Bipolar *Por Santiago Díaz
El clásico tuvo dos tiempos bien distintos. Mientras el primero derrochó emoción, el segundo invitó a la siesta. El primero sería la publicidad perfecta para vender la definición del Campeonato Uruguayo: emoción, ambición e incertidumbre. El segundo no servirá de publicidad, salvo que sea la de un revolucionario somnífero, y dejó en claro que los dos protagonistas se guardaron el riesgo para una mejor ocasión.
Nacional sorprendió en los primeros 25 minutos. Presionó, maniató y, de la mano de Matute Morales, siempre astuto y talentoso, estuvo muy cerca de ponerse en ventaja. Hubiera sido lo justo, pero Seba Sosa hizo lo necesario pare evitarlo. Ese Nacional, que además en la/s final/es contará con Regueiro, su jugador más desequilibrante en este semestre, es más que respetable, casi temible. Es verdad que no descubrió al sustituto de Lodeiro, ni tampoco encontró una nueva forma de jugar que le permita alcanzar el nivel mostrado en el Apertura, pero sigue teniendo argumentos sólidos para revalidar el título.
Tras un período de absoluta confusión, Peñarol reaccionó, consiguió la pelota y demostró que también tiene mucho para ofrecer. Con Urreta como fugaz abanderado, dejó en claro que, por las bandas y con velocidad, puede atormentar a cualquiera. Es cierto que hace tiempo Tiene un doble cinco de gran nivel, dinámica, eficacia en el área rival y un capitán que regala tranquilidad.
El segundo tiempo fue como fue porque los dos compartieron la misma prioridad: no perder.
Objetivamente, o numéricamente, el empate favorecía a Peñarol, ya que eso le aseguraba prácticamente
Analizando los números, Nacional era el único que necesitaba ganar. Si lo lograba, mantenía una interesante chance de quedarse con
Decidió tirar
Todos los argumentos, los numéricos y los emocionales, son válidos y defendibles. Y la decisión de no arriesgar y conformarse con un empate no es ninguna deshonra. El objetivo es el Campeonato Uruguayo y si un equipo considera que un empate lo acerca a esa meta, no está mal que se aferre a él. Tras el clásico costó entender algunos discursos que trataron de justificar algo que no necesita justificación, como si conformarse con un empate fuera un sinónimo de pequeñez. En la última fecha de
No es que sea loable el empate como norma básica de vida, pero no es para avergonzarse decidir no hacerse el guapo cuando un empate es conveniente, menos aun cuando el rival está en la misma. No hay que tener miedo a reconocer eso, ni tampoco genera ninguna ventaja decir lo contrario.
Tal vez cuando termine esta historia, allá por mediados de mayo, sabremos quien fue el más favorecido por este 0-0, pero lo claro es que, al menos durante 45 minutos, todos se jugaron por él.