Mercader y el idioma español
Reincidiendo con el idioma... La posición defendida hace unos minutos por Manino es verdaderamente asombrosa. Parece creer que sólo "existen" las palabras que figuran en el diccionario (en el que él usa).
Seguramente con la mejor de las intenciones, va a contramano de lo que la propia Real Academia de la Lengua ha terminado por reconocer: que el diccionario debe tratar de recoger el idioma que efectivamente se usa. Y, por lo tanto, la Academia da acogida periódicamente a nuevos términos, porque el idioma es una entidad dinámica, cambiante, como la realidad misma que pretende atrapar en sus redes.
Manino olvida, por ejemplo, que constantemente se crean neologismos (que no son barbarismos), y que algunos de ellos se establecen y terminan por ingresar a las páginas del DRAE. Generalmente porque dicen mejor algo que con los términos preexistentes no se decía tan bien.
Coincido con él en la utilidad de una actitud vigilante, porque no crea un neologismo quien quiere, sino quien puede, y algunas novedades lexicales son francamente tristes.
Pero los ejemplos que manejó hoy no me parecieron felices. Por ejemplo, no sé qué problema tiene con las rispideces. El singular 'rispidez' está en el diccionario, y vale tanto como 'aspereza'. ¿En qué se funda para prohibir el plural?
'Condicionalidad' es, sin duda, un término muy largo, tal vez poco eufónico. Pero, veamos: queremos referirnos a la cualidad que posee un préstamo de imponer condiciones al prestatario. Se trata, sin duda, de un tecnicismo, del cual puede prescindir en su vida cotidiana la inmensa mayoría de los hablantes. Pero resulta útil en el lenguaje especializado, y se construye, según reglas perfectamente conocidas en la lengua española, por sufijación del adjetivo 'condicional'. No hay nada de malo ni de raro, Manino (¿pero será ésta una militancia lexicográfica o un reflejo político?).
Cordialmente
Antonio Pérez García