El Paraíso como biblioteca
Siguiendo a contramano el camino de Dante Alighieri por los tres grandes reinos de ultratumba, Fernando Medina propuso encontrar a los escritores y personajes que habitan -primero- el Paraíso de la literatura.
La Divina Comedia comienza en una "selva oscura";, en la antesala del Infierno. Prosigue a través de los nueve círculos, continúa desde el centro de la Tierra hasta el hemisferio opuesto, al pie de la montaña del Purgatorio, donde inicia el ascenso hasta el Paraíso terranal y culmina, luego del Canto XXXIII del Paraíso, en lo alto del Empíreo, el lugar físico de Dios, donde está "l'Amor che move il sole e l'altre stella";. De esa úlitma página de la Comedia parte el recorrido de esta serie de columnas, rumbo al Infierno; en esta, primera de tres entregas -luego vendrán los penitentes, luego los réprobos de la literatura-, El Guardián de los libros presentó los siguientes nombres y títulos:
En Saturno, el cielo de los contemplativos: Henry James, de todos los escritores, el más casto y el más atento a las almas de sus personajes.
En Júpiter, el cielo de los justos: Jorge Luis Borges y la emoción estética de la teología, la filosofía y la matemática.
En Marte, el cielo de los que pelearon: Ernest Hemingway y Ernst Jünger, antagonistas. Los dos fueron a la guerra, los dos se jugaron la vida. Hemingway escribió la novela pacifista 'Adiós a las armas'; Jünger celebró la guerra como escuela del coraje en 'Tempestades de acero'.
En el Sol, el cielo de los sabios: Samuel Johnson y la identificación perfecta entre inteligencia y bondad.
En Venus, el cielo de los que amaron: Francesco Petrarca, Manuel y 'Lo que me costó el amor de Laura'. Petrarca, todavía en la Edad Media, le cantó a Laura antes que a Dios; Manuel, en nuestro tiempo, cantó que "la vida vale menos que el amor";.
En Mercurio, el cielo de los que hicieron el bien para conseguir la fama: John Milton, que se propuso escribir un poema que los hombres no se resignaran a olvidar y compuso el 'Paraíso Perdido'.
En la luna, el cielo de los que abandonaron los votos: Anna Karénina, más vital que cualquier hombre y aún que la propia naturaleza.