En Primera Persona

La comunidad internacional y la encrucijada siria

Por Emiliano Cotelo.


(emitido a las 7.00 Hs.)

EMILIANO COTELO:
Hoy comienza en San Petersburgo una nueva cumbre del G20.

Y, más allá de la agenda oficial, el gran telón de fondo de esta reunión será la guerra interna en Siria y, sobre todo, si hay que ejecutar o no una intervención militar en ese país.

El diario El País de España destaca hoy que el tema es incómodo tanto para el anfitrión, el presidente de Rusia, Vladímir Putin, como para su colega de EEUU, que en estos días está dedicado a recabar apoyos para castigar al régimen de Bachar el Asad, al que señala como responsable del ataque con armas químicas que el 21 de agosto mató a centenares de civiles dentro de la propia Siria.

Putin no afloja en su posición. En una entrevista con la televisión rusa y la agencia AP, cuando le preguntaron si estaría de acuerdo con una operación militar, Putin respondió que no lo excluía. Pero al mismo tiempo reafirmó con firmeza que una acción de ese tipo sólo puede realizarse si cuenta con la aprobación del Consejo de Seguridad de la ONU y siempre que se haya probado de forma contundente tanto la existencia de una agresión con armas químicas como quién fue el autor de ese ataque. Y agregó: Todas las otras justificaciones del uso de la fuerza "en relación a un Estado independiente y soberano" son "intolerables y solo se pueden calificar de agresión".

El líder ruso insistió en que no defiende a Bachar el Asad, sino los principios del derecho internacional y explicó cuáles son sus preocupaciones: "Cuando las cuestiones relacionadas con el uso de la fuerza se resuelven fuera de la ONU y el Consejo de Seguridad, surge el temor de que esas decisiones ilegales puedan ser aplicadas a cualquiera y con cualquier pretexto".

Es cierto que Rusia ha sido y es aliado de el Asad, al que considera un "gobierno legítimo",  algo por lo menos discutible.  Pero, francamente, su posición suena muy sensata en este momento tan delicado de la política internacional.  

Está claro que el ataque con armas químicas de fines de agosto fue un hecho gravísimo que la comunidad internacional no puede dejar pasar. Debe haber sanciones para quienes lo hayan ideado y ejecutado. Hasta ahí estamos todos de acuerdo. Pero a partir de ese punto se dispara una cantidad enorme de preguntas:  ¿Qué fue exactamente lo que ocurrió? ¿Quién es el responsable de esa acción? ¿El eventual castigo al culpable puede ser una decisión unilateral de un país, sea cual sea su poder en el mundo? Y, suponiendo que se reúna un apoyo amplio para sancionar, ¿quién dijo que ese castigo debe ser necesariamente un ataque militar?
¿Una operación de ese tipo no provocará nuevas muertes y daños entre la población civil a la que se quiere defender?  Pero además, ¿sabemos qué nuevos demonios pueden desatarse en la región si se va por el camino de un bombardeo? Y, sobre todo, si el argumento es el dolor por la catástrofe humanitaria que se padece en Siria, ¿por qué no existió esa misma sensibilidad en otras situaciones recientes, como la de Darfur o el Congo o incluso Egipto? ¿Por qué en esos lugares, donde han muerto tantos miles de inocentes, no se resolvieron ataques militares? ¿Qué es lo que tiene de particular el caso de Siria que hace que Estados Unidos y algunos de sus aliados manejen esta vez una vara diferente?

Yo creo que estas dudas son más que suficientes para que el mundo se tome con calma la crisis en Siria y reflexione con serenidad sobre la manera más adecuada de enfrentarla, con firmeza pero con responsabilidad.

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