Intervención de Julio Bergerie
Emiliano Cotelo: Julio Bergerie: ¿Qué podré decir que interese a esta reunión de amigos de Ruben Cotelo, siendo como soy un simple lector perdido en una asamblea de escritores? Quizá lo único que justifica mi testimonio es que durante años trabajamos juntos en Montevideo y viajamos, en comisión de trabajo, a prácticamente todos los países de las tres Américas. Tuvimos, pues, mucho tiempo para conversar, en serio y en broma. Imposible no hablar en serio con Cotelo, de trabajo, de política, de historia, de literatura, del destino del hombre y del mundo. Pero había un límite dibujado por el cansancio o por el escepticismo: cuanto más ambiciosa la demostración o la afirmación, más difícil nos resultaba rematarla, entonces no quedaba más que patear el tablero sin disimulo, más bien con escándalo fingido. Por ejemplo hablando de historia o de política, Cotelo me cortaba: "Ya salió el mitrista". En las dos bandas sabemos que Mitre fue comandante de una coalición de países que llevó la guerra y la ruina al poderoso Paraguay, que amenazaba conquistar los países del continente con las armas de destrucción masiva de la época. La primera vez casi me ofendo. ¡Decirme eso a mí, a quien no interesaba ningún prócer anterior a Juan B. Justo o Hipólito Irigoyen! No me quedaba más que retrucarle: "¿Y que tenés que decir vos, anarco disciplinado?". Aseguro que no le gustaba nada el insulto figurado. Anarco sí, a mucha honra; pero disciplinado no, todo lo contrario. Y se largaba a hacer el elogio de la libertad, la inspiración, la improvisación, hasta el desorden, y terminábamos la parrafada riendo. Cotelo era como mi hermano porque como mi hermano había nacido en 1930, tenía corazón tierno y le divertía provocarme exagerando las diferencias de opinión que podíamos tener sobre tal o cual cosa. Esto último parecía ser una forma de ejercitar una de sus aptitudes profesionales, la de reportero, que había practicado cuando joven; esa aptitud de acosar al reporteado, con aparente inocencia y real desparpajo, para hacerle decir lo que trata de ocultar. Ahora bien, Cotelo escribía y escribía; en el trabajo y fuera del trabajo, en su casa y en los hoteles durante los viajes en comisión, de día y de noche. Si yo fuera dibujante lo inmortalizaría tecleando en su máquina portátil en medio de mucho humo y mucho ruido. Escribía con claridad y amenidad, tanto un texto sobre la certificación de las calificaciones profesionales de los trabajadores de la industria de Costa Rica como un texto sobre La naranja mecánica o la introducción a los cuentos de Narradores uruguayos, de 1969, que iban desde Felisberto Hernández a Silvia Lago. Cotelo era un gran conversador polémico, pero también muy generoso, pues no pedía nada a cambio de las informaciones que aportaba, recogidas y analizadas en sus infatigables lecturas. Siendo yo unos de los que compartían muchas de sus horas, tuve el beneficio de escucharlo discurrir entusiastamente sobre Hudson, Faulkner, Real de Azúa, Onetti. Bien que me fue, porque si bien todavía no he alcanzado a leer la obra completa de los cuatro, como Ruben me lo recomendaba, de todos modos nunca podría haber leído esos autores tan disímiles sin el estímulo de los nutridos comentarios de mi amigo. Con sus compañeros de trabajo no era peleador. Su trabajo, el gran volumen de trabajo que producía, lo absorbía enteramente. Los rozamientos cotidianos, las rencillas no eran su fuerte. Cuando surgían y lo tocaban no reaccionaba, como si la inconcebible sorpresa lo hubiera desarmado. En cambio, cuando hablábamos de trabajo oponía sus razones a las mías. Había casos en que mis razones parecían mejores, todo es relativo. En esos casos, Cotelo acataba de palabra y seguía trabajando a su manera. A veces, hacía algo más divertido. Terminada la discusión, me decía: "Bué, ya te salió de nuevo el monje de la casa central de la orden". Hago notar, como dato histórico, que comenzamos a tutearnos después de muchos años de trabajo. En esa época no se le daba confianza a cualquiera. Los intelectuales de Uruguay y de muchos otros países del continente, cualquiera sea la extensión de su territorio, explotarán sin duda alguna la sabiduría que contienen los escritos de Ruben Cotelo. Estos intercambios, que comenzaron en vida de Ruben, con decidido apoyo de su parte, confirmarán que el conocimiento de su obra valiosa será provechoso para los lectores de nuestra literatura y quizá de otras. También es cierto que sus hijos, su familia toda, sus amigos, sus compañeros de trabajo, todos los que lo conocieron y admiraron seguiremos recordando al querido Cotelo, el voluntarioso, el generoso.
Vamos a terminar con otro argentino, vamos a escuchar a Julio Bergerie, que era director de CINTERFOR en 1969 cuando Ruben Cotelo comenzó a trabajar allí. Bergerie hoy está retirado y vive en Ginebra, pero quiso participar en este homenaje a la distancia por teléfono.
¡Qué tarde llega este homenaje a Ruben Cotelo, había que haberlo hecho al entrar la última década del siglo, cuando estaba entero y carburando fino! Seguro que entonces no se habría quedado callado y habría aportado a la conversación su grano de sal, como los que echaba por entonces en Jaque, Alternativa o la revista de la Universidad. Pasó la oportunidad. De todos modos, el homenaje es hoy.