Desde Haití
La escritora compatriota Mercedes Rosende describe en una crónica el sufrimiento de Euvonie, "una mujer de 20 años que parece de 40" y para quien el tiempo es "un largo instante, siempre igual, entre la vida y la muerte".
"Acá el tiempo no existe, es una sucesión de momentos iguales, calurosos, monótonos, un tiempo que sería interminable en otro lugar, para otras personas. Euvonie, sentada en el suelo intenta espantar las moscas y vender las 3 paltas, los manojos de perejil y las 5 papas. Se sienta en la calle porque en Puerto Príncipe no hay vereda o casi nunca hay vereda, o si la hay es muy estrecha y los autos -todos 4x4, no hay otra forma de circular sobre los pozos- pasan por encima como si fuera parte de la calle. Se sienta contra el muro altísimo de una casa, extiende una bolsa de plástico y acomoda encima algunos morrones verdes, una par de papayas o unos mangos, depende de lo que haya recogido ese día cuando todavía era de noche. Se sienta en cuclillas como todas las haitianas pobres, las rodillas muy abiertas y la pollera arremangada, un trapo cubre el sexo desnudo.
A eso de las tres de la mañana puso todo en un canasto que puso sobre su cabeza y empezó la larga caminata hacia Pétion-Ville, unas 3 horas de ida y otras tantas de vuelta, montaña arriba y montaña abajo. Usa una chancletas de plástico rosado, una pollera que le queda grande y una remera que dice I love NY.
Euvonie, como el 80% de los haitianos, no tiene trabajo ni ayuda social, no tiene acceso a la salud ni a una enseñanza gratuita para sus hijos, y nunca tendrá una jubilación.
Para Euvonie el tiempo no existe, no es una variable, nunca usó reloj ni lo necesita. Sabe que es mediodía porque el sol fríe la piel negra y brillante de su rostro, sabe que si no se protege tendrá llagas, quizás infecciones, y busca un pedazo de cartón que sostiene con la mano en alto. Ese es su protector solar.
Por ser mujer debe ir a buscar el agua a la canilla comunal, cargar con un balde de 20 litros sobre su cabeza, caminar hasta su casa allá arriba. Tiene 20 años, lleva el bidón de agua desde los 5 o 6 y tiene escoliosis en la columna. Parece que tuviera 40, al menos.
El tiempo no existe para ella, decía, y las horas pasan frente a su mirada perdida, su boca en silencio, espanta las moscas y poco más que eso. Yo la veo desde mi ventana del hotel, casi siempre en la misma posición, a veces bajo y le compro una palta o un mango. No sé qué piensa y nunca lo sabré porque Euvonie sólo habla créole, una lengua aislada y misteriosa que se habla sólo en pequeños puntos del planeta, en Asia, África y América.
Sabrá que ha llegado la hora de la vuelta cuando el sol empiece a perder fuerza, y bajará el cartón con que se protege y recogerá los morrones y acomodará las papas que no ha vendido, armará el petate que volverá a su cabeza, y caminará. Caminará esta noche y mañana, caminará todos los días de su vida, hasta que no tenga fuerzas.
Euvonie no espera nada, el tiempo no existe, es un largo instante, siempre igual, entre la vida y la muerte".