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A 20 años de la caída del muro, Berlín vive un festejo ambiguo

A 20 años de la caída del muro, Berlín vive un festejo ambiguo

Contacto con Rafael Poch-de-Feliu, corresponsal del diario La Vanguardia de Barcelona en Alemania


(emitido a las 8.40 hs.)


EMILIANO COTELO:
Desde hace varios días Berlín está de fiesta. La ciudad conmemora que un día como hoy, pero hace 20 años, el 9 de noviembre de 1989, caía el muro que desde 1961 había separado a los alemanes.

"Los alemanes no tenemos muchas razones para sentirnos orgullosos de nuestra historia, pero tenemos todas las razones para sentirnos orgullosos de la reunificación". La frase pertenece a Helmut Kohl, quien era el canciller alemán en 1989, y fue pronunciada en una conferencia la semana pasada en la que Kohl participó junto con el presidente de Estados Unidos en aquel momento, George Bush (padre), y el presidente de lo que entonces era la Unión Soviética, Mijail Gorbachov. Los tres fueron homenajeados en Berlín en uno de los principales eventos que se han desarrollado en los últimos días por acercarse la fecha del vigésimo aniversario de la caída del muro.

Enseguida vamos a trasladarnos a la capital alemana para conocer cómo se está viviendo este acontecimiento, qué balance se ha hecho de estos 20 años y cómo está Alemania en un momento tan simbólico.


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EC – Para eso vamos a reencontrarnos con mucho gusto con Rafael Poch, corresponsal del diario La Vanguardia de Barcelona en Berlín, con quien ya hemos charlado en otras ocasiones, por ejemplo cuando se encontraba como corresponsal en China. ¿Cómo es el ambiente en Berlín esta mañana?

RAFAEL POCH:
La ciudad está con un tiempo apropiado para la época en que estamos, es decir un tiempo de perros, bajo lluvia, cielo muy gris. Pero eso no quita que vaya a haber una celebración por todo lo alto.

EC – Buena parte de las actividades previstas para hoy son al aire libre, al caer la tarde. ¿Qué va a pasar con el concierto en torno a la puerta de Brandemburgo, por ejemplo?

RP – Eso es bajo techo, hay toda una serie de estructuras. Esta eventualidad meteorológica ya está prevista así que no creo que haya problemas para atraer a los eventos a varias decenas de miles.

EC – Cómo calificarías todas estas conferencias, conciertos, seminarios, que se han desplegado en los últimos 10 días?

RP – Forman parte de la festividad normal y lógica que las autoridades e instituciones alemanas hacen para conmemorar una cosa tan clara como el evento que abrió la puerta a la reunificación nacional. Desde ese punto de vista no hay gran misterio, como tampoco lo hay en la declaración de Kohl. La reunificación alemana ha sido un dato muy claro para la historia de este país y no hay motivo para no celebrarla. Para gente como Kohl, del espectro conservador, con doble motivo porque no sólo fue una reunificación sino que sobre todo fue una reunificación hecha sobre el guión conservador.

EC – ¿Tú dirías que, además de la conmemoración que las autoridades organizan, esta celebración también está en la gente?

RP – Sí, yo creo que hay un consenso mayoritario entre los alemanes en que la reunificación, la caída del muro, fue un evento positivo. Yo creo que aquí hay una reflexión de sentido común, es muy difícil valorar aquello como algo negativo.

Los problemas vienen por otro lado. Vienen porque a 20 años de todo aquello los resultados son muy ambiguos. Y son tan ambiguos que un evento tan positivo y tan claro como aquel queda distorsionado y revestido de un regusto amargo.

EC – Para peor está de telón de fondo la crisis internacional.

RP – Sobre todo los propios resultados. En el este, o sea desde Alemania hasta Vladivostok, hoy hay 145 millones de pobres, que es aproximadamente 10 veces más de los que había en el año 90, y hay una opinión bastante deprimida sobre todo esto. En este contexto Alemania es un país optimista, son los que mejor librados han salido –junto con Polonia y República Checa– por la sencilla razón de que el país que los absorbió era la primera potencia económica de Europa.

Es muy significativo que en Alemania haya un porcentaje de la población muy considerable que estima que hay muchas cosas que lamentar. La mayoría de los alemanes orientales consideran que la RDA era una sociedad más justa que la actual y eso no es incompatible con el hecho de que dos de cada tres valoren positivamente la reunificación.

EC – Hay un problema latente todavía en la desigualdad entre lo que fueron las dos Alemanias, pese a que se invirtió mucho en la ex Alemania del Este ¿no?

RP – Sí, es un problema económico pero yo diría más bien socio-económico, tiene que ver con el desmonte industrial tremendo que se hizo en Alemania del Este por parte de Alemania Occidental, pero también con toda una serie de factores sicológicos. Alemania Occidental ha invertido 1,3 billones de euros en el este, una cantidad exorbitante, pero hay que recordar que en el año 90 se desmontaron 14.000 empresas públicas de Alemania del Este, que fueron liquidadas por el consorcio del oeste que administró todo aquello y el 95% de ellas fueron adquiridas o disueltas por consorcios del oeste. Eso significó que muchísimos puestos de trabajo –más de 1 millón sólo en el año 91, en una población de 16 millones– se perdieron. Hoy en día, de los 16 millones que había de población, 2 millones y medio han emigrado al oeste, son las fuerzas más activas de la sociedad, entonces la situación realmente no es fácil.

Todo eso podría haber sido digerido si no hubiera sido porque además fue acompañado de una cierta sensación de colonización, porque los cuadros del oeste se impusieron en el este, los escritores –sobre todo los que expresaban opiniones críticas hacia el nuevo orden– fueron marginados, la narración de todo lo que ocurría allá y todo lo que había ocurrido fue monopolizada por medios de comunicación y autores occidentales y se promovió una imagen un tanto caricaturizada que reducía a la Alemania del Este a una sociedad policial.

La Alemania del Este era una sociedad policial pero no sólo era una sociedad policial, también era una sociedad con algunas virtudes, era una dictadura con algunas virtudes, entonces todo eso quedó un poco caricaturizado.

EC – ¿Y tú dices que eso pesa en el ánimo de los alemanes del este?

RP – Pesa mucho en el ánimo, yo creo que ellos tenían unas expectativas muy idealizadas de lo que era el oeste, la democracia y el bienestar que no se han visto del todo satisfechas. Por ejemplo, la libertad de voto: hoy en día menos de un 60% de los alemanes orientales participa en las elecciones generales y mucho menos en las elecciones municipales. O sea, si la gran diferencia era el votar ¿por qué no se hace uso de eso?

Hay un regusto amargo en esta fiesta en una gran parte de la sociedad, lo que no impide una valoración general positiva de haber eliminado aquella dictadura.

EC – Y en el caso concreto de Berlín, que cuando cayó el muro y se marchó a la reunificación recuperó su condición de capital, lo que implicó en principio toda una movida edilicia, inversiones inmobiliarias, no sólo para la instalación de los órganos de gobierno sino para dar cabida a todo el entorno y el consiguiente mundo empresarial que cabía esperar, ¿cómo está la ciudad 20 años después?

RP – La ciudad se ha normalizado en el sentido de que es una, es una ciudad espléndida desde el punto de vista de su infraestructura de transportes, es una ciudad muy desahogada, una ciudad vacía, tiene 3 millones y medio de habitantes; cuando se hicieron los planes para la reunificación de la ciudad en el año 90 se contaba con que la ciudad tendría 5 millones, eso no se ha cumplido, tiene 3 y medio y el resultado es una ciudad vacía, cómoda, sin aglomeraciones de tráfico. Al mismo tiempo es tremendamente deficitaria, y políticamente –eso es muy curioso– muy anómala porque aquí el comportamiento político de las instituciones y de los berlineses a la hora de votar es mucho más social y mucho más izquierdista que el resto de Alemania.

EC – Tú has escrito a propósito de esa particularidad de la población de la ciudad de Berlín, ¿a qué se debe?

RP – Se debe sobre todo a la RDA (República Democrática Alemana – Alemania del Este) y también a un componente del año 68. La generación alemana occidental del año 68 fue la que intentó cambiar las cosas en la República Federal de Alemania, organizada por los ex nazis, tremendamente conservadora y anti comunista. Aquella generación se rebeló contra sus padres y afirmó un nuevo tipo de política de la que salió luego en el año 63, ya en el Parlamento, el Partido Verde. Este componente occidental del 68 por un lado, y la cultura política socialista o socializante de la RDA por el otro, han dado lugar a una nueva síntesis interesante que tiene por resultado que la izquierda sea dominante en esta ciudad. Los tres partidos de la izquierda, si incluimos a los social-demócratas además del Partido Verde y del Partido de la Izquierda –que es un producto nuevo e inexplicable sin la RDA– alcanzan juntos en Berlín un 60% de los votos y en el conjunto de Alemania no llegan al 45%.

EC – ¿Y en ese panorama cuánto influye la presencia de inmigrantes?

RP – Los inmigrantes suelen tener un comportamiento electoral bastante de izquierda.

EC – Me refiero, para pensar en un aspecto en particular, a la fuerte presencia turca en Berlín.

RP – Sí, eso también es un aspecto que le da a esta ciudad un cierto colorido y una cierta apertura de miras.

EC – Una cierta apertura de miras pero al mismo tiempo también una problemática, ¿qué pasa desde el punto de vista social con esa gente?

RP – La actitud de los alemanes en general hacia los extranjeros, sobre todo de otras culturas, ha sido siempre complicada. La cultura alemana no es una cultura muy abierta, es una cultura muy uniforme y esta tendencia es más acusada que en otros países europeos. Pero en Berlín por lo menos hay lo que calificaría como una segregación amable, la comunidad extranjera y la comunidad autóctona se relacionan poco pero tampoco entran en conflicto, se ignoran amablemente. Por otro lado hay que decir que a diferencia de Francia en Alemania prácticamente no hay suburbios para inmigrantes socialmente muy degradados, con grandes niveles de delincuencia; todo eso se ha conseguido evitar, o sea que tiene también su cara y su cruz.

EC – Por último, ¿qué expectativas tienes para el día de hoy?, ¿tu condición de periodista te hace observar una celebración como esta con distancia, con frialdad, o te entusiasma?, ¿cómo estás plantado frente a este 9 de noviembre del año 2009?

RP – Interesante pregunta. Estoy plantado con enorme escepticismo, no tanto por la reunificación sino por la inmoralidad que representa una fiesta en estas circunstancias. ¿Cuál es el resultado de estos 20 años? El hambre ha aumentado, afecta a 1.000 millones, 1 de cada 6 habitantes del planeta. En el frente laboral la explotación se ha disparado de una forma descarada, en parte porque la mano de obra mundial se ha duplicado con el ingreso del bloque del este, de India y de China, en el mercado de trabajo, hoy tenemos el doble de trabajadores compitiendo por el mismo capital lo cual ha alterado a la baja la correlación de fuerzas global contra los trabajadores. También a nivel global millones han sido forzados a la emigración por la mano invisible del mercado.

Y ya más en concreto [todavía] tenemos muros, el de Israel es tres veces más grande y más alto que el de Berlín, en México en 2008 se produjeron 89.000 deportaciones de centroamericanos y en el desierto de Arizona se registran cada año tantos muertos como los que murieron por bala intentando cruzar el muro de Berlín en 28 años.

Entonces, ¿qué tenemos que celebrar? Las grandes oportunidades de la Guerra Fría, la desmilitarización, la promesa de un nuevo orden mundial, han resultado ser una estafa. Europa está más militarizada que entonces, en los años 60 las potencias europeas no participaron en la guerra de Vietnam, hoy están casi todas en Irak y en Afganistán. Así que en este contexto es bastante difícil celebrar.

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