La gloria como punto de partida * Por Santiago Díaz
Cuando pasa tanto en tan poco tiempo, es muy difícil elegir qué decir. En realidad, no se sabe ni por dónde empezar, porque fueron tantas, y tan fuertes, las sensaciones vividas, que dan ganas de refrescarlas todas.
Ese enrosque enfermizo hasta de aquellos que el fútbol poco les importa. Ese viraje esquizofrénico de los más escépticos. Esa recuperación de parte de nuestra identidad. Ese sábado al mediodía repleto de sonrisas en 18. Ese viernes épico e interminable. Esa mágica identificación con el Ruso Pérez. Ese niño del edificio que explica en el ascensor cómo votar a Forlán. Esos escolares pegados a la tele construyendo recuerdos para siempre. Ese mensaje directo de que el trabajo es el método para lograr hasta lo impensado. Ese contagio del espíritu colectivo como motivo de éxito. Esa admiración por una conducción sabia, respetuosa y exenta de revanchismo. Esa desesperación por ver la prensa internacional. Esas banderitas en los autos y balcones. Esa empatía inigualable al vernos lejos de la trampa y las agresiones. Ese orgullo al escuchar las declaraciones del técnico y de los jugadores. Esas lágrimas durante cada himno. Esas lágrimas al ver cada festejo con la tribuna. Esas lágrimas tras Holanda. Esa certeza de que ya tenemos algo para contarle a nuestros nietos.
En fin...podríamos seguir páginas y páginas, porque ni siquiera mencionamos ni una palabra del festejo inolvidable del martes 13 (fecha que nunca más será relacionada con la mala suerte), pero propongo cambiar de enfoque, al menos por ahora.
Antes del Mundial, como escribíamos en la columna titulada Contando las horas, el principal deseo era que Uruguay alcanzara su tope futbolístico durante la Copa del Mundo y la pregunta, en aquel momento aun sin respuesta, era hasta dónde podía llegar si es que lograba ese objetivo.
Aunque es difícil asegurarlo, da la sensación de que ese techo estuvo cerca y ahora sabemos, ya es un dato de la realidad, que con eso dio para meterse en semifinales. Pero, es importante resaltar que, aun alcanzando ese máximo, el equipo podría haber vuelto a casa antes y que, por qué no, también podría haber jugado la final, e incluso ganarla. Lo más importante es que el trabajo realizado nos permitió ver, en la Copa del Mundo, a una gran aproximación del mejor Uruguay posible. Alcanzar el máximo rendimiento en el evento más importante no es para cualquiera y haberlo conseguido ya es motivo de orgullo. Es como el nadador que va a los Juegos Olímpicos y logra, en ese marco, superar su mejor tiempo. No puede reprocharse nada y sabe que hizo todo lo que tenía que hacer. Y si con eso da para prevalecer ante los demás y para codearse con los mejores, el orgullo se transforma, en alegría, emoción y festejo.
En fútbol, los resultados suelen depender de una pelota en el palo, un resbalón de un zaguero o una genialidad de un delantero, así que es el procedimiento, el trabajo, lo que uno hace para alcanzar esos resultados, lo que permite obtener una valoración más fiable de lo realizado. Como dijo el siempre lúcido Tabárez: "los resultados se dan o no se dan...si el chico de Ghana hacía el penal, estaríamos hablando de otra cosa".
Por suerte lo erró, pero si lo hubiera metido, el procedimiento hubiera sido igual de destacable. Y conviene citar nuevamente al maestro, esta vez en el escenario del Palacio Legislativo: "
Una planificación seria, profesional, responsable, valiente y sensata generó un grupo monolítico y un equipo sólido, que fue demasiado para algunos y difícil para todos. Notable en lo táctico, muy poderoso en lo físico, inquebrantable en lo anímico y con exponentes técnicos sobresalientes, la selección justificó largamente el lugar privilegiado que ocupó en la clasificación general. Claro que quedaron cosas para mejorar, alguna de las cuales tienen que ver con características históricas de nuestro fútbol. Por ejemplo, la posesión de pelota sigue siendo uno de los puntos más flacos. Antes del partido con Holanda, Tabárez dijo que Uruguay está por debajo de los otros tres semifinalistas del mundial en esa faceta del juego. Tal vez nunca se llegue al nivel de España o el propio Holanda, pero sí se podría mejorar en ese aspecto, sobre todo para manejar de otra manera ciertas circunstancias que se van dando durante los partidos. De hecho, tal vez aprovechando la menor carga de presión, el equipo mostró ante Alemania una más que interesante ductilidad con el balón, algo que ya había esbozado en otros momentos de este proceso.