Salió el sol en el segundo semestre
Peñarol, lejos en el Torneo Apertura, sin llegar a la final del Intermedio y tras quedar último en el cuadrangular de campeones, no transmitía seguridad en ningún aspecto del juego. Así comenzó el panorama del Clausura para Leonardo Ramos.
Tras la goleada de Danubio en el cuadrangular por 3-0, Leo Ramos se fue con más dudas que certezas del Estadio Centenario, la directiva que tenía una parte que lo sostenía y otra que no lo querían más.
En el horizonte estaba El Tanque Sisley en el monumento al fútbol mundial, y la sensación era que si el aurinegro no ganaba la historia de Ramos se terminaba. Ganó y empezó a sumar triunfos de forma consecutiva.
En la quinta llegó el clásico, otra prueba de fuego para el carbonero que superó con creces.
Los demás se iban cayendo y Peñarol no dejaba de pensar en el Clausura, las tardes pasaron, y el fútbol se paró, pero la mente del plantel siguió viajando con la ilusión a cuestas de ganar el Clausura.
Luego de la reanudación, un traspié que no fue caída en el Saroldi ante River, eso hizo postergar la vuelta que se dio unos días más tarde en el estadio Luis Tróccoli.
Hizo los deberes ante Racing y esperó, Fénix venció a Defensor en la última fecha, además de la derrota de su rival de todas con Sud America, por lo que eran todas buenas noticias para el elenco de Ramos, aquel técnico que estuvo a 90´de ser cesado.
En el último suspiro le ganó a Defensor entre semana para quedarse con la tabla anual, tabla que más que un sueño era una utopía para este Peñarol.
El domingo, por penales, se quedó con el Uruguayo.
Fue una aplanadora con números casi perfectos, 42 puntos sobre 45 posibles en el Clausura, y terminó ganando la tabla anual, cuando era prácticamente imposible al comenzar la segunda parte del año.
¡Salúd campeón!