Oír con los ojos

Fidelidad a las obras vs. Libertad para versionarlas

El Teatro Comunale di Firenze presentó una puesta en escena de 'Carmen', la obra maestra de Georges Bizet, con el final cambiado: Carmen no muere asesinada por Don José; en la última escena, cuando éste se lanza sobre ella para apuñalarla, le quita el arma y lo mata ella a él.

"El cambio radical y feminista del fin de Carmen escandaliza a Italia";, tituló El País de Madrid en su artículo, uno de muchos publicados en las últimas semanas por diversos medios, sobre la producción.

La voluntad del teatro y del director de escena a cargo de la puesta, el dramaturgo Leo Muscato, de que esta versión de Carmen, presentada en los primeros días de enero de este 2018, sea una voz de indignación y un llamado de atención a las autoridades ante la tragedia de los femicidios, es manifiesta: "Se trata de un acto de provocación, de un hecho político y social fundado en las obligaciones del arte de llamar la atención sobre los temas de nuestro tiempo -explicó Darío Nardella, Alcalde de Florencia y Presidente del Teatro Comunale de Florencia, que presentó la ópera-. Aprecio la elección de Muscato porque propuso su visión del final de la obra con un objetivo muy claro: tomar posición frente a un problema gravísimo en Italia como en tantos países: la violencia contra las mujeres";, declaró Nardella.

Al margen de los motivos de la intervención escénica en el hilo narrativo de la obra, la intervención en sí misma como hecho artístico es también controversial; ¿es obligatorio que los artistas sean rigurosamente fieles a los libretos de las óperas? ¿Es verdaderamente rupturista lo que presenta esta versión de Carmen, o corresponde a un ejercicio de libertad interpretativa más o menos conocido? ¿Qué paradigma, si es que hay uno, rige en el mundo de la música: fidelidad o libertad?

Oír con los ojos presentó algunas consideraciones sobre esta controversia y adicionalmente, buscó opiniones autorizadas; primero, la del director escénico chileno

Rodrigo Navarrete

conocido para los melómanos montevideanos por sus trabajos en el Teatro Solís y también en el Auditorio Nacional del Sodre, en el que fue, por ejemplo, regisseur de La Traviata en 2016, y sobre esta producción de Carmen dijo a Oír con los ojos:

"Lo primero que hay que tener presente, lo primero que no hay que olvidar es que la ópera es siempre canto; si no hay canto, no hay ópera. Por eso lo demás, para mí, siempre es menos importante. Cantar bien; que los cantantes puedan disfrutar las escenas, cantando; todo eso es lo más importante para mí cuando realizo un montaje. Obviamente hay otras cosas que considerar, otras cosas que también son relevantes: escenografía, vestuario, iluminación, efectos. Sobre todo hoy en día, que el público que va a ver una ópera tiene tantas otras cosas para comparar: cine, teatro, musicales. Un montaje tiene que ser interesante visualmente. La otra cosa que es importante para un director escénico es hacer que el público salga de la sala pensando en el final del espectáculo. Eso para mí es muy relevante también. Luego, cambiar un final, un final que teatralmente ya está escrito, está dicho, está cantado, como el de Carmen, y no sólo cambiarlo sino revertirlo, me parece que es alterar la obra, y entonces es algo como "Carmen Versión 2";. No es la obra de Bizet y de sus libretistas. Es otra cosa y no lo que ellos originalmente pensaron. Si alguien quiere presentar una Carmen en la que muere Don José, lo que debería hacer es una nueva ópera basándose en el mismo texto original, como sucede con El barbero de Sevilla, del que existen muchas versiones. No sé si diría que no es correcto lo que se hizo en Florencia, pero yo no lo haría, en lo personal. Creo que las obras son como son, y que si se trata de hacer algo nuevo, pues hay que crear algo nuevo. ¿Una Traviata en la que llega un médico en el final y le receta una penicilina milagrosa a Violeta y la cura? De acuerdo, pero escribamos otra Traviata. En principio no estoy de acuerdo con que se cambie un final. Quién sabe, en la locura de la creación, si dentro de diez años no se me ocurrirá hacer algo así, pero no creo. E insisto: la ópera es canto. Sin canto, no hay ópera. De ahí todo lo demás. El público primero escucha, y luego ve; en ese orden";.

Por su parte, el cantante de ópera de trayectoria internacional y actual director del Área Lírica del Auditorio Nacional del Sodre

Ariel Cazes

recordó en diálogo con Fernando Medina para Oír con los ojos la versión de Carmen que él mismo presentó en el Auditorio en 2013:

"Por estas latitudes, la ópera suele limitarse a lo tradicional, a lo conocido, porque el público espera y pide lo tradicional y lo conocido y los teatros apuestan a eso; sin embargo aquí hicimos una Carmen que claramente hablaba de la violencia de género, la Carmen con dirección escénica de Marcelo Lombardero, y no necesitamos para eso cambiar el final de la obra. Pero es un asunto complejo. Michal Znaniecki, el director de escena polaco que estuvo a cargo de Eugenio Oneguin, la primera ópera importante que presentamos en el nuevo Auditorio, siempre decía: 'la ópera no está muerta ni en crisis. Somos nosotros los que estamos muertos o en crisis'. Hay que entender que este tipo de cosas van a suceder."   

¿Razones sociales, razones artísticas?

Qué pasa: en Europa están hartos de tradición. En sociedades en las que la ópera es algo común, de todos los días, si los teatros presentaran siempre la misma Traviata, con salones y miriñaques, bueno, matarían al público. Para nosotros, acá, es diferente, la ópera es algo de excepción (salvo en Chile, quizá, en Chile el Teatro Municipal ha logrado sostener una programación muy estable, incluso más que el Colón, y ni siquiera los terremotos interrumpen la producción). Pero en Europa es esperable que sucedan estas cosas porque ¿de qué otro modo van a convocar públicos nuevos y diversos?

¿Abre una nueva etapa de experimentación teatral en ópera, tal vez?

Puede ser. En un tiempo sacaban las obras de sus contextos históricos originales y las llevaban a otros, más modernos. Ahora hay este tipo de intervenciones. Se trata de mantener vivo el género. También hay que decirlo, en el fondo, el debate que se ha abierto por esta Carmen de Florencia tiene que ver con aquello de 'no importa si hablan bien o mal: lo importante es que se hable'. Lo que logró esta Carmen es mucho revuelo, mucha publicidad. Probablemente es lo que el director de escena se propuso, lo que buscó. Habría que ver qué tan bien hecha está la intervención (yo no la vi), pero puede ser válida.

¿Hay límites para la libertad de un artista en ese sentido?

Bueno, algo como esto promueve una discusión. Salvatore Caputo, que trabajó muchos años en el Colón y sabe mucho de esto, dice que en los teatros tiene que existir una jerarquía firme y que una intervención como esa, cambiar un final clásico, no debería ser admitida; hay un director musical, hay un director del teatro; no es todo responsabilidad del director de escena. Por otro lado, Lombardero, que estará este año nuevamente en el Auditorio para escenificar un Don Giovanni que sin duda va a dar que hablar (sin necesidad de alterar el texto o la partitura), dice que ya Duchamp le pintó un bigote a la Mona Lisa y que en ese sentido no es tan inaudito lo que pasó.

Parece difícil encontrar el norte en esa discusión.

Es que a lo mejor la pregunta es: ¿a quién pertenece una ópera? ¿A los compositores, al público, a la humanidad? Tal vez sea esa la discusión profunda. Pero te repito, yo creo que más allá de lo que declara el artista que escenificó esta Carmen, Leo Muscato, que dice que 'estaba harto de ver al público aplaudir un femicidio en el final de Carmen', yo creo que lo que se buscó aquí es esto mismo, que estemos hablando, repercusión, publicidad. Esa parte en todo caso la hicieron bien.

Como director del Área lírica del Sodre ¿dónde quedás parado frente a un hecho como este? ¿Qué harías si un reggiseur te plantea la posibilidad de hacer algo así?

Un director siempre sabe lo que contrata antes de contratarlo. Vaya en una dirección o en otra. La apuesta es por la calidad. En el Auditorio hemos presentado puestas muy innovadoras y de actualidad como la Carmen de Lombardero y puestas tradicionales inigualables como la de Roberto Oswald para Turandot. Yo todavía creo que un teatro puede proponer espectáculos de excelencia sin distraerse de sus desafíos fundamentales. Innovar es necesario y es inevitable. Como director, no puedo programar para los melómanos, que ya casi no existen o que son muy pocos y van a venir de todos modos. Programo para públicos nuevos, por eso es necesario innovar, y sin duda se corren riesgos; pero también es inevitable, porque hay cosas que ya no las vamos a tener, porque Oswald había uno solo, porque hay oficios dentro de los teatros que se perdieron. Es complejo. En principio, creo que todavía se puede presentar un espectáculo de calidad sin hacer algo como eso, alterar el final de una obra. Pero es cierto que hay una evolución de la sociedad que hace que este tipo de cosas, que este tipo de intentos de mantener viva la ópera, sucedan.