño.

LM - No, en absoluto.

EC - ¿Y hasta ese momento cuál pensabas que era tu vocación, tu futuro? ¿No lo habías pensado?

LM - No lo había pensado demasiado. Mi madre había decretado que yo tenía que ser abogado, y yo creo que hubiera sido un buen abogado, pero la carrera me resultó insoportable, la carrera en sí misma, el estudio de la carrera. Creo que hubiera sido un buen abogado ejerciendo, pero aquel aprendizaje memorístico propio de la manera como se estudiaba en ese tiempo no resultó para mí.

EC - ¿El encuentro con la guitarra fue el despertador, el catalizador de ese gusto, de ese amor por la música?

LM - No, venía de antes. Lo cuento en la biografía que escribí sobre Mozart, que para mí es el mejor libro que he escrito. Tenía yo cuatro o cinco años cuando estaba escuchando una radio que había en casa, de aquellas con un gran ojo verde, y escuché una melodía y dije: "Esto es lo más hermoso que me pasó en la vida. Nunca, nunca me voy a olvidar de que esto me pasó a mí".

EC - ¿Qué edad tenías?

LM - En ese momento tendría cuatro o cinco años. Estaba escuchando el tercer movimiento de la Sinfonía n.º 40 en do menor de Mozart, concretamente un espacio lírico que divide el minueto en dos partes, que creo que es de las cosas más bellas que jamás se han compuesto. Ahí me encontré a mí mismo, dije "esto es lo mío". Pero andá a convencer a doña Brenda Casas Araújo. Yo tenía que ser abogado, y a pesar de que a ella le gustaba mucho la música y todos los Casas fueron y fuimos muy musicales –porque a mí la afición musical me viene por el lado de los Casas–, nunca aceptó que lo tomara como una carrera.

Leí hace poco, y se lo comentaba a la señora [Matilde] Rodríguez Larreta y a don Carlos [Maggi], la preciosa biografía del maestro Hugo López Chirico, quien fue durante muchos años director de la Sinfónica Municipal. Se llama "Conciertos en tiempos de guerra", título tomado de Haydn, que tiene algunas obras aglutinadas bajo el título "Concerti in tempori belli", donde cuenta cómo un muchacho de Cerro Largo, nacido en el 36, dijo: "Negro, yo quiero ser director de orquesta", y a pesar de que todos, el padre, la madre y todos, le decían "te vas a morir de hambre, esto no es para vos", terminó siendo un director de orquesta de nivel internacional. A mí me faltó esa fuerza de voluntad y esa claridad de objetivo. Eso es culpa mía, no de mis padres.

***

EC - Mirá algunos de los mensajes que llegan. Este lo firma Marcelo Ornstein: "Te pido le mandes un saludo a Lincoln, que fue mi profesor de Historia en el liceo Suárez en el año 1974. Pero además que le mandes un agradecimiento por recordar a mi viejo".

LM - Claro, lo recuerdo con muy particular cariño, además.

EC - ¿Cómo lucía Lincoln Maiztegui en esas épocas de su primer contacto con la guitarra o sus primeros años incluso ya públicamente como intérprete de guitarra en televisión? En el libro hay dos fotos que te muestran con el pelo largo y la cabeza inclinada sobre la guitarra.

LM - Exacto. Ahí debo de tener unos 20, 21 años, cuando participé en un concurso que hizo Canal 5 y que ganó Marcos Velásquez, yo salí segundo. Tengo varias fotos de ese momento.

EC - Te gustaba competir, por lo visto.

LM - Sí, y además era la única manera en que podía abrirme paso, compitiendo. Una de las cosas que más lamento en esta vida es la mononeuropatía múltiple que me agarré en el año 2006 que me impide tocar la guitarra.

EC - Algo de eso ya habías mencionado en tus artículos, por ejemplo en las columnas del diario El Observador que aparecen recopiladas en el libro del que vamos a hablar enseguida.

LM - No me impide, pero me dificulta mucho, y tras que nunca fui un gran guitarrista, porque lo que hacía más bien era acompañarme cantando, ahora al tener problemas con las cejas y todo lo demás se dificulta más el tema. De todos modos, una cosa que me interesa decir: este disco yo tenía que haberlo grabado 10 años antes, por lo menos.

EC - ¿Por qué decidiste grabarlo ahora? ¿Es el primer disco que has grabado?

LM - Sí.

EC - ¿Y por qué ahora?

LM - Porque de repente descubrí que era mortal, cumplí 70 años y digo: al diablo, en cualquier momento la palmo y esto se va conmigo. Después de tanto escribir biografías de personajes importantes de este país, ver que la gente se moría a los 58, a los 60, a los 60 y pico, el que llegaba a los 80 era una cosa tremenda, dije: "Vamos a empezar a prepararnos para el tránsito". Y entonces seleccioné 11 temas que fui componiendo a lo largo de mi vida, entre otros muchos, y con un amigo que me hizo los arreglos resolví grabarlos, pese a que ya no estoy, obviamente, por razones etarias, con la voz como la tenía antes. A esos temas les sumé siete que recuerdo por tradición de familia, que cantaban mis tíos y mi abuela, y algunos de ellos –al menos dos de ellos–, tengo la absoluta certeza de ser la última persona del mundo que los recuerda. Por ejemplo "Agonía de amor", que tiene música de mi abuelo y es un poema de Antonio Robot y Fonseré, poeta catalán perdido en las profundidades de la historia, seguramente soy la última persona del mundo que lo recuerda. Entonces dije: ya que es inevitable que me voy a morir, porque eso no lo cambia nadie, por lo menos que esto no se vaya conmigo. E hice este disco, que, me interesa señalar, es una edición privada y limitada para mí y mis amigos, no está en venta, no tiene un objetivo de difusión masiva.

EC - Tú explicabas por qué este disco ahora, y en el folleto que acompaña el disco hay un texto en el que más o menos das esas explicaciones. Un texto que es muy honesto, muy transparente, en el que dices que si se hubiera grabado antes habrías podido evitar "irregularidades de emisión, y algunas desafinaciones" que atribuyes a la edad, "nunca al oído".

LM - Eso sí, porque tengo un oído muy cercano al oído absoluto. Seguramente mucha gente encontrará desafinaciones, porque uno a la edad que tiene ya no controla la emisión.

EC - ¿Cuánto influye en ese problema para el manejo de la voz tu adicción al cigarrillo, preguntan algunos oyentes?

LM - Creo que sí, si de lo que se trata es de que yo empiece a echar miserias sobre lo que tanto he defendido, no tengo ningún inconveniente en hacerlo. Desde julio del año pasado, cuando tuve un accidente cerebrovascular del cual me he recuperado relativamente bien, pero que es un feo aviso, no fumo más.

EC - ¿Ahora no fumás más?

LM - No. Pero evidentemente el cigarrillo no contribuye a mejorar la voz y la emisión de la voz.

EC - Qué curioso que, amando tanto la música y sintiendo como has sentido toda tu vida, como decías recién, que en realidad esa es tu vocación y a eso debiste haberte dedicado, y que eso incluía no solo tocar la guitarra, sino además cantar, hayas permanecido tan militantemente en tu condición de fumador, sabiendo las consecuencias que tenía.

LM - Y sí, porque uno siempre piensa que las cosas malas les pasan a los demás, nunca le pasan a uno mismo. Como me mantuve cantando a un nivel más o menos pasable hasta los 60 y pico, decía "esto se puede tolerar". Por otra parte, haber entrevistado a cantantes legendarios del mundo lírico, como Montserrat Caballé o el maestro Alfredo Kraus, y ver que en el medio de la entrevista sacaban un cigarro y se ponían a fumar, es una cosa que de alguna forma me animaba a decir "tan malo no debe de ser".

EC - Lo cierto es que ahora grabaste el disco, y cuando lo presentás, cuando escribís ese texto, reconocés que el resultado no te conforma.

LM - No, evidentemente no.

EC - Que la voz está castigada, que no suena como habrías querido.

LM - Exactamente, y hay notorias irregularidades de afinación, que me molestan mucho.

EC - Y seguiste para adelante igual, y lo publicás igual y lo distribuís igual, pese a que tiene todos esos defectos.

LM - Exacto, porque es la única manera de evitar que eso muera conmigo. De pronto de acá a equis cantidad de años, si no se pierde definitivamente el amor por la melodía, que es mi gran atadero con la música, y con la belleza, aparece alguien capaz de cantar mucho mejor que yo y recoge uno de estos temas sobre un hermoso poema de Emilio Frugoni o de Manuel Gutiérrez Nájera o de Federico García Lorca o, ¿por qué no?, mío –fijate en qué compañía me pongo–, graba estos temas y por ahí permanecen.

EC - Aclaremos: en el disco Lincoln se limita a cantar, con todas esas limitaciones que venía mencionando, canta. La parte instrumental corre por cuenta de otros artistas.

LM - Exactamente, Daniel Petruchelli en guitarra, Horacio di Yorio en piano y Juan Rodríguez en violoncello.

EC - Y en uno de los temas Álvaro Córdoba en guitarra.

LM - Exactamente, el doctor Álvaro Córdoba me acompaña en una de las sabaleras.

***

EC - En las columnas que escribís en el diario El Observador también aparece, de un tiempo a esta parte, un aire melancólico, esa misma sensación, ese mismo ambiente que traduce este disco que venimos comentando. En varias de las notas confesás la edad, hablás con nostalgia de la juventud... ¿Es todo el mismo paquete?

LM - Es todo el mismo paquete. Es un paquete que ya es muy viejo, porque yo vengo evocando la juventud perdida desde hace por lo menos 30 años, desde que empecé a pensar en mí mismo como alguien que ya no es joven. Y hay una expresión que todos los que escribimos en algún momento hemos usado, que es la más tópica y manida de las expresiones y de los lugares comunes, lo cual no implica que no sea la más intensa y profunda verdad: lo que nunca volverá, lo que pasó para siempre y jamás puede volver.

Uno utiliza esa expresión muchas veces siendo adolescente, es muy común encontrarla en los poemas y las obras de la adolescencia o de la primera juventud; recuerdo un verso de Rubén Darío: "en una noche alegre que nunca volverá", por ejemplo, en el famoso Soneto alejandrino. Uno pasa a tener conciencia realmente de que eso no va a volver nunca a partir de cierta edad, entonces es cuando uno inevitablemente se vuelve un poco melancólico, ¿no?

EC - ¿Estás cerrando ventanas?

LM - ¿Qué pidió el Fausto de Goethe a Mefistófeles cuando le ofrece que pida lo que quiera? La juventud. Todo el Fausto se basa en eso, el regreso del personaje a su juventud. Fausto hubo uno solo, lamentablemente.

EC - El libro se titula "Que Nietsche no tenga razón", y recopila buena parte de tu trabajo en El Observador de los últimos años. Sobre eso quería preguntarte también, ¿cómo te llevás con esa tarea periodística que tiene un esquema bastante rígido, porque tú por semana tenés que escribir una columna de opinión, que sale los sábados, "El personaje de la semana", que también se publica los sábados...?

LM - Que casi nunca elijo yo.

EC - La columna es una decisión estrictamente tuya, y el personaje puede ser algo impuesto por la actualidad o por decisión de otros en el diario. Los domingos las dos páginas de "Recortes de historia", y cada tanto te toca también las "Cartas cruzadas".

LM - Las cartas cruzadas con Eduardo Espina y Andrés Alsina.

EC - Eso es lo que se ve; supongo que hay bastante más también.

LM - Hay algunas cosas más. Incluso esta semana he pedido para escribir sobre Aníbal Paz, que falleció ayer, que es uno de esos recuerdos de la niñez que uno tiene. Para mí es uno de los goleros más extraordinarios que jamás he visto; aquí Mauricio [Ronsencof] lo debe de recordar.

MAURICIO ROSENCOF:
Tuviste que ver a Papini y Arrascaeta antes de Tejera.

LM - No, el primer golero de Nacional que yo vi fue Aníbal Paz, año 52.

MR - ¿Quién era el suplente?

LM - Leiva.

MR - No, Di Mateo.

EC - Lincoln, te preguntaba cómo es ese conjunto de notas.

LM - Yo escribo con enorme placer.

EC - ¿Cómo las escribís?, ¿cuánto tiempo te llevan? ¿Cómo ingresan en tu rutina de trabajo?

LM - En general escribo muy rápido y casi en limpio, a pesar de que soy muy puntilloso con palabras que riman, cacofonías y ese tipo de cosas, es una única lectura y la nota sale. Y la hago con mucho placer. No todas por igual, desde luego. Si me toca un personaje de la semana como el que tocó esta semana, por ejemplo, que es el padre Gonzalo Aemilius, que fue alumno mío y por el cual siento un afecto y una admiración impresionantes, lo hago poniendo toda la carne en el asador. Si me toca un personaje más lejano, de pronto eso se nota en la propia calidez del texto.

EC - ¿Y la columna de opinión? Tú has dicho, y está escrito en una de ellas, la que aparece publicada en el libro, que no es sencillo escribir una columna semanal sin tema fijo.

LM - Claro, porque hay veces que te aparecen cinco o seis temas y podrías desarrollar cualquiera de ellos, y hay veces que tenés la página en blanco o la pantalla del ordenador en blanco y decís: "¿Y ahora qué carajo escribo?", porque no se te ocurre qué diablos podés escribir. Todas las semanas es una cosa bastante dura, bastante difícil. Pero siempre aparece algo, y ahí van saliendo, por eso hay algunos artículos que salen mejor y otros que no salen tan bien, porque tiene mucho que ver la adhesión que el autor tiene respecto al tema de que se trata.

EC - Y en la semana, aparte de eso, ¿en qué trabajás?

LM - En este momento, aparte de eso, estoy dando un ciclo de charlas –dado que no doy más clases– a personas mayores a quienes les interesa refrescar o tener conocimientos de historia que nunca han tenido, entonces les cobro, obviamente, y les doy charlas sobre temas generalmente de historia nacional, en algún caso de historia universal. Es el contacto que me va quedando con la docencia.

EC - ¿Cuántos años trabajaste como docente en secundaria?

LM - Desde el 68, cuando tenía 24 años, que fue cuando ingresé, hasta hará tres o cuatro años, cuando dejé la Universidad de Montevideo, donde fui profesor del padre Aemilius.

EC - ¿Y esa no era una vocación?

LM - Sí, sí lo era. Hasta tal punto lo era que mis exalumnos me siguen visitando, mi casa está permanentemente llena de muchachos y de exalumnos.

EC - Por eso te hacía la pregunta, porque tú has contado en algunos de los artículos varias de esas reuniones, muchas veces imprevistas, en las que terminás metido con alumnos o exalumnos que vienen a verte o que te encuentran en el liceo, en el instituto. Por lo menos lo que tú escribes habla de un contacto muy fluido, de un diálogo muy fácil con quienes son o han sido tus alumnos.

LM - Exactamente. Y después con los hermanos menores de mis alumnos. Creo que no podría soportar mi propia soledad y mi pertinaz celibato de no ser porque estoy siempre rodeado de gente joven.

EC - Hablaremos de eso también, del Lincoln Maiztegui solitario.

***

EC - Mirá lo que te dicen de la audiencia. Enrique de Santa Catalina, Soriano, comenta: "Lincoln, usted no es viejo, tiene varias juventudes acumuladas".

LM - Muy linda frase, que agradezco muchísimo. Lamentablemente, es una manera de embellecer determinadas fatalidades biológicas.

EC - Pero no está mal, es ingeniosa, creativa, inteligente.

LM - Desde luego, es una frase preciosa.

EC - ¿La vas a usar? Llevátela regalada por este oyente, Enrique.

***

EC - ¿Quién es Lincoln Maiztegui? Eso estamos averiguando en estas horas de En Perspectiva esta mañana, en la entrevista que recién empezaba y la Tertulia que ahora continúa. Porque desde hace rato están aquí en el estudio escuchando y hasta interviniendo Carlos Maggi...

CARLOS MAGGI:
Acá estoy, oyendo encantado a uno de mis ídolos.

EC - Mauricio Rosencof...

MR - Acá, con ganas de interrumpir a cada rato, porque cuando cuenta lo de Ornstein, que comenzó teniendo la agencia con Pico Ruegger, que tenía una Guitarra de Oro cuando hizo Guitarreando y todas esas cosas que contaste, me acuerdo, cuando empezaste a escribir, que aquel tenía su humor, también, decía: "Pucha, tendría que haber seguido con la guitarra".

EC - Juan Grompone y Matilde Rodríguez Larreta.

EC - Con Lincoln estamos hablando a propósito de su libro, "Que Nietzsche no tenga razón", y a propósito de este disco que hemos descubierto, un disco que él mismo produjo, financió y que no está a la venta, es un disco para los amigos, pero que valía la pena se supiera que existe, porque es un producto muy original en tu carrera y en tu vida.

CM - Yo estoy muy impresionado con Maiztegui, porque lo conozco desde hace tiempo, lo he seguido de cerca y ahora le descubro tesoros diferentes, capacidades diferentes. Me gusta muchísimo lo que hace, porque tiene un don, él dice que su talento musical era natural, y su facilidad para contar bien ¿de dónde viene? Es una de las personas que conozco que cuenta mejor. He tenido amigos que se caracterizaban por su capacidad de contar, por escrito y verbalmente; uno de ellos, el más culminante, Paco Espínola, pero Maiztegui es un narrador de raza, todo lo que toca lo cuenta bien. Y tiene una obra monumental, "Orientales", una historia nacional en cinco tomos gordos donde está desplegada su capacidad de contar bien y hacer de lo que toca siempre una cosa interesante y profunda, importante. Yo lo admiro mucho y cuando leí la primera parte de "Que Nietzsche no tenga razón" me emocioné. Él trabaja en una zona muy conmovedora, que es el sentimiento trágico de la vida. Cruzamos los años, tenemos etapas diferentes, nos acercamos indefectiblemente a la etapa que nadie puede evitar, y unos tienen ese sentimiento trágico muy profundo, como lo tiene él, y a otros, como yo, que soy despreocupado, no les importa nada.

EC - Sí, son actitudes distintas. Es interesante que lo anotes, porque creo que lo percibe también el oyente.

CM - Yo le abro un camino de unos 20 años que le llevo al querido Maiztegui, y te digo que no importa nada, que en cualquier momento podría salir a la cancha a jugar de nuevo.

EC - ¿Cómo te suena eso, Lincoln, dicho por alguien de 90?

LM - Don Carlos no tiene edad, una vez Mauricio lo dijo, es un hombre que ha desafiado todos los elementos previsibles de la edad. Dicho por quien ha sido uno de mis puntos de referencia, porque yo tendría 14, 15 años cuando leí la primera obra de don Carlos. Realmente me emociona profundamente.

EC - Juan, ¿cómo te fue con la lectura de este libro? Un libro que no tiene material nuevo, porque lo que hace es recopilar notas publicadas en la prensa, pero al plantear la antología, permite revisar, incluso discutir si se mantienen vigentes o no.

JUAN GROMPONE:
Yo algunas las había leído en El Observador, pero estas más de 400 páginas en cuatro días han sido una maratón, he tenido que saltear algunas.

EC - No tenías por qué leerlo todo.

JG - Pero algunas cosas quiero decir. La primera es que discrepo con el título, yo le habría puesto otro, pero no importa.

LM - Te aclaro que el título no es mío.

JG - Me alegra, porque a mí nada que tenga que ver con Nietzsche me parece bueno.

CM - Aunque sea en contra.

JG - Por supuesto.

EC - Ahora vamos a averiguar por qué se llama así el libro; está dicho en una de las columnas.

JG - Está dicho en la primera.

EC - No suena como un título muy marketinero que digamos.

JG - No, es horrible.

EC - Más bien espanta.

JG - Este libro me recuerda muchísimo los poemas en prosa de Bertrand, "Gaspard de la nuit", y lo que inspiraron, que son los pequeños poemas en prosa de Baudelaire, que tienen una característica común con este disco. Baudelaire dice "el libro de Bertrand, que lo conocemos yo y algunos de mis amigos, ¿no tiene todo el derecho de ser llamado famoso?". Es decir, posiblemente este disco, que es para Lincoln y algunos de sus amigos, también puede llegar a ser famoso en el sentido de Baudelaire.

Y digo que se parece porque hay algunos trabajos que son realmente poéticos, son poemas en prosa en el sentido de Bertrand o de Baudelaire, que es un género abandonado en la literatura. Hay otros que no, que son militantes, hay otros que son biografías de encargo, hay otros que son militantes del Partido Nacional, hay otros que son militantes cristianos. En fin, hay muchos militantes, pero hay fantásticos poemas en prosa que me parecen muy lindos de rescatar.

EC - ¿Habías pensado eso de poemas en prosa?

LM - No exactamente en esos términos en los que lo está planteando Juan con enorme generosidad. Pero sí, de alguna forma, si hay que clasificarlos, tienen elementos poéticos y están escritos en prosa, por consiguiente...

JG - Pero ¿no están inspirados por ejemplo en los de Baudelaire o los de Bertrand?

LM - Es posible; he leído tanto a lo largo de mi vida que no te puedo asegurar que sea así.

JG - Y quiero señalar dos cosas que me parecen curiosas en un área que compartimos, que es la música.

EC - No me digas que tú estás por grabar un disco también...

JG - No, no, porque si Lincoln tiene oído absoluto, yo tengo oído negativo. Primero, Callas, yo soy del bando de Callas y él declara no ser del bando de Callas.

EC - Estás hablando de María Callas.

JG - De María Callas, de "la Callas".

MR - ¿De quién sos vos? ¿De Montserrat Caballé?

JG - No, de Victoria de los Ángeles.

LM - De Victoria de los Ángeles.

JG - Victoria de los Ángeles me encanta.

LM - No es una competencia, Victoria de los Ángeles le ganó dos a uno a Callas; lo más sensato es decir: son dos grandes cantantes. Yo durante mucho tiempo, por ignorancia, por estupidez, me definí como tebaldista contra Callas; hoy creo que Callas era una artista absolutamente formidable.

JG - Cambió la manera de cantar. No pude leer todo el libro, pero lo que más me asombra es que creo que hay solo una mención a Beethoven, y en un contexto que no es específicamente musical, que es cuando hace una lista de los grandes alemanes, mencionando la barbarie de Hitler. Creo que es la única vez que aparece Beethoven.

LM - Es posible...

JG - ¿No te gusta?

LM - Cómo no me va a gustar Beethoven. Que a un melómano no le guste Beethoven es como decir que a un amante del fútbol no le gusta Messi, es una de esas cosas que no tienen sentido. Lo que pasa es que por razones de sensibilidad no es el músico que más profundamente me llega, como me llega Schubert.

JG - Como Schubert o Mozart.

LM - Claro, o Mozart, pero fundamentalmente los grandes creadores de melodías, que no es el caso expreso de Beethoven. Aunque tiene algunas de las melodías más bellas que se hayan creado jamás, su obra no está centrada en eso como sí lo está la de Schubert, y de alguna forma la de Mozart. Mozart es perfecto, está todo ahí.

EC - Matilde, ¿cómo te fue con el libro?

MRL - Hice un abordaje un poco disciplinado para no morir en el intento. De las 400 páginas me incliné a los capítulos en los que tenía más interés, obviamente el musical era uno de ellos, y también las historias sangrientas, la muerte de tu homónimo el presidente Lincoln, la de Kennedy y las de Flores y Berro. Los tres capítulos son enormemente interesantes, porque son episodios que uno conoce pero Lincoln les pone una cantidad de detalles y de argumentos que los enriquecen. Lo leí con mucho interés.

Para ir a la cosa musical, con lo que me sentía más afín y no remontarme tanto a cosas muy intelectuales, simplemente resalté tres capítulos. Uno se llama "Yo no quiero que nadie a mí me diga"; todos sabemos aquí lo que quiere decir esa frase tanguera, acá somos todos gardelianos, los cuatro conocemos todas las letras, así que sabemos de qué hablamos. Y ahí él hace el abordaje de Gardel y pone el énfasis en la tristeza que le da que los jóvenes no acompañen esa sensibilidad que tenemos esta generación, o muchos de nuestra generación, con ese personaje, y teme que muriéndonos nosotros no quede nada. Yo también tengo esa preocupación, porque escuchar a Gardel es de las cosas más disfrutables que he tenido en mi vida, no tengo ninguna duda de eso.

LM - Sin duda.

MRL - Además desde muy chiquita.

CM - Gardel no es una moda, Gardel es un valor, así que el que se lo pierde, se lo pierde, pero otro lo va a recuperar.

MRL - Ojalá sea así.

CM - De eso no queda la menor duda.

JG - Estoy de acuerdo.

LM - Dios quiera que sea así. Les cuento una brevísima anécdota. Hace un tiempo, tres o cuatro años, en casa de mi amigo Antonio Soto, que actualmente vive en Estados Unidos, varios aficionados al canto lírico estábamos escuchando a varios cantantes en esa clásica pulseada de "a ver quién canta mejor esta aria", si Franco Corelli o Giuseppe Di Stefano o Plácido Domingo. Discutíamos, y de repente alguien puso un tango de Gardel, y fue el único momento en que tuvimos unanimidad: no se puede cantar mejor.

MRL - Perfección absoluta.

LM - Yo conozco dos casos –conozco más, pero quiero señalar dos– de perfección absoluta en el arte del canto. Uno es Gardel y otro es Amalia de la Vega.

MRL - Yo agregaría Sinatra.

LM - También.

MRL - Sinatra es impresionante.

LM - Es impresionante, no hay duda. Por razones de gusto, por el timbre de voz, prefiero a Bing Crosby, pero es el mismo género.

MRL - Sí, también, por ahí anda.

CM - ¿Por qué hablamos de música cuando se trata de un escritor? La música dice que fue un hobby; muy bien, aceptado, lindísimo.

JG - El ajedrez también.

CM - Es un productor de libros pesados, yo quisiera decir alguna cosa sobre el fondo de lo que escribe.

MRL - Yo quería agregar dos capítulos más referidos a la música, en este caso más popular. Marino Rivero, no tan popular, porque es un gran bandoneonista que tocó música clásica del mejor nivel, y él resalta lo poco reconocido que ha sido en nuestro país. Me parece muy bueno que lo rescate. Y el tercero, que no quiero dejar de nombrar, porque es mi debilidad, es María Elena Walsh. El artículo se llama "Pero un día se marchó". No creo que haya en la historia del siglo pasado una artista más sutil, más profunda, más sensible, con unas letras divinas, cantadas con un gusto impresionante, con poca voz y mucho oído, y muy bien entonadas, que pretendió ser para niños, obviamente todos compramos los discos para nuestros hijos, pero quienes los disfrutamos más fuimos los adultos.

JG - Una muy breve anécdota sobre Marino Rivero. Yo estaba escuchando por el Sodre a Marino Rivero tocando a Bartok en una transcripción para bandoneón, y entra un amigo mío que es muy tanguero, escucha y se queda así, detenido, y dice: "Es Piazzolla, pero no sé lo que es". Eso es para mostrar la distancia entre la música popular y la clásica, esa es la confluencia de las dos.

LM - Sí. Yo tengo como timbre de orgullo y como expresión de vergüenza hacia la cultura de este país que el único periodista que escribió algo cuando la muerte de René Marino Rivero en este país fui yo. Lo cual por un lado me llena de orgullo y por otro lado me llena de vergüenza, porque era el mejor bandoneonista del mundo, tenía fama mundial, en Alemania era una personalidad absolutamente universal, y sin embargo su deceso pasó casi desapercibido.

EC - Pasamos a los otros temas que quería tocar Carlos recién con su apelación.

CM - El libro se abre a propósito del título, que es la no coincidencia con lo que dice Nietzsche. Nietzsche dice que en la caja de Pandora, cuando sacan todas las horribles y malas cosas que contenía, queda una, y esa que queda es la esperanza. Nietzsche dice que la esperanza es lo peor, porque no es cumplidora, porque la esperanza te abre un campo y después te traiciona, no te premia. Yo creo que se equivoca Nietzsche, y que el encare exacto es primero discriminar entre las esperanzas, hay esperanzas pasivas y hay esperanzas activas. La esperanza pasiva es "yo tengo ganas de tal cosa" y espero y espero que me llegue, y ¿cuándo me llegará?, estoy siempre esperando y la esperanza no me cumple. Y la esperanza activa es una esperanza que mueve, que te hace hacer cosas, que te hace pelear con algo, contigo mismo, con la vida, contra los demás, contra la impotencia de no poder ser eficaz, de no poder hacer las cosas bien, y al final muchos lo logran. Así que la esperanza da su fruto. Entonces yo no la dejaría entre las cosas deleznables de la caja de Pandora, al revés, me parece que la esperanza funciona de dos maneras, la física, cuando dos fuerzas contrarias se encuentran, se anula la vida, la fisiología, cuando dos fuerzas contrarias se encuentran se excitan, y la esperanza tiene las dos funciones. Por eso la esperanza me parece una buena amiga.

EC - Coincidís con Lincoln, entonces.

LM - Yo recordaba, escuchándolo a Carlos, dos ejemplos de dos concepciones de la esperanza, una tomada de la ópera Turandot, de Puccini, donde Calaf tiene que solucionar tres adivinanzas, si las soluciona obtiene la mano de la princesa Turandot, si no, le cortan la cabeza. Y una de ellas es precisamente la esperanza. Calaf acierta y Turandot comenta: "La speranza che t’elude sempre", la esperanza que siempre te engaña, que siempre te elude.

Y por otro lado recuerdo la preciosa fábula –no sé cómo llamarla– de Rodó de la joven que se vestía de noche esperando a su novio y cuando llegaba el alba se daba cuenta de que aquella esperanza era falsa, porque el tal novio no venía. Y de noche volvía a ponerse frente al espejo y a prepararse para irse con el novio que la iba a venir a buscar. Como otra idea de la esperanza que de alguna forma sostiene la vida, más allá de que se cumpla o no lo que uno espera.

EC - Mauricio, casi no has podido hablar.

MR - El musicólogo titular que tenemos en la mesa...

EC - ¿Te estás quejando de Juan?

MR - No, qué me voy a quejar, sabés con qué placer lo escucho, a veces me cuesta venir para poder prender la 14. Yo te traigo un poco al barrio. Toda esa serie de notas que en forma sistemática hacés –para volver al libro–, donde tenés presente a Reyes Abadie, al Tarta Methol, a Lucía Sala, donde hacés la nota de Seregni. La nota de Seregni me hace recordar una de las historias tuyas que más me fascinan, cuando quedaste anclado no en París, sino en Libia, como ajedrecista integrando una delegación, mientras acá se sucedían cosas que impedían tu retorno, y tuviste un mano a mano con Gadafi.

LM - No fue un mano a mano exactamente, porque recibía a todos los de la delegación, pero pude conversar dos palabras.

MR - El resto es silencio: tuviste un mano a mano. Me parece que es una de las cosas insólitas, porque además, sin que te perturbe todo el contexto político y los sucesos posteriores, lo tenés ubicado como lo viste y lo sentiste en esa instancia de ese internacional de ajedrez. En cada una de esas notas hay tanto conocimiento del sujeto que tratás y hay tanto cariño hacia el sujeto de la nota que me parece que es uno de los timbres que caracterizan a las notas tuyas. Tratás a la gente, la estás sintiendo como siempre.

CM - Lo que yo destaco de Maiztegui es que es el fanático más ecuánime que conozco. Repasé las notas sobre deporte, él no es más fanático que yo, pero tampoco es menos fanático que yo, él es de Nacional, yo soy de Peñarol. Leí las notas que escribe sobre los de Nacional y sobre los de Peñarol y le envidié el fanatismo y la ecuanimidad absoluta, cómo puede admirar y querer a un adversario. Es una condición no muy general, pero tiene exactamente el mismo sentido de lo que tú estabas diciendo, defiende su tema por amor y lo trata con amor. Es formidable eso.

EC - Esa nota que recién citaba Mauricio a propósito de Líber Seregni –una nota que escribió Lincoln cuando Seregni murió, porque esa es una de las tareas de Lincoln, escribir obituarios– cuenta que conoció a Seregni el 24 de junio de 1973, o sea, unas horas antes del golpe de Estado. Y además de hablar de Seregni, Lincoln habla de él mismo, porque aprovecha para colar allí su propia peripecia política. Dice que lo conoció a Seregni en casa de un amigo suyo, también militar, "me había deslumbrado su austero encanto personal, su amplísima cultura y su lúcida apreciación de la realidad". Y agrega: "Nunca como aquella noche inolvidable me sentí seguro del paso que había dado al abandonar mis hondas raíces en el Partido Nacional para combatir con todas mis fuerzas a favor de su candidatura presidencial. Y nunca me he arrepentido de aquel intenso y durísimo período de mi existencia, que me costó muy caro pero me salió mucho más barato que a tantos inolvidables compañeros de ilusiones y esperanzas. Ni siquiera cuando discrepé con aquel Pacto del Club Naval, que llevó al país a las elecciones con Wilson Ferreira Aldunate preso en un cuartel y a partir del cual emprendí el tranco siempre melancólico del regreso".

¿Políticamente qué es Lincoln Maiztegui?

LM - Blanco; por encima de cualquier otra consideración. Entendiendo por blanco una determinada visión del país, una determinada visión de su historia y de su trayectoria histórica. Desde mi punto de vista –y esto lo aprendí de mis mayores, de don Julio Casas Araújo, autor de la letra de la "Marcha tres árboles"– se puede ser blanco dentro y fuera del Partido Nacional. No todo el mundo entiende esto, pero yo cuando actué en el Partido Socialista, de lo cual no me arrepiento ni por un instante, y cuando tuve el privilegio de actuar hombro con hombro con gente como Vivian Trías, por ejemplo, o, siendo yo muy jovencito, Dubra o posteriormente José Díaz, no dejé ni por un instante de ser blanco. En determinado momento, por razones ideológicas que tienen que ver con determinadas posturas del partido respecto a algunos episodios, fundamentalmente internacionales –la revolución cubana y todo lo demás–, decidí responsablemente volver a mis raíces, volver a la trinchera natural de los blancos, que es el Partido Nacional. Esa fue mi peripecia personal, la asumo en su totalidad.

MR - Hay un artículo que vos escribís que es un eufemismo de esto que te está pasando en el terreno político, que es el peregrinaje que tuviste buscando un sitio donde poder fumar. Esa nota es espectacular, porque ni el aeropuerto ni en el avión ni el baño del avión, es una cosa impresionante. Tan impresionante que pensé que entraba en territorio de la irrealidad cuando abro esa puerta y vos estás diciendo al aire que hace como seis años que dejaste de fumar. De alguna manera estás entrando en los territorios de "El reposo del guerrero".

LM - Hace seis meses, no años.

JG - Creo que lo sentís como siglos.

LM - Sí, creo que sí.

JG - Una última cosa, un pedido que ya alguna vez le hice. Maiztegui publicó en El Observador una serie de artículos sobre ajedrez. Yo soy remotamente aficionado al ajedrez, pero los artículos eran interesantísimos, todo lo previo al análisis del partido, era interesantísimo lo que decía. Entonces creo que sería bueno que todos esos artículos se publicaran. Es difícil publicar un libro, pero se pueden publicar en internet, de modo que estén disponibles para mucha gente, no solo para los ajedrecistas. Me gustaría volverlos a leer.

LM - Muchas gracias, Juan.

EC - Te llevás ese deber también.

LM - Sí; no depende de mí, depende del diario.

JG - Pero es internet, es gratis, no cuesta. Lo difícil es haberlos escrito.

***

EC - "Que Nietzsche no tenga razón, y más de cien crónicas antológicas de Lincoln Maiztegui publicadas en El Observador entre 2000 y 2011", así se titula el libro que precipitó esta conversación esta mañana. Una conversación que vino con sorpresa incluida, porque cuando nos pusimos a charlar con Lincoln de esta entrevista yo no tenía ni idea del disco, el disco "De otro tiempo", que también nos trajo y del cual algo hemos podido escuchar esta mañana.

LM - Respecto al libro, contiene algunas entrevistas, por ejemplo a futbolistas legendarios como Julio Pérez, y una particularmente importante, creo yo, a don Homero Alsina Thevenet, porque posiblemente fue la última que se le hizo poco tiempo antes de que muriera. Don Homero me conocía desde que yo era jovencito, porque era muy amigo –y sigo siendo muy amigo, desde luego– de Andrés, su hijo. Era un tipo fuera de serie. Una vez tenía que escribir yo una nota sobre músicos cinematográficos. Y pasa una cosa muy rara –Juan estará de acuerdo conmigo–, yo escribo una música incidental para el teatro, como la obertura Leonora de Beethoven –ves que cito a Beethoven– o la Rosamunda de Schubert, y soy un gran músico; escribo en cambio la partitura de una película y soy un músico menor, lo cual es un mamarracho. Y ahí tenemos a Mark Steiner, a Alfred Newman, a Elmer Bernstein, que son músicos absolutamente extraordinarios.

Entonces le dije a don Homero –que era una enciclopedia ambulante hablando de cine, impresionante–: "Tengo que escribir algo sobre este tema, y no lo domino demasiado; por favor, don Homero, tíreme algunas líneas". Me dijo tres o cuatro cosas y escribí una nota que salió publicada. Entro en un boliche y me lo encuentro, ahí en Zelmar Michelini y San José, y me dice: "Vení" –era un tipo seco–. Me acerco y me dice: "Leí tu nota sobre música cinematográfica", "Ah, ¿qué le pareció?", "Una de dos: o me mentiste o la copiaste". Yo me quedé helado. "¿Por qué me dice eso?", "Porque estaba muy bien, y me dijiste que no entendías mucho del tema. Así que una de dos, o me mentiste o la copiaste". Esa anécdota lo pinta de cuerpo entero.

EC - Felicitaciones por estos nuevos trabajos, y nos seguimos reencontrando.

LM - Cuando ustedes quieran.

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Transcripción: María Lila Ltaif

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