Feria del Libro de San José

Roberto Ampuero: "Estos espejos que hay entre una dictadura de izquierda y una de derecha lo convencen a uno de que lo que tiene que rechazar, como ser humano, es el totalitarismo"

Los que ya han leído a este escritor chileno seguramente saben que se trata de uno de los autores más importantes de su país en la actualidad, protagonista, además, de una vida de novela: un ex militante de las juventud comunista chilena que durante la dictadura de Pinochet vivió exiliado en Cuba, se desencantó allí del socialismo real y protagonizó un giro en su pensamiento, a partir del cual, hace pocos años, fue ministro de Cultura en el gobierno de Sebastián Piñera. A quienes aún no lo conocen, Roberto Ampuero es uno de los nombres de referencia de la novela policial latinoamericana contemporánea y que su detective privado, Cayetano Brulé, poco tiene que envidiarle al Kurt Wállander de Henning Mankell, el Kostas Jaritos de Petros Markaris o el Mario Conde de Leonardo Padura.

(emitidos a las 8.47 hs.)

EMILIANO COTELO:

Entre las visitas ilustres de esta Feria del Libro de San José se destaca la del escritor chileno Roberto Ampuero. Seguramente, varios amantes de la novela policial ya tengan "un Ampuero" en sus bibliotecas. Pero para muchos otros quizás sea todo un descubrimiento. De esto último se trata la conversación que ahora viene: vamos a descubrir a Roberto Ampuero.

En los últimos 20 años este novelista se ha convertido en uno de los autores más leídos de su país. La saga protagonizada por el detective privado Cayetano Brulé ya es un clásico de la novela policial latinoamericana. Sin embargo, la obra de Ampuero se ha animado a ir más allá de este género y ha encarado asuntos bastante espinosos. Buena parte de su narrativa nace y se apoya en su propia peripecia vital: una vida que es casi tan apasionante como sus novelas y que lo llevó de militante de la juventud comunista en los años 70 a ministro de Sebastián Piñera en 2013.  Sobre algunos mojones de ese trayecto y sobre su obra vamos a conversar con él en los próximos minutos.

¿Esta es su primera visita a San José de Mayo?

ROBERTO AMPUERO:

Es la primera visita, y estoy muy impresionado. Lo que sentí de inmediato al llegar a San José fue que tiene alma, y creo y sospecho, buscando por ahí interpretaciones, que eso se debe a que la cultura aquí efectivamente tiene un papel, ha tenido a lo largo de la historia un papel preponderante, ha sido articuladora de la vida acá.

Lo otro que me llama mucho la atención es que hay un sentido estético que se aprecia muy bien en el cuidado de las fachadas, por ejemplo, y en la limpieza de las calles. Hay algo aquí grato, hay "buenas vibraciones" y sospecho que está vinculado con el entorno urbano y su relación con la cultura.

EC - Ampuero lleva ya unas horas aquí. Anoche dio una conferencia en el Teatro Macció. ¿Qué tal fue?

RA - Muy bien, estuvo muy concurrida, una gran conversación con el periodista Gonzalo Sobral y en un espacio muy especial por el hecho de que se recuperó. También me pareció apasionante (al lado, en el Espacio Cultural) la bóveda [de lo que en el pasado fue un banco], a la que también tuvimos acceso, con su gran exposición [de esculturas de madera]. El hecho de sentir que lo más protegido, el tesoro verdadero de esta ciudad es la cultura es una señal muy potente también.

EC - Si los oyentes buscan una buena introducción a la vida y la obra de Roberto Ampuero, tal vez la primera recomendación sea su novela "Nuestros años verde olivo". Allí aparece uno de los capítulos más removedores de su biografía.

A fines de 1973, poco después del golpe de Estado y la muerte del presidente Salvador Allende, usted se exilia en Alemania Oriental. La elección de ese país no fue casual, por esa época usted militaba en las Juventudes Comunistas de Chile. En la ciudad de Leipzig se enamora de Margarita, hija del comandante Ulises Cienfuegos (ese es el nombre que aparece en el libro, aunque el nombre real es Fernando Flores Ibarra), entonces embajador de Cuba en Moscú y que había sido fiscal en los primeros años de la Revolución. Usted y Margarita planean huir a Berlín Occidental pero la aventura se frustra, así que terminan mudándose a Cuba, donde se casan.

Allí en La Habana transcurren años que serían fundamentales en su evolución ideológica. Años en los que terminó descubriendo que el lugar del cual escapaba (el Chile de Pinochet) y ese otro lugar donde se refugió (la Cuba de Castro) tenían más puntos de contacto de los que usted esperaba.

¿Cómo fue ese proceso íntimo por el que pasó?

RA - Está muy bien relatada toda esa parte [en el resumen que usted hizo]. Fue primero un descubrimiento bastante rápido de que no estaba viviendo en una sociedad democrática, a pesar de que por mi ideología, por mi militancia, yo pensaba que había llegado realmente no a un paraíso, pero sí a un sistema de participación popular y democrático. El notar que no era cierto aquello fue rápido. Lo que sí fue largo fue por un lado el proceso de sufrimiento, el dolor, porque romper con una concepción además tan hermética y articulada como puede ser ser comunista es un proceso lento, difícil. El otro momento complicado es cuando uno empieza a buscar respuestas después que ha perdido todas las explicaciones. Porque si hay una cosa que ofrecía en todo caso la Juventud Comunista de Chile en ese momento era explicación para todo, había recetas para todo, entonces uno se sentía muy tranquilo actuando en el marco de ese dogma. Empezar a buscar en forma individual respuestas, caminos era lo más difícil, lo que primaba era una gran desorientación.

Además una desorientación en un mundo que estaba en guerra fría. Por un lado Cuba pertenecía a ese mundo de la guerra fría al integrar la agrupación de países comunistas de Europa, e integraba también el Pacto de Varsovia, aunque no militarmente en un sentido estricto. Y por otro lado la dictadura de Augusto Pinochet en Chile. Entonces el drama en ese momento era: yo había perdido mi patria –lo digo sin dramatismo–, porque había una dictadura de derecha, Pinochet; había ido al socialismo real pensando que esa era la gran respuesta al desarrollo y lo que yo quería para Chile, y descubría que eso no era una alternativa, por lo menos que yo no la quería para Chile.

EC - ¿Qué elementos de la vida en Cuba de aquellos años fueron dando forma a ese diagnóstico tan crítico que terminó teniendo?

RA - Uno podría tender a pensar que las conclusiones y las observaciones, las reflexiones son fundamentalmente teóricas. Y no, es parte de la práctica diaria, de algo muy simple que voy a mencionar porque es muy gráfico. Cuando los chilenos nos reuníamos en La Habana para denunciar la dictadura militar de Pinochet, obviamente había planteamientos centrales, fin al exilio, apertura del Congreso, libertad para los partidos políticos, fin a la policía política, libertad de prensa, libertad de reunión, libertad de desplazamiento. Obviamente eso funcionaba en un espacio pequeño, como este, entre chilenos que exigían democracia para Chile. Pero en cuanto usted salía a la calle en La Habana, con ese mismo planteamiento, con esas mismas demandas, se convertía en un contrarrevolucionario.

Eso era terrible para un joven de 20 años. Yo no podía vivir con esa contradicción, no podía llegar a exigir para los chilenos algo que me parecía que era básico de todo ser humano, y sin embargo por lealtad a la Revolución cubana y al pensamiento comunista decirles a mis conciudadanos cubanos que eso que yo exigía para Chile estaba bien para los chilenos porque éramos supuestamente ciudadanos de una categoría superior, pero que ellos tenían que ajustarse a lo que eran los sueños de la historia y renunciar a todas esas libertades. Es una contradicción insoluble. Y cuando uno es joven es más libre de las dependencias de otro tipo y está menos dispuesto a entrar en cualquier tipo de concesiones. Eso me lleva a una ruptura y a una renuncia a la Juventud Comunista en La Habana en 1976.

EC - Usted hablaba de "contradicción". Toda esa peripecia suya está llena de contradicciones y conflictos. Para empezar, conflictos familiares, porque usted iba teniendo esa evolución pero al mismo tiempo estaba casado con Margarita, que si bien cuando la conoció en Alemania Oriental tenía algunas dudas y algunas discrepancias con el modelo cubano, al volver hace un proceso inverso: termina trabajando muy cerca de Vilma Espín –la esposa de Raúl Castro, nada menos– en la Federación de Mujeres de Cuba y transformándose en alguien prácticamente ortodoxo en sus posiciones. Por otro lado, ustedes vivían en una de esas residencias privilegiadas del barrio Miramar y tenían acceso a los beneficios de los dirigentes de la Revolución cubana. Usted termina viviendo en una dualidad, termina siendo dos personas al mismo tiempo.

RA - Así es. Es lo que ocurre con gobiernos o sistemas dictatoriales, sean de izquierda o de derecha, que generan una personalidad dual. Una que es la que se desarrolla en lo privado –yo después viví también en Alemania del Este y lo conocí muy bien–, que se basa en una relación de confianza absoluta, con tu pareja y tus amigos puedes conversar de todo y de ahí no sale. Y otra que es la proyección pública, ahí tú dices –más bien repites– los eslóganes, los principios y la información que entrega el gobierno. Entonces vives permanentemente en esa dualidad que al final es casi esquizofrénica.

Pero creo que lo central es ir a la experiencia práctica, para que sientas cómo es este proceso de decepción, de desilusión. Antes de la Revolución el barrio Miramar era un barrio de la gran burguesía cubana, precioso, muy elegante. Casi toda la gente que había vivido ahí se había ido de Cuba o se había tenido que ir, y vivía probablemente en Miami, en Caracas o en Madrid.

Entonces un día, al comienzo, uno hace la pregunta típica: ¿esta casa tan bella a quién se la compraron?, ¿quiénes eran los dueños anteriores? Y el silencio delataba algo tremendo, viniendo uno además de un país que había sido democrático como era Chile. La respuesta muy clara sería: "Esta casa perteneció a tal persona". Ahí había algo que la historia quería ocultar.

Empiezo a descubrir esto de los barrios que están congelados, que todas las llaves de las casas de barrios como Miramar, el Laguito, estaban en una oficina en La Habana, y cuando un dirigente buscaba una casa se le podían entregar, según su nivel, las llaves para que fuera a verlas. Así había sido escogida esa casa.

Eso a uno lo impacta. En un momento me dicen: "Bueno, y en el momento en que mi padre necesitó por seguridad una casa mejor, le pasaron un manojo de llaves con direcciones, empezó a buscar y escogió ésta". Entonces había muchas cosas allí, muebles, arte, cortinas, que habían sido escogidas por otra gente que ya no podía vivir en su país, por razones fundamentalmente políticas, porque habían sido expulsadas porque sospechaban o pensaban que no debían seguir bajo el régimen de Fidel Castro.

Esas impresiones, sobre todo con 20, 21 años, a uno le dejan una huella profunda y lo hacen reflexionar. Pero insisto, no es un proceso teórico, no es una decepción con el marxismo, más Gramsci, menos Gramsci, menos Lenin, más Lenin. No, es que la libertad, que parece algo tan abstracto, se vive en la práctica. Cuando los teóricos empiezan a discutir sobre la libertad es bello, es interesante, aparece como algo muy inasible. Pero cuando uno vive en libertad o vive en dictadura son experiencias básicas que a uno le indican "estoy viviendo con mis derechos" o "estoy viviendo sin mis derechos".

EC - En el libro usted va contando sus experiencias. Se detiene en la falta de libertades, las privaciones en la vida cotidiana (por ejemplo en materia de alimentos), la corrupción, las luchas por el poder, los privilegios de las autoridades del gobierno y del partido. Al margen está su desencanto con la propia "Jota", las Juventudes Comunistas de Chile. El libro desde ese punto de vista es muy jugoso, muy gráfico. Pero es una novela. Entonces, ¿cuánto de realidad existe en esas páginas y cuánto es adaptación, variaciones, creación suya?

RA - Yo diría que –vamos a decir un porcentaje, aunque es imposible– 95% es realidad. Lo convertí en una novela o una memoria novelada porque muchas de las personas a las cuales me refería allí era gente que estaba viva y que de una u otra forma lo había acogido a uno. Porque no es fácil hablar, por ejemplo, sobre quien fue mi suegro, que falleció en Chile…

EC - Eso es todo una paradoja, él terminó muriendo en Chile (*).

RA - Cuando uno quiere escribir sobre esa reflexión que tiene que ver con el totalitarismo y con el ansia de democracia, en este caso de un chileno para Chile, no es fácil. Entonces dije: lo que me interesa aquí no es el nombre preciso, no es la persona particular, no quiero hacer una denuncia contra esa persona, lo que yo quiero decir y hablar y denunciar es cómo funciona el sistema, mostrar cómo funciona el sistema. Va más allá de las personas, por lo tanto que se llame Pedro, Juan o Diego el que tortura, es un torturador y eso es lo central, y cómo un torturador puede funcionar en un país. Me estoy refiriendo a abstractos, no al que fue mi suegro, que fue fiscal de la República y tuvo otro tipo de trabajo. Pero no es fácil. Por eso cambié muchos nombres y opté por escribir en clave de novela. Pero 95% es realidad.

Tampoco es realidad el final. Lo anticipo incluso para quienes no hayan leído el libro: mi hijo cubano, que aparece que muere tratando de huir hacia Miami, afortunadamente vive, pero vive en Chile también.

EC - Ah, ¡qué interesante ese dato! Es muy impactante leer sobre el final del libro esas frases sobre el destino de su hijo... A mí me resultó hasta demasiado frío cómo lo resume (**) ...Pero, entonces, esa parte no es real...

RA - No, y voy a decirle por qué es importante esa parte y por qué quise romper con la realidad histórica personal. Yo con eso quería señalarle al lector o pedirle al lector que piense en la cantidad desconocida de cubanos que tratando de huir de Cuba hacia Miami sucumbieron, se hundieron, fueron devorados por los tiburones, nunca llegaron a la costa. Porque los números se pierden, el gobierno cubano no los entrega y por el lado norteamericano no encuentran más que el bote vacío. Ese es un drama silencioso tremendo. Entonces representarlo con una figura que el lector ya ha conocido en la novela me permitía solidarizarme con esa gente de la cual nunca sabremos los nombres y que son seres desaparecidos por la naturaleza.

EC - En los apuntes que usted escribe en una segunda edición del libro, ya con unos años de distancia, plantea este interrogante: ¿a qué se debe que este libro suyo sea la única novela autobiográfica escrita por un latinoamericano exiliado en Cuba en los años 70? Remarca que fueron miles y miles los militantes de izquierda perseguidos en sus países que buscaron refugio en Cuba, y sin embargo el único que se largó a escribir, y con este tipo de relato y de análisis crítico, fue usted. ¿Logró conseguir una respuesta a esa pregunta?

RA - Es muy difícil, yo tengo algunas. Pero quiero decir más aún: es el único en ese sentido, pero es uno de los únicos libros incluso incorporando a los que debieran ser apologéticos. Tampoco existen esos libros. Es muy sospechoso ese silencio sobre una experiencia histórica también muy rica, la de la Revolución cubana.

Pienso que no existe ese libro de tipo crítico porque es muy duro, es muy difícil, significa romper muchos puentes, perder muchos amigos. Y muchos amigos a uno le dicen: "Mira, ya pasó, lo sufriste, guarda silencio, porque lo que tú digas y lo que hagas va a ser utilizado en contra de la Revolución, en contra del país, de Cuba". Ese es el gran argumento de las dictaduras de izquierda y de derecha. Ese mismo lenguaje, ese mismo discurso lo escuché en Chile, la dictadura de Pinochet a los opositores les decía que podían hablar desde dentro del país, "pero ustedes son unos traidores, están aliados con la Unión Soviética, les paga el oro de Moscú". Y a los que hablaban desde fuera denunciando la dictadura de Pinochet los acusaban de estar al servicio del enemigo y desprestigiando a la patria desde el exterior.

Esta maquinación, este juego, estos espejos que hay entre una dictadura de izquierda y una dictadura de derecha a uno lo llevan a estar convencido de que lo que tiene que rechazar como ser humano es el totalitarismo. No importa el color que exista detrás, no importa si el que te tortura y el que te persigue y te oprime tiene una Luger o una Kalashnikov. Lo importante como ser humano es levantarse y combatir o denunciar o luchar en contra de dictaduras del color que sean.

Para mí también es muy importante que digas que en esa novela este joven que está rompiendo con la Revolución cubana, porque discrepa profundamente por su falta de contenido democrático, está recibiendo permanentemente las noticias horrorosas que llegan de Chile, de la tortura, de la desaparición de personas, de gente expulsada al exilio. Porque si uno deja de lado esa parte muy fácilmente aquellos que siguen identificándose con la Revolución –que es una opción desde luego legítima– pueden decir "este hombre es pinochetista". Ese es el mecanismo que utilizan los sistemas dictatoriales para rebatir a quienes los denuncian.

EC - Decíamos que su salida de Chile, que tendría tantas consecuencias para su formación ideológica, se precipitó debido al golpe de Estado de Pinochet. Y entre sus libros hay uno que le dedica atención especial a aquel presidente derrocado. Estoy hablando a "El último tango de Salvador Allende", que se publicó en el año 2012.

ROSARIO CASTELLANOS:

El libro cuenta dos peripecias personales paralelas. Por un lado, un individuo que ha sido agente de la CIA y que colaboró con el derrocamiento de Allende, que desde la modernidad, desde la actualidad debe volver por una razón personal al Chile democrático. Y cuenta para ello con un libro que es en realidad el diario de otra persona que en primera persona cuenta lo que fue su relación con Salvador Allende, muy estrecha, en los años 72 y 73.

La imagen que usted presenta de Allende es la de un idealista, muy coherente con su pensamiento pero bastante alejado de la realidad. Y por sobre todas las cosas muy solo, porque este interlocutor es un pobre panadero que ha perdido su panadería por el desabastecimiento y es la única persona en la cual confía y con quien habla muchas veces a través de letras de tango. Me pregunto: ¿era eso lo que usted pensaba entonces de Salvador Allende o es una conclusión a la que llegó después, con el tiempo?

RA - "El último tango de Salvador Allende" surge de un temor mío: qué ocurre con los grandes hombres, mujeres de la historia de los países. Tengo también una novela sobre Neruda. Y es que con el tiempo, por razones que tienen que ver con la política fundamentalmente, estos grandes hombres se van convirtiendo o los van convirtiendo en figuras de bronce que están listas para ser colocadas sobre un pedestal en una plaza pública. Y en la medida en que se hace eso y se idealiza a la persona, se convierten en personas y ejemplos –para quien quiera verlo así– que no valen la pena, no merecen ser seguidos ni ser estudiados porque están fuera de la realidad humana diaria.

Lo que me interesaba era indagar, con mucho respeto, en la figura de Salvador Allende. Quiero decir que la hija de Salvador Allende, la senadora Isabel Allende, después de leer el libro dijo a la prensa que la había tocado profundamente y que había allí una reflexión y una proyección respetuosas, incluso dice ella "con cariño" hacia Allende.

Lo menciono porque podría pensarse que es una suerte de ajuste de cuentas con Allende después que hemos hablado de "Nuestros años verde olivo". Lo que me interesaba era algo que desapareció, se perdió para siempre y que quien lea la historia no puede recuperar, que el periodismo no puede recuperar, que solamente la literatura puede recuperar. Me interesaban las últimas semanas, los últimos meses de Allende, cuando efectivamente vivía todo este proceso en una tremenda soledad. La prueba más clara de esto es cómo muere, muere en La Moneda, se da un tiro con una AK-47, un arma que le había regalado Fidel Castro (son varios tiros en realidad, porque es automática). Y muere acompañado solamente por algunos médicos amigos, colegas amigos de toda la vida, y uno que otro guardaespaldas. Todos ellos sobrevivieron, ha contado la historia.

EC - El año pasado, en ocasión del aniversario del golpe de Estado, usted publicó una columna en la prensa chilena en la que pedía perdón, una cantidad de perdones. Es muy interesante, vale la pena repasarla entera, porque tiene que ver con toda esta evolución que usted ha hecho y con la autocrítica a propósito de su vida. Y uno de los perdones es: "Pido perdón también a Allende por haberlo dejado solo en su hora final. Yo fui uno de los tantos que marchaban por las calles gritando ‘¡Allende, Allende, el pueblo te defiende!’, pero no llegué a la Moneda a defenderlo".

RA - Así es. Y eso es algo que el análisis político nunca realiza. Allende muere acompañado por sus colegas médicos, cuatro o cinco, y un par de escoltas. Ninguno de los dirigentes de la izquierda ni de la gente que lo apoyó llegó esa mañana a solidarizarse alrededor de La Moneda, por decir algo.

Es muy fácil pedir sacrificios humanos. En ese sentido yo quería decir, al plantear esta autocrítica: "ninguno de nosotros fue capaz". A lo mejor la historia hubiese cambiado radicalmente si realmente quienes lo apoyaban hubiesen llegado a La Moneda. Era posible todavía llegar a La Moneda, lo que era difícil era después salir. Eso es lo que entregan todos los testigos. Y quizás con mucha gente alrededor la historia hubiese distinta, hubiese sido muy diferente.

Pero el año pasado se cumplieron 40 años del golpe de Estado y se dio por un lado que mucha gente de derecha pidió perdón por los silencios, más bien por las omisiones y el silencio. El presidente Piñera en ese momento, un presidente de centroderecha, acusa a gente de ser cómplice pasiva de la dictadura, lo que generó mucha tensión dentro de la derecha chilena. Y por otro lado yo pensaba que la izquierda también tenía que pedir perdón, porque la izquierda y la derecha habían llevado a Chile a un momento en el cual el diálogo era imposible, el consenso era imposible, la polarización era total y terminó en lo que terminó, un país dividido y con una dictadura que duró 17 años. Por ahí pasaba algo muy importante.

Y ayer se cumplieron 41 años y esto vuelve a resurgir como si hubiese ocurrido ayer. Yo no estoy por el olvido, estoy por la justicia y que la historia y que los países aprendan de su historia. Pero ahí hay un tremendo día en Chile, que es terrible por lo que ocurrió, pero por lo que sigue presente a lo largo de los años, 41 años después, sigue dividiendo los chilenos.

RC - En este caso, una vez más, su historia personal se mezcla con la peripecia novelada, porque coloca a los dos personajes jóvenes en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, donde usted cursaba en ese momento. Entonces, ¿cuánto hay de ficción y cuánto de realidad en ese relato que usted insiste en que es una novela, una vez más?

RA - Primero, había un tema, el de la soledad, que me interesaba explorar con Allende y que solamente era posible en clave de ficción. En el último momento allí en La Moneda, comienza el bombardeo aéreo, está rodeado, le están disparando, tiene que haberse planteado cosas que todo ser humano se habría planteado: "Este es mi último momento, estoy entre la vida y la muerte, de aquí no salgo vivo. Pero también es posible salir vivo, el Parlamento me está ofreciendo sacarme al extranjero". Se tiene que haber planteado: "¿Qué ha sido de mi vida? ¿Dónde están los que me acompañaban? ¿Tengo miedo ante la muerte? ¿Soy responsable de lo que ha ocurrido, de llevar al país a este momento?". Esos planteamientos, esas dudas, el temor, la soledad, a cualquier ser humano tiene que haberle ocurrido.

Y la ficción es capaz, ya que ni la historia ni el periodismo pueden hacerlo, la ficción tiene la posibilidad de explorar en eso. Eso me interesaba en "El último tango de Salvador Allende". Ese Allende de carne y hueso que era grande en la medida en que era un ser humano. Porque Allende era un hombre que gozaba y disfrutaba enormemente los placeres de la vida, vestirse bien, comer bien, beber buenos whiskies, era muy Romeo y seductor con las mujeres. A un ser humano así, con todas esas partes que quizás para construir un santo de la política se prefiere ocultar, le cuesta más tomar la decisión: "Yo aquí no me entrego, yo aquí muero". Eso lo hace grande. Entonces yo buscaba eso con la novela, mostrar esas debilidades humanas que hacen grandes a los seres humanos.

Y la experiencia personal. Efectivamente, yo el 11 de setiembre de 1973, como buen joven comunista, me fui al Pedagógico, porque la instrucción que había si el fascismo –así lo llamaban en ese momento– daba el golpe, era: "los obreros a sus centros de trabajo y los estudiantes a sus centros de estudio, vamos a defender al gobierno de Salvador Allende". Y me fui. Pero –y eso también lo cuento en "Nuestros años verde olivo"– cuando llego me encuentro con que de la dirigencia no había nadie. No la dirigencia alta de la Universidad, de la dirigencia media de las Juventudes Comunistas no había nadie, la que estaba ahí era una secretaria local, que era la máxima autoridad –Pepa, me acuerdo perfectamente de ella–. Y la tarea era, la orden era "quememos aquí los carnés y los archivos de la Juventud, porque andaban volando [los helicópteros] sobre el campus".

Esa fue una lección también muy importante en mi vida. Me la repitió, entre otros, en La Habana, Heriberto Padilla, el gran poeta disidente que murió en el exilio: nunca seas carne de cañón de los políticos. Para mí eso fue importante, porque yo en ese momento quedo por la Juventud y porque uno estaba entregado por completo a esto, y recuerdo perfectamente cuando estoy descolgando los nombres de los estudiantes de la Escuela de Letras de la Universidad de Chile en Santiago. Están las rejas y detrás de las rejas estaba ya el ejército formando unos anillos, hombres armados, y uno estaba cara a cara con ellos. Pero todavía no tenían la instrucción de tomar la Universidad. Y yo estaba allí. Después me di cuenta –por la historia y por los años que tengo–, sin los dirigentes. Yo había creído en ese mensaje, había ido allí y ahí estaba y estaba dispuesto a arriesgar la vida, aunque no sabía muy bien qué era eso, porque había vivido afortunadamente hasta ese momento en democracia. Y los dirigentes se habían ido. Después aparecen, años después, pontificando de nuevo. Obviamente eso tiene un límite para uno, si saca conclusiones.

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(*) Murió a los 82 años, en mayo de 2012, en Santiago de Chile, donde llevaba 15 años radicado junto a su segunda esposa, una médico chilena.

 (**) Dice: "Mi hijo se hizo a la mar durante una noche de luna llena y nunca arribó a los cayos de la Florida. Una nave del servicio de guardacostas de Estados Unidos descubrió su embarcación en aguas internacionales. Estaba volcada y vacía".

Transcripción: María Lila Ltaif