España eligió Don Quijote como su libro. Italia, la Divina Comedia. Alemania, el Fausto. Argentina, el Martín Fierro. Inglaterra se identifica con Shakespeare. Irlanda con Joyce. Estados Unidos con Walt Whitman, con Emerson o con Mark Twain; allí quizá no está tan claro. El caso de Francia es aún más incierto: algunos franceses dirán Hugo; otros, Molière; otros, Montaigne o Flaubert o Proust. ¿Qué sucede con Uruguay? ¿Existe un libro o una obra de un autor en su conjunto de los que se pueda decir que son unánimemente los elegidos por los lectores, autores y críticos uruguayos para representar su literatura y, de algún modo, nuestra cultura toda? Mucho más para provocar la discusión -los criterios, los límites de la búsqueda- y para cuestionar la propia pregunta, que para dar con una respuesta afirmativa, El guardián de los libros sugirió diez títulos o nombres, ilustrados por palabras que podrían servir para justificar su inclusión en la lista:

Tabaré (1888), poema épico de Juan Zorrilla de San Martín. La tradición.

Ariel (1900), de José Enrique Rodó. El valor de lo clásico. La democracia. El antiimperialismo. 

Los parques abandonados (1902), de José Herrera y Reissig. El modernismo. La poesía verbal. El dandismo.

The Purple Land (1904), de William Henry Hudson. La otra mirada. La sangre. Nuestra historia política. La anglofilia.

Cuentos de amor de locura y de muerte (1917), de Horacio Quiroga. Acaso el mayor escritor uruguayo fuera de fronteras, y su libro más famoso. La muerte, el suicidio, la tragedia. 

Cuentos de Francisco Espínola. El regionalismo.

Cuentos de Felisberto Hernández. La singularidad. La extrañeza.

Cuentos y novelas de Santa María, de Juan Carlos Onetti. La desesperanza. La necesidad de otra realidad. El Premio Cervantes.

Montevideanos (1959) y La tregua (1960), de Mario Benedetti. Lo gris. Lo cotidiano. Lo popular.

Cuentos y novelas de Mario Levrero. Acaso el autor uruguayo predilecto de los lectores más jóvenes.