Intervención de Daniel Weinberg
Emiliano Cotelo:
Vamos a escuchar a Daniel Weinberg, compañero de años de Ruben Cotelo en CINTERFOR, hasta hace muy poco. Daniel es argentino.
Daniel Weinberg:
No pensaba hablar, pero frente a algunas alusiones de los tres lustros y la reaparición de Cotelo en el 85 quiero dejar un testimonio público de mi amistad con Ruben Cotelo en años muy duros de este país.
Para todos los que lo conocieron decir que Ruben Cotelo fue un hombre hosco, gruñón, no es nada nuevo, pero lo que quiero destacar y que quede como testimonio público en esta ocasión son actitudes de enorme solidaridad humana y política que Ruben Cotelo tuvo en este país en los peores años de la dictadura.
Cuando yo llegué aquí, en noviembre del 74, y viví hasta el 80, cuando por razones de fuerza mayor me tuve que ir a vivir a México, tuve tres espacios solamente: en primer lugar, la cancha de Welcome, en segundo lugar, la casa de Jesualdo y María Carmen Portela, y fundamentalmente la casa de Ruben y Blanca en Colón.
Empiezo por mi testimonio personal. Esa casa, que fue de los pocos espacios que tuve en este país durante los seis años que viví, era el único lugar adonde los días domingo podía llegar con mi mujer y mis hijos a tomar mate, a escuchar música, a pelear con Cotelo, con sus chicos y con Blanca. Y también allí pasé, en mi exilio uruguayo, muchas navidades y muchos años nuevos porque no podía viajar a mi país.
Pero mucho más importante que esto, quiero decir algunas cosas que hizo Ruben Cotelo. Voy a volver a algunas cosas que planteó el profesor Romeo Antón.
La amistad con Carlitos Real de Azúa. En aquellas épocas comían una vez por mes y yo tuve el privilegio de acompañarlos en todos esos almuerzos. Cuando en el 77 vuelve Carlitos Real de Azúa maltrecho, de Miami primero y tras un rápido pasaje por México, llega a Montevideo, es operado del hígado y a las pocas semanas muere, fui de las primeras personas que se enteraron de que había muerto porque Ruben y yo íbamos prácticamente todos los días al Hospital Español a visitarlo.
Cuando me entero de la muerte de Carlitos me voy a Colón, hablo con Cotelo y nos venimos de inmediato al departamento de la calle Mercedes donde se hizo su velatorio. Y Cotelo, con esa perseverancia, con esa necedad como dicen algunos, empezó a insistirle a la familia con que quería ver el testamento que había dejado. No le interesaba el testamento en general, le interesaba la biblioteca, qué se iba a hacer con ella. El primero que llama la atención acerca de la importancia de tener en un buen lugar a la biblioteca de Real de Azúa fue Ruben Cotelo. En el testamento, que leí con mis propios ojos aquella noche, decía: "De ninguna manera se puede donar a la Biblioteca Nacional. En segundo lugar, quiero que se venda" -estamos hablando de la dictadura- e indicaba dos o tres librerías establecidas y también mencionaba a un señor gordo a mitad de cuadra en la feria de Tristán Narvaja los domingos. Había dejado a pie de página sus indicaciones de adónde iba a ir. Con Cotelo enterramos a Carlitos en el cementerio del Buceo y al día siguiente fue convocado a mi casa de Punta Carretas un insigne prócer de este país que acaba de morir hace muy poco, Carlitos Filgueira, que dirigía el CIESU. Cotelo, con ese estilo tan personal, le dijo: "Carlitos, vos tenés que comprar la biblioteca de Real de Azúa, entera". Filgueira no tenía plata. No era Filgueira sino el CIESU, un centro de investigaciones que existía en esa época. No existía, no tenía la plata y mucho menos tenía un local. Cotelo, con esa claridad que exhibió tantas veces, dijo: "No importa de dónde va a salir la plata. ¿Vos estás dispuesto a meter en el CIESU la biblioteca de Real de Azúa, sí o no?". Y efectivamente, esa biblioteca, con las gestiones que inició Cotelo, que acompañamos unos cuantos, se mantuvo y hoy en día está en el CIESU. El responsable intelectual de que la biblioteca de Real de Azúa no se fragmentase, no se malvendiera, no circulase por cualquier lugar fue el señor Ruben Cotelo.
En segundo lugar quiero decir que los años de CINTERFOR fueron de enorme aprendizaje para Cotelo. Cotelo curtió nuestra América, la disfrutó, disfrutó México, disfrutó Perú, gozó Colombia, pasó buenos años conociendo América aunque no pudiese escribir públicamente. Era un tipo extremadamente riguroso y enemigo de hacer favores, pero no puede quedar olvidado que Ruben Cotelo rescató de las calles de esta ciudad a muchas personas, voy a nombrar a algunas: Pepe Barrientos, simple vendedor de repuestos en la calle Paysandú o Cerro Largo, lo trajo a trabajar como corrector; trajo a trabajar como corrector a CINTERFOR a Julio Rossiello, más conocido por Pangloss, que atendía un quiosco de golosinas en la calle Rondeau; Miriam fue también correctora de CINTERFOR, obviamente. Y trajo a trabajar a CINTERFOR a Néstor Campiglia, un sociólogo que hoy muchos han olvidado y que se estaba muriendo de hambre.
No quiero aburrirlos contándoles demasiadas cosas de Cotelo, estoy a disposición de quien quiera mis testimonios entre los años 74 y 80.
Por último, el doctor Carlos Quijano tuvo uno de sus últimos almuerzos, largo y tendido como eran, eterno, una semana o diez días antes de morir con Ruben Cotelo y con este privilegiado testigo en la ciudad de México. Cuando terminó ese largo almuerzo, muy interesante para mí, Carlos Quijano le preguntó si tenía inconveniente en traer una carta para Hugo Alfaro. Para los que no lo conocieron, Alfaro era un modesto vendedor de libros por las calles de Montevideo en los años en que yo lo conocí, entre el 74 y el 80, y Quijano le mandó una carta con Cotelo. Cotelo se fue a visitar a su hijo Enrique en Estados Unidos y llega a Montevideo Ruben con la muerte de Carlos Quijano en México y la carta que le quemaba en el bolsillo del saco. Tal vez uno de los últimos testimonios escritos que quedan del doctor Carlos Quijano fue aquella carta que Ruben Cotelo trajo de México.
Cotelo fue un hombre grande y también fue grande en aquellos lustros en que ustedes no lo conocieron. Agudello, yo mismo y muchos compañeros de CINTERFOR disfrutamos de ese hombre, sabemos lo que produjo y sabemos todo lo que le dio a este país en los años más oscuros de su historia.