El ballet que cambió la historia
Antes de Tchaikovsky la música de ballet era apenas un acompañamiento, simple, funcional, agradable, pero con El lago de los cisnes eso cambió para siempre. El primero y el más admirado de los ballets del gran músico ruso vuelve en este mes de septiembre al Auditorio Nacional del Sodre. Oír con los ojos lo aprovechó para escuchar algunos pasajes en una versión de referencia, para conversar con los bailarines y conocer mejor a los personajes.
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El BNS vuelve a proponer este gran clásico de Piotr Ilich Tchaikovsky, con coreografía de Raúl Candal, en diez funciones del 13 al 23 de septiembre (detalles, aquí).
Fernando Medina estuvo en el Auditorio Nacional, después de uno de los ensayos, para conversar con Ariele Gomes, Ciro Tamayo y Luiz Santiago, protagonistas de esta producción.
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La partitura original se perdió. Nadie sabe con exactitud quién escribió el primer libreto, o de dónde proviene, si de un cuento alemán, si de una leyenda rusa. Lo cierto es que en algún momento de 1871 Tchaikovsky, que tenía treinta años en ese momento, concibió un pequeño cuento danzado que se llamaba El lago de los cisnes. El tema principal de ese ballet ya era el conocidísimo y poderoso Tema del cisne, sin duda una de las melodías más reconocibles y conmovedoras de la historia musical.
Algunos años más tarde, cuando llegó el primer encargo importante del Ballet Imperial, el proyecto tomó impulso; Tchaikovsky trabajó con muchísima dedicación, entregó la partitura en abril de 1876 y en marzo de 1877 el ballet tuvo su estreno, en el Bolshói.
Fue un fiasco: la escenografía era de lo más inexpresiva; la coreografía, obra de Julius Reisinger (Petipa vendría unos veinte años después, luego de fallecido Tchaikovsky) carecía de hondura narrativa y el director no estuvo -según lo poco que se sabe sobre aquella primera representación-, a la altura de la música.
El resto es más conocido. El lago de los cisnes logró revertir el fracaso inicial, tuvo sus revisiones por parte del músico, comenzó a cosechar un éxito tras otro y con el tiempo llegó a ser una (quizá la) obra capital del mundo de la danza.
Tchaikovsky lo imaginó con una música como jamás se había escuchado en un ballet. Delicada y profunda -el tema del oboe en el comienzo-, de resuelto carácter sinfónico y exuberante -el Tema del cisne-. Demasiado, tal vez, para bailarines y oídos de 1877, habituados a sonoridades y narrativas más elegantes y discretas, como las de Giselle o Coppélia.
Fue el primero de los tres ballets del compositor y marcó un momento particularmente angustioso para él, en lo vital y en lo artístico. Luego vinieron, para la inmortalidad, el dieciochesco La bella durmiente (1890) y el navideño Cascanueces (1892) que escribió a poco de morir, con el mismo genio, con la misma fuerza creativa y visionaria acaso con la que creó la Patética.
Pasajes de El lago de los cisnes por la Orquesta Sinfónica de Montreal dirigida por Charles Dutoit.