Postales desde la primera república negra (III)
Contacto con Mauricio Almada, desde Haití.
Los saludo desde la base del batallón Uruguay VI, ubicado en las cercanías de Fort Liberté, donde estoy conociendo la actividad de los cascos azules de nuestro país.
Dentro de pocos minutos iré hacia el Triángulo de las Bermudas.
Voy con personal de la Armada a recorrer la desembocadura del río Masacre y su salida al océano Atlántico. Vamos a bordear el legendario Triángulo de las Bermudas en una lancha.
Anoche me contaban que el mes pasado, en un recorrido similar una de las lanchas de la Armada vivió una situación extraña cuando la brújula del bote se volvió loca y se movía para todos lados. La otra lancha que la acompañaba no tuvo ningún problema con su brújula. ¿Será todo esto pura patraña o algo raro hay en esta zona?
También me contaba un capitán que ellos se guían por lo que le indican los delfines: cuando nadan a los costados del bote, acompañando, es señal de buen camino, pero si los delfines empiezan a cruzarse delante de la proa, es señal de mal agüero.
Les pasó hace quince días que los delfines empezaron a cruzarse por la proa y decidieron dar marcha atrás pese al pronóstico de buen tiempo. A poco de llegar a puerto se desató una fuerte tormenta. Creer o reventar. También hay muchos cuentos sobre el tiburón tigre que anda en estas aguas. Mañana les cuento cómo me fue en el Triángulo de las Bermudas.
Estoy en Fort Liberté, muy cerca de la frontera entre Haití y República Dominicana, una zona muy caliente, más que los 37 grados que estamos soportando a esta hora de la mañana.
La localidad haitiana que comparte uno de los márgenes del río Masacre, que marca la línea fronteriza se llama Ouanamite, y del otro lado está la ciudad de Dajabón, en República Dominicana.
Dos días a la semana miles de haitianos cruzan para vender en una gigantesca feria que hay en Dajabón.
Allí se puede encontrar de todo, pero particularmente se vende ropa que llegó a Haití como parte de la ayuda humanitaria internacional, que vaya uno a saber cómo terminó en ese mercado.
Cuando termina la feria, la policía dominicana expulsa a todos los haitianos que fueron a vender. Los echan con violencia, para que no quede ni uno solo en ese lugar que es de Dominicana.
Está claro que los dominicanos no quieren a los haitianos. Está claro que muchos haitianos quieren irse a vivir a Dominicana para tener un trabajo que no encuentran en su país.
El principal problema que tienen los haitianos para salir del país es que no tienen documentos, los que son muy difíciles de conseguir por la falta absoluta de instituciones estatales que funcionen adecuadamente.
Lo que hacen es pagar cinco dólares a los policías dominicanos para que los dejen pasar. La corrupción es enorme de los dos lados de la frontera y es lo que permite el movimiento de las personas que carecen de documentación.
Pese a eso, cada semana son deportados 500 haitianos.
El río Masacre, que marca la línea divisoria, está en estos momentos muy delgado, y se cruza caminando. Ya el mes que viene empezará la temporada de lluvias y el agua va a caer de las montañas con un caudal endemoniado.
Ayer de mañana había unas cien lavanderas, lavando la ropa en las aguas sucias del río Masacre. Yo no sé cómo hacen para sacar de esa agua chocolatada la ropa tan blanca, con el blanco más blanco que haya visto, como el blanco de los dientes de esas mujeres de piel negra.
Entrevisté en Ouanamite al senador electo Jean Baptiste Bien Aimé, es un senador que no pertenece al partido del presidente electo, sino al partido de la derrotada en primera vuelta Celestine.
Este senador reconoció que existen graves problemas en el trato de los dominicanos hacia los haitianos.
También conversé con un periodista que tiene un programa de televisión en Fort Liberté, que se llama Némesis Gayul, quien habló según sus propias palabras, de una "gigantesca falta de respeto a la dignidad de los haitianos" por parte de los dominicanos.
Una vendedora ambulante de Coca Cola que estaba muy cerca del puesto binacional, llamada Blanquita, tiene 21 años, me contó la triste historia de su vida. Perdió a su familia y dice que no tiene nada. Habla español, francés, inglés y creole. Vive en una precaria vivienda en la que no tiene muebles y duerme en el piso. No tiene atención médica. Hay días en que la venta de refrescos no le alcanza para comprar comida.
Ella hace de intérprete para los cascos azules uruguayos que están apostados en la zona fronteriza y dice que cuando estos se vayan de Haití ella se viene en el avión. "Que me metan en la valija que me voy para allá, amo a los uruguayos, ellos me tratan bien", dijo.
Ayer visité dos orfanatos. Uno en Ouanamite, donde una religiosa llamada Marianne atiende a una veintena de niños con una alegría contagiosa, siempre cantando.
A algunos de estos chicos los encontraron entre la basura, como fue el caso de un nene que tenía tuberculosis. Otros fueron rescatados por Marianne cuando los niños fueron dejados a su suerte enfermos de cólera, y otros perdieron a toda su familia en el terremoto del año pasado.
Ese orfanato funcionaba con dinero de una ONG francesa, que hace tiempo ya dejó de respaldarla. Parece un chiste de humor negro, pero el orfanato quedó huérfano. Por eso el batallón Uruguay lo adoptó y le acerca comida todos los días, para el mediodía y para la noche. Un soldado que hizo esta tarea durante seis meses se despidió ayer de los chicos porque ya se vuelve para Uruguay. Este joven uniformado lloró a mares, quebrado en la despedida.
También estuve en otro orfanato ubicado en la ciudad de Fort Liberté, al que también llegan diariamente los cascos azules uruguayos para llevar agua potable.
Este orfanato lo atiende el pastor Denise San Pierre, que tiene a 38 chicos. Cuando estuve allí, una niña llamada Linda, cumplía seis años. Le festejaron el cumpleaños. El ritual es tirarle agua sobre la cabeza. Y a la pobre Linda la empaparon. La chiquita lloraba y se escurría la ropa empapada. Después entró al lugar donde duerme y salió enfundada en un vestidito blanco con encajes. Era una princesa.
El agua que consume ese orfanato se la da el Batallón Uruguay. No está mandatado a hacerlo, pero igual lo hacen en apoyo de esta gente. Todos los días traen 6.000 litros de agua potable, producida en la UPA que está en la base uruguaya. Esta unidad potabilizadora de agua produce 250.000 litros diarios. Toda el agua que no se utiliza en la base, se dona a la población local, que no tiene agua potable.
Hay algo que me llamó poderosamente la atención: las dos UPAs que Uruguay donó a Haití después del terremoto, están inutilizadas en la capital Puerto Príncipe. Están tiradas en un campo. ¿Por qué?
La versión que dieron las autoridades haitianas es poco creíble, dicen que el lugar donde se iba a hacer la toma de agua no es viable.
En realidad, la cuestión parece ser otra muy diferente según me pude enterar. La empresa privada que tiene el monopolio de la distribución de agua en Puerto Príncipe, no quiere competencia. Ni UPAs ni nada que les quite mercado.
Yo sé que no es culpa del Gobierno de Uruguay que esas UPAs que fueron la donación más importante que hizo nuestro país después del terremoto, no se usen. Pero sería bueno preguntarle por ejemplo al presidente José Mujica o al ministro de Defensa, Luis Rosadilla, si ellos están al tanto de esta situación.
Rosadilla estuvo en Haití el mes pasado. Hizo una donación para que se instalara una panadería en la localidad de Terriere Rouge, que está funcionando a todo trapo.
Me contaron que cuando estuvo el ministro en esta base, hace más de un mes, se levantó a las tres de la mañana para hacer pan. Según dijo Rosadilla a los soldados que trabajan en la cocina, amasar le quita el estrés y le permite meditar mientras amasa.