"Hay regímenes cuyo talante es el monopolio de todas las áreas", dijo el padre Luis Ugalde al referirse al gobierno de Hugo Chávez en Venezuela. Presidente de la Asociación de Universidades Jes

"Chavez quiere hacer la revolución, no un buen gobierno"

"Chavez quiere hacer la revolución, no un buen gobierno"

"Hay regímenes cuyo talante es el monopolio de todas las áreas", dijo el padre Luis Ugalde al referirse al gobierno de Hugo Chávez en Venezuela. Presidente de la Asociación de Universidades Jesuitas de América Latina, el sacerdote vive y trabaja en aquel país desde hace 40 años, y asegura que Chávez "tiene algunas cualidades muy buenas", aunque afirma que "es de los que no entienden la separación de los poderes". De todos modos, reconoció que está de acuerdo "en la mayoría de las cosas que dice Chávez sobre Bush", pero no en la forma. Para Ugalde, Chávez "quiere hacer la revolución, no un buen gobierno".

(Emitido a las 8.52)

EMILIANO COTELO:
En América Latina existen 31 universidades en manos de la Compañía de Jesús, una de las congregaciones religiosas más vinculadas con la educación en todo el mundo.

Esos 31 institutos de enseñanza terciaria están agrupados en la Asociación de Universidades Jesuitas de América Latina (Ausjal), cuyo presidente es el sacerdote Luis Ugalde, rector de la Universidad Andrés Bello de Caracas, desde 1990.

El padre Ugalde, que es doctor en Historia, licenciado en Filosofía, Teología y Sociología, y profesor de Teorías Políticas Contemporáneas, Cambio social, Historia de la Iglesia y Teología Fundamental, nació en el País Vasco en 1939, pero cuando decidió que sería sacerdote se trasladó a Venezuela y desde hace 40 años reside y trabaja en ese país.

Ahora se encuentra en Montevideo, porque mañana expondrá sobre "Aporte y novedad de las universidades jesuitas a la realidad latinoamericana", en una disertación que tendrá lugar en la Universidad Católica de nuestro país.

Hoy nos interesa entrevistarlo para hablar de educación, porque es un referente en esa materia en la región. Pero también para hablar de la política venezolana, donde es un protagonista de primera línea en el debate público. Sucede que, al igual que otros sacerdotes, mantiene fuertes discrepancias públicas con el presidente Hugo Chávez, y además, desde su universidad salió el año pasado buena parte del movimiento estudiantil que se opuso a la reforma constitucional y logró derrotarla.

¿Qué le parece si empezamos hablando de Venezuela?

***

LUIS UGALDE:
Usted es libre, de manera que empieza por donde quiera.

EC - En noviembre del año pasado, pocos días antes del plebiscito sobre la reforma constitucional que impulsaba el gobierno, en una entrevista televisiva, el presidente Hugo Chávez cargó de esta manera contra la Iglesia Católica.

(Audio Hugo Chávez)

"Que el diablo los reciba en su seno, monseñores. Les hago la cruz a nombre de nosotros, los verdaderos cristianos. Ustedes no lo son. Se podrán vestir de cardenal, de obispo, pero ustedes son el propio demonio. Defensores de los más podridos intereses.

Esto es un banquete. Yo no creo que estos señores sean unos ignorantes. No, no, no, ellos saben lo que están haciendo. Saben que están mintiendo descaradamente y eso los hace unos vagabundos. Son unos verdaderos vagabundos del cardenal para abajo, que deberían ir a trabajar. Ni trabajan ni hacen nada."

(Fin)

EC - ¿A qué se debe ese enfrentamiento tan fuerte que existe en Venezuela entre el oficialismo y la Iglesia Católica?

LU - Hay regímenes cuyo talante es el monopolio de todas las áreas, el monopolio del pensamiento, y no admiten que haya espacios dentro de la sociedad que sean autónomos del poder. Lamentablemente Chávez, que tiene algunas cualidades muy buenas, en ese punto pertenece a los que no entienden la separación de los poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial, no entiende la autonomía de los grupos de base, para él tienen que estar subordinados a la Presidencia, y, por supuesto, no entiende la autonomía de la Iglesia. La Iglesia en Venezuela no ha sido militante partidista en ningún momento, pero sí defiende los principios fundamentales de toda democracia.

Y en noviembre cuando el presidente aludió a los obispos fue exactamente igual. Si cualquiera en Uruguay leyera los documentos de los obispos, uno detrás del otro, con relación a la situación del país en los últimos años y en los años anteriores a Chávez, verá que fueron mucho más duras las críticas que ahora. Se sorprenderían por este tipo de reacción.

EC - ¿Cuándo comenzó este diferendo, y por qué?

LU - Desde el principio, tal vez no tan unánimemente contra todos los obispos. Yo pienso que más de la mitad de los obispos votaron por Chávez, pero el presidente de la Conferencia Episcopal de entonces desde el primer momento puso reparos a algunas cosas muy específicas. Entonces decía que los obispos tenían al demonio debajo de la sotana.

En cuanto a mí, unos días antes de esta intervención me prometió la cárcel y al día siguiente dijo "40 años de cárcel". Primero me tendría que dar 40 años de vida; no es fácil.

EC - ¿Cuál había sido el motivo de la polémica? ¿Qué había planteado usted?

LU - Lo que se había planteado en esos meses era el proyecto de cambio de Constitución, cambiar la Constitución que el mismo gobierno había hecho, que era un proyecto claramente totalitario. Y explícitamente quería la reelección indefinida del presidente de la República. En América Latina todos sabemos las consecuencias que trae, todos los países han tenido experiencias funestas con presidentes que se quieren reelegir perpetuamente. Ese era uno de los aspectos.

Pero había también un aspecto muy claro de ataque a la propiedad privada, de estatización de la educación y en esa dirección. Para él, el modelo era Cuba, y la persona más sensata –incluso Fidel Castro y su hermano-- sabe hoy que la experiencia de Cuba después de medio siglo es un enorme fracaso. Una cosa es el idealismo que hubo en Cuba y en torno de Cuba, y otra cosa es que tengamos un país de apenas 10 millones que tiene que importar el 85% del alimento, en buena parte de Estados Unidos. Y que todo: el único empleador, el único medio de comunicación, el único educador, el único que dice cómo hay que pensar sea el gobierno. Eso no es aceptable, como ciudadanos no lo podemos aceptar y la Iglesia no lo puede aceptar. Esas son las cosas elementales que uno ha dicho.

EC - Ustedes tampoco han controlado totalmente el lenguaje. Usted acusaba al gobierno de "autoritario", "totalitario" y de tener "golpistas" en sus filas. También ha comparado a Chávez con Hitler o Stalin por el hecho de que promovía un partido único. Ustedes polemizan duro también.

LU - No mucho. No recuerdo haber dicho lo de golpistas en sus filas; si lo dije, probablemente fue en el sentido de que los mayores enemigos del gobierno no están en la oposición, la oposición en Venezuela deja mucho que desear, es una oposición que no acaba de pasar la página del pasado. Los verdaderos enemigos del gobierno están en el gobierno.

EC - Tengo aquí declaraciones suyas del año 2006: "El presidente quiere perpetuarse en el poder, porque dice ‘yo encarno al pueblo y actúo según la voluntad del pueblo’, exactamente como lo decían Hitler y Stalin".

LU - Eso es así. Primero, de que quiere perpetuarse en el poder nadie tiene dudas, el primero que no tiene dudas es él. Segundo, él dice que su voluntad encarna la voluntad del pueblo y eso pensó Hitler, tampoco hay la menor duda.

EC - Pero con esa escalada de calificativos y comparaciones, ¿se puede conseguir un diálogo civilizado en Venezuela?

LU - No, pero sobre la mentira tampoco se puede. Hay que partir de la base de que si usted quiere hacer una política plural no puede decir "antes de mí nadie se ocupó de los pobres", "antes de mí no hubo justicia social", "antes de mí...", y después de mí viene el paraíso.

A estas alturas de la vida no somos niños de escuela, en América Latina hemos tenido experiencias tremendas, y con fundamentalismos de derecha o de izquierda no vamos a ningún lado.

En ese sentido, a Uruguay yo lo veo como un ejemplo, con una transición no fácil pero ya nadie cree que o la izquierda o la derecha -como se decía antes- tengan el monopolio, y por tanto los fundamentalismos. Nuestras sociedades tienen que ser plurales, entonces hay que matizar en el pluralismo. Pero si hay alguien que desde el poder –porque en la calle cada quien puede opinar– dice "aquí no hay leyes más que las que yo haga", "aquí no hay más Poder Judicial que el subordinado a mí" –no estoy hablando de teorías, estoy hablando de hechos–, eso va contra la Constitución vigente, hecha por el propio gobierno actual.

EC - En ocasión del plebiscito sobre la reforma constitucional de Chávez el año pasado, la oposición apareció desmembrada e impotente, y la campaña por el "no" terminó siendo encabezada por un movimiento universitario que tuvo como una de sus bases a la Universidad Andrés Bello de Caracas.

¿Qué fue aquel movimiento? ¿Cómo lo vio usted? ¿Qué participación tuvo usted?

LU - Eso básicamente empezó en mayo del año pasado, y empezó con un hecho que no tenía directamente nada que ver con el movimiento estudiantil, que fue la estatización de Radio Caracas Televisión. Porque efectivamente era una televisora privada de mucha cobertura, bastante crítica del gobierno, y, por lo mismo que hemos dicho, el gobierno dijo: "Yo necesito tener la hegemonía comunicacional" –son palabras del ministro de Comunicación–, y se apropió de esa radio.

Creo que los estudiantes intuyeron, independientemente de que se estuviera de acuerdo o no con ese medio –yo podría matizar muchas cosas–, que el principio fundamental es que usted no puede eliminar a todo el que no le guste, eso fue lo que movió a los estudiantes. Hubo como una intuición de decir: ahora es la televisora, después es esta radio, después serán las universidades. Había la amenaza explícita de que la Universidad iba a ser nacionalizada, estatizada. De hecho no ocurrió nada de eso, yo nunca creí en eso, pero ese fue el detonante.

El movimiento estudiantil, como suele ocurrir, no fue –es verdad que hubo un papel destacado de estudiantes de nuestra Universidad– muy variado.

EC - Pero ¿fue un movimiento estudiantil elitista?, ¿era un movimiento de las universidades privadas, de estudiantes de posición económica de clase media para arriba? ¿Qué era eso?

LU - Eso era lo que decía el gobierno y le falló. Porque la Universidad Central –que es como decir aquí la Universidad de la República– encabezó, y nosotros estábamos unidos. Había estudiantes de las universidades privadas y de las universidades públicas. La primera campaña para desprestigiar fue "son niñitos de  papá", "hijos de los ricos", etcétera, pero eso no resistió cuando las movilizaciones llegaron a más de 100.000 estudiantes de todo tipo de universidades y de una manera impresionantemente unida, de manera que incluso se alternaban en las declaraciones. Ahí tuvieron una serie de aciertos muy importantes y los muchachos se burlaban de los eslóganes fáciles "obedecen al imperialismo", "siguen las consignas de la CIA", y decían: "Sí, me paga la CIA, pero lleva dos meses sin pagarme, vamos a reclamar". Eso se cayó.

Y la población, que es lo más importante. Lo importante no fueron los estudiantes, sino que la población sintió que los muchachos interpretaban su sentir, en ese sentido hubo una aceptación de los estudiantes absolutamente inaudita en la población, pero en la población de todos los sectores. Y cuando los estudiantes dijeron "hay que ir al referendo", la población se movió a ir, porque la oposición no quería ir, la mayoría quería abstenerse porque el Consejo Nacional Electoral... otra cosa insólita, allá las elecciones son partidos de fútbol donde el árbitro y dos jueces de línea son del gobierno y el cuarto árbitro, si acaso, es de la oposición.

Aun así, los estudiantes dijeron "hay que ir a elecciones" y eso movilizó al país, incluso a última hora movilizó a los partidos y fue una experiencia muy importante. Fue muy importante decirle al gobierno: "Esto no es una granja suya, usted puede gobernar bien, pero tiene que gobernar con todos, tiene que gobernar conforme a la Constitución, y esa Constitución que quiere imponer no la queremos".

Millones y millones de chavistas, sin dejar de ser chavistas, votaron en contra. Eso es muy importante, creo que la inmensa mayoría de los progobierno son demócratas, pero en el gobierno hay una tendencia militarista muy fuerte, más de la mitad de los altos cargos están en manos de militares, y los militares entienden muy poco de democracia. De eso ustedes tienen más experiencia que nosotros.

***

EC - Llegan preguntas de la audiencia, porque el tema venezolano apasiona en nuestro país. Por ejemplo, Guillermo pregunta: "¿Por qué la Iglesia Católica firmó el decreto Carmona, apoyando al golpe de Estado del 11 de abril?".

LU - Lo que afirma muy parcialmente es verdad. La Iglesia Católica no firmó ningún decreto, entiendo que el cardenal estuvo en ese acto, pero los demás obispos no estuvieron. Por supuesto yo no estuve, ni siquiera estaba en el país, y escribí explícitamente un artículo que se llamó "El golpe homeopático". El golpe fue de militares a militares, y la reposición fue también de militares. Fue un monumento a la ineptitud militar.

EC - La participación de esa jerarquía de la Iglesia Católica en ese acto durante el breve lapso que duró el gobierno de Carmona, después de "derrocar" a Chávez, es un problema para la Iglesia. ¿O no?

LU - Sí, pero la Iglesia no estuvo ahí, estuvo el cardenal, que ya murió. Como estuvo con Chávez cuando estaba detenido y pidió que fuera el cardenal para garantizar su vida y fue, y oró con el cardenal. Estuvo el presidente de la Conferencia Episcopal, a petición de Chávez.

A mi modo de ver, el tal golpe fue una torpeza inaudita, porque en cualquier cambio de gobierno procedía, si Chávez renunciaba –que fue lo que dijo el ministro– que viniera el vicepresidente y que se hiciera el proceso a través del Parlamento, tal como está previsto. Fue una auténtica locura lo que hicieron, y afortunadamente los militares reaccionaron. No es que el pueblo repuso a Chávez, eso no es así, esa es la épica inventada después. Los militares lo quitaron, lo obligaron a prometer su renuncia, él pidió que le garantizaran un avión para ir a Cuba él, la familia y los colaboradores. De manera que no es un golpe que promovió la Iglesia. Que hubo algunos de los miembros de la Iglesia, sí, esa es la verdad de los hechos. Y fuimos muchísimos los que estuvimos en contra de ese golpe.

EC - Pese a que usted es muy crítico con el gobierno del presidente Chávez, reconoce algunos aciertos de su gestión. ¿Dónde está lo bueno del gobierno de Chávez?

LU - Hay dos evaluaciones en Venezuela: Chávez es mucho mejor evaluado por la población que su gobierno. Al gobierno de Chávez aun los chavistas lo evalúan muy mal. En cambio a Chávez no, porque tiene un mérito muy fundamental que es -más allá de los programas, porque no es buen gestor- que tuvo una gran intuición al caer en la cuenta de que los dos grandes partidos políticos (como les pasa a los que llevan mucho tiempo en el poder) se habían ido deteriorando y habían perdido la sensibilidad.

Acción Democrática, partido socialdemócrata, era el partido del pueblo y lo fue, no era una palabra. En Venezuela las grandes conquistas sociales se hicieron con Acción Democrática, la educación generalizada, la salud, los sindicatos, las ligas agrarias. Pero fue perdiendo totalmente esa sensibilidad y Chávez encarnó. Y el pueblo dice: "Chávez nos puso a valer a los pobres". En ese momento la pobreza era alrededor del 60%, y el venezolano pobre siente que con Chávez está en el centro de la política. Cuando ya se entra en qué programas han resuelto, hay algunos programas asistenciales que han aliviado la pobreza, pero ahí más bien son críticos, muy críticos de los programas. Dicen: "Los ministros son ineptos, en vivienda nunca ha habido ningún gobierno que haya hecho tan pocas viviendas, el empleo cualificado no se ha expandido, pero Chávez nos quiere, nos ha puesto en el centro y eso tiene un valor muy grande".

Segundo, tanto nacional como internacionalmente, en la mayoría de las cosas que dice Chávez –no en el modo como las dice–, sobre Bush por ejemplo, yo estoy de acuerdo, la intervención de Estados Unidos en Irak, la política de Estados Unidos en América Latina son impresentables.

Y lo mismo pasa en el país. Donde empieza a no ser tan inspirador es en tres cosas. Una primera: es pésimo gestor, a Chávez le aburre el gobierno, la mayoría de los Consejos de Ministros no los gobierna, porque él quiere hacer la revolución, no un buen gobierno. Eso es muy importante.

Segundo, no sé por qué –en eso es absolutamente infantil– se ha enamorado de Fidel Castro y de Cuba, cuando aun para los cubanos del Partido Comunista Cuba es un callejón sin salida en este momento. Pues Chávez, sin ninguna necesidad de hacerlo, se enamoró de Cuba, entonces le parece que la mejor educación sería que no hubiera sino educación estatal, y el país dice "yo no quiero así". Todos los ministros del gobierno y los familiares de Chávez estudian en la educación privada, pero anuncian como salvación la educación estatal. Entonces la propuesta es bastante desacertada.

Y tercero, Chávez es un predicador, tipo predicador evangélico, entonces es fundamentalista en sus planteamientos: "desde Adán y Eva hasta hoy nadie defendió la solidaridad", "solo puede haber solidaridad en el socialismo del siglo XXI". Esas son cosas muy infantiles y América Latina queda en ridículo si volvemos a ser infantiles.

La pereza intelectual en América Latina no se puede aceptar, la izquierda tuvo planteamientos... Y quiero hacer un paréntesis: yo estuve preso acusado de comunista, me pidieron la expulsión del país acusado de comunista. De manera que no estamos aquí en blanco y negro. Pero la izquierda tiene que evaluar qué pasó en Nicaragua, yo seguí muy de cerca y con simpatía el proceso de Nicaragua, el proceso de Cuba, el proceso de Chile. Tenemos que analizar, si no, ante el mundo quedamos en ridículo, porque volvemos siempre a las mismas simplezas.

Ayer leí en el periódico una entrevista que le hacen a José Mujica.

EC - El senador José Mujica, líder del Movimiento de Participación Popular, en el Frente Amplio.

LU - Le preguntan por qué fue guerrillero y él dice una cosa muy sensata: "Porque creíamos que era la manera de cambiar y lograr justicia social para nuestros países, pero hemos visto que eso no trae beneficios".

Eso no quiere decir que los planteamientos, los males que señalamos de la pobreza no requieran solución. Lo que quiere decir es que hay fórmulas. Es como si usted tuviera un enfermo y un médico le recomendara un remedio que le parece que es el único, que es una maravilla. Y usted le dice: ese remedio ya se aplicó en el año 50 en muchos países y resultó tan malo que lo prohibieron, y usted me lo presenta como si nunca se hubiera conocido. Las fórmulas estatistas se han probado en cantidad de países de África, de Asia, de Europa y de América Latina, y no hay un solo país que pueda demostrar éxitos. De manera que el sentido de justicia social es una cosa y la fórmula específica para lograrla es otra. Yo creo que el paso importante en América Latina es no renunciar a los cambios sociales, no podemos renunciar -y en la Universidad insistimos por activa y por pasiva en esa dirección- es una de las prioridades. Pero al mismo tiempo no simplificar y decir que la iniciativa privada es cosa del diablo, y que todo lo que haga el Estado –cuando decimos Estado suele querer decir partido-Estado– es bueno. A lo que haga el partido hay que discernirlo, y lo que hacen los privados también.

EC - El 23 de noviembre se realizarán elecciones de gobernadores, alcaldes y otras autoridades regionales que ocuparán sus cargos hasta el año 2012. Hace pocos días usted dijo que se trata de elecciones "importantísimas" y agregó que advierte "inmadurez" en la oposición, que no logra unirse frente al oficialismo. ¿Cuáles son sus discrepancias con la oposición en Venezuela?

LU - La oposición tiene varios aspectos. Como le dije antes, el asumir la realidad con toda su crudeza, la realidad venezolana, de un país petrolero con media población en pobreza, jamás votaría por alguien que no asuma eso en política, primera cosa. Pero asumir no de palabra, de palabra asume cualquiera, sino directamente, que la población diga: muy bien, Chávez lleva diez años, aquella esperanza que yo puse no acaba de producir resultados, la corrupción es como nunca antes en la historia de Venezuela, reconocida por el propio gobierno, pero la población no puede renunciar a esas aspiraciones a buena educación, buen sistema de salud, empleo de calidad, seguridad ciudadana, etcétera. Y nadie puede hacer una política medianamente sensata si eso no se convierte en el centro. La oposición en eso está muy corta.

Y segundo, ahora que vienen las elecciones de gobernadores, alcaldes, etcétera, hay demasiados egos que ven las virtudes propias con aumento, entonces se ven a sí mismos como salvadores, y ven las virtudes de los contrincantes disminuidas. Cada uno se siente salvador, no ha habido la suficiente madurez de ponerse de acuerdo en líneas fundamentales.

También eso está ocurriendo en el gobierno. Chávez trató de hacer primero un partido único, pero vieron que eso sonaba muy mal –aunque no guste, se parece a Stalin y Hitler–, y después dijeron Partido Unificado, pero tienen problemas serios dentro del gobierno. No me puedo explayar mucho, pero a la oposición le falta la comprensión de que la batalla fundamental no es que usted sea alcalde o no, sino que la democracia social en Venezuela se afiance.

EC - ¿Usted llega a pensar en hacer política?

LU - No, jamás. Yo nunca he sido militante de partido político, gracias a Dios, nunca voy a ser, no tengo tentación. Sí soy militante de la democracia.

***

EC - Usted se encuentra en Montevideo para desarrollar una serie de actividades, entre ellas una conferencia que dictará mañana sobre "Aporte y novedad de las universidades jesuitas a la realidad latinoamericana". La conferencia será a las 19.30 horas en la Universidad Católica de Uruguay.

¿De qué se trata exactamente?, ¿cuál es el asunto detrás de ese título?

LU - En América Latina hace 50 años se pensaba que cuantas más universidades, más formación profesional, luego hay más desarrollo para los países. Había una fe en la educación, en una educación neutral, en la implantación de la racionalidad, en que la racionalidad traía la justicia, traía un buen equilibrio en la sociedad. Eso es falso.

50 años después vemos que en América Latina se gradúan más de un millón de universitarios al año y sin embargo no podemos decir que nuestras sociedades se hayan acercado a las soluciones sociales, a un mayor bienestar social, a una mayor justicia social, con relación a hace 50 años. Quiere decir que uno puede formar profesionales muy desentendidos de los grandes problemas del país. Nosotros decimos que lo primero que hay que aprender en las universidades es a mirar la propia sociedad integralmente. No el sector de la sociedad donde usted está, sino la sociedad en su conjunto.

Entonces la pregunta es: ¿qué universidad para qué sociedad? La universidad no se define en sí misma, hay que preguntarse qué universidad necesitamos en Uruguay o en Venezuela. Eso significa que los jóvenes en la universidad –y las investigaciones tienen que ayudar y la docencia– tienen que aprender a asumir el conjunto de la sociedad. En América Latina el desprestigio de los partidos –en unos países más, en otros menos– ha sido muy grande, entonces lo público está desprestigiado. Lo primero que necesitamos y lo ponemos como prioridad en nuestro plan estratégico es enseñar a asumir lo público.

EC - ¿Qué quiere decir eso, en términos prácticos?

LU - Quiere decir que si no hay solución para los pobres no hay solución para nadie. Si el barco se hunde, se hunden todos los barcos, aunque usted pertenezca al 10 o al 20% más privilegiado. Por tanto tenemos que diseñar un país en el cual haya oportunidades de trabajo cualificado para toda la población. Entonces el mercado será necesario, pero hace falta una instancia de solidaridad, que es el Estado, y buscar los equilibrios de eso.

En segundo lugar, hace falta que los estudiantes tengan una experiencia real en la Universidad. En eso hemos avanzado mucho, pero hay que avanzar mucho más, ver la realidad no desde su sector, sino desde abajo. Desde abajo se ven cosas que los doctores desde arriba no ven, para el saber que requiere nuestra sociedad no basta el saber de las tesis universales de las verdades universales. Yo puedo ser un gran profesor de derecho, pero tengo que preguntarme qué significa para los pobres de América Latina el derecho. ¿Realmente es derecho para ellos? ¿Realmente las cárceles no son racistas en América Latina? Leído desde abajo. Entonces yo estudio derecho, pero una de las cosas imprescindibles es la aplicación de ese derecho en mi sociedad. Es una manera distinta de aprender.

La otra cosa importante para nosotros es lo que llamamos formación integral del joven. La formación meramente cerebral, racional, como se pensó en la época de la Ilustración –que a medida que se implanta la razón se implanta el bien–, es mentira. Usted puede tener grandes doctores con altísima racionalidad tecnológica y ser unos bandidos. La sociedad está llena de bandidos con tres y cuatro títulos.

Las dos guerras más terribles del siglo XX no las hicieron los países atrasados, las hicieron los países más adelantados tecnológicamente: Alemania, Inglaterra, Estados Unidos, Francia. Eso significa que la racionalidad es totalmente ambigua, usted puede conseguir unas armas mucho más sofisticadas, unos instrumentos más sofisticados para matar. Y ahora dicen que en Afganistán están utilizando unas armas tan inteligentes que buscan a las personas dentro de las cuevas. Esa es la racionalidad.

Pero ¿quién decide que la racionalidad que se aprende en la Universidad sirve para la vida y no para la muerte? En último término son los valores y la ética. La Universidad debe enseñar valores y ética, vivencialmente, no solamente en un tratado, y eso en el fondo es la solidaridad. La razón última por la cual yo no vendo –como dice la Biblia– al pobre por un par de sandalias es porque para mí la dignidad del pobre es absoluta, es tan grande como la del presidente de la República o la del Papa. Si yo tengo eso, entonces en el ejercicio de la ingeniería, de la educación, de la abogacía, de los medios de comunicación siempre habrá ese elemento. Si no, el poder llama al poder, entonces el egresado universitario dirá: ¿dónde me alquilo? Donde me alquilen, donde mejor me paguen. Y quien mejor paga es el que ya tiene poder, el que ya tiene haber.

Las universidades tienen que tener un compromiso de solidaridad vivencial con los sectores más desposeídos. Y al mismo tiempo tienen que tener capacidad, porque yo puedo denunciar, pero la universidad no es solo para denunciar, es para producir soluciones. Yo no voy al médico para que llore conmigo la enfermedad de mi hijo, voy porque se supone que tiene capacidad de producir soluciones. Muchas veces nuestra izquierda ha sido capaz de denunciar y no ha sido capaz de manejar, y nuestra derecha no se diga. Afortunadamente ya izquierda y derecha no dice mucho, pero, podemos decir de qué manera logramos aportar y combinar los elementos, sin caer en fundamentalismos que amplíen los derechos humanos, que digan "esto no es para el 10, para el 20%, es para toda la sociedad".

EC - Si entiendo bien, usted propone una revisión de la educación en las universidades jesuitas. ¿No se está enseñando así en las universidades jesuitas?

LU - El no y el sí no pueden ser redondos. En algunas universidades hemos logrado cambios significativos, pero cuando usted tiene 10.000 estudiantes, dice "a lo mejor 2.000 ya están y a los otros les llega", pero es contracorriente. Lo lógico es que un muchacho –y su familia– diga: "Yo quiero ir a tal universidad", porque con ese título usted vale más en el mercado.

Es una aspiración legítima, pero al mismo tiempo usted tiene que descubrir en la Universidad que la felicidad y la realización de uno pasan por la realización de los demás. Y que si no hay futuro para Uruguay, no hay futuro para usted. Ahí hay implicaciones antropológicas, hay implicaciones de espiritualidad cristiana, y pueden cambiar muchas cosas, pero el joven necesita esa experiencia de que usted, cuando sale de sí mismo, porque va a trabajar, se encuentra a sí mismo. Es una experiencia espiritual muy profunda y si las universidades de inspiración cristiana no son capaces de dar eso es preferible que se cierren.