Oír con los ojos

Ligia Amadio sobre Rossini: "La palabra clave para los genios es originalidad"

Ligia Amadio sobre Rossini: "La palabra clave para los genios es originalidad"

El Teatro Solís continúa su Temporada lírica 2018 con un paradigma del género bufo: El barbero de Sevilla, de Gioacchino Rossini. La maestra Ligia Amadio, encargada musical de la producción, visitó Oír con los ojos para conversar sobre Rossini y sobre la obra.

Las funciones van los días 15, 17 y 19 de agosto en la sala principal del Solís (detalles aquí). 

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Es fácil pensar en compositores que alcanzaron el ápice de su fuerza creativa cuando más cerca estuvieron de la muerte. Mozart y Mahler son quizá los ejemplos más notables. Para otros, el ápice estuvo más bien en la primera madurez, y después sufrieron una declinación, como Schumann, o se apartaron de las grandes formas y se volvieron más otoñales, como Brahms. 

Pero son pocos los casos de músicos que en etapas más o menos tempranas de la vida sencillamente dejaron de componer. Puede citarse a Sibelius, que murió en 1957 y cuyas últimas obras corresponden a 1924, la 7ma. Sinfonía y a 1926, Tapiola. El otro caso sobresaliente en ese sentido es sin duda el de Rossini. 

Nació en 1792 en Pesaro. Su primera ópera la escribió cuando tenía catorce años y era una comedia. Su talento era evidente. Hacia 1810 ya presentaba sus obras en teatros importantes y recibía muchísimos encargos. En 1816 estaba en Nápoles, trabajando como director artístico del Teatro San Carlo, y un encargo que le hicieron desde Roma resultó en dos grandes éxitos y modelos de ópera cómica: El barbero de Sevilla y La Cenerentola.

En 1822 se casó y se mudó a París, donde trabajó para el Théâtre-Italien y para la OpéraEn 1829 compuso su última ópera, una de sus obras maestras, Guillaume Tell. En ese momento Rossini tenía 37 años nada más y fue cuando dejó de componer. Por lo menos dejó de componer óperas; sus Pecados de vejez -piezas para piano- y algo de música sacra pertenecen a la parte final de su vida, en la que sobresale menos la música que su condición de gourmet bon vivant.  

Rossini murió en París (ahí mismo está su tumba, en el Cementerio del Père-Lachaise) en noviembre de 1868, hace casi exactamente 150 años. Su influencia en Donizetti, primero y en Verdi, después es incalculable. Entre todas sus obras, El barbero de Sevilla es la de historial más poderoso. Nunca estuvo a la sombra, como la mayoría de las demás entre 1829 y 1950; su figuración en el repertorio de los grandes teatros y las grandes voces es de primera importancia y su presencia en la cultura popular incluye, por decir un par de ejemplos nada más, uno de los más clásicos cartoons de Bugs Bunny y un episodio entero de Seinfeld, muchas veces considerada la mejor serie de comedia de todos los tiempos.  

La fuente de la ópera es una trilogía teatral de Pierre-Augustin de Beaumarchais, de finales del siglo XVIII, titulada Le roman de la famille Almaviva. La primera parte de la trilogía es El barbero. En 1792 el compositor italiano Giovanni Paisiello, muy popular en su día, la había convertido en una ópera bastante exitosa. Hoy la que vale es la de Rossini, de 1816, a lo que debe sumarse que casi ningún operómano recuerda el nombre de Paisiello. La segunda parte de la trilogía es Le Mariage de Figaro, la fuente de la genial ópera de Mozart.