El auge económico chino: retos y oportunidades para Latinoamérica
En pocos años, China ha pasado de ser un país marginal dentro de la economía mundial a desempeñar un papel central en el desenvolvimiento económico a nivel internacional. Su influencia se extiende desde los mercados de divisas a la evolución de los precios de las materias primas, pasando por su enorme impacto en los flujos comerciales y en la inversión directa entre países. Como se puso de manifiesto en la última reunión del G7 en Washington el pasado mes, sin el concurso de las autoridades económicas chinas no resulta posible al día de hoy abordar los problemas que acechan a la economía mundial.
No por muy divulgadas, algunas cifras no dejan de impresionar. Entre 1978 y 2003, el PIB real creció en media un 9.4%. Este extraordinario comportamiento ha hecho de China una economía doce veces más grande de lo que era hace sólo 25 años, con un tamaño similar a la suma de las economías de Brasil, México y Rusia. Es ya la séptima economía mundial, y la segunda cuando calculamos el PIB en términos de paridad de poder de compra. Y de repetirse la experiencia en el próximo cuarto de siglo, la economía china podría igualar en dimensión a la de Estados Unidos.
El fenómeno chino constituye, al mismo tiempo, el desarrollo de un importante mercado potencial. De 1978 a 2003, su volumen comercial ha crecido a una tasa anual del 16%, China constituye el cuarto mayor socio comercial a nivel mundial y el tercer importador tras Estados Unidos y Alemania. Se espera que el volumen comercial total en 2004 crezca un 30% interanual. Al mismo tiempo, en este año la economía china es el principal receptor de inversión extranjera directa, alcanzando un volumen acumulado de 54 mil millones de dólares a finales de julio 2004. En el año 2003, China absorbió la mitad de la inversión directa dirigida a economía emergentes. Además, más de 400 de las principales 500 multinacionales realizan inversiones directas en China.
La economía china es igualmente una devoradora de materias primas, no sólo como resultado de su dinamismo sino por encontrase todavía en una etapa temprana de desarrollo. En 2003, China fue el mayor consumidor mundial de cobre, estaño, zinc, platino, acero y hierro. En ese año, sus importaciones de níquel se duplicaron, las de cobre aumentaron un 15%, las de soja un 70% y las de petróleo un 30%. Además, consumió el 50% del cemento mundial, el 30% del carbón y el 36% del acero.
Latinoamérica es una de las áreas económicas donde más repercute esta irrupción de China en el comercio mundial de materias primas, al estar la mayoría de los países de la región están especializados en la producción de estos bienes. Por ejemplo, la región exporta el 47% de la soja, el 40% del cobre y el 9.5% del crudo del total de las exportaciones mundiales. Los datos más agregados son también muy elocuentes. Frente a un crecimiento del 8,5% de las exportaciones totales de la región en el 2003, las destinadas hacia el mercado chino crecieron un 72%.
La excepción en Latinoamérica a este fuerte impacto positivo de China sobre los flujos comerciales la constituye México. Se trata de una economía con un elevado grado de especialización en la producción de bienes manufacturados, especialmente en actividad maquiladora, que compite fuertemente en terceros mercados con las exportaciones chinas, especialmente en el mercado estadounidense. Según estimaciones del BBVA, cuando se analizan los patrones de las exportaciones a nivel mundial, México, junto con Tailandia y Polonia, presenta el grado más alto de similitud con el patrón exportador chino. México está, no obstante, resistiendo la competencia china, especialmente en sectores donde los costes de transportes son decisivos y más que compensan la ventaja china en costes laborales. Aquí competir en salarios es imposible y lo será durante bastante tiempo: en el sector manufacturero el salario medio en China es de 112 dólares al mes, frente a los 440 de México.
El contraste entre la suerte de México y del resto de Latinoamérica ante el fenómeno Chino pone de manifiesto de forma particularmente cruda cómo grandes transformaciones en la economía mundial suelen generan simultáneamente retos y oportunidades. Quién resulte finalmente beneficiado a largo plazo dependerá en buena medida de cómo se afronten hoy los retos y se aprovechen las oportunidades. Los aparentes perdedores de hoy pueden convertirse en los ganadores del futuro y viceversa. Si la competencia china sirve como catalizador de las reformas estructurales, necesarias por tanto tiempo en México, este país se pondrá en condiciones para explotar su enorme potencial económico. Del mismo modo, para el resto de Latinoamérica sería un error pensar que el "boom" del precio de las materias primas va a durar indefinidamente. Antes o después, los precios de estos bienes retomarán su tendencia secular a crecer sensiblemente por debajo del nivel general de precios, como corresponde a bienes cuya demanda relativa, a partir de un cierto umbral de renta, tiende a decrecer a mediada que aumenta la renta "per-capita". Y llegará un momento en que la economía china, como antes lo hicieron la muchos otros países, superará ese umbral.
El "cortoplacismo" es uno los principales males que asola las economías latinoamericanas. La bonanza de hoy debe aprovecharse para transformar sus economías: sanear las finanzas publicas, invertir en educación y en infraestructuras necesarias y rentables y diversificar decisivamente el aparato productivo. Sólo así se ganará el futuro.