Las alarmas de Vargas Llosa
El gran escritor peruano describió el modo en que la gente escribe en las redes sociales como "un remedo de la literatura" y anunció que si el influjo de la lectura no se hace sentir avanzamos hacia un "mundo de monos".
Unos dos mil cuatrocientos años atrás, en el Fedro, Platón prevenía a los atenienses respecto del peligro de la escritura y de los libros, por la amenaza que entrañaban para la memoria y para el alma, vivos custodios del saber. En el siglo XVIII, el irlandés Jonathan Swift, preocupado por el eclipse de lo antiguo por lo moderno compuso su famosa Batalla de los libros, sátira alegórica sobre la tentación cegadora que pueden sentir algunos hombres de creer que su época es la época crucial y decisiva de la historia y que todo lo anterior es mero borrador, con el consiguiente peligro para la conservación de riquezas pasadas, presentes y futuras. El llamado de Swift en aquel momento era a la conciencia de la pequeñez humana, a la humildad y al respeto por los estudios y los aprendizajes. El peligro mayor, para él, lo representaban el olvido, la falta de perspectiva y el extravío de los caminos más largos y difíciles. En su libro toma fuerza una expresión que había sido utilizada por Newton, la expresión "a hombros de gigantes";, que aún en nuestro tiempo es empleada por algunos intelectuales para recordar su deuda eterna con algunos grandes maestros.
Los ejemplos abundan en la historia literaria. En la Revolución Industrial, el poeta, pintor y diseñador William Morris se rebeló contra el vertiginoso progreso de la imprenta moderna. Libros cada vez más masivos, más baratos y materialmente más ordinarios acabarían, para Morris, afectando también la calidad artística de las producciones literarias, poniendo a la mejor literatura en peligro de extinción. El caso de Morris tiene de especial que su denuncia y su pronóstico no tomaron una forma discursiva sino que más bien se resignificaron en la creación de su propia imprenta, la célebre Kelmscott Press, cuyos pocos libros exquisitos son apreciados por los coleccionistas hasta el día de hoy.
Si fácilmente encontramos, luego, a lo largo de la historia literaria, voces de alarma de distinta época, de distinta latitud, que no sin indignación advierten sobre los peligros que amenazan la supervivencia de los libros o de la cultura toda, y sin embargo la literatura parece siempre sobreponerse y dejar atrás esos peligros ¿cuál es, entonces, el sentido de esas alarmas? ¿Es que son tan vanas como las vanas alarmas de Pedro y el lobo? ¿Es que el lobo nunca está? ¿O es que acaso son precisamente esas voces las que sacuden a la cultura, las que la obligan a detenerse cuando avanza frenéticamente hacia la desolación, a perderlo todo, y la inspiran para salvar al menos algo, al menos una parte, y con eso poder empezar de nuevo? Ilustrar esa discusión fue la propuesta de Fernando Medina, El guardián de los libros en su columna en Suena Tremendo.