A diez años de la crisis de 2002, ¿Qué aprendimos de una de las mayores crisis económicas que sufrió el país?
Análisis del economista Pablo Rosselli de la consultora Deloitte.
(emitido a las 8:35 Hs.)
EMILIANO COTELO:
A diez años de la crisis de 2002, es un buen momento para mirar a la distancia ese proceso y preguntarse qué aprendimos de una crisis económica y social tan difícil para nuestro país. Esto se hace más relevante en estos momentos en que las principales economías desarrolladas atraviesan severos problemas económicos, que plantean riesgos crecientes para la economía mundial, y también para nuestro país.
Para analizar los principales aspectos de la última gran crisis que atravesó nuestro país y las principales enseñanzas que deberíamos sacar, conversaremos con el economista Pablo Rosselli, socio de la consultora Deloitte.
Pablo, te propongo empezar repasando las principales causas de la crisis de 2002. Fueron varios los elementos que se unieron para llegar a una situación como esa. ¿verdad?
PABLO ROSSELLI:
Sin dudas. Una crisis de esa magnitud se desencadena cuando se conjugan varios factores. En aquel momento, y aún hoy, en algunos ámbitos se le dio una importancia clave al contagio de la crisis argentina. Por cierto que ese fue un elemento relevante (sobre todo en la crisis del sistema bancario, tras los problemas que generó la salida de depósitos de argentinos del Banco Galicia y del Banco Comercial), pero no deberíamos concluir que la crisis fue consecuencia únicamente del contagio del vecino país. A fines de los años 90 y a inicios del 2000 había condiciones en nuestro país para que se propagara la crisis. Por un lado, teníamos debilidades a nivel macroeconómico y del propio sistema financiero y, por otro, también cometimos errores en las respuestas de política económica.
EC- ¿Cuáles eran las principales debilidades macroeconómicas que tenía nuestro país en ese momento?
PR- En primer lugar, teníamos un exceso de gasto doméstico que financiábamos de forma creciente con ingresos de capitales financieros (en esos años no teníamos flujos relevantes de inversión extranjera directa) y eso nos hacía muy vulnerables a una reversión de estos flujos de capitales desde el exterior. En segundo lugar, teníamos una excesiva concentración de las exportaciones en la región, que además estaba muy cara en dólares y nos ofrecía precios más altos que los prevalecientes en el resto del mundo. Eso implicó que cuando cayó la demanda regional, el impacto en el sector exportador fue muy duro. En tercer lugar, a nivel fiscal, el ahorro público era inexistente (teníamos un resultado primario de 0% del PIB, incluso antes de la recesión que comenzó a fines de los años 90) a su vez, la deuda pública estaba muy concentrada en plazos cortos y muy dolarizada, lo que planteaba una fragilidad muy significativa de las finanzas públicas. A nivel bancario, también teníamos una dolarización muy alta (tanto de depósitos como de créditos) y una regulación débil, que no contemplaba de buena manera los riesgos que enfrentaba el sistema. Finalmente hay que agregar que teníamos una moneda muy apreciada y un esquema de rigidez cambiaria, que fue un factor clave de la recesión y del deterioro fiscal posterior.
EC- Más allá de estas fragilidades a nivel macroeconómico, mencionabas que se cometieron errores en la política económica. ¿A qué te referías concretamente?
PR- Por un lado, al comenzar la recesión se produjo una expansión fiscal insostenible (el gasto público subió 2 puntos del PBI en 1999) y luego, cuando empezó a escasear el financiamiento, se demoró mucho en aceptar una devaluación que era inevitable y se optó por realizar sucesivos ajustes fiscales, que no podían tener éxito en medio de una recesión que era cada vez más severa.
Estos comentarios no pretenden ser un juicio con el diario del lunes, sino simplemente sacar lecciones. Una de las primeras lecciones que tenemos que sacar es que el contagio argentino fue solamente una chispa, pero que no provocó por si sola el incendio. Esa chispa cayó sobre material inflamable y demoramos mucho en reaccionar ante el incendio. Probablemente, una respuesta más oportuna de la política económica no habría evitado la recesión, pero seguramente habría mitigado sus efectos.
EC- Finalmente el país logró salir de la crisis y a nivel local e internacional se resalta que esto se logró de buena manera. ¿Cómo lo ven ustedes?
PR- Nuestro país llegó a julio de 2002 en una situación realmente muy crítica. Ya no teníamos financiamiento externo y el país había perdido muchas reservas en su intento por "comprar tiempo". En ese momento se debieron tomar algunas de las decisiones difíciles que se venían postergando. Por ejemplo, aceptamos que teníamos que devaluar.
No podemos desconocer que en la salida también jugó el factor suerte en alguna medida, porque después de la devaluación el país se benefició de un auge extraordinario de los precios de las materias primas, que jugó un papel clave en la recuperación económica de Uruguay y de la región en general.
Pero más allá del "viento de cola" que empezó a soplar desde el contexto externo, a nuestro juicio algunas cosas se hicieron muy bien a nivel interno para lograr una salida de la crisis.
EC- ¿Qué hicimos bien para salir de la crisis?
PR- Por un lado, las autoridades lograron detener una corrida bancaria con una estrategia realista que permitió restablecer la confianza. Eso implicó decisiones difíciles también, el gobierno cerró bancos que eran manifiestamente insolventes, reprogramó los depósitos del BROU, tras el feriado permitió abrir únicamente a los bancos que tenían patrimonio y liquidez suficiente, explicitó un seguro de depósitos bancarios con límites y restructuró los activos de los bancos quebrados. En definitiva, separó los bancos "buenos" de los "malos", una solución que por primera vez se implementó en la Crisis de Suecia en los 90. Esta estrategia fue clave para restablecer la confianza en el sistema y frenar la corrida bancaria que se había desencadenado. Además comenzó un período de fortalecimiento de la regulación del sistema financiero que nos deja hoy con un sistema bancario más sólido.
Por otro lado, si bien no se pudieron respetar enteramente todos los contratos, la modificación de contratos fue muy cuidadosa. En particular, el canje de deuda pública se hizo en las condiciones más amigables posibles para los inversores.
Y finalmente, a nivel político, la crisis también planteó desafíos relevantes, porque inevitablemente surgían visiones distintas de lo que había que hacer (como suele suceder en las crisis y cómo hoy de hecho estamos viendo en Europa). En ese contexto, Uruguay logró un equilibrio clave.
Por todos esos elementos la salida de la crisis terminó distinguiendo a Uruguay como un país de alta calidad institucional, no sólo en comparación con Argentina, sino también por varios aciertos propios.
EC- A partir de este análisis, ¿Cuáles son las principales enseñanzas que debemos sacar de esa crisis?
PR- Al menos hay tres o cuatro cosas que tenemos que sacar en limpio como legados fundamentales de todo este proceso.
En primer lugar que la flexibilidad cambiaria es clave. No sólo es clave que el dólar suba cuando recibimos shocks adversos, en las bonanzas debemos aceptar que el dólar baja.
Otro elemento que la crisis debería habernos dejado claro es la importancia de mantener políticas económicas contracíclicas (digo "debería" porque en esto no parece que hayamos aprendido tanto). Esto es importante no sólo para poder absorber mejor la suba del dólar cuando recibimos un shock negativo (sin que la inflación opere como una restricción), sino también para evitar ajustes fiscales en momentos de recesión, que son siempre muy ineficaces.
Otra enseñanza importante que nos dejó la crisis es que la dolarización del sistema financiero es un factor de riesgo muy importante. Y tenemos que seguir avanzando en la desdolarización, pero para eso se requiere, entre otras cosas, combatir mejor la inflación para que los agentes confíen más en la moneda local como moneda de ahorro.
EC- En medio de un contexto externo complicado, con una crisis difícil en Europa y una economía argentina que plantea riesgos cada vez más relevantes, ¿cómo estamos preparados hoy para enfrentar un escenario más negativo?
PR- A nuestro juicio, tenemos fundamentos macroeconómicos notoriamente mejores que a fines de los años 90. A nivel fiscal, el superávit primario (que está en 1% del PIB) debería ser mejor después de tantos años de crecimiento fuerte, pero la desdolarización y los plazos largos de la deuda pública mitigan esa relativa debilidad. Además, estamos teniendo desde hace ya varios años fuertes ingresos de inversión extranjera directa que compensan con holgura el exceso de gasto doméstico (a diferencia de lo que teníamos en la década de los 90, no dependemos de capitales financieros de corto plazo para cubrir el gasto interno). En materia de exportaciones, tenemos una diversificación de mercados claramente mayor que en el pasado (aunque con más dependencia en commodities). Por otro lado, en lo que hace al sistema financiero, la exposición a no residentes es muy poco significativa, el stock de crédito al sector privado es bajo en general y el crédito a las familias en particular está desdolarizado (todo eso hace a un sistema bancario más sólido que en los 90). Por último, tenemos flotación cambiaria. Y ese elemento es clave para procesar ajustes de precios relativos oportunamente, si se presenta un mayor deterioro del contexto externo.
De todas maneras no debemos pensar que estamos blindados o que somos invulnerables, porque no sólo importan los fundamentos de partida, sino también la calidad de las respuestas de política económica frente a los shocks externos. Por otro lado, debemos evitar caer en el exitismo, muchas cosas están mejor en el país pero también es cierto que, pese a la bonanza económica de estos últimos años, algunas cosas no las estamos haciendo bien.
EC- ¿A qué te referís con eso?
PR- Varias veces advertimos que la política salarial actual impone rigideces importantes ante un cambio más significativo del escenario externo. Por otra parte, estamos viendo escasos avances en áreas claves como el desarrollo de infraestructuras o como la educación. No vemos un plan claro para combatir la exclusión social. Todos elementos esenciales para construir capacidades para un mayor crecimiento económico con más equidad. En cambio, hemos visto algunas señales negativas para la inversión que apuntan a un intervencionismo creciente (por ejemplo, el impuesto a la concentración de la tierra y otras restricciones a la inversión en tierra impuestas recientemente, o el oportunismo que pareció prevalecer en toda la discusión y el tratamiento que se la ha dado a la megaminería).
Estos elementos no modifican sustancialmente lo que decíamos antes. Hoy estamos mejor preparados en términos macroeconómicos para enfrentar un deterioro mayor del contexto externo. Sin embargo, no hay que perder de vista que cuando uno mira crisis las pasadas de nuestro país, o de otras partes del mundo, tienden a verse comportamientos dominados por la autocomplacencia, por el exceso de optimismo y el exitismo. Algo de eso vimos en los años 90, previo a la crisis. Hoy debemos cuidar que el exceso de optimismo no nos lleve a sub aprovechar el período de bonanza que estamos viviendo.
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