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"Lo que se dijo pero quedó por decir". Carta de Fernando Rosenblatt sobre el conflicto en la Franja de Gaza

(A propósito de la tertulia del 19.01.09)


La guerra, por definición siempre es algo a despreciar, de lo cual alejarse, a lo que condenar. Siempre que hablamos nos adentramos en un malentendido. Y entonces no damos a basto. Decimos pero no alcanza, no podemos decir lo que sucede, lo que pensamos.


En la tertulia del lunes 19  hubo un enredo. Un enredo donde el análisis de una situación y lo que siento sobre ella se confundieron. Sucedió que no pude dejar sentado de manera contundente lo que día a día hablo con mis amigos, con mi familia. No puedo hacer que los oyentes, que apenas escucharon -ya que me trataron de nazi- puedan comprender, realmente comprender. Sí, por el contrario, quiero que ustedes, con quienes trabajé o trabajo se acerquen a lo que creo de todo esto.

Por definición la guerra siempre es algo a despreciar, de lo cual alejarse, a lo que condenar. Soy un judío laico, alejado de toda creencia metafísica o espiritual, pero soy judío al fin. Reconozco en mi identidad una tradición, una forma de celebrar o recordar conceptos que otros pueblos eligen hacer de otras maneras; eso es lo que me diferencia, nada más, una forma de materializar ideas. La celebración de la libertad (Pesaj) y la máxima según la cual todas las leyes caen para preservar la vida, son los dos conceptos de esa tradición que más me arraigan a mi identidad. Pero hay otra, aquella del horror, aquella de Auschwitz. Como judío siempre reclamé condenar el horror porque el judío sabe bien del horror, sabe hasta un punto donde muy poca gente imagina. Al judío -a mi- le reclamo la defensa de la vida ante cualquier circunstancia y la búsqueda constante de una genuina libertad.

Lo que está sucediendo en Gaza, en Israel y en Palestina es una tragedia. No importan las muertes, no importan sus números y el bando, importa "la" muerte e importa "la" vida. No importan porque precisamente importan demasiado, porque el número deshumaniza. De lo contrario, tal como señalaba la otra vez, si ordenamos los conflictos por número de muertos debiéramos estar hablando de otras tragedias. Las muertes importan demasiado, la vida importa demasiado.

Lo que viene sucediendo es una tragedia que ya tiene demasiados años y que sus consecuencias son terribles. Se resumen en una sola idea: brutalización. Brutalización derivada de la desesperación. Brutalización derivada de la corrupción de Arafat, de su incapacidad para lograr la paz, de un gobierno totalitario que empobrece aún más a un pueblo que quiere vivir. Brutalización de Israel, de sus idas y vueltas, en su pérdida de rumbo tras el asesinato de Rabin y el fracaso de Camp David en el 2001, en su creciente incapacidad por ver el lugar del otro. Y la cadena puede seguir.

Esta es la guerra del cansancio, de la desesperación. Los misiles de un gobierno totalitario electo por el pueblo y la guerra emprendida por Israel con todo su potencial son el reflejo de dos sociedades empobrecidas por el conflicto, enervadas. Israel procura mantener un Ius in Bello pero no asume las consecuencias del hecho que se enfrenta a una banda de cobardes que no les importa escudarse detrás de niños y mujeres. Lamentablemente Israel sabía que eso iba a ser así y por cansancio lo obvió. A ellos, al Hamas, la condena eterna por su cobardía, por ser incapaces de reconocer la humanidad. No hay un malo, no hay un bueno, hay miseria, hay brutalidad, hay cansancio, hay desesperación, hay menos humanidad.

Comprendo la desesperación del pueblo Palestino, una que ya lleva al menos 61 años. Comprendo el cansancio israelí, ese por el que no se encuentra cómo vivir sin el temor genuino a desaparecer. Pero desde aquí, mi tarea y la de todos a quienes este tema realmente moviliza es uno: insistir en la paz, hasta el cansancio, hasta la desesperación.

Como judío de la diáspora mi deber es hacerle sentir a Israel que allí estoy, que allí estamos. Pero le reclamo siempre lo mismo: la búsqueda genuina e incansable de la paz, la búsqueda genuina de la vida. No me importa la guerra de la propaganda, las "tomas", no quiero saber más de números, de soldados, de terroristas. Enredarse en la discusión del conflicto, a esta altura, donde todo está por perderse sólo asegura la permanencia de un discurso de conflicto donde desaparecen los puntos de encuentro.

Quiero pensar que esto se va a terminar, quiero saber que desde este pequeño lugar puedo cambiar una tendencia hacia la perpetuación del conflicto. Esa tendencia se cambia con palabras, con aquellas que lamentablemente no pude expresar en la tertulia, al menos de manera contundente.

La paz entre los pueblos es y será siempre el único camino.