Parte de la religión
(GD, enviado) Chiclayo. Domingo, cinco y media de la tarde. El lugar más concurrido de la ciudad: la Catedral Metropolitana. Enorme, muy arreglada. Frente a la plaza de armas, en pleno centro. Cientos de personas. Un flujo que renueva permanentemente la concurrencia. Soy el único con pinta de extranjero. El único que parece pasear. Los demás rezan.
Acompañan un sermón del que no entiendo la mitad de lo que dice. Menos lo que susurra la gente. Hay de todas las edades. Adolescentes con sus madres, parejas. Familias enteras. Todos muy serios. Sobrevuela un aire solemne que te hace caminar con cuidado, como para no hacer "ese" ruido que haga dar vuelta a toda la concurrencia.
Esos símbolos
Me llama la atención cuales son las dos capillas más grandes de la Catedral. Uno español, otra mexicana. Entrando, a la izquierda mirando de frente el cañón central, puede verse un enorme retrato de Monseñor Escribá de Balaguer. Es el retrato tradicional. De lentes, con los brazos semi abiertos y las palmas arriba. Días después la imagen se sigue repitiendo en varios lugares. Entre ellos, el museo arqueológico de Lambayeque (diez kilómetros al norte de Chiclayo). Ahí, un arqueólogo del museo me explicará lo fuerte que es el Opus Dei en esta zona. Con centros de estudio, empresarios y políticos fuertes y presupuesto disponible para la acción comunitaria. En su capilla, en la catedral, nos contempla a todos desde arriba, omnipotente. Aunque no demasiados se detienen en él.
Frente al templo mayor, en el otro extremo del cañón central, se levanta un enorme retrato de la Virgen de Guadalupe. La santa patrona de la Ciudad de México está rodeada de gente. De pie, arrodillada, cerca o la distancia. Le rezan, le piden, la adoran, la miran con cara de necesitar más que un milagro. El mismo arqueólogo me dirá que incluso una ciudad del departamento lleva su nombre. El retrato de la virgen se repetirá en muchos comercios, casas, autos y otros lugares de la ciudad. Incluso duerme encima mío. Colgando de la pared encima de la cabecera de mi cama.
Otros dioses
Aunque es la opción mayoritaria del medio millón de habitantes de la zona, no sólo el catolicismo alimenta la Fe de los lambaqueyanos. Los mormones, evangelistas, franciscanos y otros grupos católicos, crecen día a día. Incluso otras religiones se extienden. No sólo hay un semanario esotérico que vende mieles de ejemplares con cada aparición. El diario "La Industria" del jueves 8 de julio tiene tres noticias de tapa. Una de ellas anuncia: "Hoy inaugura congreso de curanderos". El "gran diario del norte", como dice su slogan, cuenta que el congreso se desarrollará en el marco de la "Feria de Exposiciones Típico Culturales" de Mnsefú, a diez kilómetros al sur de Chiclayo. Explica, por último, que "hay gran expectativa entre visitantes extranjeros y nacionales por asistir a la sesión de curanderismo", ya que "tendrán la oportunidad de conocer las bondades que ofrecen las hierbas medicinales de la región".
El poder de Dios
Durante toda la estadía se repetirán las imágenes religiosas. Pósters en puertas y ventanas de casas que rezan: "Dios golpea a tu puerta, ábrele". Taxis y transporte colectivo que en sus lunetas traseras tienen frases como: "Dios y mi familia me protegen" o "Amigo Qepd y Dios te proteja". Cuadritos de Cristo o algún santo entreverado entre las naranjas que vende un ambulante, empujando, a pie, un carrito. Dios está en casi todos lados y da la impresión que todos lo tienen presente, lo adoran y sienten que los cuida.
Más que eso. En muchos momentos da la sensación de que todos toman todo como viene. Sin cuestionamientos. No sé si es porque viene de Dios. Pero así lo toman. La resignación y la sumisión es algo me que llamará la atención durante toda mi estadía. La mayoría de la gente ve pasarle la vida por delante, sin más horizonte que la vereda de enfrente. Sin más sueños que una cerveza y un pocos de arroz. Sin cuestionar ni cuestionarse. La vida viene así y a otra cosa. No hay ni un mínimo símbolo de rebeldía. No ya en las cosas marco, ni siquiera en las mínimas. Cómo esos cientos de personas que se agolpan en la vereda de enfrente al estadio "Elías Aguirre" los días de partido por la Copa América. Ven pasar la fiesta por enfrente. El color, los cantos las camisetas, los ruidos de los goles y las emociones. Sin una mínima reacción. Ni siquiera pidiendo "una chapa" para la entrada o tratando de ver por dónde se cuelan. Fuera de la fiesta. Viendo pasar la vida por enfrente. A colores, pero por fuera.