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Bipolar *Por Santiago Díaz

El clásico tuvo dos tiempos bien distintos. Mientras el primero derrochó emoción, el segundo invitó a la siesta. El primero sería la publicidad perfecta para vender la definición del Campeonato Uruguayo: emoción, ambición e incertidumbre. El segundo no servirá de publicidad, salvo que sea la de un revolucionario somnífero, y dejó en claro que los dos protagonistas se guardaron el riesgo para una mejor ocasión.

Nacional sorprendió en los primeros 25 minutos. Presionó, maniató y, de la mano de Matute Morales, siempre astuto y talentoso, estuvo muy cerca de ponerse en ventaja. Hubiera sido lo justo, pero Seba Sosa hizo lo necesario pare evitarlo. Ese Nacional, que además en la/s final/es contará con Regueiro, su jugador más desequilibrante en este semestre, es más que respetable, casi temible. Es verdad que no descubrió al sustituto de Lodeiro, ni tampoco encontró una nueva forma de jugar que le permita alcanzar el nivel mostrado en el Apertura, pero sigue teniendo argumentos sólidos para revalidar el título.

 

Tras un período de absoluta confusión, Peñarol reaccionó, consiguió la pelota y demostró que también tiene mucho para ofrecer. Con Urreta como fugaz abanderado, dejó en claro que, por las bandas y con velocidad, puede atormentar a cualquiera. Es cierto que hace tiempo Tiene un doble cinco de gran nivel, dinámica, eficacia en el área rival y un capitán que regala tranquilidad.

 

El segundo tiempo fue como fue porque los dos compartieron la misma prioridad: no perder.

Objetivamente, o numéricamente, el empate favorecía a Peñarol, ya que eso le aseguraba prácticamente la Tabla Anual, lo cual le da la chance de ser Campeón Uruguayo ganando –en los 90, en el alargue o en los penales- un solo partido. Es por eso que su indiferencia hacia Muñoz, su alergia al pase vertical y su ritmo ochentoso, no sorprendió demasiado. Se quedó con el 0-0 y pensó que la victoria clásica, marcar la cancha de cara a lo que viene y ganar el Clausura sin puntos perdidos, no valía tanto como para arriesgarse a perder.

 

Analizando los números, Nacional era el único que necesitaba ganar. Si lo lograba, mantenía una interesante chance de quedarse con la Tabla Anual, ya que obligaba a Peñarol a vencer a Danubio en Jardines, en partido que marcará la única salida de los aurinegros del Estadio Centenario. Pese a todo, la actitud del equipo dejó bien en claro que eso no le importó tanto. Pateó dos veces al arco, casi no pisó el área y, en general, vio a Sosa con telescopio.

Decidió tirar la Anual, pero, al mismo tiempo, logró frenar a Peñarol, mantener una interesante racha de clásicos sin perder y llegar a las finales dando la imagen de equipo que siempre da la talla en los grandes partidos.

 

Todos los argumentos, los numéricos y los emocionales, son válidos y defendibles. Y la decisión de no arriesgar y conformarse con un empate no es ninguna deshonra. El objetivo es el Campeonato Uruguayo y si un equipo considera que un empate lo acerca a esa meta, no está mal que se aferre a él. Tras el clásico costó entender algunos discursos que trataron de justificar algo que no necesita justificación, como si conformarse con un empate fuera un sinónimo de pequeñez. En la última fecha de la Eliminatoria, Argentina, con Messi, Verón, Higuaín y su chapa de potencia mundial, vino al Centenario únicamente a defenderse, porque el empate lo dejaba en el Mundial. Pocos meses antes, Brasil, con su fama de jogo bonito y los mejores jugadores del mundo, se fue loco de la vida cuando apenas pasó la mitad de la cancha y le robó un empatecito a Ecuador en Quito. Entonces... ¿Por qué un empate no puede conformar a Nacional o a Peñarol?

 

No es que sea loable el empate como norma básica de vida, pero no es para avergonzarse decidir no hacerse el guapo cuando un empate es conveniente, menos aun cuando el rival está en la misma. No hay que tener miedo a reconocer eso, ni tampoco genera ninguna ventaja decir lo contrario.     

 

Tal vez cuando termine esta historia, allá por mediados de mayo, sabremos quien fue el más favorecido por este 0-0, pero lo claro es que, al menos durante 45 minutos, todos se jugaron por él.