Intervención de Miguel Carbajal
Emiliano Cotelo:
Volvemos al periodismo, con Miguel Carbajal, que trató a Ruben Cotelo a mediados de los sesenta en la redacción del diario El País.
Miguel Carbajal:
Mi intervención es premeditada como lo revela la lectura de juicios y recuerdos a los que los someto por escrito. Y se centra casi exclusivamente en el Cotelo periodista de información general, que tuvo una corta pero destacada carrera, fuera de su pasión literaria.
Tenía 30 años cuando lo conocí pero parecía mayor por un pelo que empezaba a ralear y el uso de unos lentes de aumento que eran utilitarios, anteriores a que se convirtieran en artículo de moda. Y seguramente también por su carácter. Funcionaba como enlace entre la generación del 45 y la mía.
El País, el medio en el que él trabajó durante un tiempo y yo durante toda mi vida, era en esos momentos, al romper los sesenta, una especie de sucursal de Cartier: una gran vidriera repleta de diamantes. En los escaparates de Espectáculo y secciones generales refulgían las firmas de Alsina Thevenet, Emir Rodríguez Monegal, Taco Larreta, Menchi Sábat, Elina Berro, Carlos María Gutiérrez, Horacio Vignolo y muchos otros más. La mayor parte de ellos se fue, se fueron casi todos juntos en los años siguientes.
Cotelo sabiamente se ponía a trabajar fuera de ese mundo de candilejas. Calculo que la presencia muy teatral y ya lanzada al exterior de Emir Rodríguez Monegal establecía distancias que Cotelo no estaba dispuesto a enfrentar como límites superables. Entre que la crítica literaria no figuraba en las categorías que cubría la página de Espectáculos, como lo hace ahora, y debido al mapa geográfico que había inventado Cotelo para desplazarse, sus acercamientos con el mundo exterior -estoy hablando de la sala de redacción- eran pocos frecuentes y siempre en torno a temas literarios.
Tenía un carácter que podía parecer fuerte y un estilo de humor filoso que emparentaba con el de Alsina, con quien además compartía otros rasgos: la pasión por el dato exacto -que en Alsina funcionaba casi como una manía-, la costumbre de chequear las fuentes de información que había implantado el periodismo norteamericano y una forma de escribir que ya se había convertido en un estilo propio, diferente del tajante de Alsina, más elegante y literario. Se movía dentro de un perfil bajo que lo mantuvo fuera de las manipulaciones y dentro de la independencia.
Cuando el diario se vacía de muchas de sus estrellas en el nuevo ordenamiento aparece Ruben Cotelo como el nuevo jefe de información, el principal cargo entonces porque la secretaría era una especie de cargo honorario que ejercía Dionisio Alejandro Vera, una herencia del periodismo deportivo que se transformó en duradera leyenda.
Fue recibido con los prejuicios de costumbre: demasiado intelectual para el cargo, huérfano de boliche -suponían, después de hacer el cálculo de tiempo que le insumían sus lecturas-, falto de cintura y, claro, demasiado serio. Y muy preocupado por mejorar el estilo del periodismo informativo que, hasta ese momento, salvo las excepciones restallantes de Gutiérrez y de Berro, se preocupaba más por el contenido que por las formas.
Cuando se produce la reunión de presidentes de América en Punta del Este, en 1967, Cotelo encabezó la misión y yo la parte operativa. Dos periodistas inusuales, uno proveniente del área literaria y otro del cine, lograron una cobertura de destaque que derivó en la aceptación total de Cotelo. Le descubrieron virtudes que estaban a la vista pero que se empeñaban en no ver.
Superó esos prejuicios, tuvo una visión mucho más amplia de los acontecimientos, más integrada al circuito internacional, mejor informada, culturalmente más rica y, contra todo lo previsible, ecléctica y flexible.
En ese tiempo viajó a Estados Unidos, donde dejó una impresión inmejorable; esto no dicho por él, siempre escudado en el mutismo de sus actos personales, sino en documentos que tuve la posibilidad de leer más tarde. Mantuve una correspondencia con él que me enseñó a desestructurarme y apartarme del corsé que me había quedado de mis años de Espectáculos. Un elogio y un coscorrón era su manera de moverse. Y de enseñar.
Se fue muy rápido de la jefatura de información, atraído por un trabajo en una agencia internacional en donde por supuesto lo esperaban sueldos más atractivos. Cuando regresa el periodismo lo hace desde sus contribuciones literarias y culturales. No vuelve más a información, un terreno en el que de seguro no pensó mucho después pero en donde dejó huellas que todavía perduran.
Hasta hoy quienes permanecemos en el diario y somos de su generación recordamos esos rasgos realmente excepcionales como una herencia a la cual acudimos en los momentos difíciles a los que nos enfrenta la vida diaria en una redacción de diario.